37

El embajador Varg recorrió a toda prisa los túneles de las Profundidades, y Tavi lo siguió.

Durante los primeros cien pasos, Tavi se sintió aterrorizado. Sin armas, sin posición, sin nada que pudiera utilizar como ventaja, Varg lo iba a destrozar y por eso alcanzar al cane iba a ser un suicidio. Pero a pesar de eso, Varg seguía cargando a Kitai. ¿Qué más podía hacer Tavi?

Pero entonces se le ocurrió otra idea. Aun llevando a cuestas a la prisionera, Varg podía haber dejado atrás a Tavi sin demasiado esfuerzo. Las manadas de combate canim incluso podían dejar atrás a las legiones en el campo de batalla, a menos que los aleranos aumentaran su ritmo natural mediante el uso de las calzadas que le transmitían velocidad y resistencia a las tropas. Y a pesar de eso, aunque Varg huía con gran rapidez, nunca se alejaba demasiado de Tavi. Para comprobarlo, el joven frenó la zancada durante un rato, pero la ventaja de Varg no aumentó.

Empezó a albergar sospechas, y empezó a darle vueltas a los hechos. Mientras Tavi recorría los túneles, utilizó el cuchillo para marcar las paredes de piedra en cada intersección, levantando un pequeño estallido de chispas y dejando claramente marcadas las piedras de los túneles. Conocía bien los túneles cercanos a la Ciudadela, pero Varg descendió rápidamente por una galería que Tavi no había explorado nunca y empezó a penetrar en lo más profundo de la montaña, a través de los túneles que conectaban con la ciudad inferior, de manera que las paredes estaban cada vez más cubiertas de moho a medida que bajaban.

Tavi giró en una esquina y descubrió que el túnel se abría en una cámara larga y estrecha. Se detuvo con la linterna en una mano, pero sintió un golpe repentino contra la misma que se la arrancó de las manos y apagó la vela que iba dentro.

Tavi apoyó la espalda en la pared más cercana y apretó con fuerza el cuchillo, mientras intentaba calmar la respiración para poder oír algo. Podía percibir un hilo de agua lento y constante, donde la escorrentía de la montaña que tenían encima se escapaba de las cisternas y se filtraba hasta los canales subterráneos bajo la piel de la montaña. Después de un buen rato, pudo distinguir un resplandor rojo y mortecino, similar al que emitían las lámparas canim en la cámara de Varg. Unos instantes más y sus ojos se acostumbraron lo suficiente para distinguir la silueta enorme y silenciosa del embajador Varg, agachado a una docena de metros delante de Tavi, con una mano sosteniendo por la cintura la espalda de Kitai contra su pecho, mientras que con la otra apretaba las garras negras contra su cuello.

La chica marat parecía más enfadada que asustada, con un brillo feroz en los ojos verdes, y su expresión era orgullosa y fría. Pero no se revolvía contra el cane que era mucho más poderoso que ella.

Varg miró a Tavi con los ojos escondidos en las sombras del morro y el pelaje, y retiró los labios negros de los colmillos.

—Aquí estoy —anunció Tavi en voz muy baja—. ¿Qué queréis que vea?

La lengua de Varg se entretuvo durante un momento sobre los colmillos en lo que pareció una sonrisa complacida.

—¿Por qué crees eso, cachorro?

—No necesitáis nada tan complicado para matarme. Ya lo podríais haber hecho, sin necesidad de conducirme a ningún otro sitio. Así que me imagino que me queréis mostrar algo. Por eso os habéis llevado a Kitai.

—¿Y si fuera así? —gruñó Varg.

—Habéis perdido el tiempo. No era necesario que hicierais esto para traerme aquí.

—¿No? —preguntó Varg—. Tranquilízate, cachorro, ¿me habrías seguido a la profundidad de estos túneles por el mero hecho de que yo te lo hubiera pedido? —El cane mostró sus dientes blancos—. ¿Habrías venido conmigo tan lejos de cualquier ayuda si hubieras tenido otra alternativa?

—Bien jugado —reconoció Tavi—. Pero ahora estoy aquí. Soltadla.

Del pecho de Varg surgió un gruñido profundo que retumbó hasta en los huesos.

—Soltadla, embajador —repitió Tavi y mantuvo el tono plano y sin inflexiones—. Por favor.

Varg lo miró durante un instante más antes de asentir y liberar a Kitai con un pequeño empujón. Ella se alejó del cane tambaleándose y se acercó a Tavi.

—¿Estás bien? —le preguntó Tavi.

Ella agarró el cuchillo que él llevaba metido en el cinturón y se dio la vuelta para encararse con el cane con un brillo asesino en los ojos.

—Espera —le pidió Tavi y le puso la mano sobre el hombro—. Aún no.

Varg dejó escapar una carcajada que estuvo entre la tos y el gruñido.

—Feroz, tu pareja.

Tavi parpadeó.

—Ella no es mi pareja —aclaró.

—Él no es mi pareja —explicó Kitai al mismo tiempo.

Tavi miró a Kitai con las mejillas ruborizadas, mientras ella le lanzaba una mirada ácida.

Varg soltó otra carcajada.

—Hay un montón de lucha en los dos. Eso lo puedo respetar.

Tavi frunció el ceño.

—Supongo que habéis sido quien ha roto mi linterna.

Varg emitió un sonido gutural afirmativo.

—¿Por qué?

—La luz —respondió Varg—. Demasiado brillante. La podrían ver.

Tavi volvió a fruncir el ceño.

—¿Quién la podría ver?

—Por ahora escondamos los colmillos —sugirió Varg, cuyos dientes blancos seguían brillando—. Tregua y después os lo enseñaré.

Tavi asintió con un gesto seco y sin vacilar, antes de enfundar el cuchillo.

—Kitai, por favor guárdalo por el momento.

Kitai lo miró recelosa, pero también enfundó el cuchillo. La postura de Varg cambió hasta aparecer un poco más relajada y dejó que los labios cubrieran los dientes.

—Por aquí.

Varg se inclinó para recoger la lámpara cane, un objeto pequeño de vidrio que parecía una botella llena de brasas líquidas a punto de morir. Al hacerlo, Tavi se dio cuenta de que Varg llevaba puesta la armadura que había visto montada en el maniquí en el Salón Negro, y llevaba su espada enorme colgada del cinturón. Varg dejó la botella en el suelo al lado de una abertura irregular en la pared de la caverna.

—Nada de luz a partir de aquí —gruñó—. A gatas. Apretaros contra la pared de la izquierda y mirad hacia abajo y a vuestra derecha.

Entonces se dejó caer a cuatro patas y pasó su cuerpo largo y delgado a través de la abertura hacia lo que se encontraba al otro lado.

Tavi y Kitai intercambiaron una mirada.

—¿Qué es esa criatura? —preguntó ella.

—Un cane —respondió Tavi—. Viven al otro lado del mar al oeste de Alera.

—¿Amigos o enemigos?

—Su nación es más bien un enemigo.

Kitai movió la cabeza.

—Y este enemigo vive en el corazón de la fortaleza de tu jefe. ¿Hasta qué punto es estúpido tu pueblo?

—Es posible que su nación sea hostil —murmuró Tavi—, pero empiezo a tener mis dudas sobre Varg. Espera aquí. Me sentiré más seguro si alguien me cubre las espaldas mientras estoy ahí dentro con él.

Kitai frunció el ceño.

—¿Estás seguro de que quieres ir?

El gruñido de Varg surgió de la abertura en la pared.

—Humm. Sí. Creo que no corro peligro. Quizá —murmuró Tavi.

Tavi también se dejó caer a cuatro patas y penetró en la abertura que conducía hacia un pasaje bajo y empezó a avanzar antes de que pudiera pensar demasiado en lo que estaba haciendo. Si lo hubiera intentado, habría podido gatear con las rodillas en el suelo y con la espalda rascando los puntos que sobresalían del techo.

Al cabo de unos pocos pasos, la cueva quedó totalmente a oscuras y Tavi se tuvo que obligar a seguir adelante, con el hombro izquierdo apretado contra la pared de ese lado. Varg dejó escapar otro gruñido casi inaudible por delante de él y Tavi intentó darse prisa, hasta que el olor salvaje de Varg y el hedor a hierro le llenaron la nariz. Así siguieron durante un rato, mientras Tavi contaba los «pasos» cada vez que movía y plantaba la mano derecha. A los setenta y cuatro pasos, Tavi distinguió una forma difusa delante de él: la silueta cubierta de pelaje de Varg. Unos tres metros más allá vio una luz pálida de un color verde blancuzco.

Y entonces la pared de la derecha desapareció, y el túnel bajo en el que se encontraban se convirtió en una repisa peligrosamente estrecha situada al final de una galería excavada en la roca viva y húmeda. El cane se incorporó hasta agazaparse muy bajo como si estuviera de caza, miró a Tavi y movió el morro hacia la caverna que tenían debajo. Tavi se incorporó al lado de Varg e instintivamente mantuvo todos los movimientos en silencio.

La caverna era enorme. No dejaba de gotear agua de cientos de estalactitas que colgaban del techo, algunas de ellas más largas que la altura de las murallas exteriores de la Ciudadela. Sus compañeras del suelo se alzaban en conos irregulares, algunas de ellas incluso más largas que las de arriba. Un río caía por una cascada en el extremo más alejado de la galería y se precipitaba varios metros en un estanque burbujeante antes de correr por un canal corto y pasar por debajo del muro oscuro y seguir su curso hasta el río Gaul. Tavi contempló la escena iluminada con la luz verde blancuzca y se quedó horrorizado.

Todas las superficies de la caverna estaban cubiertas de croach.

Tenía que ser eso. Era exactamente lo mismo que había visto en el Bosque de Cera dos años antes. No parecía tan grueso como la cera que había cubierto la extraña cuenca del valle, pero emitía el mismo brillo parpadeante verde blancuzco. Tavi vio a media docena de arañas de la cera deslizándose con una gracia indolente sobre el croach, deteniéndose aquí y allá, con sus ojos luminosos brillando en tonalidades verdes, naranja suave y azul pálido.

Tavi las miró durante un momento, demasiado aturdido para hacer nada más. Entonces sus ojos se dirigieron hacia una zona en la que el croach había crecido hasta convertirse en una especia de ampolla enorme y redondeada que cubría algunas de las estalagmitas más grandes. La superficie de la ampolla parpadeaba con remolinos de luces verdes y era lo suficientemente transparente para revelar las sombras que se movían en el interior.

En el exterior de la ampolla había unos canim. Estaban agachados en la guardia cane a cuatro patas a lo largo de la base de la construcción, formando un perímetro constante con cada uno de ellos separado un metro o metro y medio, y todos ellos armados y con la armadura, la mayoría con las cabezas cubiertas con las capuchas profundas de sus capas rojo oscuro. Ninguno de ellos se movía, ni siquiera se removían. Desde donde estaba agachado, Tavi no los podía ver respirar y parecían más estatuas a todo color que seres vivos. Una araña de la cera atravesó lentamente el croach y subió por encima de un cane agachado como si fuera un accidente del paisaje.

De repente se oyó un aullido que levantó ecos en las paredes de la caverna y casi a los pies de donde se encontraban aparecieron numerosos canim. Tavi vio cómo tres de ellos arrastraban a la cueva a un cane atado que intentaba liberarse. El cane estaba herido, y sus pasos dejaban un rastro de sangre en el suelo de la cueva. Tenía las manos atadas por las muñecas, con los dedos entrelazados, y numerosas vueltas de cuerda le mantenían las mandíbulas cerradas. Sus ojos rojos mostraban un brillo enloquecido, pero por mucho que lo intentaba, el cane no se podía liberar de sus captores.

En contraste, los canim que arrastraban al prisionero estaban en silencio y en calma, sin dejar escapar bufidos ni gruñidos y sin mostrar ninguna expresión en sus feroces caras. Penetraron en el croach, arrastrando al prisionero y aplastando la superficie al avanzar. Las arañas de la cera se desplazaron con una gracia despreocupada hacia las zonas dañadas y empezaron a repararlas, con sus múltiples patas cerrando y alisando el croach hasta adquirir su forma original.

A su lado, el pecho de Varg retumbó con otro gruñido furioso y contenido.

Arrastraron al prisionero hasta lo que resultó ser una abertura en la pared de la ampolla. Tiraron al cane al interior. Un segundo después, otro aullido agudo y amortiguado surgió desde el interior de la construcción.

A su lado, crujió la piedra donde Varg había clavado las garras. Las orejas del cane estaban estiradas hacia atrás y mostraba los dientes en un gruñido letal y silencioso.

Durante un momento no ocurrió nada y entonces salieron cuatro canim de la ampolla. Recorrieron la pared de la construcción hasta que llegaron al extremo de la fila de canim, donde se acomodaron en posturas idénticas y se quedaron quietos. El último cane era el prisionero, que ahora estaba libre de las ataduras. Aparecieron un par de arañas de la cera y empezaron a subir con suavidad sobre el cane, con las patas repartiendo croach gelatinoso sobre las heridas del guardia.

—Rarm —gruñó el embajador Varg en una voz casi inaudible que sonó como la cascada de un río—. Cantaré tu canción de sangre.

Un momento después, las sombras se movieron de nuevo dentro del edificio y otro cane salió de él. Sarl seguía teniendo una apariencia delgada, furtiva y peligrosa. Sus ojos escarlata se movieron alrededor de la cámara y cuando una araña de la cera lo rozó mientras intentaba reparar el croach que había roto, Sarl dejó escapar un gruñido y la lanzó de una patada contra la estalagmita más cercana. La araña de cera la golpeó con un chasquido y cayó sobre el croach con las patas temblorosas.

Sin la más mínima vacilación, otras dos arañas desviaron su camino y empezaron a sellar a la araña moribunda dentro del croach, donde Tavi sabía que acabaría disuelta con el tiempo para convertirse en alimento para las criaturas.

Una segunda forma surgió de la ampolla, esta más pequeña, quizás un poco más alta que un humano normal. Llevaba una capa de un color gris oscuro y la capucha le cubría la cabeza, pero la manera de moverse era inquietantemente inhumana, demasiado elegante y serena.

—¿Quién es el último? —preguntó la figura encapuchada con una voz que era totalmente extraña en tono e inflexión, y no revelaba nada de lo que estaba escondido bajo la capa.

—Lo encontraremos —gruñó Sarl.

—Es necesario —replicó la figura—. Podría advertir a los aleranos sobre nosotros.

—Varg es odiado —explicó Sarl—. Fue incapaz de algo tan sencillo como conseguir una audiencia con el líder alerano. Aunque pudiera hablar con él, los aleranos no le creerían nunca.

—Quizá sí —reconoció la figura encapuchada—. Quizá no. Ahora no nos podemos arriesgar a que nos descubran.

Sarl movió los hombros de una manera extraña y no dijo nada.

—No —prosiguió la figura—. No les tengo miedo. Pero no tiene demasiada lógica que permitamos que corran peligro nuestras posibilidades de triunfo.

Sarl le lanzó a la figura encapuchada una mirada hosca y se apartó un paso.

—¿Están preparados tus aliados? —preguntó la figura.

—Sí. Las tormentas golpearán esta noche toda la costa occidental. Le obligarán a permanecer en su cámara para contenerlas. Solo hay un camino hacia la cámara. No escapará.

—Muy bien —asintió la figura—. Encuentra a tu jefe de manada. Si no lo encuentras antes de ponerse la luna, atacaremos sin él.

—Es peligroso —objetó Sarl—. Mientras siga vivo no estaremos a salvo.

—No es una amenaza para mí —replicó la figura—. Solo para ti. Atacaremos cuando se ponga la luna. Después de eso…

La figura encapuchada se calló y se dio la vuelta de manera abrupta, mirando hacia la repisa y directamente a Tavi.

Tavi se quedó helado y se le secó la boca.

El momento pasó en silencio, y la figura encapuchada se volvió de nuevo hacia Sarl. Al hacerlo, un par de canim se levantaron en su puesto al lado de la construcción y tomaron posición al lado de Sarl.

—Cogedlo. No lo dejéis escapar.

Los dientes de Sarl se cerraron con fuerza emitiendo un fuerte sonido de hueso contra hueso y los canim se dieron la vuelta para salir de la cámara.

La figura encapuchada volvió a mirar hacia la repisa durante un instante, antes de darse la vuelta y regresar a la ampolla.

Varg empujó a Tavi e hizo un gesto hacia el túnel. Tavi se dio la vuelta y volvió a caer a cuatro patas para gatear hacia la cámara donde esperaba Kitai con el cuchillo y la lámpara canim. Tavi se puso en pie inmediatamente, intranquilo por la presencia silenciosa y peligrosa del cane detrás de él, y se colocó al lado de Kitai con las espaldas apoyadas en la pared para encararse con Varg.

—¿Qué has visto? —susurró Kitai.

—Guardianas del silencio —respondió—. Croach. Un nido enorme, muy parecido al del Bosque de Cera.

Kitai respiró con fuerza.

—Entonces ha venido hasta aquí.

—Sí —asintió Tavi.

El cane salió del túnel y se puso en pie, estirándose en toda su altura. Aunque no enseñaba los dientes, las orejas de Varg seguían estiradas hacia atrás aplastadas contra la cabeza, y la rabia hervía a su alrededor en una nube invisible.

Tavi miró a Varg.

—¿Qué les ha ocurrido? —le preguntó.

Varg movió la cabeza.

—Están hechizados, aunque no sé cómo.

—Pero ¿quiénes son?

—Miembros de mi manada de combate —respondió Varg—. Mis guardias.

Tavi frunció el ceño.

—Pero solo se os permiten seis. Ahí había veinte.

—Veintiuno —le corrigió Varg—. A Garl lo hirieron en el vientre cuando los otros vinieron a por nosotros. Lo envié por delante hacia las tierras de sangre antes de que esas cosas lo pudieran tomar como a Rarm.

—¿Sabíais que iban a por vos? —preguntó Tavi.

Varg asintió.

—Empecé a sospecharlo hace dos días, cuando cuatro de mis guardias se estaban preparando para irse. Mencionaron que había ratas en su alojamiento. Nunca las habíamos tenido. Pero un mes antes, Morl y Halar dijeron lo mismo, y al día siguiente, cuando se fueron, comenzaron a actuar de manera extraña.

—¿Extraña de qué manera? —preguntó Tavi.

El embajador movió la cabeza.

—Silenciosos y distantes. Más de lo habitual. —Entornó los ojos—. Sus orejas no tenían el aspecto correcto.

Tavi frunció el ceño.

—Entonces… los guardias que debían partir, los que pensabais que regresaban a vuestra tierra, en realidad no se fueron. En su lugar, bajaron aquí a las Profundidades.

Varg gruñó.

—Y Sarl está detrás de todo esto. Con el encapuchado que embruja a mis lobos.

—¿Por qué haría algo así? —preguntó Tavi.

Varg bufó.

—Entre mi gente existen muchas… castas, como diríais vosotros. Los guerreros son la casta más grande y más fuerte. Pero los Ilarum también son muy fuertes. Los profetas de sangre. Hechiceros. Embusteros, traidores. Sarl es un Ilarum, aunque finge que es de una casta inferior, trabajando para mí en secreto. Como si no tuviera cerebro en la cabeza. Los profetas de sangre odian a tu gente. Están decididos a destruiros por todos los medios.

—Entonces Sarl está colaborando con el encapuchado —concluyó Tavi.

—Y ha venido a matar a Gaius —concretó Varg—. Quiere debilitar vuestro liderazgo. Dejaros vulnerables. —Varg descansó la mano sobre la empuñadura de la espada y mostró los dientes con una sonrisa fácil—. Intenté avisar a tu Primer Señor, pero un cachorro con más redaños que cerebro me detuvo con un cuchillo.

—Así que me lo insinuasteis —reflexionó Tavi—, con la esperanza que yo lo descubriera por mí mismo. Por eso también le enviasteis la carta a Gaius, para que investigase los barcos y descubriera que los guardias no se iban en realidad.

Varg dejó escapar un gruñido que de alguna forma pereció una afirmación.

—No funcionó, así que te he traído aquí.

Tavi ladeó la cabeza y estudió a Varg con atención.

—¿Por qué?

—¿Por qué, qué?

—¿Por qué descubrirnos todo esto? Vos sois un enemigo de mi pueblo.

Varg se quedó mirando a Tavi durante un momento.

—Sí —respondió al fin—, y un día mi pueblo vendrá a por vosotros, cachorro. Y cuando le corte el cuello a tu Primer Señor será en un campo de batalla, después de quemar vuestras tierras, destruir vuestros hogares y matar a vuestros guerreros… y a ti. No habrá secretos ni hechicería ni traiciones. Un día arrancaré las tripas a toda tu parentela, alerano, y me verás venir.

Tavi tragó saliva aterrado.

Varg continuó.

—No tengo estómago para los métodos de Sarl. Él sacrifica las vidas de mi manada para forjar una traición que cree que nos entregará vuestras tierras. Desafía mi autoridad. Acuerda pactos con fuerzas desconocidas que practican una hechicería extraña. Nos roba nuestra victoria de honor y de pasión. —Varg alzó las garras de la mano derecha y las contempló durante un instante—. Así no la quiero.

—También os quiere muerto —señaló Tavi.

Varg volvió a enseñar los dientes.

—Pero lo descubrí demasiado tarde. Toda mi manada de combate estaba hechizada, excepto dos, que ahora también se han ido. Me perseguirán. Es posible que me maten. Pero no dejaré que Sarl diga que me superó por completo. Así que el siguiente paso es tuyo, cachorro.

—¿Mío? —preguntó Tavi.

Varg asintió y gruñó.

—No queda mucho tiempo hasta que Sarl se ponga en marcha y ambos sabemos que aunque pudiese hablar con Gaius, no me iba a creer fácilmente. —Varg se puso la capucha de la capa y se dirigió hacia un pasaje que partía de la larga galería—. Sarl no tardará mucho en seguirme el rastro. Lo alejaré de aquí. Ahora eres el único que los puede detener, cachorro.

Varg desapareció en la oscuridad del túnel, dejando atrás la lámpara con la mortecina luz escarlata.

—Cuervos —maldijo Tavi en voz baja—. ¿Por qué me siguen pasando estas cosas?