28

Killian levantó una mano temblorosa hasta su cara y apoyó la frente en la palma abierta. Se quedó en silencio durante un momento, pero a Tavi ese momento le pareció que duraba días, o quizá más.

Tavi se lamió los labios y miró a Fade, quien parecía dormir en el suelo al lado del camastro de Gaius. Pero no estaba dormido. Tavi no estaba seguro de cómo lo sabía, pero tenía la certeza de que Fade estaba despierto y lo escuchaba todo con atención. El Primer Señor tenía el mismo aspecto que la última vez que Tavi lo había visto. Parecía que Gaius seguía hundido en sí mismo con un rostro frágil y carente de color.

Sir Miles, que había estado sentado en el nuevo escritorio en un rincón de la sala de meditación, leyendo metódicamente todos los mensajes que se le enviaban al Primer Señor, tenía el aspecto de alguien a quien le hubieran dado una patada en el estómago.

—No quería que ocurriera nada de esto —rompió el silencio Tavi—. Ni tampoco Max.

—Eso espero —replicó Killian con voz suave.

—Vosotros… —Miles respiró hondo en un claro intento de contener el enfado. Apretó los dientes y con la misma claridad perdió los estribos—. ¡Idiotas! —gritó—. ¡Estúpidos idiotas, que se os lleven los cuervos! ¿Cómo habéis podido hacer algo así? ¿Qué imbécil traidor se ha llevado el cerebro de vuestras cabezas sin seso? —Apretó las manos y las volvió a abrir y cerrar varias veces, como si estuviera estrangulando crías de pato—. ¿Tenéis idea de lo que habéis hecho?

Tavi sintió que se le ruborizaba la cara.

—Fue un accidente.

Miles gruñó y abofeteó el aire.

—¿Fue un accidente el que los dos abandonarais la Ciudadela cuando sabíais que debíais estar disponibles? ¿Cuándo sabéis lo que hay en juego?

—Fue por mi tía —explicó Tavi—. Fui a ayudarla. Creía que tenía problemas. —Tavi sintió que se le emborronaba la vista con lágrimas de frustración, y se las limpió violentamente con una manga—. Y tenía razón.

—Tu tía es una persona, Tavi —gruñó Miles—. Lo que has hecho ha puesto en peligro todo Alera.

—Yo no tengo parentesco con todo Alera —le respondió Tavi a gritos—. Prácticamente es la única persona con quien tengo vínculo de sangre. Mi única familia. ¿Comprendéis lo que significa? ¿Tenéis familia, sir Miles?

Se produjo un silencio pesado y parte del enfado se desvaneció del rostro del capitán.

—Ahora ya no —reconoció Miles en voz baja.

La mirada de Tavi se posó en Fade, quien estaba tendido justo en la misma posición, pero le pareció que podía sentir en él una especie de tensión atenta al mencionar Miles a su familia.

Miles suspiró.

—Pero por las furias, muchacho. Es posible que tus acciones nos hayan puesto a todos en peligro. El Reino solo se sostiene con pinzas. Si se corre la noticia de la situación de Gaius, podría desencadenarse una guerra civil. Un ataque por parte de nuestros enemigos. Muerte y destrucción para miles de personas.

Tavi se encogió ante las palabras del capitán.

—Lo sé —reconoció—, lo sé.

—Caballeros —intervino Killian levantando la voz—, todos sabemos lo que está en juego. Los reproches son inútiles por el momento. Ahora nuestro deber consiste en minimizar los daños y dar los pasos necesarios para mitigarlos. —Sus ojos ciegos se volvieron hacia Tavi y su voz adquirió una frialdad ligera pero inconfundible—. Después de la crisis tendremos tiempo de considerar las consecuencias adecuadas por las decisiones tomadas.

Tavi tragó saliva.

—Sí, señor.

—Daños —escupió Miles—. Esa es una bonita manera de decirlo. No tenemos un Primer Señor que pueda aparecer ante todo el Reino en los actos sociales de más alto nivel. Cuando no aparezca, los Grandes Señores empezarán a plantear preguntas. Empezarán a repartir dinero por todas partes. Tarde o temprano, alguien se dará cuenta de que nadie sabe dónde está Gaius.

—En ese momento —musitó Killian—, podemos esperar que intenten algún tipo de acción para comprobar la autoridad del Primer Señor. Si lo hacen y Gaius no responde de ninguna manera, tan solo será cuestión de tiempo que alguien intente apoderarse de la Corona.

—¿Podríamos encontrar otro doble? —preguntó Miles.

Killian negó con la cabeza.

—Casi ha sido un milagro que Antillar fuera capaz de personificarlo. No conozco ningún otro artífice que sea capaz hacerlo, y de confianza. Lo mejor será que nos inventemos excusas que pueda poner el Primer Señor para todo lo que queda del Final del Invierno, y que nos concentremos en los medios de que disponemos para responder a los intentos de los Grandes Señores.

—¿Crees que los podremos engatusar? —preguntó Miles.

—Creo que necesitarán tiempo para convencerse de que tienen una oportunidad —respondió Killian—. Nuestra respuesta estará encaminada a prolongar ese tiempo para darle al Primer Señor una oportunidad de recuperarse.

Miles gruñó.

—Si el Primer Señor no aparece durante el Final del Invierno ni en la presentación de un nuevo ciudadano ante el Senado y los Señores, es posible que su reputación no se recupere jamás.

—No estoy demasiado seguro de que podamos conseguir nada mejor —replicó Killian.

—Humm —intervino Tavi—. ¿Qué pasa con Max?

Killian arqueó una ceja.

—¿Qué pasa con él?

—Si lo necesitamos con tanta urgencia, ¿no lo podemos sacar de la cárcel? —Tavi movió la cabeza—. Quiero decir que tenemos el sello del Primer Señor. Podríamos emitir una orden.

—Imposible —negó Miles en redondo—. Antillar está acusado de un asalto mortal y del intento de asesinato de un ciudadano… y, además, hijo de un Gran Señor. Todo eso sin mencionar a los otros dos jóvenes, que ya se están formando como caballeros de las legiones de Kalare. Antillar debe quedar bajo custodia de la Legión Cívica hasta el juicio. Ni siquiera Gaius puede contravenir esa ley.

Tavi se mordió el labio.

—Bueno. ¿Y si… de alguna manera lo sacamos de manera extraoficial?

Miles frunció el ceño.

—Una fuga. —Se estiró hacia arriba la nariz mientras reflexionaba—. ¿Killian?

—Lord Antillus no ha mantenido nunca en secreto el linaje de Maximus —respondió Killian—. Lo retienen en la Torre Gris.

Miles parpadeó.

—Ah.

—¿Qué es la Torre Gris? —preguntó Tavi—. Nunca he oído hablar de ella.

—No es un lugar del que se hable en buena compañía —contestó Killian con voz cansada—. Se supone que la Torre es capaz de retener a cualquier artífice del Reino, incluso al Primer Señor si fuera necesario, para que ni siquiera los Grandes Señores se encuentren más allá del alcance de la ley. El Consejo de Señores en pleno estableció las medidas de seguridad alrededor de la Torre Gris.

—¿Qué tipo de medidas? —preguntó Tavi.

—Las mismas que se pueden encontrar por el palacio, en las joyerías importantes o en el tesoro de los señores, solo que mucho más potentes. Sería necesario que muchos Grandes Señores trabajaran coordinados para elaborar un artificio de las furias que les permitiera entrar o salir. Y la Guardia Gris vigila los accesos convencionales.

—¿Quiénes son? —preguntó Tavi.

—Algunos de los mejores artífices del metal y espadachines del Reino —respondió Miles—. Para entrar sin ningún artificio y sacar a Antillar, tendríamos que matar a algunos hombres muy decentes. Y si lo hiciéramos durante el Final del Invierno, nos perseguiría medio Reino, de manera que sería inútil para nuestros objetivos.

Tavi frunció el ceño.

—¿Y el soborno?

Miles negó con la cabeza.

—Los guardias grises se escogen de manera escrupulosa porque son lo suficientemente íntegros para resistirse al soborno. Y no solo eso. Además, la ley establece que la Corona pagará una prima del doble de la cantidad de cualquier intento de soborno si el guardia entrega a quien lo haya intentado. En los últimos quinientos años, ni uno solo de los guardias grises ha aceptado un soborno, y solo un puñado de idiotas lo han intentado.

—Tiene que haber alguna forma de entrar —insistió Tavi.

—Sí —reconoció Killian—. Se pueden atravesar medidas de protección establecidas con artificios de las furias que son demasiado poderosas para superarlas, o te puedes abrir camino luchando a través de la Guardia Gris. No hay ninguna otra manera de entrar o salir. —Se calló durante un latido, y concluyó—: Esa es la idea cuando se tiene una torre prisión.

Tavi sintió cómo se volvía a ruborizar.

—Simplemente quería decir que debe de haber algún curso de acción que podamos tomar. Solo se encuentra allí porque me salvó la vida. Brencis iba a matarme.

—Eso fue muy noble por parte de Maximus.

—Sí.

La voz de Killian se volvió severa.

—La verdad incómoda es que los cursores apenas necesitan nobleza. Deseamos previsión, juicio e inteligencia.

—Entonces, lo que queréis decir —concluyó Tavi— es que Max debió dejarme morir.

Miles frunció el ceño, pero no dijo nada, mientras miraba a Killian.

—En primer lugar, me tendríais que haber traído la información, y desde luego tú no deberías haber abandonado la Ciudadela sin consultarme.

—Pero no lo podemos dejar allí. Max ni siquiera… —empezó Tavi.

Killian negó con la cabeza y acalló a Tavi.

—Antillar se ha retirado del juego, Tavi. Ya no podemos hacer nada por él.

Tavi frunció el ceño mirando al suelo y se cruzó de brazos.

—¿Y mi tía Isana? ¿También me vais a decir que no podemos hacer nada por ella?

Killian frunció el ceño.

—¿Existe alguna razón lógica por la que debamos distraer nuestros limitados recursos para ayudarla?

—Sí —respondió Tavi—. Sabéis tan bien como yo que el Primer Señor la estaba utilizando para dividir lo que sospechaba que era una alianza de numerosos Grandes Señores. Que la nombró estatúder sin consultar a lord Rivus al respecto, y que por eso se ha convertido en un símbolo de su poder. Si la ha invitado al Final del Invierno y le ocurre algo, será un golpe contra los fundamentos de su poder. —Tavi tragó saliva—. Suponiendo que siga viva.

Killian permaneció en silencio durante un momento.

—En condiciones normales, tendrías razón —reconoció—. Pero ahora nos encontramos en la nada envidiable posición de tener que elegir cuál de las bazas de Gaius debemos sacrificar.

—Ella no es ninguna baza —replicó Tavi, y su voz sonó con una fuerza y una autoridad repentinos. Miles lo miró e incluso Killian ladeó la cabeza sorprendido—. Es mi tía —continuó Tavi—. Mi sangre. Me cuidó en lugar de mi madre muerta, y le debo todo lo que tengo en mi vida. Es más, es una ciudadana de Alera que se encuentra aquí por invitación y en apoyo de la Corona. Él le debe protección en un momento de necesidad.

Killian esbozó una media sonrisa.

—¿Incluso a expensas del resto del Reino?

Tavi respiró hondo a través de la nariz.

—Maestro —empezó a responder—, si el Primer Señor y nosotros, sus servidores, ya no somos capaces de proteger a los habitantes del Reino de cualquier daño, entonces no deberíamos estar aquí.

Miles gruñó.

—Tavi, eso es traición.

Tavi levantó la barbilla y miró a Miles.

—No es traición, sir Miles. Es la verdad. No es una verdad bonita, o una verdad feliz, o una verdad cómoda. Simplemente es la verdad. —Miró a Miles a los ojos—. Estoy con el Primer Señor, sir Miles. Él es mi patrón, y lo apoyaré sin importar lo que ocurra. Pero si no somos capaces de vivir a la altura de las obligaciones del cargo de Primer Señor, entonces ¿cómo podremos justificar el que retengamos su poder?

El silencio cayó sobre la cámara.

Killian se quedó totalmente quieto durante un buen rato.

—Tavi, desde el punto de vista moral tienes razón —dijo al fin—. Desde el punto de vista ético es correcto. Pero para servir mejor al Primer Señor debemos realizar una elección difícil. No importa lo horrible que parezca. —Killian dejó que Tavi absorbiera las palabras durante un momento y entonces giró ligeramente la cabeza hacia Miles en busca de apoyo—. ¿Capitán?

Miles se había quedado en silencio y ahora estaba apoyado en el muro, estudiando a Tavi con los labios fruncidos. El pulgar golpeaba rítmicamente la empuñadura de la espada.

Tavi se encontró con los ojos del viejo soldado y no apartó la mirada.

Miles respiró hondo.

—Killian —respondió—, el chico tiene razón. Nuestro deber en este momento es actuar como le habría gustado al Primer Señor, no que protegiésemos sus intereses políticos. Gaius no habría abandonado nunca a Isana después de pedirle que viniera. Por tanto, le debemos protección, tanto por el Primer Señor como por la estatúder.

Los labios de Killian temblaron un poco al apretarlos.

—Miles —dijo con un ligero tono de súplica.

—Es lo que Gaius querría que hiciéramos —repitió Miles sin ablandarse—. Algunas cosas son importantes, Killian. Algunas cosas no se pueden abandonar sin destruir lo que nosotros y nuestros antepasados han trabajado toda una vida por erigir.

—No podemos basar nuestras decisiones en las pasiones —afirmó Killian en un tono repentinamente duro—. Mucho depende de nosotros.

Tavi levantó de golpe la cabeza y se quedó mirando a Killian mientras empezaba a comprender.

—Erais su amigo —afirmó—. Erais amigo de sir Nedus.

Killian respondió en voz baja, con un tono suave, preciso y tranquilo.

—Servimos juntos en las legiones. Entramos juntos al servicio de la Guardia Real. Ha sido mi amigo durante sesenta y cuatro años. —La voz de Killian no cambió mientras las lágrimas resbalaban de sus ojos ciegos—. Sabía que venía a la capital, y dadas las circunstancias era posible que no estuviera segura en el palacio. Nedus protegía a tu tía porque yo confiaba en él y se lo pedí. Ha muerto porque yo lo coloqué en una posición peligrosa. Pero todo eso no cambia en nada nuestro deber.

Tavi lo miró fijamente.

—¿Sabíais que mi tía estaba aquí? ¿Y que podría estar en peligro?

—Por eso me aseguré de que Nedus le ofrecía su hospitalidad —respondió Killian con un tono que de repente parecía quebradizo y duro—. Se suponía que se iba a quedar en su mansión hasta que se calmara la situación. No puedo imaginar qué la impulsó a abandonarla, ni por qué lo permitió Nedus. Quizá intentase ponerse en contacto conmigo, pero… —Movió la cabeza—. No comprendo lo que está ocurriendo.

—¿Y si tenía una buena razón para correr el riesgo? —preguntó Tavi en voz baja—. ¿Algo por lo que consideraba que valía la pena arriesgarse?

Killian negó con la cabeza y no contestó.

—El chico tiene razón —repitió Miles—. En su momento fue un guardia real y nunca fue un idiota. Fue mi patriserus de la espada. También el de Rari. Sabía mejor que nadie los riesgos de exponer a la estatúder. Si lo hizo, debía considerarlo necesario.

—¿No crees que ya lo sé? —replicó Killian en voz baja—. Si permito que esto nos distraiga de nuestro objetivo, es posible que perdamos Alera. Y si le resto importancia al sacrificio de Nedus, puede significar que estamos expuestos a una amenaza imprevista de la que nos quería avisar con desesperación. Debo elegir. Y no debo dejar que mis sentimientos, por fuertes que sean, me dicten la elección. Hay demasiado en juego.

Tavi miró a Killian y de repente dejó de percibir el intelecto afilado y la calma mortal del legado de los cursores, y vio la pena profunda y amarga de un anciano que intentaba no derrumbarse ante una tormenta sobrecogedora de ansiedad, incertidumbre y pérdida. Killian no era un hombre joven. Literalmente, el futuro de todo el Reino descansaba sobre sus frágiles hombros y había descubierto que debajo de una carga tan pesada había más fragilidad que fortaleza. Su lucha por mantener el control, para apoyarse únicamente en el intelecto para guiar sus decisiones, era su única defensa contra la tormenta de peligro y deber que le exigía que actuara y que en cambio lo mantenía clavado e inmóvil.

Y Tavi comprendió de repente qué podría desequilibrar esa balanza. Se odió por pensar en las palabras. Se odió por pensar en pronunciarlas. Se odió por inhalar el aire que las iba a impulsar hacia el alma herida y sangrante de un anciano.

Pero era la única manera de ayudar a su tía Isana.

—Entonces la cuestión es si confiáis o no en el juicio de sir Nedus. Si lo hacéis, y si dejamos a la estatúder en manos del destino —comentó Tavi en voz baja—, entonces habrá muerto por nada.

Killian giró de repente la cabeza como si quisiera mirar una daga que le habían hundido en las entrañas.

Tavi se obligó a contemplar el dolor del anciano. El dolor que había provocado en Killian durante un momento de debilidad. El dolor que sabía que obligaría a actuar a Killian. Se produjo otro silencio y Tavi se sintió enfermo de repente a causa de una rabia que no se dirigía contra nadie más que hacia él mismo.

Levantó los ojos y descubrió que Miles lo estaba mirando, con algo duro en los ojos. Pero no se movió ni habló, dejando que el silencio fuera el sustituto de su apoyo.

—No sé cómo podemos ayudarla —reconoció Killian al final, con un graznido—. No lo sé solo con nosotros tres.

—Dadme a Ehren y Gaelle —sugirió Tavi de inmediato—. Liberadlos de los exámenes finales. Dejad que investiguen, y veamos lo que pueden descubrir. No tienen que saber nada de Gaius. Al fin y al cabo, Isana es mi tía. Todo el mundo lo sabe. Sería natural que buscase su ayuda para encontrarla. Y… es posible que también se lo pueda pedir a lady Placida, que es una de los dirigentes de la Liga Diánica. La Liga tiene un gran interés en proteger a mi tía. Es posible que quiera emplear su influencia para localizarla.

Las cejas blancas y desgreñadas de Killian se juntaron.

—Sabes que es posible que ya esté muerta.

Tavi respiró de manera pausada. Sus tácticas, el tema de la discusión y las imágenes horribles que le corrían por la cabeza eran terroríficas. Pero mantuvo en calma la respiración y habló de los escenarios de pesadilla con un tono tranquilo y razonable, como si estuviera analizando situaciones teóricas en el aula.

—Lo más lógico es que siga viva —replicó—. Si los sicarios que vimos la querían muerta, habríamos encontrado su cuerpo al lado de los de sir Nedus y Serai. Pero se la llevaron del lugar. Creo que alguien tiene la esperanza de utilizarla de alguna manera, en lugar de eliminarla.

—¿De qué manera? —preguntó el viejo cursor.

—Quizá pidiéndole su apoyo y alianza —respondió Tavi—. Con la esperanza de ganarse el apoyo de un símbolo muy visible, si es posible, en lugar de destruirlo.

—En tu opinión, ¿lo hará? —preguntó Miles.

Tavi se lamió los labios, pensando su respuesta con todo el cuidado que pudo.

—No siente demasiada simpatía por Gaius —reconoció—. Pero mucho menos por los que orquestaron el ataque de los marat contra el valle de Calderon. Antes se arrancaría los ojos que apoyar a alguien así.

Killian expulsó lentamente el aire.

—Muy bien, Tavi. Pide a Ehren y Gaelle que te ayuden, pero no les digas que mi deseo es que lo hagan, y no les reveles más detalles de la situación. Ponte en contacto con lady Placida para pedir su ayuda, aunque no espero que esté demasiado ansiosa de ayudarte. Al entregarle en público un mensaje de Gaius, has demostrado tácitamente que lord y lady Placida son lealistas.

—¿Y no son leales? —preguntó Tavi.

—No están interesados en elegir bando —respondió Killian—. Pero es posible que los hayas obligado a hacerlo. En mi opinión, no estarán muy contentos con tus actos. Ve con cuidado cuando los veas.

Miles gruñó.

—Maestro, tengo algunos contactos en la ciudad. En su mayoría, legionares retirados. Hay dos o tres hombres a quienes les puedo pedir que investiguen la desaparición de Isana. Me gustaría ponerme en contacto con ellos de inmediato.

Killian asintió. Miles se apartó de la pared y se encaminó hacia la puerta. Se detuvo al lado de Tavi y miró al joven.

—Tavi, lo que he dicho antes…

—Estaba completamente justificado, señor —reconoció Tavi en voz baja.

Miles se quedó mirando al muchacho durante un instante más, y después contempló el dolor en los rasgos de Killian.

—Quizá no fue suficiente.

El capitán saludó a Tavi con gesto rígido y formal y salió de la cámara con las botas marcando un ritmo rápido y enojado.

Dejó a Tavi con Killian, Fade y un Gaius inconsciente.

Se quedaron en silencio durante un momento. A Tavi le parecía que la respiración de Gaius era más estable y profunda, pero podía ser su imaginación. Fade se estiró y se sentó, parpadeando hacia Tavi como si fuera un búho.

—Sin la presencia del capitán —explicó Killian—, tengo que revisar la correspondencia del Primer Señor. Sé que quieres partir de inmediato, Tavi, pero necesito que me la leas antes de irte. Está en el escritorio.

—De acuerdo —asintió Tavi. Se puso en pie y se obligó a no expulsar un suspiro de impaciencia.

Se acercó al escritorio, se sentó en la silla y tomó una pila de una docena de sobres de tamaños diversos y un tubo largo de cuero. Abrió la primera carta y la leyó en diagonal.

—Del senador Parmus, informando a la Corona de la situación de las carreteras en…

—Por ahora te la puedes saltar —indicó Killian en voz baja.

Tavi dejó la carta y fue a por la siguiente.

—Una invitación de lady Riva para asistir a su reunión anual de despedida en…

—Sáltatela.

Abrió la carta siguiente.

—Carta de lord Phrygius, deseándole al Primer Señor un feliz Final del Invierno en su ausencia, debido a sus deberes militares.

—¿Detalles? —preguntó Killian—. ¿Inteligencia táctica?

—Nada específico, señor.

—La siguiente.

Tavi repasó numerosas cartas rutinarias como las anteriores, hasta que llegó a la última que había en el tubo de cuero. La cogió y el recipiente le transmitió una sensación extraña en la mano que le produjo un escalofrío que le bajó por la espalda. Frunció el ceño ante aquel cuero tan peculiar, y de repente comprendió la fuente de su incomodidad.

Estaba hecho de piel humana.

Tavi tragó saliva y abrió el tubo. El tapón emitió un chirrido feo e inquietante al rozar el material del recipiente. Tavi dejó caer una hoja de pergamino, e intentó no tocar el tubo más de lo imprescindible.

El pergamino, cubierto con letras grandes y gruesas, también estaba elaborado con una piel humana finamente curtida. Tavi tragó saliva, incómodo, y leyó el mensaje.

—Del embajador Varg —leyó—. Y por la propia mano del embajador, según dice.

Las cejas pesadas de Killian se fruncieron.

—¿Eh?

—Avisa al Primer Señor de que el barco correo canim ha llegado con el relevo de su guardia de honor, y que zarpará de la capital para navegar por el Gaul dentro de dos días.

Killian se golpeó la barbilla con el dedo índice.

—Interesante.

—¿De verdad? —preguntó Tavi.

—Sí.

—¿Por qué?

Killian se acarició la barbilla.

—Porque no tiene ningún interés. Se trata de una notificación rutinaria.

Tavi empezó a seguir la línea de pensamiento del maestro.

—Y si es totalmente rutinaria —sugirió—, ¿por qué la ha escrito el embajador de su puño y letra?

—Precisamente —reconoció Killian—. El correo canim va y viene cada dos meses, poco más o menos. Al embajador se le permiten seis guardias, y cada barco trae cuatro de relevo, de manera que los guardias no pasan aquí más de cuatro meses de servicio. Se trata de una visión bastante habitual. —Hizo un gesto vago hacia sus ojos ciegos—. O eso me han dicho.

Tavi frunció el ceño.

—Maestro, cuando entregué el mensaje al embajador insistió en decirme que tenía problemas con las ratas. Él… bueno, me señaló de manera indirecta una puerta secreta y encontré una entrada a las Profundidades en el Salón Negro.

El ceño de Killian se profundizó.

—Entonces la han encontrado.

—¿Siempre ha estado ahí? —preguntó Tavi.

—Obviamente —respondió Killian—. Creo que Gaius Tertius se quiso asegurar de que disponíamos de un acceso en caso que necesitásemos entrar por la fuerza. Pero creía que no la habían descubierto.

—¿Por qué se iba a molestar Varg en indicarnos que la conoce? —preguntó Tavi.

Killian reflexionó durante un momento antes de decir:

—Para serte sincero, no lo sé. Puedo pensar en varias razones: por despecho, para mostrarnos que no le hemos engañado… Pero nuestro conocimiento de su conocimiento solo puede reducir cualquier ventaja que pudiera obtener del conocimiento de la puerta, y Varg no es de los que le da ventaja a nadie.

—Bajé un poco por el pasaje —explicó Tavi—. Oí al segundo de Varg, Sarl, hablando con un alerano.

Killian ladeó la cabeza.

—¿De verdad? ¿Qué dijeron?

Tavi pensó en ello durante un momento y después repitió la conversación.

—Muy poco específico —murmuró Killian.

—Lo sé —reconoció Tavi—. Siento mucho no haberos informado enseguida, señor. Tenía mucho miedo cuando salí de allí, no había dormido y…

—Relájate, Tavi. Nadie puede aguantar indefinidamente sin descansar. Los jóvenes de tu edad parece que necesitan más descanso que nadie. —El viejo cursor dejó escapar el aire—. Supongo que eso vale para todos. Merece la pena que reflexionemos al respecto más tarde, cuando no haya ningún tema urgente entre manos —comentó—. ¿Hay más correo?

—No, señor. Eso es todo.

—Muy bien. Ya te puedes ir a cumplir tu misión.

Tavi se puso en pie.

—Sí, señor. —Empezó a andar hacia la puerta y se detuvo—. ¿Maestro?

—¿Humm? —preguntó Killian.

—Señor… ¿sabéis qué quiso decir el capitán cuando dijo que Nedus también había entrenado a «Rari»?

Tavi vio por el rabillo del ojo que Fade lo miraba con gran atención, pero no desvió los ojos hacia el esclavo.

—Araris Valeriano —respondió Killian—. Su hermano mayor.

—¿Había mala sangre entre ellos? —preguntó Tavi.

Killian dejó traslucir una expresión irritada, pero su respuesta llegó con un tono paciente.

—Tuvieron una discusión, y aún no se habían reconciliado cuando Araris murió en la primera batalla de Calderon, con el príncipe.

—¿Qué tipo de discusión? —preguntó Tavi.

—El famoso duelo de Araris Valeriano y Aldrick ex Gladius —contestó Killian—. Verás, en principio tenía que ser Miles el que peleara contra Aldrick por… —Movió una mano—. Lo he olvidado. Algún tipo de desacuerdo por una mujer. Pero de camino hacia el duelo, Miles resbaló y cayó en la calle delante de un carromato cargado de agua, que le pasó por encima de la pierna y le aplastó la rodilla de tan mala manera que ni siquiera los artífices del agua se la pudieron curar del todo. Araris, como testigo de Miles, lo sustituyó en el duelo.

—¿Y eso fue lo que se interpuso entre ellos? —preguntó Tavi—. ¿Por qué?

—Miles acusó a Araris de empujarlo delante del carro —respondió Killian—. Afirmó que lo había hecho por afán de protegerlo.

Tavi miró a Fade por el rabillo del ojo, pero el esclavo se había quedado totalmente quieto.

—¿Es verdad?

—Si se hubieran enfrentado, Aldrick habría matado a Miles —afirmó Killian sin la más mínima duda en la voz—. Miles era muy joven en aquel entonces, y ni siquiera había terminado de crecer, mientras que Aldrick era… es… un terror con una espada.

—¿Araris empujó realmente al capitán Miles? —preguntó Tavi.

—Dudo que nunca lleguemos a saber la verdad. Pero Miles estaba demasiado herido para acompañar al príncipe y a su legión en la batalla de las Siete Colinas. Estaba de camino hacia el valle de Calderon para unirse al príncipe cuando atacaron los marat y empezó la primera batalla de Calderon. Araris murió al lado del príncipe. Miles y su hermano no se volvieron a ver. Nunca tuvieron la oportunidad de reconciliarse. Te sugiero que evites el tema.

Tavi se giró para mirar a Fade.

El esclavo evitó sus ojos y Tavi no pudo leer nada en los rasgos destrozados del hombre.

—Ya veo —asintió en voz baja—. Muchas gracias, maestro.

Killian levantó una mano, cortando a Tavi.

—Basta —murmuró el anciano—. Ve a cumplir con tus deberes.

—Sí, señor —asintió Tavi y se retiró de la cámara de meditación para buscar a Ehren y Gaelle.