—Me siento ridícula —se quejó Isana, mientras se miraba en el gran espejo y fruncía el ceño ante el vestido que le había procurado Serai—. Tengo un aspecto ridículo.
El vestido era de una seda azul oscura, pero cortado y recogido según el estilo de las ciudades de las regiones septentrionales del Reino, acompañado de un corpiño adornado con cuentas que apretaba con fuerza el pecho de Isana y conseguía que incluso su extrema delgadez aparentara algo que se asemejaba a un pecho femenino. La habían obligado a quitarse la cadena con el anillo y ahora lo llevaba en una bolsa de tela que había metido en un bolsillo interior del vestido.
Serai le presentó unas joyas de plata sencillas pero encantadoras: anillos, un brazalete y un collar, adornado con unas piedras de ónice oscuro. Después de una mirada evaluadora, deshizo la trenza que recogía el cabello de Isana y lo cepilló en mechones oscuros y brillantes, que entrelazó con cuentas de plata que llegaban hasta la cintura. Después de eso, Serai insistió en aplicar algunos cosméticos a la cara de Isana, aunque se conformó con una capa muy ligera. Cuando Isana miró hacia el espejo, casi no reconoció a la mujer que le devolvía la mirada. Parecía… de alguna manera no parecía real, como si otra persona pretendiera parecerse a Isana.
—Estáis encantadora —la alabó Serai.
—No lo estoy —replicó Isana—. Esa no… esa no… soy yo. Yo no tengo ese aspecto.
—Ahora sí, querida. Tenéis un aspecto deslumbrante e insisto en llevarme todo el mérito por ello. —Serai, que esta vez iba vestida con un vestido de seda de un color ámbar oscuro, pasó el peine por numerosos puntos en el cabello de Isana, ajustándolo con un brillo de pícara diversión en los ojos—. Me han dicho que a lord Rodas le gustan las figuras delgadas y el cabello oscuro. Su esposa se va a subir por las paredes si se da cuenta de que os mira.
Isana movió la cabeza.
—No me interesa lo más mínimo que nadie se me quede mirando. En particular, en una fiesta organizada por el hombre que ha enviado a unos asesinos a matarme.
—No hay ninguna prueba de que Kalare esté detrás de los atentados, querida. Aún. —La cortesana se apartó de Isana para contemplar en el espejo su aspecto perfecto y sonrió de placer ante su propia imagen—. Estamos deslumbrantes… y es necesario que así sea, si queremos transmitir una buena impresión y alcanzar nuestros objetivos. Es algo vano, estúpido y superficial, pero no por ello es menos cierto.
Isana volvió a mover la cabeza.
—Todo esto es una enorme estupidez. Hay vidas en peligro, y nuestra única esperanza de conseguir que alguien haga algo para evitarlo es arrodillarnos ante la moda para conseguir algunos favores en una fiesta en un jardín. No tenemos tiempo para estas tonterías.
—Vivimos en una sociedad, Isana, que se ha construido con miles de años de trabajo duro, esfuerzo y guerra. Por necesidad somos víctimas de su historia y de sus instituciones.
Serai ladeó la cabeza durante un momento, contemplando pensativa su reflejo y entonces soltó unos cuantos mechones rizados de las peinetas que mantenían la mayor parte de su cabello estirado hacia atrás, para que cayeran y le enmarcaran la cara. La cortesana sonrió e Isana sintió que le apretaba la mano y que tenía los dedos calientes.
—Y admitidlo: el vestido os va perfecto.
Isana se dio cuenta de que sonreía a pesar de sus preocupaciones y se movió adelante y atrás ante el espejo.
—Supongo que no le haré daño a nadie si llevo algo bonito.
—Es que de eso se trata —recalcó Serai—. ¿Nos vamos? Nuestro carruaje llegará dentro de un momento, y quiero tener la oportunidad de regodearme con la expresión de la cara de sir Nedus cuando os vea.
—Serai —protestó Isana con poco entusiasmo—. Sabéis que no me interesa, ni albergo la más mínima intención de obtener ese tipo de atención.
—Pues deberíais intentarlo. Puede ser bastante satisfactorio. —Se calló mientras miraba a Isana y preguntó—: ¿Hay algún hombre que preferiríais que os viera esta noche?
Isana puso los dedos de la mano suavemente sobre la bolsa que llevaba escondida.
—Lo hubo.
—¿Ahora ya no forma parte de vuestra vida? —preguntó Serai.
—Murió. —Isana no pretendía que su voz sonase tan plana y dura, pero había ocurrido y no podía decir que lo lamentase—. No me gusta hablar de ello.
—Por supuesto —asintió Serai con voz pensativa—. Perdonad mi indiscreción.
Entonces sonrió como si la conversación no hubiera tenido lugar y tomó a Isana por el brazo para conducirla hasta la entrada de la mansión de sir Nedus.
En el último momento, Serai avanzó unos pasos por delante de Isana, adelantándose al inicio de la escalinata que conducía al vestíbulo principal de la casa con la intención de llamar la atención de su anfitrión y realizar una presentación algo adornada y teatral de Isana cuando apareció algo cohibida.
El rostro arrugado del viejo caballero de cabello blanco se abrió inmediatamente en una amplia sonrisa.
—Furias, muchacha. Nunca habría pensado que pudierais hacer unos arreglos tan extraordinarios.
—¡Nedus! —le amonestó Serai, moviendo un dedo en su dirección—. ¿Cómo os atrevéis a subestimar mis habilidades con los cosméticos?
Isana se dio cuenta de que estaba sonriendo de nuevo y descendió los escalones al lado de Serai.
—Serai me ha dicho que os debo agradecer el vestido, sir Nedus. Estoy muy agradecida por vuestra generosidad y espero recompensaros en cuanto pueda.
El anciano caballero movió una mano.
—No es nada, estatúder. A los ancianos idiotas les encanta gastarse el oro en chicas hermosas. —Le lanzó una mirada a Serai—. O eso me han dicho. Señoras, permítanme que las acompañe hasta el carruaje.
—Y supongo que ese es vuestro deber —le recordó Serai, al aceptar el brazo que le ofrecía Nedus con una reverencia cortesana e Isana los siguió cuando salieron por la puerta de la casa.
Allí les esperaba un carruaje blanco y plateado tirado por cuatro caballos grises, cuyas riendas sostenía un cochero con librea gris, mientras que otro lacayo bajaba del puesto en la parte trasera del vehículo, desplegaba los escalones para subir al mismo y abría la puerta para las mujeres.
—Muy bonito —murmuró Serai dirigiéndose a Nedus, pero se quedó mirando al caballero y comentó—: Me he dado cuenta de que esta noche lleváis vuestra espada, señor.
Nedus pareció sorprendido.
—Furias. ¿De verdad?
—Es más, también me he dado cuenta de que vuestra ropa se parece mucho a la librea de los cocheros.
—Sorprendente —exclamó Nedus con una sonrisa—. Sin duda se trata de algún tipo de fascinante coincidencia.
Serai se detuvo y le frunció el ceño al anciano con la cara muy seria.
—Y el asiento al lado del cochero está vacío para que lo ocupe un hombre de armas. ¿A qué estáis jugando?
—¿Por qué? ¿Qué queréis decir?
Serai suspiró.
—Nedus, querido, esto no es lo que os pedí. En vuestra época ya hicisteis suficiente por el Reino. Estáis retirado. No tengo la intención de arrastraros a algo peligroso. Quedaos aquí.
—Lo siento mucho, pero no estoy seguro de lo que estáis hablando, lady Serai —respondió Nedus con amabilidad—. Solo os estoy acompañando al carruaje.
—No, no lo estáis haciendo —replicó Serai con el ceño fruncido.
El anciano caballero miró a Isana y le guiñó el ojo.
—Bueno, posiblemente no. Pero se me ocurre que si tuviera la intención de llevar mis armas en este carruaje, realmente no podríais hacer gran cosa para impedirlo, mi señora. En cuanto subáis a él, yo podría montar en el pescante y no deberíais desdeñar la protección adicional, sin importar lo que estéis dispuesta a aceptar de mí.
La boca de Serai se apretó en una línea recta.
—No vais a dejar que os convenza de lo contrario, ¿verdad?
Nedus sonrió con inocencia.
Serai dejó escapar un suspiro exasperado y le tocó el brazo.
—Al menos prometedme que tendréis cuidado.
—Hay espadachines viejos y espadachines duros —replicó Nedus, utilizando con desparpajo la vieja máxima de la legión—. Pero muy pocos espadachines viejos y duros. —Abrió la puerta del carruaje y dijo—: Señoras, por favor.
Serai e Isana se acomodaron en el habitáculo ricamente decorado. Nedus cerró la puerta y un momento después el carruaje se puso en marcha. Isana contempló la cara de Serai, sintiendo la ansiedad de la cursor a pesar de la indiferencia que mostraba habitualmente.
—Teméis por él —murmuró Isana.
Serai le devolvió una sonrisa dolorida.
—En su época fue uno de los hombres vivos más peligrosos. Pero de eso hace mucho.
—Os adora —murmuró Isana—. Como a una hija.
La sonrisa de Serai se volvió un poco triste.
—Lo sé.
La diminuta cortesana recogió las manos en el regazo y miró atentamente por la ventanilla del carruaje, de manera que el resto del corto viaje hasta la fiesta pasó en silencio.
La casa en la ciudad de lord Kalare era más grande que todo Isanaholt y se elevaba siete pisos hacia el cielo. Los balcones y las escaleras rodeaban todo el exterior del edificio, que estaba cubierto de una vegetación espesa de plantas de hojas anchas, flores y árboles pequeños, dispuestos en pequeños y hermosos jardines en miniatura, que se completaban con numerosas fuentes bellamente iluminadas. Los cocheros podrían haber pasado por las puertas principales de la casa sin agachar la cabeza ni preocuparse demasiado por la posición de las ruedas del carruaje. Pendones del Final del Invierno con el verde y el gris de la ciudad de Kalare festoneaban las barandillas de todos los balcones, ventanas y pilares, y habían envuelto las dos filas de estatuas que conducían hasta la puerta principal.
Con la invitación falsificada en una mano confiada, Serai condujo a Isana por el paseo iluminado hasta alcanzar la puerta de la mansión.
—Creo que la casa dice algo de nuestro anfitrión —comentó Serai—. Rica. Grande. Llamativa. Indulgente. Diría algo más, pero supongo que parecería desagradable.
—¿Puedo suponer que no sentís demasiado aprecio por lord Kalare? —preguntó Isana.
—Nunca lo he sentido —respondió Serai con alegría—. Dejando de lado sus actividades más recientes, siempre me ha parecido que el hombre era un patán malvado y sin carácter. Siempre he tenido la esperanza de que contraiga una enfermedad devastadora que le exponga a niveles letales de humillación.
Isana se dio cuenta de que estaba riendo.
—¡Cielo santo! Pero ¿a pesar de eso asistís a su fiesta?
—¿Por qué no debería hacerlo? —se sorprendió Serai—. Él me adora.
—¿De verdad?
—Por supuesto, querida. Todo el mundo lo hace. Aquí soy muy bienvenida.
—Si os adora tanto, ¿por qué no estabais invitada desde el principio?
—Porque la lista la ha confeccionado lady Kalare —respondió Serai—. Como norma general, ella no adora a toda mujer atractiva que despierta el interés de su marido. —La cortesana bufó—. Lo cierto es que es bastante mezquina sobre el tema.
—¿Por qué tengo la impresión que os encanta restregarle esa falta de aprecio en su propia cara?
Serai movió una mano desdeñosa.
—Tonterías, querida. La presunción no es digna de una dama.
Serai se acercó al portero que esperaba en el quicio de la puerta y le entregó la invitación. El hombre solo la miró por encima y respondió a la sonrisa de Serai con una reverencia y un cortés murmullo de bienvenida. Serai condujo a Isana hacia un arco de entrada inmenso flanqueado por estatuas. Pasaron por debajo de él y las zapatillas emitieron un ligero roce sobre el suelo de piedra. Atravesaron zonas de luz procedentes de lámparas de furias coloreadas que colgaban aquí y allí entre las estatuas, y el paseo fue bastante silencioso.
Sin duda, la penumbra y el silencio eran intencionados, porque cuando Isana llegó al final del pasaje, se abrió hacia el enorme jardín que formaba el corazón de la mansión. El jardín era fabuloso, incluyendo la poda ornamental en forma de caballos y gargantes, una sección del follaje espeso y de color verde purpúreo de los árboles exóticos de la Jungla de las Acacias Amarillas y docenas de fuentes. Lámparas de furias de todos los colores emitían una luz muy brillante y diablillos en forma de chispas saltaban rítmicamente de lámpara en lámpara en largos rayos de luz y color, porque cada diablillo seguía con precisión los pasos de una danza de una complejidad imposible de aprehender, que tenía su eco en los chorros de agua que saltaban con gracia de una fuente a la siguiente en un contrapunto rítmico.
El color de la luz que caía sobre cualquier parte del jardín cambiaba entre un latido y el siguiente, e hizo que Isana se sintiera un poco mareada. La música flotaba por todo el jardín, compuesta por gaitas, cuerdas, un tambor lento y una flauta de madera llena de gran dignidad y alegría.
Y la gente. Isana había visto muy pocas veces a tanta gente en un mismo lugar, y todo el mundo lucía ropas que habrían podido pagar los impuestos de su explotación durante un mes, como mínimo. Había gente con el color dorado de la soleada costa meridional, gente con las facciones delgadas y algo severas de las montañas al oeste de la capital, y gente con la piel más oscura de los pueblos marineros de la costa occidental. Las joyas brillaban en sus nidos en medio de las prendas de vestir de gran riqueza, anillos y amuletos, cuyos colores chocaban y emitían acordes con la luz en sus cambios continuos.
El olor delicioso de hojaldre recién horneado y de carne asada llenaba el aire, así como el aroma fresco de las flores y de la hierba acabada de segar, y la nariz de Isana percibió una docena de perfumes exóticos cuando los invitados pasaron a un lado y a otro por delante de ella. En un rincón del jardín, un juglar entretenía a media docena de niños de edades diversas, y en otro tocaban los tambores con más rapidez y fuerza, mientras que tres esclavas se movían sinuosas a través de los pasos complejos y exigentes de una danza tradicional de Kalare.
Isana se quedó parada, mirándolo todo con la boca abierta.
—Furias —jadeó.
Serai le dio un golpecito en la mano.
—Recordad. Por ricos y poderosos que sean, solo son personas. Y esta casa y el jardín los han comprado con simple dinero —murmuró—. Kalare está realizando un esfuerzo para demostrar su riqueza y su prosperidad. Sin duda intenta superar cualquier fiesta que estén preparando Aquitania y Rodas.
—Nunca había visto nada igual —comentó Isana.
Serai sonrió y miró alrededor. Isana vio algo melancólico en su mirada.
—Sí, supongo que es bastante agradable. —Siguió sonriendo, pero Isana sintió un ligero tono de amargura mientras hablaba—. Pero yo he visto lo que ocurre en lugares como este, estatúder. Ya no puedo apreciar la fachada.
—¿Realmente es tan horroroso? —preguntó Isana en voz baja.
—Lo puede ser —respondió Serai—. Pero al fin y al cabo, aquí es donde realizó mi trabajo. Quizás esté saturada. Por aquí, querida. Quedémonos a un lado durante un momento para que quienes lleguen detrás no nos pisen el vestido.
Serai tiró de Isana hacia un lado y pasó un momento mirando alrededor del jardín. Una arruga muy fina apareció entre sus cejas.
—¿Qué ocurre? —preguntó Isana en voz baja.
—Esta noche la asistencia es un poco más partidista de lo que me esperaba —murmuró Serai.
—¿Qué queréis decir?
—Buena parte de los Grandes Señores destacan por su ausencia —contestó Serai—. Antillus y Frigia no están aquí, como es natural, y no han enviado a ningún representante. Parcia y Ática no han venido, pero han enviado a sus senadores más veteranos en su representación. Eso va a molestar a Kalare. Se trata de un insulto calculado. —Los ojos de la pequeña cortesana se movieron por el jardín—. Lord y lady Riva están aquí, al igual que lady Placida, pero no su esposo. Lord y lady Rodas están allí, junto al seto. Y ¡sorpresa!, parece que también está Aquitania.
—¿Aquitania? —preguntó Isana con voz neutra.
Serai la miró con fiereza. Excepto por los ojos, la sonrisa de la cortesana era una máscara firme e impenetrable.
—Querida, debéis contener vuestras emociones. Casi todos los presentes tienen tantas habilidades con el artificio del agua como vos. Y aunque algunos sentimientos mejoran cuando se comparten con los demás, no creo que la rabia sea uno de ellos, en especial cuando casi todos los presentes también tienen una habilidad terrible con los artificios de fuego.
Isana apretó los labios con fuerza hasta formar una línea.
—Su ambición mató a algunos de mis amigos, de mis trabajadores, de mis vecinos. Y también habría matado a mi familia si no hubiera sido por nuestra buena suerte.
Los ojos de Serai se abrieron de par en par con gran preocupación.
—Querida —dijo con voz engolada—. No debéis. Sin duda hay una docena de artífices del viento escuchando todo lo que pueden. No debéis decir esas cosas en público, donde es posible que os estén oyendo. Las consecuencias podrían ser peligrosas.
—Solo es la verdad —insistió Isana.
—Nadie lo puede demostrar —replicó Serai y su mano apretó el brazo de Isana—. Y estáis aquí en calidad de estatúder, lo que significa que sois una ciudadana. Y también significa que si difamáis a Aquitania en público se verá obligado a desafiaros en el juris macto.
Isana se volvió para mirar a Serai con gran sorpresa.
—¿Un duelo? ¿Yo?
—Si lucháis contra él, os matará. Y la única forma de evitar el duelo será retirar la afirmación en público, lo que sería una manera extraordinaria de conseguir que no se le pueda acusar de nuevo. —Los ojos de la cortesana se volvieron fríos y duros como piedras—. Os vais a controlar, estatúder, o por vuestro propio bien os dejaré inconsciente y os arrastraré de regreso a la mansión de Nedus.
Isana se quedó mirando a la mujer diminuta con la boca abierta.
—Llegará el momento de castigar a todos los que hayan pretendido debilitar la autoridad de la Corona —continuó Serai con ojos de acero—. Pero si hay que hacerlo, se hará de la manera apropiada.
Ante la determinación razonada de Serai, Isana se obligó a dejar de lado su rabia y amargura. Tenía toda una vida de práctica para resistirse a la influencia de las emociones que podía sentir en los demás, y eso le daba una pequeña ventaja para contener las propias.
—Tenéis razón. No sé qué me ha pasado.
La cortesana asintió y sus ojos se suavizaron para hacer juego con su sonrisa.
—Furias, mirad lo que habéis hecho. Me habéis obligado a amenazaros con violencia física, querida, y eso es algo que ninguna dama que se precie haría nunca. Me siento realmente bruta.
—Os presento mis disculpas —replicó Isana.
Serai le dio un golpecito en el brazo.
—Por suerte soy la mujer más refinada y tolerante del Reino. Os perdonaré. —Serai hizo un gesto altivo—. Al final.
—Mientras tanto, ¿con quién deberíamos hablar? —preguntó Isana.
Serai frunció los labios pensativa.
—Empecemos con lady Placida, que es la cronista de la Liga Diánica, y su esposo permanece bastante distante tanto de Kalare como de Aquitania.
—¿Entonces apoyan a la Corona? —preguntó Isana.
Serai arqueó una ceja.
—No exactamente. Pero paga los impuestos sin quejarse, y sus hijos y él han servido varias veces en las legiones de la Muralla del Escudo, en la zona de Antillus. Luchará por el Reino, pero su mayor preocupación es el gobierno de sus tierras con las mínimas interferencias posibles. Mientras pueda seguir así no le preocupa la identidad del próximo Primer Señor.
—Nunca comprenderé la política. ¿Por qué nos va a ayudar?
—Lo más probable es que no lo haga por voluntad propia —respondió Serai—. Pero existe la posibilidad que su esposa sí quiera. Sospecho que la Liga Diánica debe de estar muy interesada en establecer alguna relación con vos.
—Queréis decir que quiere que les deba favores con la mayor rapidez posible —replicó Isana con tono seco.
—Vuestra comprensión de la política me parece bastante acertada —reconoció Serai con los ojos brillantes y condujo a Isana para presentarle a lady Pacida.
La esposa de lord Placida era una mujer excepcionalmente alta con una cara delgada, severa y con cejas espesas que anunciaban el intelecto excepcional que se escondía detrás de ellas. Lucía el color oscuro de la casa gobernante en Placida, un verde esmeralda oscuro y de muchos matices, cuyo tinte se fabricaba con una planta que solo se encontraba en las cimas más altas de las montañas cercanas a Placida. También lucía joyas de oro encastadas con esmeraldas y amatistas, siendo cada pieza muy hermosa en su elegante sencillez. No aparentaba más de veintitantos años, aunque su cabellos castaño, como el de Isana, quedaba ligeramente matizado de plata y gris. Lo llevaba cubierto por una red sencilla que caía hasta la base del cuello y olía a aceite de rosas.
—Serai —murmuró y le sonrió a la cortesana cuando se acercó. Su voz era sorprendentemente ligera y dulce. Se adelantó con las manos extendidas, y Serai las cogió con una sonrisa—. Ha pasado mucho tiempo desde que nos visitasteis.
Serai inclinó la cabeza en un gesto de deferencia ante la posición de lady Placida.
—Muchas gracias, Vuestra Gracia. ¿Y cómo se encuentra vuestro señor esposo, si puedo preguntar?
Lady Placida puso los ojos en blanco y murmuró con sequedad:
—No se encontraba lo suficientemente bien como para asistir a la festividad de esta noche. Sin duda, algo flota en el aire.
—Sin duda —asintió Serai con tono serio—. Si se me permite el atrevimiento, ¿le podríais transmitir mis mejores deseos para que se recupere lo antes posible?
—Encantada —respondió la Gran Señora, antes de volverse hacia Isana y sonreír educadamente—. Y vos, señora, ¿sería posible que fuerais Isana de Calderon?
En respuesta, Isana inclinó la cabeza.
—Si os place, Vuestra Gracia, solo Isana.
Lady Placida arqueó una ceja y estudió a Isana con ojos intensos y alerta.
—No, estatúder. Me temo que no puedo estar de acuerdo. Es más, de todas las mujeres del Reino, me parece que sois la que más os merecéis el honorífico. Vos habéis hecho algo que no había hecho nunca una mujer a lo largo de toda la historia de Alera. Habéis ganado un rango y un título sin recurrir al matrimonio o al asesinato.
Isana movió la cabeza.
—Si alguien se merece el mérito, debe ser el primer Señor. Yo tuve poco que decir en el asunto.
Lady Placida sonrió.
—Resulta raro que la historia tome nota de las casualidades cuando recoge los acontecimientos. Y por lo que he oído, sospecho que se podría argumentar que os habéis ganado el título de sobra.
—Muchas mujeres se han ganado un título, Vuestra Gracia. No me parece que sea un factor determinante si lo recibieron de verdad o no.
Lady Placida rio.
—Eso es cierto, pero quizás está empezando a cambiar. —Le ofreció sus manos—. Ha sido un gran placer conoceros, estatúder.
Isana tomó las manos de la mujer durante un momento y sonrió.
—Igualmente.
—Por favor, decidme que Serai no es vuestra guía en la capital —murmuró la Gran Señora.
Serai suspiró.
—Todo el mundo piensa lo peor de mí.
—Silencio, querida —replicó lady Placida con calma y con los ojos brillantes—. Yo no pienso lo peor de vos. Resulta que lo sé. Y tiemblo al pensar en el tipo de experiencias chocantes a las que vais a exponer a la buena estatúder.
Serai extendió el labio inferior.
—Muy pocas. Me alojo en la mansión de sir Nedus. Debo desplegar mi mejor comportamiento.
Lady Placida asintió comprensiva.
—Isana, ¿ha hablado con vos algún miembro del consejo de la Liga Diánica?
—Aún no, Vuestra Gracia —contestó Isana.
—Ah —exclamó Lady Placida—. Bien, no os voy a aburrir con un discurso de reclutamiento en medio de una fiesta, pero me gustaría disfrutar de la oportunidad de hablar del tema con vos antes de terminar el Final del Invierno. Creo que hay muchas cosas que la Liga y vos nos podemos ofrecer mutuamente.
—No sé qué podría ofrecer yo, Vuestra Gracia —replicó Isana.
—Un ejemplo, para empezar —explicó lady Placida—. La noticia de vuestro nombramiento se ha extendido como un reguero de pólvora. Hay miles de mujeres en el Reino que han visto que ahora es posible que se les abran puertas que antes estaban vedadas.
—Vuestra Gracia —mintió Serai con delicadeza—, me temo que el tiempo de la estatúder está muy limitado como invitada del Primer Señor, pero resulta que conozco a la bellísima esclava a cargo de su agenda y estaré encantada de hablar con ella a vuestro favor para ver si podemos encontrar un hueco.
Lady Placida rio.
—Mi tiempo también está algo limitado.
—No lo dudo —reconoció Serai—. Pero quizá se pueda arreglar algo. ¿Qué tal son vuestras mañanas?
—En su mayor parte llenas de recepciones interminables, excepto para la audiencia de mi señor esposo con el Primer Señor.
Serai arqueó una ceja pensativa.
—Por lo general hay que dar un buen paseo durante la audiencia. Quizá podríais permitir que la estatúder os acompañase para conversar.
—Una idea excelente —reconoció lady Placida—. Pero me temo que llega dos días tarde. Este año mi señor esposo era el primero en la lista. —Sus palabras fueron ligeras y amables, pero Isana vio en sus ojos algo astuto y calculador durante un instante—. Haré que alguien de mi personal se ponga en contacto con vos para tomar un té con la estatúder; por supuesto, si estáis de acuerdo, Isana.
—Oh, sí. Por supuesto —asintió Isana.
—Excelente —dijo lady Placida sonriendo—. Entonces, hasta que nos volvamos a ver.
Se dio la vuelta para entablar conversación con un par de caballeros de barba gris que lucían el fajín de color púrpura oscuro que los identificaba como senadores.
El estómago de Isana le dio un retortijón de frustración y preocupación. Miró a Serai y dijo:
—Debe de haber alguien más.
Serai frunció el ceño durante un momento a la espalda de la Gran Señora y le murmuró a Isana:
—Por supuesto, querida. Si no tienes éxito la primera vez, sigue el curso de acción más probable. —La cortesana miró por el jardín—. Hummm. Lord y lady Riva tal vez no estén muy interesados en ayudaros, lo siento. Deben de estar muy resentidos por la forma en que el Primer Señor nombró a vuestro hermano como nuevo conde de Calderon sin consultarlos al respecto.
—¿Qué nos queda entonces? —preguntó Isana.
Serai movió la cabeza.
—Lo seguiremos intentando hasta que hayáis oído un no de todo el mundo. Pero dejadme que hable con lord Rodas.
—¿No debería acompañaros?
—No —respondió Serai con firmeza—. Recordad, creo que le vais a gustar bastante. Prefiero presentaros como una sorpresa. Le insinuaré la idea de llevaros con él. Solo miradme y acercaos cuando haga un gesto, querida.
—De acuerdo —asintió Isana.
Serai se deslizó entre los invitados, sonriendo e intercambiando saludos al pasar. Isana la contempló y se sintió de repente vulnerable sin la presencia y el consejo de la cursor. Isana miró a su alrededor, buscando un lugar donde esperar sin tener que saltar como una gata asustada cada vez que pasase alguien por detrás de ella. Había un largo banco de piedra al lado de una fuente cercana e Isana se instaló con suavidad en él, asegurándose de que podía ver a Serai.
Un momento después una mujer con un vestido rojo se sentó en el otro extremo del banco y le hizo a Isana un amable gesto de saludo. Era alta, con el cabello oscuro pero con mechones plateados. Tenía unos encantadores ojos gris claro, aunque las facciones eran algo extrañas.
Isana le devolvió el saludo con una sonrisa, y a continuación frunció el ceño, pensativa. La mujer le parecía conocida y un instante después la reconoció del ataque en la plataforma del viento. Era la mujer con la que había tropezado Isana.
—Mi señora —empezó Isana—, me temo que no tuve la oportunidad de presentaros mis excusas esta mañana en la plataforma del viento.
La mujer arqueó una ceja con una expresión de sorpresa y después sonrió de repente.
—Oh, en la plataforma de aterrizaje. No se rompió ningún hueso, así que no es necesario disculparse.
—Aun así, me fui sin hacerlo.
La mujer sonrió.
—¿Es vuestra primera vez en la plataforma del viento de la capital?
—Sí —respondió Isana.
—Puede ser apabullante —asintió la mujer—. Tantos artífices del viento, porteadores y literas. Todo ese polvo volando por todos lados y, por supuesto, nadie puede ver nada. Durante el Final del Invierno es una locura. No se sienta mal, estatúder.
Isana parpadeó sorprendida ante la mujer.
—¿Me habéis reconocido?
—Muchos lo han hecho —respondió la mujer—. Este año sois una de las mujeres más famosas del Reino. Estoy segura de que la Liga Diánica habrá tirado la casa por la ventana para recibiros.
Isana se obligó a desplegar una sonrisa de cortesía, pero controlando con fuerza sus emociones.
—Resulta muy halagador. Acabo de hablar con lady Placida.
La mujer de rojo rio.
—Aria es muchas cosas… pero ninguna de ellas es halagadora. Espero que haya sido agradable con vos.
—Mucho —reconoció Isana—. No había esperado este tipo de… —Vaciló, buscando una frase que no fuera ofensiva para una noble.
—¿Cortesía? —sugirió la mujer—. ¿Cordialidad común muy poco común en una noble?
—No habría utilizado esos términos para describirlo, mi señora —replicó Isana, pero no pudo eliminar del tono un humor irónico.
La mujer rio.
—Y sospecho que es así porque tenéis conciencia, mientras que la mayor parte de la gente que hay aquí solo lo haría por sus ambiciones políticas. Las ambiciones son incompatibles con la conciencia, ¿sabéis? Las dos se estrangulan directamente y dejan a su paso un caos tremendo.
Isana rio.
—¿Y vos, mi señora? ¿Sois una mujer de conciencia o de ambición?
La señora sonrió.
—Esa es una pregunta que no se suele formular en la corte.
—¿Y cómo es eso?
—Porque una mujer de conciencia os diría que es una persona con conciencia. Una mujer de ambición os diría que es una persona de conciencia… solo que de una manera mucho más convincente.
Isana arqueó una ceja, sonriendo.
—Ya veo. Entonces deberé ser mucho más circunspecta con mis preguntas.
—No lo hagáis —replicó la señora—. Resulta refrescante encontrar una mente nueva con preguntas nuevas. Bienvenida a Alera Imperia, estatúder.
Isana inclinó la cabeza ante la señora y murmuró con gratitud sincera:
—Muchas gracias.
—Por supuesto. Es lo mínimo que puedo hacer.
Isana levantó la mirada para ver a Serai hablando con un hombre de mejillas hundidas y vestido de oro y sable, los colores de la Casa de Rodas. La cortesana estaba riendo por algo que estaba diciendo el Gran Señor cuando miró hacia Isana.
La sonrisa se heló en el rostro de Serai, que se volvió hacia Rodas y le dijo algo, antes de darse la vuelta y cruzar inmediatamente el jardín para unirse a Isana y la mujer con el vestido rojo.
—Estatúder —saludó Serai con una sonrisa y le hizo una profunda reverencia a la mujer de rojo—. Lady Aquitania.
La mirada de Isana voló de Serai a la mujer de rojo, mientras que la rabia y el odio que había sentido antes amenazaban con liberarse.
—Vos. —Se atragantó con la frase y tuvo que tomar aire para volver a empezar—. ¿Vos sois lady Aquitania?
La señora miró a Serai con una mirada fría y murmuró en tono seco:
—¿No mencioné mi nombre? Qué descuido por mi parte. —Le hizo una pequeña inclinación de cabeza a Isana y prosiguió—: Soy Invidia, esposa de Aquitanius Attis, Gran Señor de Aquitania. Y me gustaría mucho hablar del futuro con vos, estatúder.
Isana se puso en pie y levantó la barbilla mientras miraba hacia abajo a lady Aquitania.
—No veo qué interés podría haber en esa conversación, Vuestra Gracia —replicó.
—¿Por qué no?
Isana sintió cómo Serai se colocaba a su lado y los dedos de la cortesana se cerraron alrededor de la muñeca de Isana, ordenándole que se contuviera.
—Porque en cualquier futuro que pueda imaginar, vos y yo no tenemos nada que ver la una con la otra.
Lady Aquitania sonrió con una expresión fría y contenida.
—El futuro es un camino enrevesado. No es posible prever todas sus revueltas.
—Quizá no —reconoció Isana—. Pero es posible elegir a los compañeros de viaje. Y yo no voy a caminar con una tr…
Las uñas de Serai se hundieron con fuerza en el brazo de Isana y la estatúder casi no se pudo contener de pronunciar la palabra «traidora». Respiró hondo y se tranquilizó antes de continuar.
—No voy a ir con una compañera de viaje por la que tengo pocas razones para que me guste… y muchas menos para confiar en ella.
Lady Aquitania paseó tranquilamente la mirada de Isana a Serai.
—Sí. Puedo ver que vuestro gusto y el mío en cuanto a compañeras difiere de manera significativa. Pero tened en mente, estatúder, que la ruta puede ser peligrosa. Existen muchos peligros tanto evidentes como ocultos. Resulta inteligente andar con alguien que sea capaz de protegeros de ambos.
—E incluso es mucho más inteligente elegir compañeros que no se vuelvan contra ti cuando se les presente la oportunidad —replicó Isana, que bajó la voz hasta convertirse casi en un susurro—. Vi la daga de vuestro esposo, Vuestra Gracia. Enterré hombres, mujeres y niños que murieron por su culpa. Nunca andaría por voluntad propia con alguien como vos.
Los ojos de lady Aquitania se entornaron, antes de asentir, y su mirada se trasladó hacia Serai.
—¿Doy por hecho, Serai, que sois la guía de la estatúder en la capital?
—Su Majestad le hizo una petición a mi amo, quien me prestó para que ejerciera esta función —respondió Serai con una sonrisa—. Y si se da la coincidencia de que conozco la moda de la nueva temporada durante el ejercicio de mis deberes, tan solo tengo que aceptarlo.
Lady Aquitania sonrió.
—Bueno, no es como nuestro baile de Medio Verano, pero nos tendremos que conformar.
—Nada se puede comparar a Medio Verano en Aquitania —replicó Serai—. Y vuestro vestido es precioso.
Lady Aquitania sonrió en lo que pareció una expresión de placer genuino.
—¿Esta antigualla? —preguntó con ingenuidad y haciendo un gesto desdeñoso con la mano.
La seda escarlata del vestido pasó a través de una neblina de colores hasta asentarse en un tono ámbar como el vestido de Serai, pero con una tonalidad más profundamente carmesí.
Los labios de Serai se separaron y amplió su sonrisa.
—Oh, furias. ¿Es difícil hacer eso?
—No más que cualquier grifo u horno —respondió lady Aquitania—. Se trata de una nueva línea de sedas en la que lleva trabajando desde hace años mi maestro tejedor. —Otro gesto devolvió la seda a su tono original, aunque se oscurecía del escarlata al negro en una suave degradación al final de las mangas y en el borde de la falda—. Mi señor esposo sugirió que se utilizase para reflejar el estado de ánimo de quien lo llevase, pero por el amor de Dios, como si no tuviéramos ya suficientes problemas para manejar a los hombres. Si de repente pudieran conocer de verdad nuestros estados de ánimo, estoy segura de que sería un desastre espantoso. Así que insistí en que fuera una simple moda.
Serai miró el vestido con melancolía.
—¿Supongo que la nueva seda debe de ser cara?
Lady Aquitania se encogió de hombros.
—Sí, pero no descabelladamente cara. Y es posible que pueda arreglar algo para vos, si nos visitáis en Medio Verano.
La máscara sonriente volvió a la cara de Serai.
—Eso es muy generoso, Vuestra Gracia. Y muy tentador, pero me temo que debo consultar con mi amo antes de tomar una decisión.
—Por supuesto. Sé muy bien la alta estima que tiene vuestra lealtad y cómo la dirige. —Se produjo un silencio y la sonrisa de lady Aquitania puso un énfasis suave pero definitivo en él—. ¿Estáis segura de que no os gustaría venir? Estos vestidos van a ser el furor en el próximo par de temporadas. Me encantaría veros con uno, y vos sois, al fin y al cabo, una asesora de valor incalculable en estos temas. Sería una verdadera pena que no se os reconociera como la punta de lanza de los estilos más novedosos.
Isana notó que los dedos de la cortesana se aferraban de nuevo a su brazo.
—Sois muy generosa, Vuestra Gracia —replicó Serai y dudó un instante tan fugaz que Isana casi no se dio cuenta de la extraña pausa—. Me temo que aún estoy bastante desconcentrada a causa de tanto viaje. Dejadme dormir un poco y consideraré las posibilidades.
—Por supuesto, querida. Mientras tanto, ofrecedle un buen servicio a vuestro amo y a la estatúder, Serai. La capital puede ser un lugar peligroso para quienes no la conocen. Sería una gran pérdida para la Liga si le ocurriera algo.
—Os aseguro, Vuestra Gracia, que a Isana la cuidan más manos que las que se pueden ver con facilidad.
—De eso estoy segura —replicó lady Aquitania. Se puso en pie con suavidad y les inclinó la cabeza a Isana y Serai, sin apartar los ojos grises de Isana—. Señoras, estoy segura de que volveremos a hablar.
Las estaba despidiendo. Isana entrecerró los ojos y se preparó para defender su territorio, pero los tirones silenciosos de Serai en su brazo la alejaron de lady Aquitania hacia otra zona del jardín.
—Lo sabía —comentó Isana en voz baja—. Sabía cómo reaccionaría si se presentaba.
—Obviamente —replicó Serai con voz temblorosa.
Isana sintió una escalofrió de aprensión que le llegaba desde la cortesana y se quedó mirando a la mujer más menuda.
—¿Os encontráis bien?
Serai miró a su alrededor.
—Aquí no —respondió—. Hablaremos más tarde.
—Muy bien —asintió Isana—. ¿Habéis hablado con lord Rodas?
—Sí.
—¿Dónde está?
Serai negó con la cabeza.
—Él y los otros Grandes Señores se han ido al extremo más alejado del jardín para presenciar el duelo oficial de Kalare con su hijo, Brencis, para obtener la ciudadanía. Su audiencia con el Primer Señor será mañana, pero su grupo ya es demasiado grande. —Se lamió los labios—. Creo que nos tendríamos que ir, estatúder, cuanto antes.
Isana sintió cómo se tensaba de nuevo.
—¿Estamos en peligro?
Serai miró hacia lady Aquitania al otro lado del jardín e Isana notó que empezaba a temblar con más fuerza.
—Sí, lo estamos.
Isana sintió que el miedo de Serai se le agarraba a las entrañas.
—¿Qué debemos hacer?
—Yo… yo no lo sé… —La pequeña cortesana respiró hondo y cerró los ojos durante un momento. Los volvió a abrir, e Isana comprendió que se obligaba a infundir seguridad en su voz—. Deberíamos irnos lo antes posible. Os presentaré a suficientes personas como para cumplir con el protocolo, pero regresaremos de inmediato a la casa de Nedus.
Isana notó que se le cerraba la garganta.
—Hemos fracasado.
Serai levantó la barbilla y le dio un golpecito con firmeza en el brazo de Isana.
—Aún no hemos triunfado. Esa es la diferencia. Encontraremos un medio.
Había regresado la actitud confiada de la cortesana, pero Isana creyó percibir aún un ligerísimo temblor en su mano. Y vio cómo Serai lanzaba otra mirada en dirección a lady Aquitania y sus ojos se movían con demasiada rapidez como para no traicionar su nerviosismo.
Isana miró hacia atrás y se encontró con los ojos grises y fríos de lady Aquitania al otro lado del jardín.
La estatúder sintió un escalofrío y apartó la mirada.