Isana acompañó al asesino hasta una vinatería en una zona tranquila y poco iluminada en la calle de los Maestros Artesanos, donde los mejores artesanos de todo Alera ofrecían sus productos a la clientela rica de la ciudad. La vinatería estaba situada entre un pequeño complejo de edificios especializados en estatuas y un taller de fabricación de lámparas de furia. No tenía ningún cartel en la puerta que indicase que no era una entrada de servicio o posiblemente una entrada a unas oficinas o algún otro negocio que no necesitase la entrada continua de clientes.
A pesar de la hora avanzada, la puerta se abrió con rapidez cuando llamó el asesino y un sirviente con librea les condujo a través de una sala hacia una habitación privada sin hablar con ellos.
El cuarto era acogedor y estaba espléndidamente decorado con un círculo de divanes pequeños destinado a estirarse de lado mientras se charlaba y bebía vino. Uno de los divanes estaba ocupado.
Invidia Aquitania estaba tendida de lado, hermosa con el mismo vestido de seda que había lucido en la fiesta de Kalare. En la mano sostenía un cáliz de cristal medio lleno con un vino pálido. Llevaba además una tela medio traslúcida sobre la cara, un velo, por lo que podía juzgar Isana, que pretendía ofrecer la pretensión legal de anonimato si la conversación de aquella noche era sometida al escrutinio de la ley.
Lady Aquitania levantó la vista cuando entraron e inclinó la cabeza complacida.
—Bienvenida, estatúder. Supongo que mi asociado os convenció para que asistierais a la reunión.
—Fue muy convincente, teniendo en cuenta las circunstancias —replicó Isana.
Lady Aquitania hizo un gesto hacia el diván que tenía delante del suyo.
—Por favor, relajaos. ¿Os gustaría catar el vino? Se trata de una cosecha excelente.
Isana se acercó al diván que le habían indicado, pero no se reclinó en él. En su lugar, se sentó en el borde con la espalda muy rígida y le frunció el ceño a lady Aquitania.
—No me apetece más vino —respondió—. Muchas gracias.
La sonrisa agradable de lady Aquitania se transformó en una máscara de neutralidad.
—Esto puede ser más fácil para vos si consentís con algunos de los placeres, estatúder. No hacen daño.
—Ni tienen ningún propósito más que perder el tiempo —replicó Isana—. Y en este momento el tiempo me es de la mayor importancia. He venido a hablar de negocios.
—Como queráis —asintió Lady Aquitania—. ¿Por dónde os gustaría empezar?
—Decidme qué queréis —respondió Isana—. ¿Qué queréis de mí?
Invidia saboreó un sorbo de vino.
—Primero, vuestro apoyo público a Aquitania y a mi señor esposo —contestó—, que se convertirá en vuestro patrón político. Eso significa que apareceréis en público luciendo los colores de Aquitania, en especial durante la presentación en los actos finales del Festival. Es posible que se os invite a cenas, actos sociales y ese tipo de cosas, y mi esposo os proporcionará el transporte y cubrirá los gastos.
—Yo trabajo para vivir —replicó Isana—, y soy responsable de una explotación con más de treinta familias. Mal servicio les haré si estoy siempre fuera para asistir a actos sociales.
—Cierto. Entonces, ¿debemos negociar un número razonable de días al año?
Isana apretó los labios y asintió, obligándose a contener sus emociones con sumo cuidado.
—Bien. Después volveremos a ello. En segundo lugar, se requerirá vuestro apoyo como miembro de la Liga Diánica, lo que os obligará a asistir a la convocatoria anual de la Liga y participar en las discusiones por escrito a lo largo de todo el año.
—Y en el marco de la Liga, queréis que os apoye a vos.
—Por supuesto —replicó lady Aquitania—. Y por último, es posible que os pidamos apoyo para ciertos candidatos en las elecciones senatoriales en Riva. Como vuestra ciudad de origen, podréis votar en las elecciones y vuestra opinión tendrá inevitablemente cierto peso para el resto de los ciudadanos.
—Quiero que entendáis algo, Vuestra Gracia —intervino Isana con tranquilidad.
—¿De qué se trata?
—Que conozco todas las ambiciones de vos y de vuestro esposo, y que no tengo la intención de quebrantar las leyes del Reino para ayudaros. Mi apoyo y mi participación se limitarán a la letra de la ley, y no la superaré ni un milímetro.
Lady Aquitania alzó las cejas.
—Por supuesto. No me atrevería a pediros más.
—Estoy segura —replicó Isana—. Solo quería dejar las cosas claras.
—Creo que es eso lo que estamos haciendo —afirmó lady Aquitania—. ¿Y qué pediréis a cambio de vuestro apoyo?
Isana respiró hondo.
—Mi familia está en peligro, Vuestra Gracia. He venido para ponerme en contacto con el Primer Señor y conseguir ayuda para Calderon, y para avisar a mi sobrino de que existe una amenaza potencial contra su vida. He sido incapaz de contactar por mí misma con ninguno de los dos. Si queréis mi apoyo, entonces me tenéis que ayudar a proteger a mi familia. Ese es mi precio.
Lady Aquitania saboreó otro sorbo de vino.
—Será necesario que me contéis algo más de vuestras necesidades, estatúder, antes de haceros ninguna promesa. Por favor, explicadme las circunstancias con todo detalle.
Isana asintió y empezó a contar todo lo que Doroga le había explicado sobre los vord, sobre la forma de extenderse, adónde habían ido y el peligro que representaban para todo el Reino. Cuando terminó, recogió las manos en el regazo y miró a la Gran Señora.
—Eso es… una buena historia —murmuró—. ¿Hasta qué punto estáis segura de que es verdad?
—Por completo —respondió Isana.
—Aunque todo lo que sabéis procede, si lo he entendido bien, de un jefe bárbaro.
—Se llama Doroga —aclaró Isana en voz baja—, y es un hombre íntegro e inteligente, y sus heridas eran muy reales.
—Fidelias —murmuró lady Aquitania—, ¿con qué recursos contamos cerca de Calderon?
El asesino se apartó de donde había ocupado una posición discreta apoyado en la pared al lado de la puerta.
—Los Lobos del Viento están de maniobras de entrenamiento en las Montañas Rojas, Vuestra Gracia.
—Esos son… ¿veinte caballeros?
—Sesenta, Vuestra Gracia —le corrigió.
—Oh, es cierto —asintió con un tono despreocupado, aunque Isana no creía ni por un momento que no recordase con precisión los recursos de que disponía y dónde se encontraban—. Han estado reclutando. ¿Cuánto tardarían en llegar a Calderon?
—Entre tres y siete horas, Vuestra Gracia. Todo depende de las corrientes de aire.
Lady Aquitania asintió.
—Entonces, por favor, informa a Su Gracia, cuando te presentes ante él, de que los voy a enviar como refuerzo a la guarnición de Calderon por cuenta de nuestra nueva clienta.
Fidelias la miró durante un momento.
—Es posible que a lord Riva no le guste que enviemos tropas para actuar en sus dominios.
—Si Riva hiciera su trabajo, sus tropas ya estarían reforzando la guarnición —replicó lady Aquitania—. Estoy casi seguro de que preferiría desdeñar al nuevo conde de Calderon que responder con una movilización cara y rápida, y, además, me encantaría humillar públicamente a Riva delante de todo el Reino. Pero asegura a mi esposo que ordenaré que los hombres sean lo más discretos posible y por eso me conformaré con humillarle delante de sus iguales.
El asesino sonrió.
—Muy bien, Vuestra Gracia.
Ella asintió.
—El paso siguiente será encontrar al sobrino de la estatúder y asegurarnos que está a salvo tanto de esos vord como de los cuervos de sangre de Kalare.
—Supuestos cuervos de sangre, Vuestra Gracia —le corrigió Fidelias—. Al fin y al cabo, no sabemos con toda seguridad que pertenezcan a lord Kalare.
Lady Aquitania lanzó a Fidelias una mirada de reojo.
—Oh, sí, qué descuidada por mi parte. ¿Supongo que tienes bajo vigilancia las propiedades de Kalare en la capital?
Fidelias le devolvió una suave mirada de reproche.
—Por supuesto que sí. Averigua qué han visto recientemente tus vigilantes y dedica a esta tarea a todos los que sea posible. Encuentra al muchacho y ponlo a salvo.
Fidelias realizó una reverencia cortés con la cabeza.
—Sí, Vuestra Gracia. ¿Me permitiríais expresar una idea antes de partir?
Lady Aquitania movió la mano en un movimiento de asentimiento.
El asesino asintió.
—Las investigaciones que realizo desde que llegué aquí han revelado una actividad poco habitual en las Profundidades. Ha desaparecido una cantidad significativa de personas a lo largo del invierno, y en mi opinión no ha sido el resultado de una guerra interna entre los intereses criminales locales. Es posible que estén implicadas esas criaturas de las que advierten los marat.
Lady Aquitania arqueó una ceja.
—¿De verdad lo crees?
Fidelias se encogió de hombros.
—Desde luego parece posible. Pero las Profundidades son extensas y, teniendo en cuenta que faltan hombres, será necesario bastante tiempo para investigarlas.
Lady Aquitania movió un dedo en un gesto negativo.
—No, eso no nos incumbe a nosotros. La seguridad de las Profundidades es asunto de la Guardia Real y de la Legión de la Corona. Les advertiremos del peligro potencial a la primera oportunidad. Por ahora, concéntrate en el chico. Esa es nuestra prioridad.
—Sí, mi señora.
El asesino inclinó la cabeza ante ella, saludó a Isana y salió de la habitación.
Isana se quedó sentada en silencio durante un momento y se dio cuenta de que el corazón le latía con demasiada rapidez. Sintió que le temblaban las manos y se las cogió, pero también sintió cómo un sudor pegajoso le corría por las cejas y las mejillas.
Lady Aquitania se incorporó, frunciendo el ceño mientras miraba a Isana.
—¿Estatúder? ¿Os encontráis bien?
—Estoy bien —murmuró antes de tragar el sabor amargo de su boca y añadir—: Mi señora.
Lady Aquitania siguió con el ceño fruncido pero asintió.
—Me tendré que ir enseguida para ponerme en contacto con nuestro comandante de campo a través del agua.
Isana se quedó helada de sorpresa. Ella podía enviar a Rill a través de los cursos de agua de la mayor parte del valle de Calderon, pero más que nada porque había vivido allí durante mucho tiempo y conocía muy bien a las furias locales. Con esfuerzos, Isana se podría haber comunicado con Guarnición a través de Rill, pero lady Aquitania estaba hablando de manera despreocupada de enviar sus furias a quinientas veces la distancia que podían alcanzar los límites de los talentos de Isana.
Lady Aquitana miró a Isana durante un momento más, antes de decir:
—Creéis de verdad que se encuentran en peligro mortal. Me refiero a vuestra familia.
—Lo están —se limitó a confirmar Isana.
Lady Aquitania asintió con parsimonia.
—En caso contrario nunca habríais venido a verme.
—No —reconoció Isana—. Nunca lo habría hecho.
—¿Me odiáis? —le preguntó.
Isana respiró lentamente antes de responder.
—No me gusta lo que representáis.
—¿Y qué represento?
—El poder sin convicciones —contestó Isana con un tono neutro y sin entonación algo—. La ambición sin conciencia. La gente decente sufre a manos de los que son como vos.
—¿Y Gaius? —preguntó lady Aquitania—. ¿Odiáis al Primer Señor?
—Con cada latido de mi corazón —respondió Isana—. Pero eso es por una razón completamente diferente.
Lady Aquitania emitió un ruido con la garganta para indicar que estaba escuchando y asintió, pero Isana no continuó. Después de un momento de silencio, la Gran Señora volvió a asentir.
—Parece que sois de las que apreciáis la honestidad desnuda y directa. Así que os ofreceré un poco. Lamento lo que ocurrió en Calderon hace dos años —reconoció—. Fue una pérdida inútil de vidas. Me opuse ante mi esposo, pero yo no gobierno sus decisiones.
—¿Os opusisteis por la bondad de vuestro corazón? —preguntó Isana y saboreó el sarcasmo de sus palabras.
—Me opuse porque era ineficiente, podía fracasar fácilmente y volverse contra nosotros —le explicó—. Preferiría conquistar el poder a través de la construcción de alianzas y lealtades sólidas, sin necesidad de recurrir a la violencia.
Isana le frunció el ceño.
—¿Por qué os debería creer?
—Porque os estoy diciendo la verdad —contestó lady Aquitania—. Gaius es viejo, estatúder. No hay ninguna necesidad de recurrir a la violencia para derrocarlo. A la larga, el tiempo será nuestro asesino, y no tiene heredero. Es posible que los que se encuentren en una posición más fuerte para gobernar cuando muera Gaius suban al trono sin permitir que el asunto se resuelva a través de una lucha armada por el poder. —Le ofreció una mano a Isana—. Por eso os digo muy en serio que vuestra lealtad me obliga a proteger a vuestra familia como si fuera la mía. Y lo haré con todos los medios que tengo a mi disposición. —Hizo un gesto hacia su mano—. Cogedla y veréis. No me esconderé ante vos.
Isana se quedó mirando a la Gran Señora durante un momento. Entonces le cogió la mano. No sintió nada durante un segundo, pero entonces surgió de lady Aquitania una suave presión de emociones.
—¿Me estáis diciendo la verdad? —le preguntó Isana en voz baja—. ¿Tenéis intención de ayudarme a mí y a mi familia?
—Lo estoy —respondió Lady Aquitania—. La tengo.
A través de sus manos unidas, Isana sintió la presencia de lady Aquitania como una vibración sutil en el aire y sus palabras sonaban con la claridad de la verdad y la confianza. No se trataba de una muestra de artificio de las furias. Ese tono de verdad no se podía falsificar ante alguien con las habilidades de Isana. Tal vez lady Aquitania pudiera esconder la falsedad detrás de una nube vaga de desinterés y calma distante, pero en su afirmación se encontraba el poder vibrante de la sinceridad y no había nada nebuloso en ello.
Invidia Aquitania era ambiciosa, calculadora, implacable y despiadada, pero era sincera en lo que decía. Tenía toda la intención de hacer todo lo que estuviera en su poder para ayudar a Bernard y proteger a Tavi.
Isana tembló y no pudo evitar que un suspiro de alivio la atravesara muy poco a poco. Los últimos días habían sido una pesadilla de sangre, miedos y frustración impotente, una lucha para acceder al hombre que tenía el poder necesario para proteger a su familia. Pero en su lugar había llegado hasta lady Aquitania.
Pero Isana se dio cuenta de que si Invidia podía hacer lo que había dicho, si podía asegurarle que Bernard y Tavi estaban a salvo, entonces Isana no tendría más elección que darle a cambio su lealtad con toda su buena fe. Se iba a convertir en algo que destruyera al Primer Señor y lo haría de buena gana si ese era el precio de su protección. Se había comprometido.
Pero eso no tenía importancia. Mientras Tavi y su hermano estuvieran a salvo, valía la pena.
Lady Aquitania no dijo nada y no retiró la mano hasta que Isana volvió a levantar la mirada. Entonces la Gran Señora se puso en pie, miró hacia el vestido y frunció el ceño hasta que el color se oscureció del escarlata a un rojo tan profundo que casi parecía negro y era más adecuado para no llamar la atención por la noche. En ese momento miró a Isana con unos ojos fríos que seguían teniendo un rastro de compasión.
—Vamos a ocuparnos de las comunicaciones, estatúder. He dispuesto que os conduzcan bajo custodia hasta mi mansión, donde os esperan vuestras habitaciones. Os llevaré noticias de vuestro hermano y de vuestro sobrino en cuanto las reciba.
Isana se puso en pie. Los latidos de la cabeza se habían reducido significativamente y la ausencia de dolor era un soporífero potente. Lo que más deseaba era descansar un poco.
—Por supuesto, mi señora —replicó en voz baja.
—Venid conmigo —le indicó—. Os acompañaré al carruaje.
Isana siguió a lady Aquitana fuera del edificio y vio que las estaba esperando un carruaje, que disponía de puestos para media docena de lacayos y cada uno de ellos estaba ocupado por un hombre armado con expresión dura y manos fiables. Lady Aquitana ayudó a Isana con una mano para que pudiese subir los escalones del carromato y un lacayo cerró la puerta a sus espaldas.
—Descansad si podéis —le indicó lady Aquitana, haciendo un gesto seco con la mano hacia la noche.
Un corcel alto y gris apareció en la oscuridad y con el morro empujó con suavidad el hombro de lady Aquitania. Ella apartó la cabeza del animal de su vestido con una expresión de enfado fingido.
—Haré todo lo que esté en mi poder para actuar inmediatamente y haré todo lo que pueda para que el Primer Señor reciba noticias sobre los peligros que acechan aquí y en Calderon. Tenéis mi promesa.
—Muchas gracias —replicó Isana.
—No me deis las gracias, estatúder —le aclaró lady Aquitania—. No os ofrezco esto como un regalo de patrón a cliente. Hemos cerrado un pacto entre iguales y espero que ambas nos beneficiemos en los años que están por venir.
—Como queráis, mi señora.
Lady Aquitania montó con gracia e inclinó la cabeza hacia Isana.
—Martus, ten cuidado —le advirtió al cochero—. Sicarios a sueldo ya han intentado quitarle la vida esta misma noche.
—Sí, Vuestra Gracia —respondió el cochero—. La llevaremos sin correr riesgos.
—Excelente.
Lady Aquitania hizo que el caballo diera la vuelta y partió a un trote rápido por la calle, con el velo y el vestido flotando a su alrededor. Uno de los lacayos dejó caer unas pesadas cortinas de cuero que cubrieron las ventanillas del carruaje, hundiendo el interior en tinieblas y evitando que alguien pudiera ver a la pasajera. El cochero le chasqueó la lengua al tiro y el carruaje emprendió la marcha por la calle.
Isana reclinó la cabeza contra el tapizado y se quedó inmóvil, demasiado cansada para hacer nada más. Lo había hecho. Había pagado un precio que sabía que la iba a perseguir, pero ya estaba hecho. La ayuda para Tavi y Bernard estaba en camino. Todo lo demás no importaba.
Se quedó dormida antes de que el carruaje se perdiera de vista desde la vinatería.