En menos de media hora, Serai había presentado a Isana más de una docena de nobles y ciudadanos prominentes de la capital, había seducido y halagado a cada uno de ellos y de alguna manera consiguió abandonar cada una de las conversaciones con una agradable brevedad. Isana se dio cuenta de que la cortesana era una maestra en el arte del ingenio y la conversación. Un senador anciano y amistoso había amenazado con alargar la conversación durante horas, pero Serai había deslizado con destreza una broma que le había provocado una carcajada estruendosa en medio de un trago de vino, de manera que hubo que emprender acciones inmediatas para salvar la túnica que llevaba puesta. Un joven señor del Ática le había hablado a Serai con hermosas frases educadas —y larguísimas— que no acompañaban en nada a sus ojos de depredador, pero la cursor se había puesto de puntillas para susurrarle algo al oído que hizo que una lenta sonrisa le curvase la comisura de los labios y se despidió «hasta más tarde».
Hubo media docena más de incidentes similares, y la cortesana reaccionó ante cada uno de ellos con precisión, presencia de ánimo, ingenio y una cegadora rapidez de pensamiento. Isana estaba bastante segura de que con la ayuda de Serai había establecido una especie de récord de velocidad en transmitirle una buena impresión a la flor y nata de la sociedad de Alera. Ella había tratado de ofrecerles su mejor sonrisa, había emitido comentarios corteses y había evitado pisarles a los nobles de la fiesta ni el dobladillo de su vestido de seda.
Serai le pidió a un sirviente que le indicase al cochero que las recogiese delante de la casa. Isana y ella se acababan de dar la vuelta para abandonar el jardín cuando se interpuso en su camino un hombre con una túnica gris granito adornada con cuentas de piedras verdes semipreciosas y una sonrisa agradable. No era tan alto como Isana, ni tampoco se podía decir que su constitución fuera especialmente atlética. Tenía una barbilla débil oculta bajo una perilla recortada a la perfección, lucía anillos en todos los dedos y llevaba una diadema de acero que le atravesaba la frente.
—Señoras —saludó con una leve reverencia—. Debo disculparme ante las dos por haberme olvidado de mis deberes como anfitrión. Debo de haber pasado por alto sus nombres en la lista de invitados, o de lo contrario habría encontrado tiempo para visitaros.
—Vuestra Gracia —murmuró Serai, y se dobló en una profunda reverencia—. Qué alegría de volveros a ver.
—Y a vos, Serai. Estáis tan encantadora como siempre. —Los ojos del hombre estaban entornados y sospechaban, no tanto por un pensamiento activo, pensó Isana, sino por una costumbre adquirida—. Debo admitir cuánto me sorprende el que mi señora esposa os haya hecho llegar una invitación.
Serai le dedicó una sonrisa arrebatadora.
—Supongo que a veces se producen accidentes afortunados. Gran Señor Kalare, os presento a la estatúder Isana del valle de Calderon.
Los ojos entornados de Kalare volaron hacia Isana y la escrutaron de arriba abajo. No se produjo ninguna reacción emocional en él. Miró a Isana como otro hombre podría haber repasado una columna de números.
—Ah. Bien, qué sorpresa más encantadora. —Sonrió, y en el gesto hubo la misma emoción que había percibido en su mirada—. He oído hablar mucho de vos.
—Y yo de vos, Vuestra Gracia —murmuró Isana.
—De verdad. Espero que solo cosas buenas.
—Muchas cosas —replicó Isana.
La falsa sonrisa de Kalare se desvaneció.
—Mi señor —intervino Serai, rompiendo el silencio antes de que este se volviera incómodo—. Me temo que mi viaje más reciente me ha dejado sumida en un estado de salud no demasiado perfecto. Vamos a retirarnos antes de que me quede dormida y me convierta en el hazmerreír de la fiesta.
—Un hazmerreír —murmuró Kalare, que se quedó mirando a Serai durante un momento antes de decir—: He estado pensando en la posibilidad de compraros a vuestro amo actual, Serai.
Ella le lanzó una sonrisa que consiguió parecer ingenua y vulnerable a causa del cansancio.
—Me halagáis, mi señor.
La voz de Kalare era plana.
—No lo decía como un cumplido, esclava.
Serai bajó los ojos e hizo otra reverencia.
—Por supuesto que no, Vuestra Gracia. Por favor, perdonad mi presunción. Pero no creo que mi amo me haya puesto precio.
—Todo tiene un precio, esclava. Todo. —La comisura de su boca mostró un gesto desagradable—. No me gusta que me traten de idiota, y no olvido a mis enemigos.
—¿Mi señor? —preguntó Serai, que sonó totalmente sorprendida.
Kalare dejó escapar una dura carcajada llena de amargura.
—Creo que sirves bien a tu amo, Serai. Pero tarde o temprano cambiarás ese collar por el de otro. Deberías pensar con sumo detenimiento quién será el próximo al que sirvas. —Su mirada vagó hacia Isana y murmuró—: Y deberías pensar con sumo detenimiento en las compañías que frecuentas. El mundo es un lugar peligroso.
Serai no levantó los ojos.
—Así lo haré, mi señor.
Kalare levantó la mirada hacia Isana.
—Ha sido un placer conoceros, estatúder. Permitidme que os desee un seguro viaje a casa.
Isana le devolvió la mirada sin sonreír.
—Desde luego, mi señor, y creedme cuando os digo que os deseo que vuestro camino sea igual de agradable.
Los ojos de Kalare se estrecharon hasta quedar reducidos a unas rendijas, pero antes de que pudiera hablar se le acercó un sirviente con la librea gris y verde de la Casa de Kalarus, y le entregó una chaqueta acolchada y una espada de madera de entrenamiento.
—Mi señor —murmuró con una reverencia—. Vuestro hijo está dispuesto para enfrentarse a vos, con los señores Aquitania, Rodas y Forcia como testigos.
Los ojos de Kalare se movieron hacia el sirviente. El hombre palideció un poco y volvió a hacer una reverencia.
Serai se lamió los labios, mirando del sirviente a Kalare.
—Mi señor, ¿Brencis ya esta preparado para retaros por la ciudadanía? La última vez que lo vi era tan alto como yo.
Kalare, sin mirar a Serai, le descargó una bofetada con la mano abierta en la mejilla. Isana sabía que si hubiera utilizado la fuerza de las furias, el golpe podría haber matado a Serai, pero solo fue una bofetada fuerte y llena de desprecio que lanzó a la cortesana hacia un lado.
—Zorra mentirosa. No presumas de hablar conmigo como si fueras una de mis pares —dijo Kalare—. Estás en mi casa. Tu amo no está aquí para hablar por ti. Mantente en tu sitio, o haré que te arranquen ese vestido a latigazos. ¿Has entendido?
Serai se recuperó, pero la mejilla ya se había empezado a enrojecer donde le había alcanzado la bofetada, y sus ojos parecían un poco vidriosos y aturdidos.
Un silencio sorprendido descendió sobre el jardín, e Isana sintió la presión repentina de que todas las miradas de la fiesta se dirigieran hacia ellas.
—Responde, esclava —ordenó Kalare con voz tranquila.
Entonces se acercó a Serai y volvió a levantar la mano.
El cuerpo de Isana se llenó de una rabia fría y repentina. Avanzó para interponerse entre los dos, y levantó un brazo para interceptar la mano de Kalare.
Kalare apretó los dientes.
—¿Quién te has creído que eres, mujer?
Isana se encaró con él, y esa misma ira helada transformó su voz tranquila en una espada de acero.
—Creo que soy ciudadana del Reino, mi señor. Creo que golpear a otro ciudadano es una ofensa a ojos de la ley del Reino. Creo que estoy aquí por invitación de mi patrón, Gaius Sextus, Primer Señor de Alera. —Miró a Kalare a los ojos y dio un paso más al frente, encarándose con él a la distancia de la anchura de un cabello—. Y, mi señor, creo que no sois lo suficientemente idiota ni arrogante para creer por un solo instante que me podéis golpear a mí en público sin que haya repercusiones.
El único sonido en el jardín era el agradable borboteo del agua en las fuentes.
Kalare cambió el peso de un pie a otro, incómodo y sus ojos entornados se relajaron y se volvieron más soñolientos que suspicaces.
—Supongo que no —reconoció—. Pero no te creas que lo voy a olvidar.
—Ya seremos dos, Vuestra Gracia —replicó Isana.
Los músculos se tensaron a lo largo de la mandíbula de Kalare y habló a través de los dientes apretados.
—Salid de mi casa.
Isana ladeó la cabeza con el mínimo gesto de saludo, se apartó de Kalare, tocó el brazo de Serai y abandonó con ella el jardín.
En lugar de encaminarse hacia la puerta principal, Serai miró alrededor del vestíbulo, cogió de la mano a Isana y la condujo con decisión hacia un pasillo lateral.
—¿Adónde vamos? —preguntó Isana.
—A la puerta de la cocina en la parte trasera de la casa —respondió Serai.
—Pero le habéis dicho a Nedus y a sus hombres que nos recojan en la puerta delantera.
—Se lo dije al sirviente para despistar a quienquiera que nos estuviera oyendo, querida —explicó Serai—. Será mejor que nadie nos siga a casa. Al fin y al cabo es la casa de Kalare, y estoy segura de que los sirvientes le informarán de vuestros movimientos. Nedus sabrá que nos tiene que recoger en la parte trasera.
—Ya veo —asintió Isana, mientras la cortesana la conducía a través de la ajetreada cocina y salían por la puerta trasera de la casa a la calle oscura y tranquila donde las esperaba Nedus y el carruaje.
Subieron a toda prisa al vehículo sin decir palabra, y Nedus cerró la puerta detrás de ellas. El cochero espoleó enseguida los caballos y el carruaje partió a gran velocidad.
—Lady Aquitania —comentó Isana en voz baja—, no era como me esperaba.
—Es de las que sonríe mientras te apuñala, estatúder. No os engañéis, es una mujer peligrosa.
—¿Creéis que pueda estar detrás de los ataques?
Serai se quedó mirando la cortina que tapaba la ventanilla del carruaje y se encogió de hombros con una expresión remota.
—Desde luego es capaz de ello, y sabe cosas que no debería saber.
—Que sois una cursor —tanteó Isana.
Serai respiró poco a poco, y asintió.
—Sí. Parece que he quedado al descubierto. Ella lo sabe y, a juzgar por la manera de hablar de Kalare, diría que él también.
—Pero ¿cómo?
—Recordad que alguien ha estado matando cursores a diestro y siniestro, querida. Es posible que le arrancara esa información a uno de ellos.
«O que uno de ellos sea un traidor», pensó Isana.
—¿Qué significa para vos quedar al descubierto? —preguntó a Serai en voz baja.
—Cualquier enemigo de la Corona podría darse el gusto de eliminarme —respondió con voz tranquila y objetiva—. Solo será cuestión de tiempo. El secreto era mi mayor defensa, y los enemigos de Gaius se tendrían que enfrentar a escasas consecuencias, si es que hay alguna, por matar a una esclava. Si no es por otra razón, Kalare lo hará por el mero placer de escupirle al Primer Señor a la cara.
—Pero ¿Gaius no os protegerá?
—Si puede —respondió Serai y movió la cabeza—. De un tiempo a esta parte ha ido perdiendo poder entre los Grandes Señores, y no se está haciendo más joven. No será Primer Señor para siempre, y cuando no… —La cortesana se encogió de hombros.
Isana sintió una punzada en el estómago.
—De eso iba toda esa charla sobre el vestido. Lady Aquitania os estaba ofreciendo un puesto a su lado, ¿estoy en lo cierto?
—Más que eso. Debo pensar que me estaba ofreciendo la libertad, un título, y lo más probable es que un puesto, pase lo que pase, con los cursores bajo el gobierno de su marido.
Isana se quedó en silencio durante un momento.
—Es una buena oferta —reconoció.
Serai asintió en silencio.
Isana recogió las manos en el regazo.
—¿Por qué no la habéis aceptado?
—Tenía que pagar un precio demasiado alto.
Isana frunció el ceño.
—¿Precio? ¿Qué precio?
—¿No está claro, querida? Ella sabía que yo soy vuestra guardiana. Me ofreció poder a cambio de vos. Y me dejó claro que los resultados podrían ser desagradables si la rechazaba.
Isana tragó saliva.
—¿Creéis que me quiere ver muerta?
—Es posible —reconoció Serai, y asintió—. O quizá solo bajo su control. Lo que podría ser mucho peor, dependiendo de lo que suceda durante los próximos años. Por lo que ha dicho, parece bastante claro que su esposo está casi preparado para dirigirse contra la Corona.
Viajaron en silencio durante un rato.
—O es posible que no haya sido una amenaza —sugirió Isana.
Serai arqueó una ceja.
—¿Cómo es posible?
—Bueno —respondió lentamente Isana—, si se ha corrido la voz de vuestra verdadera lealtad y vos no lo sabíais… ¿no podría ser que lo que os ha dicho sea una advertencia? ¿Para hacéroslo ver?
Las cejas de Serai se alzaron con delicadeza.
—Sí. Sí, supongo que visto así, es posible.
—Pero ¿por qué os iba a avisar?
Serai negó con la cabeza.
—Eso es difícil de decir. Suponiendo que haya sido una advertencia, y que Kalare y Aquitania no estén trabajando juntos para derrocar a Gaius, lo más probable es que me advirtiera en un intento de evitar que Kalare tenga la oportunidad de matarme. O de capturarme para arrancarme los secretos que guardo.
—Entonces nos encontramos en el mismo horno. A quienquiera que esté matando a los cursores no le importaría vernos muertas a las dos.
—Desde luego —reconoció Serai, quien se miró las manos. Isana hizo lo mismo. Le temblaban ostensiblemente. Serai las recogió y apretó sobre el regazo—. En cualquier caso, y teniendo en cuenta lo poco que sabemos sobre el clima actual, me pareció de lo más acertado irnos antes de que ocurriera algo desagradable. —Hizo una pausa y añadió—: Siento mucho que no hayamos conseguido llegar a oídos del Primer Señor.
—Pero debemos hacerlo —insistió Isana en voz baja.
—Sí. Pero recordad, estatúder, que mi prioridad es protegeros, no intentar resolver los asuntos en el valle de Calderon.
—Pero no hay tiempo.
—No podréis conseguir el apoyo del Primer Señor desde la tumba, estatúder —replicó Serai con tono franco y serio—. Muerta no tendréis ninguna utilidad para vuestra familia. Y entre vos y yo, si muero antes de tener la oportunidad de lucir un vestido confeccionado con esa seda nueva de Aquitania, no os lo perdonaré nunca.
Isana intentó sonreír ante su intento de frivolizar, pero se veía muy subrayado por una corriente emocional de ansiedad.
—Eso imagino, pero ¿cuál es el siguiente paso?
—Volver a la casa de una pieza —respondió Serai—. Y a partir de ahí, creo que una buena copa de vino me calmará los nervios. Y un baño caliente.
Isana la miró con imparcialidad.
—¿Y después de eso?
—¿Después del vino y de un baño humeante? Me sorprendería que no me quedase dormida.
Isana apretó los labios hasta quedar reducidos a una línea.
—No necesito que me entretengáis con evasivas divertidas. Necesito saber cómo vamos a acceder hasta Gaius.
—Oh —se sorprendió Serai y frunció los labios pensativa—. Salir de la casa de Nedus es un riesgo, estatúder. Ahora lo es para ambas. ¿Cuál creéis que debería ser nuestro siguiente paso?
—Mi sobrino —respondió Isana con firmeza—. Por la mañana iremos a la Academia y daremos con él para que le pueda llevar el mensaje al Primer Señor.
Serai frunció el ceño.
—Las calles no son lo suficientemente seguras para vos…
—Que los cuervos se lleven las calles —la interrumpió Isana con un claro tono de gruñido enojado en la voz.
Serai suspiró.
—Es un riesgo.
—Y debemos correrlo —replicó Isana—. No nos queda tiempo para nada más.
Serai volvió a fruncir el ceño y apartó la mirada.
—Y además —prosiguió Isana—, estoy preocupada por Tavi. Ahora ya le debe de haber llegado el mensaje… Se lo dejaron en su habitación. Pero no ha venido a verme.
—Al menos que lo haya hecho —señaló Serai— y ahora esté esperando nuestro regreso en la mansión de Nedus.
—En cualquier caso, quiero encontrarlo y asegurarme de que está bien.
Serai suspiró.
—Por supuesto que sí. —Levantó una mano para apretar los dedos ligeramente sobre la mejilla enrojecida con los ojos cerrados—. Espero que me perdonaréis, estatúder. Estoy… un poco conmocionada. No pienso con la claridad que debería. —Miró a Isana, y dijo con sencillez—: Tengo miedo.
Isana se encontró con su mirada y le respondió en el tono más amable posible:
—Está bien. No pasa nada por tener miedo.
Serai movió una mano en un pequeño gesto de frustración.
—No estoy acostumbrada a ello. ¿Qué ocurrirá si me empiezo a comer las uñas? ¿Podéis imaginar lo horrible que sería? Una pesadilla.
Isana estuvo a punto de echarse a reír. Posiblemente la cortesana tenía miedo, porque estaba jugando en un terreno que no conocía contra oponentes violentos y letales, como un ratón entre gatos hambrientos, pero poseía el tipo de espíritu que se negaba a dejarse hundir. Los gestos y el diálogo engañosamente frívolos eran su manera de reírse de sus miedos.
—Supongo que siempre podríamos cubriros las manos con dedales —murmuró Isana—. Resulta de gran importancia para la seguridad del Reino que preservemos vuestras uñas.
Serai asintió con seriedad.
—Desde luego, querida. Por cualquier medio, si es necesario.
Un momento más tarde el carruaje se detuvo, e Isana oyó los pasos que se acercaban para abrir la puerta. Nedus le murmuró algo al cochero. Le puerta se abrió, Serai salió y bajó por los escalones desplegables.
—En realidad es una vergüenza… Tanta política. Me molesta sobremanera que me obliguen a abandonar una fiesta antes de tiempo.
Los asesinos llegaron sin hacer ruido ni advertencias.
Isana oyó un jadeó duro y repentino procedente del conductor del carruaje. Serai se quedó helada sobre los escalones, y un huracán repentino de miedo helado asaltó los sentidos de Isana. Nedus gritó y oyó el chirrido metálico de una espada al salir de la funda. Se oyeron pasos suaves y el resonar de acero contra acero.
—¡Atrás! —gritó Serai.
Isana vio una figura oscura, un hombre con una espada, que se acercaba al carruaje Su hoja se dirigió contra Serai, pero la cortesana apartó el filo con la mano izquierda y se cortó la carne del antebrazo, emitiendo una lluvia de gotas de sangre. La otra mano de la cortesana voló hacia su cabello, hacia lo que Isana había tomado como el mango de una peineta cubierta de joyas. En su lugar, Serai blandió una hoja delgada y afilada como una aguja que clavó en el ojo del asesino. El hombre chilló y cayó.
Serai se inclinó hacia fuera para agarrar el pomo de la puerta y empezó a cerrarla.
Se oyó un siseo, el golpe seco de un impacto, y la cabeza de acero ensangrentado de una flecha salió por la espalda de Serai. La sangre fluyó sobre la seda rasgada de su vestido color ámbar.
—Oh —exclamó Serai con una voz sorprendida y sin fuerza.
—¡Serai! —chilló Isana.
La cortesana cayó lentamente hacia delante y fuera del carruaje.
Isana salió a toda prisa del vehículo y se lanzó en ayuda de la mujer. Agarró a Serai del brazo y tiró de él para intentar que la cursor volviera a entrar en el carruaje. Isana resbaló en la sangre de Serai, y cayó. Una segunda flecha le pasó por encima del hombro al hacerlo, y se clavó hasta las plumas en el roble pesado de la estructura del coche.
Oyó otro grito a su derecha, y vio a Nedus con la espalda contra el carruaje y enfrentándose a un par de asesinos, hombres de aspecto duro con ropa oscura. Un tercer atacante se estaba desangrando sobre los adoquines. Mientras Isana miraba, la espada del anciano artífice del metal salió disparada para bloquear en alto y devolvió un tajo que abrió el cuello de su atacante.
Pero el golpe había abierto la guardia del viejo caballero, y el otro asesino avanzó con su hoja corta y pesada que atravesó los órganos vitales de Nedus.
Nedus se giró hacia el tercer hombre, sin mostrar ninguna señal de dolor, y agarró con una mano la muñeca que sostenía el arma. En lugar de alejar al hombre de un empujón, Nedus se limitó a retenerlo con un puño de hierro, y con una determinación sombría clavó su espada en la boca del asesino.
Asesino y caballero se derrumbaron sobre el suelo, mientras la sangre de los dos manaba como el agua de una copa rota.
Aterrorizada, Isana tiró de Serai, intentando que la cursor volviera al carruaje, antes…
Algo la golpeó y sintió una punzada mareante en el vientre. Isana bajó la mirada para ver otra flecha. Esta se le había clavado en la curva de la cintura por encima de la cadera. Isana se la quedó mirando durante un momento, totalmente conmocionada, y después vio los quince centímetros de astil ensangrentado que sobresalían por la parte baja de la espalda.
Lo siguiente fue el dolor. Un dolor terrible. Lo vio todo rojo durante un segundo, y el corazón empezó a latirle como un trueno. Miró a Serai y la volvió a agarrar, insegura de lo que debía hacer, pero decidida a alejar a la mujer caída de las flechas del arquero oculto.
Serai rodó hacia un lado con los ojos abiertos y fijos. La flecha le había atravesado el corazón.
Isana oyó unos pasos que se acercaban. Levantó la mirada, aunque el dolor hacía que la visión casi palpitase, y vio a un hombre que surgía de la oscuridad con un arco en la mano.
Lo reconoció. Más bajo de lo normal, canoso a causa de la edad, algo calvo, fornido y confiado. Sus facciones eran regulares, sin nada especial, ni feo ni atractivo. Lo había visto una vez en las murallas durante la terrible batalla en Guarnición. Había visto cómo asesinaba a los hombres con sus flechas, había tirado a Fade de las murallas con un nudo corredizo alrededor del cuello y había intentado asesinar a su sobrino.
Fidelias, un antiguo cursor Callidus, y ahora un traidor a la Corona.
Los ojos del hombre se movían de un lado a otro mientras andaba, cuidadoso, suspicaz y alerta. Sacó otra flecha de la aljaba y la colocó en la cuerda del arco. Miró los cadáveres de manera desapasionada. Entonces sus ojos fríos e inmisericordes cayeron sobre Isana.
El dolor se la llevó.