23

—Para —se quejo Max—. Furias, Calderon, ¿a qué viene esta carrera, malditos sean los cuervos?

Tavi miró hacia atrás mientras bajaba a toda prisa por las calles que descendían de la Ciudadela. Las lámparas de furia de todos los colores por el Final del Invierno iluminaban el camino con un resplandor suave en rosa, amarillo y azul cielo, y a pesar de lo avanzado de la hora, las calles estaban abarrotadas.

—No estoy seguro, pero sé que algo va muy mal.

Max suspiró y emprendió un trote suave hasta que alcanzó a Tavi.

—¿Cómo lo sabes? ¿Qué decía la carta?

Tavi movió la cabeza.

—Oh, lo habitual. Cómo estás, cosas sin importancia que han ocurrido en casa, y que se aloja en la mansión de alguien llamado Nedus en el paseo de los Jardines.

—Oh —exclamó Max—. No me extraña que te hayas dejado llevar por el pánico. Es una carta terrible. Desde luego, se merece que no vayamos a informar a Killian y tal vez pongamos en peligro la seguridad de la Corona.

Tavi miró a Max.

—Escribió detalles que no son correctos. Llamó a mi tío Bernhardt, cuando su nombre es Bernard. Me cuenta que a mi hermana pequeña le van muy bien sus clases de lectura, pero yo no tengo ninguna hermana. Algo va mal, pero no lo quería plasmar en papel.

Max frunció el ceño.

—¿Estás seguro de que la carta es auténtica? Puedo pensar en algunas personas a quienes no les importaría tropezarse contigo en un callejón oscuro a altas horas de la madrugada.

—Es de su puño y letra —respondió Tavi—. De eso estoy seguro.

Max caminó en silencio a su lado durante un rato.

—¿Sabes qué? Creo que deberías ir a verla y descubrir lo que está pasando.

—¿Eso crees?

Max asintió con seriedad.

—Sí, y lo mejor es que lleves contigo a alguien grande y amenazador, solo por si acaso.

—Esa también es una buena idea —reconoció Tavi, cuando ambos giraron hacia el paseo de los Jardines—. ¿Cómo sabremos cuál es la casa de Nedus?

—Ya he estado allí antes —respondió Max.

—¿Hay allí alguna viuda joven? —preguntó Tavi.

Max bufó.

—No. Pero sir Nedus fue el mejor espadachín de su generación. Entrenó a muchos de los mejores. El príncipe Septimus, Araris Valeriano, el capitán Miles de la Legión de la Corona, Aldrick ex Gladius, Lartos y Martos de Parcia, y una docena más.

—¿Has estudiado con él? —preguntó Tavi.

Max asintió.

—Sí, durante el primer año. Es un hombre sólido, y sigue teniendo un buen brazo para la espada, aunque está a punto de cumplir los ochenta años. Es el mejor maestro que he tenido nunca, incluido mi padre.

—¿Y sigues estudiando con él?

—No —respondió Max.

—¿Por qué no?

Max se encogió de hombros.

—Me dijo que ya no me podía enseñar nada más sobre la palestra de entrenamiento, y que lo demás lo tendría que aprender por mí mismo en el campo de batalla.

Tavi asintió, pensativo, y se mordió el labio inferior.

—¿En qué situación se encuentra con respecto a la Corona?

—Es un lealista de la línea dura a la Casa de Gaius y al cargo de Primer Señor. Pero si me lo preguntas, te diría que personalmente detesta a Gaius.

—¿Y eso por qué?

Max se encogió de hombros, pero habló con una confianza absoluta.

—Hay alguna historia entre los dos. No conozco los detalles. Pero nunca se ha mezclado con traidores a la Corona. Es sólido. —Max hizo un gesto hacia una casa cercana que era grande y encantadora, pero quedaba empequeñecida por sus vecinas—. Aquí es.

Pero cuando llegaron a la puerta les informaron que lord Nedus y sus invitadas no se encontraban en casa. Tavi mostró al portero la carta de su tía, y el hombre asintió y regresó con otro sobre, que le entregó a Tavi.

Tavi lo cogió y leyó mientras andaban de regreso por la calle.

—Está… Oh, grandes furias, Max. Está en la fiesta que organiza lord Kalare en su jardín.

Las cejas de Max se alzaron de repente.

—¿De verdad? Por lo que me has contado de ella, no me parecía que le gustase demasiado socializar.

—Y no le gusta —replicó Tavi con el ceño fruncido.

—Me apuesto algo a que la Liga Diánica se va a lanzar sobre ella como un banco de lucios frigios. —Max cogió la carta y la leyó con el ceño fruncido—. Dice que espera tener la oportunidad de visitar el palacio con uno de los Grandes Señores. —Max alzó la vista y frunció el ceño—. Pero el único momento en que los Grandes Señores entran en el palacio durante el Final del Invierno es para las audiencias con el Primer Señor.

—Intenta llegar hasta Gaius —comentó Tavi en voz baja—. No lo ha conseguido, y no lo puede decir claramente por miedo a que intercepten el mensaje. Por eso intenta ponerse en contacto conmigo, para llegar hasta Gaius.

—Bueno, no podrá hacerlo —replicó Max con calma.

—Lo sé —reconoció Tavi en voz baja—. Ese es el problema.

—¿Qué?

—Mi tía… Bueno, tengo la impresión de que ella y sir Nedus estarían de acuerdo sobre el Primer Señor. Nunca quiso acercarse a menos de un kilómetro de él.

—Entonces, ¿por qué quiere verlo ahora? —preguntó Max.

Tavi se encogió de hombros.

—Pero no lo haría si no estuviera desesperada por ver a Gaius. El mensaje codificado. Se aloja en casa de un lealista a la Corona, en lugar de hacerlo en la Ciudadela… y asiste a actos sociales.

—Y nada menos que en casa de Kalare. Eso es peligroso.

Tavi frunció el ceño, reflexionando.

—Kalare y Aquitania son los Grandes Señores más fuertes, y rivales. Ambos odian a Gaius, y mi tía disfruta del favor de Gaius.

—Sí —asintió Max—. Allí no tendrá lo que se dice una cálida bienvenida.

—Lo más seguro es que lo sepa. ¿Por qué va precisamente allí? —Respiró hondo—. No sé decirte por qué, pero me preocupa de verdad. Yo… Es como en la segunda batalla de Calderon. Mi instinto me está gritando que esto es muy serio.

Max estudió a Tavi durante un largo minuto antes de asentir lentamente.

—Es posible que tengas razón. Para mí es como un par de veces en la Muralla. Malas noches. Pero tu tía no va a ver a Gaius, Tavi. Ni siquiera a mí. Killian no querrá ni oír hablar de ello.

—No es necesario que lo haga —replicó Tavi—. Vamos.

—¿Adónde? —preguntó Max con alegría.

—A la mansión de Kalare —respondió Tavi—. Hablaré con ella. Yo puedo hablar por ella con el Primer Señor. No comprometemos la seguridad, Killian sigue feliz y si ella ha venido con algo serio, entonces…

—Entonces, ¿qué? —preguntó Max poniendo el dedo en la llaga—. ¿Planeas emitir alguna orden real para arreglarlo? —La mirada de Max se encontró con la de Tavi—. A decir verdad, estoy muy asustado, Tavi. Haga lo que haga cuando voy disfrazado, será Gaius quien tenga que afrontar las consecuencias. Y yo no soy el Primer Señor. No tengo la autoridad necesaria para ordenar que las legiones entren en acción, ni para enviar ayuda o el apoyo de la Corona.

Tavi frunció el ceño.

—Killian diría que las legiones y el legado del tesoro no lo saben.

Max bufó.

—Lo sé yo, y con eso me basta.

Tavi movió la cabeza.

—¿Crees que Gaius preferiría que nos quedáramos sin hacer nada cuando están atacando a sus súbditos y sus tierras?

Max le lanzó a Tavi una mirada agria.

—Te iba mejor que a mí en retórica. No voy a discutir contigo. Y no me importa lo que digas. No voy a empezar a establecer políticas y emitir proclamas en nombre de Gaius. Desobedecer las reglas de la Academia que protegen a las familias de los estudiantes de que se puedan sentir avergonzadas es una cosa; pero enviar a la gente a un peligro cierto es otra muy diferente.

—Está bien. Pues hablaremos con mi tía —propuso Tavi—. Descubriremos qué es lo que va mal. Si es algo serio, se la presentamos a Killian y dejamos que Miles y él decidan lo que hay que hacer. ¿De acuerdo?

Max asintió.

—De acuerdo, aunque necesitarás la ayuda de las furias si Brencis te ve en la fiesta de su padre.

Tavi dejó escapar un gruñido de irritación.

—Me había olvidado de él.

—No —replicó Max—. Tavi, quería hablar contigo sobre él. No creo que Brencis esté bien. ¿Sabes lo que quiero decir?

Tavi frunció el ceño.

—¿De la cabeza?

—Sí —respondió Max—. Es peligroso. Por eso siempre le he zurrado un poco cada vez que he tenido la oportunidad, para dejarle claro que me debe temer y dejarme en paz. En el fondo es un cobarde, pero no te tiene miedo. Eso significa que lo más probable es que disfrute cuando piensa en hacerte daño, y tú te vas a meter en el hogar de su familia.

—Es que no le tengo miedo, Max.

—Lo sé —reconoció Max—. Y eres un idiota.

Tavi suspiró.

—Si te sientes mejor, entraré y saldré a toda prisa. En cualquier caso, cuanto antes regresemos a la Ciudadela, menos ansias asesinas tendrá Killian.

Max asintió.

—Buena idea, y así solo nos asesinará un poco.