Tavi se despertó con latidos en la cabeza, pero el instinto le gritó una advertencia, y con mucho cuidado no se movió ni cambió la respiración. Si seguía vivo era porque así lo querían sus captores. Anunciar que estaba despierto no le iba a ayudar en nada. Por eso siguió quieto y pasivo, intentando descubrir todo lo que pudiera sobre el entorno y sus captores.
Estaba sentado en una silla. Podía sentir la madera dura debajo de él y tenía las piernas atadas, una a cada pata de la silla. Sus codos descansaban a la altura habitual de los brazos de un sillón, aunque no podía sentir las manos. Supuso que tenía las muñecas atadas, y que las ligaduras le habían cortado la circulación en las manos.
Podía oír el crujido de madera a su alrededor. La mayoría de los edificios de la ciudad estaban construidos en piedra. Las únicas estructuras de madera se encontraban fuera de las murallas de la capital, o en la zona de almacenes y atarazanas a lo largo de la orilla del río. Respiró una vez por la nariz y percibió el olor difuso de agua y pescado. Se trataba del río y no de las afueras de la capital. Se encontraba en un almacén o en un astillero… o, se corrigió, en un barco. El Gaul era un río ancho y profundo, el más largo de Alera, e incluso los navíos de aguas abiertas podían aventurarse hasta la capital.
—¿Eres capaz de arreglarlo? —gruñó una voz masculina.
A juzgar por el sonido, podía decir que le llegaba desde una habitación adyacente, o posiblemente desde el otro lado de una puerta muy fina o una cortina pesada. La voz tenía el matiz de alguien que estaba en el interior, así que debían de ser de sus captores.
—He detenido la hemorragia —respondió otra voz, esta de vez de mujer, con un acento extraño, acaso del sur del Reino, pensó Tavi, o quizá de Forcia—. Pero lo tendrá que ver un profesional para ponerle la nariz en su sitio.
El hombre dejó escapar una carcajada que no tenía nada que ver con la alegría.
—Eso está bien. Se lo tiene merecido por dejar que lo golpee una muchacha pequeñita.
Se produjo un silencio opresivo.
—Tú no eres pequeña, Rook —replicó el hombre a la defensiva.
—Ten en cuenta —explicó Rook— que la chica es marat y que son físicamente más fuertes que la mayoría de los aleranos.
—Debe de ser un buen ejercicio domar a esos animales —replicó.
—Muchas gracias, Turk, por recordarme por qué algunos de nosotros nos dedicamos a labores que requieren inteligencia, mientras que otros estáis limitados al uso de cuchillos y porras.
Turk bufó.
—Hice el trabajo.
—Entonces, ¿por qué no está muerta la estatúder?
—Intervino alguien —respondió Turk—. Y nadie nos dijo que el viejo fuera tan bueno con la espada.
—Es cierto —reconoció Rook—. Los hombres de armas que protegían el carruaje eran, vaya sorpresa, hábiles con las armas. Ya veo por qué os cogieron desprevenidos.
Turk dejó escapar una maldición vitriólica.
—He atrapado al chico, ¿o no?
—Sí. Incluso es posible que el viejo cuervo decida que no lamentes el no haber estado con los hombres en la mansión de Nedus.
—No te preocupes —replicó Turk, huraño—. La atraparé.
—Por tu bien, espero que así sea —le advirtió Rook—. Si me disculpas…
—¿No te quedas? Creía que ya habías acabado.
—Intenta no pensar demasiado —le respondió ella—. No estás acostumbrado, y te harás daño. Tengo que atar algunos cabos sueltos antes de irme.
—¿Qué quieres que haga con esos dos?
—Retenlos hasta que llegue el viejo cuervo a interrogarlos. Y antes de que preguntes, la respuesta es no. Mientras tanto no vas a tocar a ninguno de los dos. Después, él te dirá lo que quiere que hagas.
—El día menos pensado —replicó Turk en tono amenazador—, alguien te va a cerrar la boca.
—Es posible. Pero hoy no y, desde luego, tú ni lo sueñes.
Se abrió y cerró una puerta, y Tavi se arriesgó a una mirada rápida a través del velo de su cabello. Se encontraba en un almacén, rodeado por cajas de madera para el transporte marítimo. Un hombre musculoso y mal parecido, vestido con una túnica sin mangas de rata del río, estaba mirando la puerta mientras se cerraba. A la derecha de Tavi se encontraba otra silla y Kitai estaba atada a ella como él a la suya, excepto que ella tenía una bolsa de cuero sobre la cabeza y atada bastante suelta alrededor del cuello.
Tavi volvió a bajar la cabeza y un segundo más tarde Turk, el hombre feo, se dio la vuelta y se le acercó. El muchacho se quedó inmóvil mientras el hombre le apretaba el cuello con los dedos y después se acercaba a Kitai. Tavi abrió un ojo lo suficiente para ver que le tocaba la muñeca, antes de darse la vuelta y salir del almacén. Cerró la puerta de un portazo y Tavi oyó cómo corría un pesado cerrojo.
Tavi dudó durante un momento sobre lo que debía hacer, porque el lugar podía tener alguna especie de guardia creada con un artificio de las furias para vigilarlo, pero por otro lado la presencia de un guardia demasiado poderoso habría atraído la atención de los artífices de la Legión Cívica, que inspeccionaban habitualmente los almacenes a la orilla del río. Eso significaba que si había algunas furias vigilándolo, lo más probable era que dieran la alarma pero que no atacaran.
Tavi comprobó las ataduras, pero estaban muy apretadas. Si hubiera estado consciente cuando lo ataron, habría podido tensar los músculos, de manera que cuando los relajase quedase un cierto hueco entre las cuerdas que le permitirían liberarse. Pero no había ocurrido de esa manera y ahora no parecía que pudiera hacer nada.
Aunque se hubiera podido liberar, quizá no era la mejor opción. El almacén solo tenía una puerta, por la que acababa de salir Turk. Tavi probó la silla. No estaba fijada al suelo y las patas se movieron en silencio sobre las tablas del suelo cuando se meció adelante y atrás.
La cabeza de Kitai se irguió, levantando la bola de cuero. Su voz sonó ahogada.
—¿Alerano?
—Estoy aquí —respondió.
—¿Te encuentras bien?
—Tengo un dolor de cabeza que voy a recordar durante algún tiempo —contestó—. ¿Y tú?
Soltó un sonido como si escupiese dentro de la bolsa.
—Un mal sabor de boca. ¿Quiénes son esos hombres?
—Estaban hablando de matar a mi tía Isana —respondió Tavi—. Lo más probable es que trabajen para lord Kalare.
—¿Por qué nos han cogido?
—No estoy seguro —contestó—. Quizá porque deshacerse de mí hará que Gaius parezca débil. Quizá para usarme como cebo en una trampa para tía Isana. En cualquier caso, no nos van a dejar marchar cuando esto acabe.
—Nos matarán —confirmó Kitai.
—Sí.
—Entonces tenemos que escapar.
—Esa es la conclusión lógica, sí —reconoció Tavi, que se tensó para volver a comprobar las ataduras, pero no cedían—. Tardaré horas en deshacerme de esto. ¿Te puedes soltar?
Ella movió su peso de un lado a otro, y Tavi oyó cómo la madera de la silla crujía por el esfuerzo.
—Es posible —respondió al cabo de un momento—. Pero haré ruido. ¿Tenemos guardias?
—El guardia ha salido del edificio, pero es posible que haya furias vigilándonos, y los hombres que nos han atrapado no deben de estar muy lejos.
La bolsa se ladeó de repente.
—Alerano, viene alguien —anunció Kitai.
Tavi dejó caer de nuevo la cabeza, tal como la tenía cuando despertó, y un segundo después sonó el cerrojo y se abrió la puerta. Tavi vislumbró rápidamente a Turk y otro hombre, más alto, que entraban en el almacén.
—… seguro que verá como la tenemos antes de amanecer, mi señor —estaba diciendo Turk en un tono untuoso—. No podéis hacer caso a todo lo que dice Rook.
El otro hombre habló y Tavi se tuvo que obligar a no moverse.
—¿No? —preguntó lord Kalare—. Turk, Turk, Turk. Si Rook no me hubiera pedido una segunda oportunidad para ti, te habría matado cuando saliste por la puerta.
—Oh —murmuró Turk—. Sí, mi señor.
—¿Dónde está? —preguntó Kalare.
Turk debió de responder con un gesto, porque un momento después se acercaron unos pasos.
—Está inconsciente —oyó Tavi que decía Kalare a unos pasos de distancia.
—Rook le dio bastante fuerte en la cabeza —explicó Turk—. Pero no habrá ningún daño permanente, mi señor. Se despertará por la mañana.
—¿Y esta? —preguntó Kalare.
—Una bárbara —respondió Turk—. Estaba con el otro.
Kalare gruñó.
—¿Por qué está encapuchada?
—Luchó como una fiera hasta que conseguimos atarla. A Cardis le arrancó la nariz de un mordisco.
—¿Arrancada? —preguntó Kalare.
—Sí, mi señor.
Kalare soltó una risita.
—Divertido. Siempre lo son las que plantan cara.
—Rook dijo que os preguntase que queréis que hagamos con ellos. ¿Los elimino?
—Turk —replicó Kalare con tono complacido—. Has utilizado un eufemismo. Cuando menos te des cuenta, estarás dando muestras de sagacidad.
Turk se quedó en silencio durante un segundo sorprendido.
—¿Muchas gracias? —dijo al fin.
Kalare suspiró.
—No hagas nada por el momento —ordenó—. Un cebo vivo será más útil que un cadáver.
—¿Y la bárbara?
—Ella también. Es posible que sea el resultado de algún tipo de acuerdo de apadrinamiento entre los bárbaros y el conde de Calderon, y hasta que esté en disposición de arrancarles la información, no tiene sentido en convertirme en enemigo de sangre de los marat. No hasta que no pueda sacar provecho.
De repente unos dedos muy fuertes se enredaron en el cabello de Tavi y le levantaron la cabeza de un tirón. Tavi consiguió mantenerse totalmente flácido.
—Esta pequeña bestia —comentó Kalare—. Si la mujer no fuera un peligro mucho más importante, disfrutaría viéndolo desollado y tirado a un pozo con lagartos venenosos. Que un desperdicio de vida como este se haya atrevido a ponerle encima un dedo a mi heredero. —La voz le temblaba de rabia y desdén, y soltó el cabello de Tavi con un movimiento de la muñeca, que hizo que los músculos del cuello del chico gritaran de dolor.
—¿Debo hacer arreglos para su transporte, mi señor?
Kalare soltó el aire.
—No —decidió—. No. No tiene sentido darle una oportunidad para sobrevivir, teniendo en cuenta lo que tengo planeado para su familia. Incluso algo como esto se podría convertir en una gran amenaza con el paso del tiempo. Los tiraremos a todos al mismo agujero.
Sus botas resonaron en el suelo mientras se encaminaba hacia la puerta, seguido por los pasos más pesados y torpes de Turk. Al momento se abrió la puerta, que se volvió a cerrar y pasaron el cerrojo.
Tavi comprobó que estaban solos.
—¿Le arrancaste la nariz? —le preguntó a Kitai.
Su voz quedó amortiguada por la bolsa cuando contestó.
—No pude llegarle a los ojos.
—Gracias por la advertencia.
—No —replicó Kitai—. Dije que venía alguien, pero no me refería a la puerta.
—¿Qué?
—El suelo —respondió—. Sentí una vibración. Ahí está de nuevo —murmuró.
Tavi casi no podía sentir los pies, pero oyó unos arañazos difusos detrás de él. Giró la cabeza lo suficiente para ver cómo un tablón del suelo, a unos pasos de distancia, temblaba y de repente se doblaba hacia arriba, como si fuera de sauce vivo y flexible en lugar de roble seco. Vio que alguien trabajaba por debajo del suelo para liberar los tablones, pero desapareció de su vista. Siguieron dos listones más y después una cabeza cubierta con una mata de cabello polvoriento y lleno de virutas apareció a través del agujero en el suelo y parpadeó a su alrededor como si fuera un búho.
—Ehren —exclamó Tavi que tuvo problemas para controlar su excitación y mantener la voz baja—. ¿Qué estás haciendo?
—Creo que te estoy rescatando —respondió Ehren.
—Hay guardias —le explicó Tavi a su amigo—. Percibirán lo que has hecho para entrar.
—No lo creo —replicó Ehren y le lanzó a Tavi una sonrisa temblorosa—. Sin que sirva de precedente, el que mis furias sean tan débiles es una ventaja, ¿eh? Casi no hacen ruido. —Hizo un gesto de dolor y empezó a serpentear para pasar por el agujero en el suelo.
—¿Cómo nos has encontrado? —preguntó Tavi.
Ehren parecía herido.
—Tavi, al fin y al cabo, me llevo preparando el mismo tiempo que tú para ser un cursor.
Tavi le lanzó una sonrisa feroz, que Ehren intentó devolver mientras desistía de pasar a través del agujero y se agachaba para acariciar con la mano otro de los tablones, que empezó a temblar y a doblarse poco a poco.
—Estaba preguntando por ahí cuando me di cuenta de que me seguía un hombre. Comprendí que quien se hubiera llevado a tu tía tendría interés en seguirme, así que regresé a la Ciudadela, di la vuelta una vez más y sin que se diera cuenta…
—Lo seguiste hasta aquí —concluyó Tavi.
Ehren obligó al tablón a doblarse un poco más.
—Nadé bajo el muelle y oí a un par de hombres hablando de los prisioneros. Pensé que podía ser tu tía, así que decidí echar un vistazo.
—Bien hecho, Ehren —le felicitó Tavi.
Ehren sonrió.
—Bueno, ha sido una especie de accidente feliz. Casi estoy.
El tablón crujió y se empezó a mover cuando Kitai siseó:
—La puerta.
Sonó el cerrojo y se abrió la puerta.
Ehren siseó y se dejó caer por el agujero, desapareciendo de la vista, excepto por los nudillos blancos de una mano que sostenía el tablón con su peso.
Tavi se lamió los labios, pensando con rapidez. Si seguía inerte, los guardias no tendrían nada mejor que hacer que darse cuenta de los tablones desaparecidos.
Levantó la cabeza para mirar a Turk. El hombre de pecho ancho llevaba un cuchillo curvado de carnicería, procedente de Kalare, metido en el cinturón. Su mirada era turbia. Detrás de él apareció un hombre delgado y escuálido con la misma ropa de marinero de río, y con otro cuchillo curvado en el cinturón. Era calvo y parecía que lo habían formado con tiras de cuero sin curtir y lleno de nudos… y le faltaba la nariz. El artificio del agua había dejado en lo que quedaba un color rosado y fresco, pero le otorgaba una apariencia esquelética con las cavidades nasales reducidas a un par de cortes oblongos en la cara. Sin duda se trataba de Cardis.
—Bien —exclamó Turk—. Mira eso. El niño está despierto.
—¿Y qué? —gruñó Cardis, que se acercó a la atada y encapuchada Kitai, a la que arrancó la bolsa de cuero, agarró un puñado de cabello y se lo arrancó salvajemente de la cabeza—. El chico me importa un maldito cuervo.
Los ojos de Kitai brillaron con un fuego esmeralda y en el fondo se empezó a elevar algo salvaje y furioso. Su cara mostraba un moretón en la mejilla y la sangre seca le manchaba de un color marrón oscuro la parte inferior del rostro.
—¡No la toques! —gruñó Tavi.
Cardis descargó contra la cara de Tavi un golpe fuerte y desdeñoso con la mano abierta y se volvió hacia Kitai.
La chica marat miró a Cardis sin inmutarse o emitir ningún sonido. Entonces deslizó lentamente la lengua entre los labios y se lamió la sangre sobre el labio superior, mientras una sonrisa lenta y desafiante le cruzaba la cara.
Los ojos de Cardis se volvieron peligrosos.
—Cardis —le ordenó Turk—, no vamos a hacer daño a ninguno de los dos.
El hombre miró a Kitai y le arrancó otro mechón de cabello.
—Así que no los vamos a marcar. ¿Quién lo va a saber?
—Mis órdenes proceden del viejo cuervo en persona —gruñó Turk—. Si dejo que te cruces en su camino, te matará. Y entonces me matará a mí por no detenerte.
La voz de Cardis se elevó hasta un chillido furioso mientras hacía un gesto hacia su cara.
—¿Has visto lo que me ha hecho esta pequeña zorra? ¿Esperas que me quede tan tranquilo y lo acepte?
—Espero que cumplas las órdenes —le espetó Turk.
—¿O de lo contrario…?
—Ya lo sabes.
Cardis apretó los dientes y sacó el cuchillo.
—Por el día de hoy ya he tragado toda la mierda que podía.
Turk también blandió el cuchillo con los ojos entornados. Miró de reojo a Tavi y entonces sus ojos se fijaron en el suelo detrás de él.
—Malditos cuervos —murmuró—. Mira eso.
Dio un par de pasos y se colocó sobre el agujero en el suelo.
—¿Qué? —preguntó Cardis en un tono menos enfadado.
—Parece como si alguien estuviera intentando…
La cabeza y los hombros de Ehren salieron por el agujero y el pequeño escriba clavó el cuchillo a través de la pesada bota de cuero de Turk y el pie que había dentro hasta hundir la punta en el suelo. Turk dejó escapar un grito de sorpresa e intentó apartarse, pero el pie clavado no le permitió el movimiento y cayó al suelo.
Kitai lanzó de repente un aullido de ira primitiva que heló la sangre en las venas. Su cuerpo se dobló una, dos veces y la silla a la que estaba atada se partió en varias piezas que siguieron sujetas a sus extremidades. Movió un brazo en un arco amplio y golpeó el brazo del cuchillo de Cardis con el pesado brazo de madera que aún llevaba atado a la muñeca. El cuchillo salió disparado de la mano y resonó en el suelo al caer.
Ehren gritó, y el cuarto tablón se soltó solo. Entonces salió del agujero en el suelo y empezó a patear la cabeza de Turk, que consiguió lanzar una torpe cuchillada contra la pierna de Ehren con el cuchillo curvo, y acertó. Ehren cayó hacia atrás con la pierna incapaz de sostener su peso. Se derrumbó sobre el suelo justo detrás de Tavi, se arrastró hasta coger el cuchillo que había dejado caer Cardis y cortó las ataduras de Tavi a la desesperada.
Tavi vio cómo Turk arrancaba la daga que le empalaba el pie, le daba la vuelta en el aire, lo cogía por la hoja y lo lanzaba contra la espalda de Ehren.
—¡Al suelo! —gritó Tavi.
Ehren no tenía una presencia física imponente, pero el joven escriba era rápido. Se dejó caer al suelo y el cuchillo golpeó inerte contra el respaldo de la silla de Tavi, y cayó al suelo.
Las ataduras de sus brazos se soltaron por fin cuando Turk se precipitaba sobre ellos. Tavi saltó en la silla para girar hacia un lado y después se dejó caer de lado, pero fue demasiado lento y Turk atacó con su cuchillo curvado de Kalare.
Kitai dejó escapar un grito e intentó golpear a Turk. Falló, pero obligó al hombre a agacharse y le concedió a Tavi unos segundos preciosos, que aprovechó para coger el cuchillo de Ehren que estaba en el suelo y se dio la vuelta justo cuando Turk lo agarraba del cabello. El cuchillo bajó como un rayo, pero Tavi bloqueó la cuchillada al interponer su antebrazo ante la muñeca de Turk, mientras que al mismo tiempo cortaba hacia arriba con su cuchillo.
El cuchillo atravesó la parte interior del muslo de Turk y llegó hondo. La sangre empezó a salpicarlo todo.
Kitai agarró a Turk desde atrás y con sus manos entorpecidas atrapó la parte trasera de su cabeza y la punta de la barbilla. Aulló y retorció el cuerpo con un movimiento repentino y salvaje, y le rompió el cuello. Cayó al suelo como un montón de gelatina. Kitai cogió con una mano el cuchillo de Turk, y con la otra le arrancó la camisa que le cubría el pecho, con los ojos salvajes y concentrados en su corazón al bajar el cuchillo y empezar a cortar.
—Kitai —jadeó Tavi, mientras cortaba las ataduras de las piernas—. ¡Kitai!
La cara se levantó hacia él como una máscara terrorífica de rabia y sangre. La sangre goteaba del cuchillo curvado, y los dedos de la otra mano ya estaban metidos en el tajo que había abierto, dispuestos a abrir el cuerpo y sacar el corazón.
—Kitai —repitió Tavi con más tranquilidad—. Escúchame. Por favor. No puedes hacer eso. No hay tiempo.
Ella lo miró, inmóvil, y la luz salvaje en sus ojos empezó a vacilar con incertidumbre.
—Mis piernas —repuso el chico—. No siento las piernas. Necesito que me ayudes a salir de aquí antes de que vengan más.
Sus ojos se entornaron con una anticipación que casi parecía lujuriosa.
—Más. Que vengan.
—No —replicó Tavi—. Nos tenemos que ir. Kitai, tengo que cortar las ligaduras. Dame tu cuchillo —y extendió la mano.
Ella lo miró y pareció que la energía salvaje se empezaba a desvanecer, dejándola jadeante, magullada y cubierta con moratones, pequeños cortes y abrasiones provocadas por las cuerdas. Después de un segundo de vacilación, cogió el cuchillo por la hoja y se lo entregó por la empuñadura antes de arrodillarse a su lado.
—Grandes furias —jadeó Ehren en voz baja—. ¿Es… es una marat?
—Se llama Kitai —respondió Tavi—. Es mi amiga.
Tavi empezó a cortar las cuerdas con toda la suavidad que pudo. Ella simplemente se quedó sentada, esperando con pasividad, con los párpados cada vez más cerrados a medida que la energía salvaje y rabiosa que la había llenado empezaba a abandonarla.
—Ehren —preguntó Tavi—, ¿puedes andar?
El chico parpadeó, asintió y cortó un trozo de tela del borde de su túnica. Le dio varias vueltas a la pantorrilla y la ató.
—Por suerte no tenían furias.
—Quizá sí las tuvieran —replicó Tavi—. Tipos como estos suelen ser artífices de tierra y este almacén se encuentra sobre el muelle. No estaban tocando la tierra. Pero tenemos que salir de aquí antes de que aparezca alguien más. —Se puso en pie y tiró de la mano de Kitai—. Vamos.
Ella se levantó y pareció que no era consciente de lo que le rodeaba.
—Tienes una cuerda con nudos a tu izquierda —indicó Ehren—. Bajad hasta el agua, nadad sin hacer ruido y dirigiros a la costa. Yo voy dentro de un momento.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Tavi.
Ehren le respondió con una sonrisa forzada.
—Voy a volver a poner los tablones y ya veremos cómo se explican qué cuervos ha pasado aquí.
—Buena idea —reconoció Tavi—. Muy bien hecho. —Descendió por la cuerda, afirmó los pies en uno de los nudos y se detuvo—. ¿Ehren?
—¿Sí?
—¿Qué hora es?
—No estoy seguro —respondió Ehren—. Pero la luna se está poniendo.
Tavi se quedó helado y se le puso carne de gallina. Empezó a bajar por la cuerda y animó a Kitai para que lo siguiera, desesperado por darse prisa pero obligado a moverse con calma y en silencio, hasta que se hubiera alejado de los asesinos de lord Kalare.
La luna se estaba poniendo.
Los canim iban a por el Primer Señor.