Tavi miró a través de un espacio enorme de aire vacío hacia la Torre Gris, y su corazón latió con lo que algunas personas podrían calificar de terror abyecto.
No le resultó difícil dar con alguien que le indicara dónde se encontraba la Torre Gris. Tan solo le preguntó a un legionare cívico cuyo exceso de alegría se mostraba en la nariz enrojecida y en un aliento casi incendiario. Le contó que estaba de visita en la ciudad y que quería verla. El legionare había sido amistoso y servicial, y le había dado a Tavi una orientación que solo comprendió a medias debido a los sonidos sibilantes, pastosos y mal articulados que emitió. Después de eso, Tavi y Kitai se deslizaron a través de las calles de la capital, cuidándose de evitar las celebraciones más activas, como las de la calle de los Artesanos.
Ahora estaban en lo alto de un acueducto que conducía el agua desde un manantial en las montañas, fuera de la capital, y que atravesaba la gran cuenca verde de campos y explotaciones que rodeaban la ciudad. El acueducto se dividía en una docena de ramales que alimentaban de agua fresca los depósitos de toda la ciudad. Desde su atalaya, Tavi podía ver la inclinación casi imperceptible del acueducto, que pasaba por encima de casi todo un vecindario, y sus enormes arcos sostenían en lo más alto el canal de piedra por donde corría el agua cantarina con un soniquete constante mientras Kitai y él seguían avanzando sin pausa. A solo unos centenares de metros por delante, el acueducto pasaba entre el cuartel general y los barracones de la Legión Cívica a un lado y la Torre Gris al otro.
Kitai lo miró de reojo, sin frenar el paso, avanzando con una confianza perfecta a pesar de la brisa nocturna y el paso estrecho y resbaladizo que ofrecía el borde del acueducto.
—¿Quieres que vaya más despacio?
—No —respondió Tavi irritado y concentrado en su destino e intentando no pensar en lo fácil que sería caer hacia una muerte humillante—. Sigue adelante.
Kitai se encogió de hombros con una sonrisita engreída marcándole los labios y se alejó de él.
Tavi estudió la Torre mientras se acercaban. Le sorprendió la sencillez del edificio. Tampoco se parecía demasiado a una torre. Tavi se había imaginado algo elegante y sombrío, quizás algo oscuro, recto y amenazador, donde los prisioneros tendrían suerte si podían tirarse desde lo alto de la torre para encontrar una muerte humillante. En cambio, el edificio no se distinguía demasiado de los cercanos barracones de la legión. Era más alto, las ventanas muy estrechas y se veían menos puertas. La torre estaba rodeada por una zona de césped bastante amplia, que a su vez estaba limitada por una empalizada. Se veían guardias ante las puertas de la empalizada que daba a la entrada delantera del edificio, y patrullando alrededor del exterior de la misma.
—Tiene un aspecto bastante… bonito —murmuró Tavi—. En realidad, bastante agradable.
—No existe ninguna cárcel agradable —replicó Kitai.
La muchacha se detuvo de repente y Tavi estuvo a punto de tropezarse con ella, pero pudo recuperar el equilibrio y la miró fijamente mientras otro grupo de cantantes vagabundos pasaban por la calle bajo el acueducto. Cada miembro del grupo sostenía una vela mientras caminaban, interpretando una de las melodías tradicionales de la festividad.
Kitai miró de cerca al grupo mientras pasaba.
—¿Te gusta la música?
—Todos cantáis mal —respondió Kitai con la mirada llena de intensidad y curiosidad—. No lo hacéis bien.
—¿Por qué dices eso?
Ella levantó una mano irritada.
—Entre mi pueblo, cantas la canción con los labios. A veces muchas canciones a la vez. Cada uno que canta teje su canción con las que ya se están cantando. Al menos tres de ellos, o no vale la pena hacerlo. Pero vosotros los aleranos solo cantáis una, y todos cantáis de la misma manera. —Movió la cabeza con una expresión de perplejidad—. Toda la práctica que necesitáis para hacerlo debe de aburrir mortalmente a tu gente.
Tavi sonrió.
—¿Pero te gustan los resultados?
Kitai contempló cómo el grupo se perdía de vista y su voz sonó melancólica.
—No lo hacéis bien.
La muchacha avanzó de nuevo y Tavi la siguió hasta que se encontraron a la altura de la Torre Gris. Tavi miró por encima del borde del acueducto de piedra: había una caída de unos buenos quince metros hasta la tierra endurecida por innumerables botas de un campo de instrucción de la legión, que se apoyaba en el muro que rodeaba la torre. Un fresco viento primaveral llegó desde las montañas, frío y rápido, y Tavi se tuvo que echar hacia atrás para no perder el equilibrio y caer. Se obligó a fijar los ojos en el tejado de la torre en lugar de mirar hacia abajo.
—Deben de ser unos quince metros —le comentó a Kitai en voz baja—. Ni siquiera tú podrías saltarlos.
—Cierto —reconoció Kitai, mientras echaba hacia atrás la capa para liberar sus brazos y abrir una bolsa grande y pesada de cuero curtido por los marat. De ella sacó un rollo de cuerda gris, que casi parecía metálica.
Tavi la miró con el ceño fruncido.
—¿Es esa cuerda que se fabrica con cabello de Hombres de hielo?
—Sí —contestó.
Volvió a meter la mano en la bolsa y sacó tres ganchos de metal muy simples. Los unió encajando unos pequeños resaltos en los huecos de los ganchos y los fijó sólidamente con un trozo de cuerda de cuero, de manera que los ganchos se cerraban con unos dedos de acero alrededor de un hueco central.
—Ese gancho de escalada no es de fabricación marat —comentó Tavi.
—No. Era de un ladrón alerano. Una noche vi cómo robaba una casa.
—¿Y se lo robaste?
Kitai sonrió y sus dedos volaron mientras anudaba la cuerda al gancho.
—El Único nos enseña que lo que uno les da a los demás, lo recibe en recompensa. —Le lanzó una sonrisa enseñando unos dientes afilados y le ordenó—: Agáchate, alerano.
Tavi se dejó caer sobre una rodilla mientras Kitai levantaba el gancho y lo hacía girar en un círculo, soltando cuerda y ganando velocidad. No tardó mucho tiempo. Cuatro, cinco vueltas, dejó escapar un siseo, y lanzó el gancho y la cuerda para cubrir la distancia que los separaba del tejado. El metal chocó con suavidad contra la piedra.
Kitai empezó a recoger la cuerda, muy lentamente y con mucho cuidado. La cuerda se resistió de repente y ella se inclinó hacia atrás, aumentando cada vez más la presión.
—Aquí —indicó—. En la bolsa. Hay una punta de metal y un martillo.
Tavi deslizó la mano dentro de la bolsa y los encontró. La punta tenía un anillo abierto en el extremo romo y Tavi la cogió enseguida. A continuación se arrodilló con punta y martillo, y se quitó la capa que dobló varias veces antes de clavar con cuidado la punta entre las piedras del acueducto, utilizando la tela para amortiguar el sonido de los martillazos. Tavi la clavó en un ángulo opuesto al sentido de la presión de la cuerda, y cuando terminó, levantó la mirada y vio que Kitai estaba comprobando la punta con aprobación.
Ella le dio el cabo de la cuerda marat y Tavi la pasó por el ojo en el extremo de la punta. Recogió el último metro muy poco a poco, con Kitai manteniendo con sumo cuidado la presión contra el gancho de agarre, hasta que fue capaz de apoyar todo su peso sobre ella sin que se moviera.
Kitai asintió con un gesto seco y sus manos volaron al ejecutar otro nudo, con el que Tavi no estaba familiarizado. La chica tiró de la cuerda, utilizando el nudo para tensarla aún más antes de soltarla y lanzarle un gesto de asentimiento a Tavi.
El muchacho soltó poco a poco la cuerda, que emitió un leve zumbido y quedó fijada entre el acueducto y la Torre, brillando como una telaraña bajo el ambiente radiante de las miles de lámparas de furia de la ciudad.
—Así que —comentó Tavi— cruzamos por la cuerda para evitar las furias de tierra y madera en la extensión de césped. ¿Cierto?
—Sí —asintió Kitai.
—Eso nos deja con las furias de viento de guardia alrededor del tejado —reconoció Tavi—. Y parece que pueda haber gárgolas a cada lado. ¿Ves allí esos bultos?
Kitai frunció el ceño.
—¿Qué es una gárgola?
—Es una furia de tierra —explicó Tavi—. Una estatua que es capaz de percibir y moverse. No son muy rápidas, pero sí muy fuertes.
—¿Intentarán hacernos daños?
—Probablemente —respondió Tavi en voz baja—. Responderán ante movimientos en el tejado.
—Entonces no debemos poner los pies en el tejado, ¿es eso?
Tavi asintió.
—Es posible que funcione. Pero no veo otra forma de entrar que a través de la puerta en el tejado. Hay guardias en todas las puertas inferiores.
—Dame tu capa —le pidió Kitai.
Tavi se la pasó.
—¿Qué vas a hacer?
—Ocuparme de las furias de viento —respondió.
Kitai se quitó la capa y metió las dos en la corriente fría del agua que corría por el acueducto, empapándolas bien. Después abrió otra bolsa y sacó un pesado bote de madera, que estaba lleno de sal y empezó a extenderla sobre las capas mojadas.
Tavi la miró con el ceño fruncido.
—Sé que la sal les resulta dolorosa a las furias de viento —reconoció—. Pero ¿funciona de verdad?
Kitai se detuvo y lo miró, después bajó la vista hacia su ropa y sus joyas, antes de volver a mirar a Tavi.
Él alzó las manos.
—De acuerdo, de acuerdo, si tú lo dices.
Kitai se levantó un momento después y le lanzó la capa. Tavi la cazó al vuelo y se puso la masa empapada. Kitai hizo lo mismo.
—¿Estás listo, alerano?
—¿Listo para qué? —preguntó Tavi—. Aún no estoy seguro cómo vamos a entrar sin tocar el tejado.
Kitai señaló hacia las ventanas estrechas en el piso más alto.
—Entraré por allí. Espera a que esté en el otro lado antes de empezar a cruzar. La cuerda no está pensada para aguantar a dos personas.
—Será mejor que vaya yo primero —sugirió Tavi—. Soy más pesado y si se va a soltar, lo hará conmigo.
Kitai frunció el ceño, pero asintió, antes de hacer un gesto hacia la cuerda.
—Adelante, pero déjame sitio para trabajar cuando llegues al otro lado.
Tavi asintió y se dio la vuelta para mirar la delgada cuerda que se extendía hasta la Torre Gris. Tragó saliva y sintió cómo le temblaban los dedos. Pero se obligó a ponerse en marcha y se agachó para cogerla entre las manos. Se dejó caer, con la cabeza hacia la Torre Gris, las manos en la cuerda y los talones cruzados en forma de X para aguantarse las piernas. Soplaba el viento, la cuerda se mecía y Tavi rezó para que el gancho no se soltase de su agarre. Entonces, con todo el cuidado y la suavidad que fue capaz, empezó a deslizarse sobre el abismo en dirección hacia la Torre Gris. Miró una vez atrás para ver cómo Kitai lo estaba contemplando con los ojos brillando de picardía y con una mano sobre la boca, que no ocultaba lo que se estaba divirtiendo.
Tavi se obligó a concentrarse en la tarea que tenía entre manos con el movimiento constante y seguro de brazos y piernas, dedos y manos. No se dio prisa, sino que se desplazó con gran precaución hasta que cruzó la distancia. Pudo ver el alféizar de una ventana y bajó los pies con cuidado para apoyarlos en él hasta que estuvo seguro de que aguantaría su peso. Entonces se apoyó con más fuerza en el alféizar y miró hacia Kitai con una mano en la cuerda para no perder el equilibrio.
La muchacha marat no se colgó de la cuerda como había hecho él, sino que dio un paso como si fuera tan ancha y firme como una viga de madera pesada. Con los brazos en jarras se movió con una especie de arrogancia despreocupada de la caída mortal que tenía debajo, cruzó la distancia en un tercio del tiempo que había tardado Tavi, saltó, girando en el aire y aterrizó con los talones bien firmes a su lado en el alféizar.
Tavi la miró durante un momento, y ella le guiñó un ojo.
—¿Sí?
Él movió la cabeza.
—¿Dónde aprendiste eso?
—¿A caminar sobre la cuerda? —preguntó.
—Sí. Ha sido… impresionante.
—Era un juego de cachorros. Todos lo jugamos cuando somos pequeños. —Sonrió—. Se me daba mucho mejor cuando era más joven. Podría haber corrido por ella. —Se volvió hacia la ventana y miró a través del vidrio—. Una sala. No veo a nadie.
Tavi miró.
—Ni yo tampoco —confirmó antes de sacar el cuchillo del cinturón y probar el filo sobre el vidrio que cubría la ventana. Era una sola hoja insertada directamente en la piedra mediante un artificio—. Tendremos que romperla —informó a Kitai.
Ella asintió con un gesto seco y de otra bolsa sacó un trozo de algún tipo de tela gruesa, que enrolló con rapidez antes de sacar una botellita y abrirla. Cuando vertió una especie de sustancia espesa y aceitosa en la palma de la mano se produjo un hedor muy fuerte y Kitai la extendió sobre la ventana. Se limpió con rapidez la sustancia de la piel con la tela, y empezó a mover los labios con el ceño fruncido.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Tavi.
—Contar —contestó—. Vas a conseguir que pierda la cuenta.
Kitai siguió contando durante más o menos un minuto antes de colocar la tela sobre la ventana, donde quedó pegada casi al instante. Extendió la tela todo lo que pudo y esperó un poco más antes de sacar el cuchillo y golpear el vidrio con un golpe seco y preciso con el pomo redondeado.
El vidrio se rompió con un crujido seco. Kitai lo volvió a golpear en diversos puntos y retiró lentamente la tela. Tavi vio que el vidrio de la ventana estaba pegado a la tela. A continuación, Kitai cogió el trozo de la tela con la que se había limpiado la mano y la presionó contra el muro al lado de la ventana, donde quedó enganchada con tanta fuerza como contra el vidrio.
Miró a Tavi mientras retiraba algunos trozos astillados de vidrio que habían quedado sueltos, antes de doblarse con gran flexibilidad y entrar en la Torre Gris a través de la ventana.
Tavi movió la cabeza y se dirigió hacia la ventana, agarrándose con cuidado a la cuerda. Se sentía torpe y lento en comparación con la chica marat, lo que era ligeramente enojoso, pero al mismo tiempo sentía un verdadero placer al ver su habilidad y confianza. Como él, Kitai no tenía capacidad para manipular las furias, pero estaba claro que no creía que eso representara ninguna desventaja y no tenía ninguna razón para pensar lo contrario, porque se había pasado los últimos meses burlándose de las medidas de seguridad establecidas mediante artificios de las furias y derrotándolas con inteligencia y habilidad.
Tavi memorizó el truco con el adhesivo y la tela para usarlo en el futuro, y entró en la Torre con un salto que le llevó a agacharse al lado de Kitai.
Se encontraban en una especie de vestíbulo con ventanas a un lado y unas pesadas puertas de madera en el otro. Tavi se acercó a la puerta más cercana y tanteó el pomo.
—Cerrada —informó con un susurro y metió la mano en la bolsa que le colgaba del cinturón, de la que sacó un rollo de cuero que contenía algunas pequeñas herramientas.
—¿Qué estás haciendo?
—Abrir —contestó.
Tavi deslizó una herramienta en la cerradura, cerró los ojos y notó que se abría camino a través del mecanismo de cierre. Un momento después afirmó el agarre de la herramienta y la giró ligeramente, soltando el pestillo.
Tavi abrió la puerta que daba a un dormitorio pequeño y desierto. Había una cama, una silla, un orinal y nada más que paredes de piedra desnudas.
—Una celda —murmuró y volvió a cerrar la puerta.
Kitai le quitó la herramienta de las manos, la miró y después fijó sus ojos en Tavi.
—¿Cómo? —preguntó.
—He estado aprendiendo este tipo de cosas —contestó Tavi—. Te lo mostraré más tarde. ¿Cómo has podido robar todo eso sin saber cómo se abre una cerradura?
—Robando las llaves —contestó Kitai—. Obviamente.
—Obviamente —musitó Tavi—. Vamos.
Recorrieron la sala y Tavi comprobó todas las puertas. Todas las habitaciones eran iguales: grises, sencillas y vacías.
—No debe de estar en este piso —murmuró Tavi cuando llegaron al final de la sala.
Allí había una puerta que abrió Tavi para dar paso a una escalera que giraba hacia abajo, iluminada por la mortecina luz anaranjada de una lámpara de furia. El sonido rebotaría con alegría a lo largo de la escalera, de manera que Tavi le lanzó un aviso a Kitai para que permaneciera en silencio, antes de atravesar la puerta y pisar el primer escalón. No había bajado más de tres o cuatro escalones cuando oyó el sonido de una canción que resonaba a través de la parte inferior de la torre, otra melodía del Final del Invierno, aunque esa interpretación se basaba más en la bebida que en la práctica.
Tavi sonrió y se movió con algo más de rapidez. Si los guardias en la parte inferior estaban bebidos, iba a ser bastante más fácil moverse por la Torre.
Se detuvieron en el descansillo del siguiente piso, y Tavi abrió la puerta que daba al vestíbulo. Descubrió otra fila de celdas, similares a las del piso superior. Las pasaron de largo para bajar un piso más, cuando Kitai agarró de repente a Tavi por el hombro y apretó los dedos en señal de advertencia.
Justo por debajo de ellos llegó el sonido de cómo se abría una cerradura pesada y voces de hombres que hablaban entre ellos. Tavi se quedó helado. Los pasos empezaron a bajar por la escalera hacia la canción.
Tavi esperó hasta que se desvanecieron antes de bajar el resto de los escalones, intentando que la excitación no le hiciese resbalar. Abrió la cerradura de la puerta que daba a la escalera con la misma facilidad que las demás, que daba paso a una zona muy diferente de los pisos superiores.
Aunque el mobiliario seguía siendo muy sencillo, todo el piso estaba dedicado a una habitación muy grande. Había una bañera enorme, numerosas estanterías con libros al lado de sofás y sillones sencillos en los que uno se podía sentar a leer, una mesa para cuatro personas donde se podía servir la comida y una cama grande, aunque todo ello se encontraba detrás de unos pesados barrotes de acero con una sola puerta. Las ventanas también estaban aseguradas con barrotes.
—Os he dicho que estoy bien —dijo una voz pesada y cansada, que surgía de algún punto del bulto debajo de las sábanas de la cama—. Solo necesito descansar.
—Max —siseó Tavi.
Max, con el cabello corto húmedo y aplastado contra la cabeza, se sentó de un salto en la cama y se le descolgó la mandíbula.
—¿Tavi? ¿Cómo cuervos has entrado aquí? ¿Qué cuervos estás haciendo aquí?
—Liberarte —respondió Tavi, mientras se acercaba a la puerta de barrotes y Kitai dejaba ligeramente abierta la puerta que daba a la escalera y se quedaba vigilando.
Tavi empezó a trabajar en la cerradura.
—No te molestes —le recomendó Max—. La llave está sobre la mesa en el muro norte.
Tavi se dio la vuelta, la vio y la cogió.
—Esto no es lo que se dice muy seguro.
—Todos los que acaban en esta celda están detenidos más que nada por motivos políticos —explicó Max—. Los barrotes tan solo son decorativos. —Sonrió con tristeza—. Además, los artificios de las furias no funcionan aquí dentro.
—Pobrecito bebé, sin artificios —se burló Tavi, metiendo la llave en la cerradura—. Vamos. Vístete y salgamos de aquí.
—¿Estás de broma, verdad?
—No. Te necesitamos, Max.
—Tavi —replicó Max—. No seas loco. No sé cómo has entrado aquí, pero…
—Alerano —siseó Kitai—. Falta poco para el amanecer. —Volvió la cabeza hacia Tavi y se le cayó la capucha de la cabeza—. Nos tenemos que ir, con o sin él.
—¿Quién es? —preguntó Max y parpadeó—. Es una marat.
—Esta es Kitai. Kitai, este es Max.
—Es una marat —jadeó Max.
Kitai arqueó una ceja pálida.
—¿Es corto de entendederas? —le preguntó a Tavi.
—A veces también me lo parece —reconoció Tavi, quien entró en la celda y se acercó a Max—. Vamos. Mira, no podemos dejar que ese idiota de Brencis provoque el caos en todo el Reino. Te vamos a sacar de aquí. Bajaremos hasta las Profundidades, apareceremos cerca del palacio y te llevaremos con Killian si nadie tiene una idea mejor. Vuelves al trabajo y ayudas a mi tía.
—Huir de prisión es una ofensa al Reino —explicó Max—. Me podrían colgar por ello. Más aún, te podrían colgar a ti por ayudarme. Y grandes y malditas furias, Tavi, lo estás haciendo en compañía de una marat.
—No menciones a Kitai delante de Killian y Miles. El resto lo arreglaremos más tarde —replicó Tavi.
—¿Cómo?
—No lo sé. Aún. Pero lo haremos, Max. Un montón de gente puede sufrir daños si la situación se nos va de las manos.
—No se puede conseguir —afirmó Max—. Tavi, es posible que hayas entrado, pero los artificios que bloquean las vías de salida son más numerosos y el doble de fuertes. Detectarán todo lo que intente hacer y…
Tavi recogió unos pantalones anchos de lino y se los tiró a Max a la cabeza.
—Póntelos. Hemos entrado sin utilizar ninguna furia, y vamos a salir de la misma manera.
Max miró a Tavi durante un segundo con escepticismo.
—¿Cómo?
Kitai emitió un sonido de disgusto.
—Aquí todo el mundo piensa que no se puede hacer nada sin hechicería, alerano. Lo repito: estáis todos locos.
Tavi se volvió hacia Max.
—Max, esta noche me has salvado la vida. Pero necesito que me sigas ayudando, y te juro que en cuanto mi familia esté a salvo haré todo lo que esté en mi poder para asegurarme de que no te castigan por esto.
—Todo lo que esté en tu poder, ¿eh? —replicó Max.
—Ya sé que no es mucho.
Max miró a Tavi durante un segundo antes de bajar los pies de la cama y ponerse los pantalones de lino.
—Ya tengo bastante. —Dejó escapar un siseo de incomodidad al levantarse sobre unos pies tambaleantes—. Lo siento. Me han curado las heridas, pero sigo bastante entumecido.
Tavi metió las almohadas debajo de las sábanas, imitando el bulto que formaba Max, antes de poner el hombro bajo el brazo de su amigo para darle apoyo. Con suerte, los guardias dejarían que «Max» durmiese en paz durante horas antes de que se dieran cuenta de que el prisionero no se encontraba ya en su celda. Salieron y Tavi cerró la celda a sus espaldas y devolvió la llave a su lugar.
—Tavi —murmuró Max, mientras subían por la escalera, seguido por Kitai—. Nunca he tenido un amigo que hiciera algo así por mí. Muchas gracias.
—Eh —replicó Tavi—, no me des las gracias hasta que veas por dónde vamos a salir.