39

—Vamos —indicó Tavi—. Nos tenemos que ir.

—Aún no —replicó Kitai, que se dio la vuelta hacia la entrada del túnel y desapareció por él.

—Cuervos —murmuró Tavi, que dejó a un lado la lámpara y la siguió, siseando—: Desaparece a la derecha, pégate a la izquierda.

Siguió a Kitai de regreso a la repisa sobre la extraña cámara y se agachó a su lado mientras contemplaba el croach, las arañas de la cera de movimientos lentos y los canim inmóviles.

—Por El Único —susurró con los ojos muy abiertos—. Alerano, nos tenemos que ir.

Tavi asintió y se dio la vuelta.

Una araña de la cera apareció por el borde de la repisa, entre ellos y el camino de salida, y se desplazó con una gracia inconsciente por la repisa de piedra hacia Tavi.

Tavi se quedó helado. Las arañas de la cera eran venenosas, pero lo más importante era que trabajaban en equipo con otras de su especie. Si esta los delataba ante sus compañeras, todas saldrían en su persecución, y aunque podrían escapar de las lentas arañas, nunca podrían despistar a los canim hechizados. También podía matar a la araña, pero no sin que esta alertase a las demás.

Miró a Kitai de reojo, y esta solo le pudo devolver la mirada con los ojos muy abiertos.

Y en ese momento la pata delantera de la araña tocó ligeramente la mano de Tavi, que tuvo que apretar los dientes para no gritar.

La araña se detuvo, moviendo los ojos luminosos. Tocó la mano con una pata delantera durante un momento y después usó dos de las extremidades de delante para pasar suavemente sobre el brazo y los hombros. Tavi permaneció rígido y muy quieto. Las extremidades de la araña pasaron con suavidad, tanteando varias veces desde su piel hasta la parte inferior de la cabeza, antes de seguir adelante, pasando por encima de la mano, el codo, los hombros y dejarlo atrás sin atacar, sin lanzar el sibilante grito de alarma y sin darse cuenta de su presencia.

Tavi giró la cabeza de manera casi imperceptible para ver cómo la araña repetía los movimientos sobre Kitai antes de pasar por encima de ella y dirigirse hacia el final de la repisa, donde se agachó y vomitó un charco de croach verde pálido, que empezó a extender por la repisa.

Tavi, perplejo, intercambió una mirada intensa con Kitai y no perdió más tiempo en regresar al túnel y alejarse de la caverna cubierta de croach.

—¿Por qué ha hecho eso? —balbució Tavi en cuanto salieron del túnel—. Kitai, debería haber dado la alarma y atacado. ¿Por qué no lo ha hecho?

Kitai salió del túnel un segundo después e incluso bajo la luz mortecina de la lámpara canim, pudo ver que estaba pálida y temblaba con violencia.

Tavi se quedó totalmente quieto durante un segundo.

—¿Kitai? —preguntó.

Ella se puso en pie, y se abrazó como si tuviera frío y sin fijar los ojos en nada.

—No puede ser —susurró—. No puede ser.

Tavi se acercó a ella y puso las manos sobre sus brazos.

—¿Qué no puede ser?

Ella levantó la mirada hacia él con una expresión de fragilidad.

—Alerano. Si… las viejas historias… Si las historias de mi pueblo están en lo cierto. Esos son los vord.

—Humm —replicó Tavi perplejo—. ¿Los qué?

—Los vord —susurró Kitai y tembló al hacerlo—. Los devoradores. Los comedores de mundos, alerano.

—No he oído hablar de ellos.

—No —reconoció Kitai—. Si lo hubieras hecho, tus ciudades se habrían convertido en cenizas y ruinas. Tu pueblo estaría huyendo, perseguido, al igual que el mío.

—¿De qué estás hablando?

—Aquí no, alerano. Tenemos que volver. —Su voz se elevó aterrada—. No nos podemos quedar aquí.

—De acuerdo —intentó tranquilizarla Tavi—. De acuerdo. Vamos.

Cogió la lámpara de Varg y emprendió el camino de salida de las Profundidades, buscando las marcas que había dejado en las paredes de las intersecciones al pasar.

Kitai tardó un rato en ralentizar la respiración.

—Hace mucho tiempo, mi pueblo vivía en otro sitio. No en las tierras que ocupamos ahora. En aquella época vivíamos como lo hace ahora tu pueblo. En asentamientos, en ciudades.

Tavi arqueó una ceja.

—Nunca había oído nada de eso. Creía que tu pueblo no tenía ciudades.

—No —reconoció Kitai—, ahora ya no.

—¿Qué les ocurrió?

—Llegaron los vord —respondió Kitai—. Tomaron a muchos de nuestro pueblo. Los tomaron como a esas criaturas lobunas en la caverna. A ellos también los han tomado.

—Tomados —repitió Tavi—. ¿Quieres decir controlados? ¿Esclavizados de alguna manera?

—Más que eso —respondió ella—. Las criaturas lobunas que has visto han sido devoradas. Todo lo que albergaban en su interior, lo que los convertía en lo que eran, ha desaparecido. El espíritu ha sido consumido, alerano. Solo queda el espíritu de los vord, y los tomados no sienten ni dolor, ni miedo ni debilidad. El espíritu vord les da mucha fuerza.

Tavi frunció el ceño.

—Pero ¿por qué hacen eso los vord?

—Porque eso es lo que hacen. Se multiplican. Se reproducen. Toman, devoran o destruyen toda vida, hasta que no queda nada más bajo el cielo. Se transforman en vidas nuevas, formas nuevas. —Tembló—. Mi pueblo recopila historias sobre ellos. Docenas de historias horribles, del tipo que hace que incluso los marat se queden cerca del fuego y se enrosquen temblorosos bajo las mantas por las noches.

—Entonces, ¿por qué conserváis esas historias? —preguntó Tavi.

—Para ayudarnos a recordar —explicó Kitai—. Por dos veces los vord han estado a punto de destruir a mi pueblo. Solo dejaron pequeños grupos que huyeron para salvar las vidas. Aunque eso ocurrió hace mucho tiempo, conservamos las historias para avisarnos por si llegan de nuevo. —Se mordió el labio—. Y ahora están aquí.

—¿Cómo lo sabes? Kitai, quiero decir que si los marat se han tomado tantas molestias para recordarlos, ¿por qué no apuntasteis hacia ellos hace dos años y dijisteis: «Oh, mirad, son los vord»?

Kitai dejó escapar un siseo de impaciencia.

—¿Acaso estoy hablando solo para mí? —preguntó—. Te lo he dicho, alerano. Se renuevan y cambian de forma. Son capaces de cambiar de forma y cada vez que los vord han destruido a mi pueblo han aparecido como algo diferente.

—Entonces, ¿cómo sabes que son ellos?

—Por las señales —respondió—. Personas que desaparecen al ser tomadas. Los vord empiezan a trabajar en secreto para que no los descubran antes de tener la oportunidad de multiplicarse y extenderse. Suelen dividir a los que se les oponen para debilitar a sus enemigos. —Volvió a temblar—. Y los dirigen sus reinas, alerano. Ahora lo comprendo: la criatura que habita en el corazón del Valle del Silencio, aquella a la que quemaste, era la reina vord.

Tavi se detuvo para buscar la marca siguiente.

—Creo que la he visto aquí.

—¿En la caverna?

—Sí. Estaba cubierta por una capa y dando órdenes a un cane que no ha sido… sido… —Hizo un gesto vago con la mano.

—Tomado —completó Kitai.

—Tomado.

Tavi le explicó la conversación entre la figura encapuchada y Sarl.

Kitai asintió.

—La has visto. Los vord pretenden matar a tu jefe. Quieren provocar el caos para aumentar su número sin que los detecten. Hasta que sea demasiado tarde.

Tavi se dio cuenta de que aceleraba el paso.

—Cuervos. ¿Lo pueden conseguir?

—La segunda vez que destruyeron a mi pueblo, no los pudimos detener y nos habíamos enfrentado a ellos con anterioridad. Tu pueblo no sabe nada de ellos, así que intentan debilitaros, dividiros.

—La reina vord está utilizando a Sarl —murmuró Tavi—. Divide y vencerás. Él le está proporcionando soldados para empezar el trabajo y su casta está lanzando tormentas contra Gaius para debilitarlo y obligarlo a pasar la mayoría de las noches en su cámara de meditación, de manera que saben dónde estará cuando intenten matarlo. Y la reina sabe que si Alera se debilita, los canim nos atacarán. Quiere que los canim nos ataquen para debilitarnos aún más, y de paso ellos también sufrirán pérdidas y serán más vulnerables ante los vord.

Kitai asintió.

—En nuestras historias enfrentaron a nuestro pueblo de una manera muy parecida.

—Cuervos —maldijo Tavi en voz baja y pensó en el largo pasillo que conducía hasta la cámara de meditación del Primer Señor.

Después del primer cuerpo de guardia no había más entradas o salidas a partir de la escalera o la cámara que se encontraba a un nivel inferior.

Era una trampa mortal.

Tavi aceleró aún más el paso.

—Saben dónde está Gaius. Es posible que veinte canim se puedan abrir camino hasta él. Tenemos que detenerlos.

Kitai lo alcanzó.

—Avisaremos a vuestros guerreros, los conduciremos hasta aquí y destruiremos a los vord.

—Sir Miles —dijo Tavi.

Kitai lo miró sin comprender.

—Es el jefe de guerra —le aclaró Tavi—. Pero no estoy seguro de que vaya a atacar.

—¿Por qué no?

Tavi apretó la mandíbula y siguió adelante, deprisa pero sin ser tan idiota de correr por los túneles para perderse sin remedio.

—Porque no le caigo muy bien. Es posible que no me crea. Y si le digo que conseguí la información de una marat, tendré suerte si solo sale de la habitación hecho una furia.

—Nos odia —afirmó Kitai.

—Sí.

—Eso es una locura —concluyó Kitai—. Los vord son una amenaza para todos.

—Sir Miles también acabará entendiéndolo —reconoció Tavi—. Al final. Pero no estoy seguro de que tengamos tiempo para superar su tozudez. —Tavi movió la cabeza—. Hay que convencer al maestro Killian. Si lo consigo, le dará la orden a Miles.

Llegaron a la última marca que Tavi había dejado en la pared y entraron en túneles que le eran conocidos. Tavi aceleró el paso hasta un trote ligero, mientras la cabeza le daba vueltas con lo que debía hacer y la mejor manera de conseguirlo.

Se dio cuenta de un movimiento repentino delante de él y se apartó a un lado cuando un atacante encapuchado blandiendo una porra pesada apareció detrás de un velo forjado con un artificio de las furias y lo atacó con ella. La porra le alcanzó el brazo izquierdo, y Tavi notó que se quedaba entumecido. Kitai gruñó algo a sus espaldas. Tavi se golpeó con la pared, tropezó y estuvo a punto de caer. Sacó el cuchillo y se volvió para enfrentarse al atacante, justo a tiempo de ver cómo la porra se movía a escasos centímetros de su cara.

Se produjo un estallido de luces brillantes, y todo se volvió negro.