Tavi dormía como un muerto, y se despertó cuando alguien le movió el hombro con un gesto brusco. Se estiró poco a poco con los músculos atrofiados por la incomodidad de horas de dormir sin moverse, y se limpió la baba de la boca.
—¿Qué? —murmuró.
La iluminación del dormitorio que compartía con Max era muy tenue. A juzgar por la cantidad de luz, debía de estar acercándose la hora del crepúsculo. Se había pasado horas durmiendo.
—He dicho —replicó una voz severa y rica en matices— que deberías levantarte enseguida.
Tavi parpadeó y miró a quien le había despertado.
Gaius le devolvió una mirada severa.
—No tengo tiempo que perder con aprendices de pastor cuyos sueños son demasiado profundos como para servir al Primer Señor del Reino.
—Sire —balbució Tavi y se sentó. Se retiró el cabello de los ojos y parpadeó para quitarse el sueño de encima—. Perdonadme.
—Esperaba algo más de ti —comentó Gaius con expresión severa—. Un comportamiento más parecido…, más parecido al del bastardo de Antillus, por ejemplo. Es un joven excelente. Con una gran reputación de lealtad. Honor. Deber. Y guapo hasta decir basta.
Tavi puso los ojos en blanco y golpeó a «Gaius» ligeramente en el estómago con un puño.
—Uf —exclamó el falso Gaius, con una voz que volvía al tono y cadencia habituales de Max.
Los rasgos del Primer Señor se deslizaron y cambiaron, convirtiéndose en la nariz rota y el aspecto bien parecido y duro de Max. La boca del muchacho de más edad mostraba una amplia sonrisa.
—Bastante bien, ¿no te parece? Te he engañado durante un momento.
Tavi se masajeó la nuca, intentando soltar un músculo agarrotado.
—Solo durante un momento.
—Ah —replicó Max—. Pero tú sabes dónde está en realidad, y en qué estado se encuentra. Nadie más lo sabe, o al menos esa es la idea. —Estiró las piernas y se miró los dedos de los pies—. Además, ya he asistido a la ceremonia inaugural de las Carreras del Viento y a media docena de actos menores. Me basta con tener un aspecto malhumorado y reducir los intercambios verbales a una o dos sílabas, y todo el mundo se aparta de mi camino para que no me enfade. —Max movió las cejas—. Está bien ser el Primer Señor.
—Silencio —advirtió Tavi a su amigo, mirando a su alrededor—. No es seguro mantener esta conversación en estas habitaciones.
—Tampoco creo que sean el primer lugar donde buscarían unos espías —replicó Max con un movimiento descuidado del pie enfundado en una bota—. ¿Has podido descansar un poco?
—Eso parece —respondió Tavi con una mueca de dolor.
—Ha llegado el momento de volver al trabajo —anunció Max—. Cámbiate de ropa y ven conmigo.
Tavi se puso en pie de un salto.
—¿Adónde vamos?
—Voy a seguir con mi brillante interpretación —respondió Max—. En cualquier caso, después de que nosotros, los pajes, atendamos al Primer Señor en su cámara. Me vas a aconsejar.
—¿Aconsejarte?
—Sí. Fuiste tú quien presentó el trabajo más importante sobre el artificio de las furias durante el primer año, y tendré que hablar ante el consejo de no sé qué o de no sé cuántos.
—¿El Consejo de Portavoces de la Sociedad de Artificios? —preguntó Tavi.
Max asintió.
—Esos tipos se van a reunir con el Primer Señor para que apruebe más estudios sobre oh… —Max entornó los ojos—. Cerveza artrítica. Sigo pensando que esas no son las palabras correctas.
Tavi parpadeó.
—¿Teorema antropomórfico?
Max asintió de nuevo, con la misma despreocupación que antes.
—Eso es. Tengo que saberlo todo sobre el tema para cuando lleguemos a palacio, y tú me lo tienes que enseñar.
Tavi se quedó mirando a su compañero de habitación y se empezó a quitar la ropa para ponerse una muda limpia. Ni siquiera se había molestado en desnudarse antes de derrumbarse en la cama, después de huir del Salón Negro aquella misma mañana. Se había acabado de despertar antes de vestirse de nuevo y pasarse el peine por el cabello.
—Me estoy dando prisa.
—Oh —exclamó Max, mientras se agachaba y recogía un sobre del suelo—. Alguien lo ha pasado bajo la puerta.
Tavi cogió el sobre y reconoció enseguida la letra.
—Mi tía Isana.
En el exterior, las campanadas del crepúsculo empezaron a sonar, e indicaron la llegada de la noche.
—Cuervos —juró Max. Se puso en pie y se encaminó hacia la puerta—. Vamos. Tengo que estar allí en un cuarto de hora.
Tavi dobló el sobre y lo metió en la bolsa que le colgaba del cinturón.
—De acuerdo, de acuerdo.
Salieron de la habitación y cruzaron el recinto en dirección a una de las entradas ocultas a las Profundidades.
—¿Qué necesitas saber?
—Bueno —respondió Max al cabo de unos pasos—. Humm. Todo.
Tavi miró desanimado al chico más grande.
—Max, eso lo dimos en clase. Elementos esenciales del artificio de las furias. Asististe a esa asignatura.
—Bueno, sí.
—De hecho, la dimos juntos.
Max asintió con el ceño fruncido.
—Y estuviste presente durante la mayor parte del tiempo —recordó Tavi.
—Desde luego —reconoció Max—. Era por la tarde. No tengo nada que objetar a la educación siempre que no interfiera con mi siesta.
—¿Escuchaste algo? —preguntó Tavi.
—Humm —pensó Max—. Tengo claro que Rivus Mara estaba sentada en la fila de delante de nosotros. ¿Te acuerdas de ella? Era la pelirroja de enormes… —Tosió—. Ojos. Nos pasamos algunas de esas clases comprobando quién podía hacerle el mejor artificio de tierra al otro.
Eso explicaba por qué Max se había dejado ver casi todos los días y por qué se dirigía hacia un destino desconocido en cuanto salía de clase, pensó Tavi con amargura.
—¿Cuántas son algunas?
—Todas ellas —reconoció Max—. Excepto el día en que tenía resaca.
—¿Qué? ¿Cómo conseguiste redactar el trabajo para que te aprobaran?
—Bueno. ¿Te acuerdas de Igenia? ¿La rubia de Placida? Era lo suficientemente buena para…
—Oh, cállate, Max —gruñó Tavi—. Fue una asignatura trimestral, ¿cómo cuervos se supone que te lo puedo explicar todo en los próximos quince minutos?
—Con alegría y sin quejarte —respondió Max con una sonrisa—. Como un miembro real y capaz del Reino y un sirviente de la Corona.
Tavi suspiró mientras se aseguraba de que nadie los podía ver antes de penetrar en un cobertizo que no estaba cerrado con llave y levantaban la trampilla oculta en el suelo para llegar a la escalera que conducía hacia las Profundidades. Max encendió una lámpara de furias y se la entregó a Tavi, mientras cogía otra para él.
—¿Estás preparado para atender? —le preguntó Tavi.
—Desde luego, desde luego.
—Teorema antropomórfico —anunció Tavi—. De acuerdo, sabes que las furias son los seres que habitan en los elementos.
—Sí, Tavi —asintió Max con ironía—. Gracias a mi extensa educación, he llegado hasta ahí.
Tavi hizo como que no había oído el comentario.
—Desde los principios de la historia de Alera se ha planteado un debate entre los artífices de las furias sobre la naturaleza de esos seres. Eso es lo que intentan describir las diversas teorías. Existen controversias acerca de si la naturaleza de las furias es realmente intrínseca, y hasta qué punto las obligamos a convertirse en lo que son.
—¿Eh? —exclamó Max.
Tavi se encogió de hombros.
—Les damos órdenes a las furias con nuestros pensamientos. —Siguió usando el plural inclusivo. «Nuestros», aunque se podía argumentar que era el único alerano vivo que podía decir «vuestros»—. Eso es lo que afirma la teoría del antropomorfismo impuesto. Quizás una parte de nuestros pensamientos le den forma a la manera en que nuestras furias se manifiestan ante nosotros. Quizás una furia del viento por sí misma no se parece a nada que conozcamos. Pero cuando la encuentra un artífice y la usa, es posible que ese artífice piense que debería tener el aspecto de un caballo, o de un águila, o de cualquier otra cosa. Por eso, cuando la furia se manifiesta en su forma visible, tiene ese aspecto.
—Vale, vale, de acuerdo —asintió Max—. Es posible que les demos forma sin darnos cuenta, ¿cierto?
—Cierto —confirmó Tavi—. Y esa es la teoría predominante en las ciudades y entre la mayoría de los ciudadanos. Pero otros estudiosos apoyan la teoría antropomórfica natural. Insisten en que como las furias están asociadas a alguna porción específica de su elemento, por ejemplo una montaña, una corriente de agua, un bosque o lo que sea, cada una de ellas tiene una identidad, un talento y una personalidad únicas.
—¿Y por eso tanta gente del campo les pone nombre a sus furias? —sugirió Max.
—Exacto. Y por eso la gente de la ciudad suele despreciar la idea, porque la considera una superstición campesina. Pero todos los habitantes del valle de Calderon les han dado nombre a sus furias, y todas tienen un aspecto diferente. Tienen habilidades diversas. En apariencia son bastante más fuertes que la mayoría de las furias urbanas. Desde luego, los aleranos que viven en las regiones más primitivas del Reino suelen dominar furias más poderosas que los de otras regiones.
—Entonces, ¿por qué debería creer nadie que la teoría impuesta es la correcta?
Tavi se encogió de hombros.
—Afirman que como el artífice se está imaginando una criatura individualizada con forma, personalidad y una serie de capacidades, aunque no se admita a sí mismo que lo está haciendo, es capaz de hacer más cosas porque parece que depende mucho menos de su propio pensamiento.
—¿Por eso un artífice que le pone nombre a su furia puede hacer mucho más porque es demasiado idiota como para saber que no puede hacerlo? —preguntó Max.
—Eso es lo que sostienen los partidarios de la teoría antropomórfica impuesta.
—Menuda tontería —concluyó Max.
—Quizá —reconoció Tavi—. Pero también es posible que tengan razón.
—Bueno. ¿Cómo explican los teóricos naturales el que mucha gente tenga furias sin una identidad específica?
Tavi asintió. Era una buena pregunta. Tal vez Max no tuviera ni una pizca de autodisciplina, pero su cerebro funcionaba a la perfección.
—Los teóricos naturales dicen que las furias de las tierras cada vez más domesticadas suelen venirse abajo. Pierden sus identidades específicas cuando pasan de generación en generación y, al igual que el paisaje natural, se vuelven cada vez más sedentarias y domésticas. Siguen presentes, pero en lugar de adoptar su forma natural, se han dividido en una cantidad incontable de trocitos que el artífice reúne cuando quiere que se haga algo. No son tan fuertes, pero tampoco tienen rarezas ni debilidades, y por eso son más fiables.
Max gruñó.
—Tiene sentido —comentó—. Mi viejo me censuró cuando le puse nombre a una de mis furias. —La voz de Max adquirió un tono tan duro y amargo que Tavi casi no pudo oírla—. Insistió en que era una tontería infantil. Que me tenía que quitar esa costumbre antes de que me buscara un problema. Era más difícil hacer las cosas a su manera, pero no quería ni oír hablar de alternativas.
Tavi vio el dolor en los ojos de su amigo y pensó en todas las cicatrices de su espalda. Quizá Max tenía razones para no prestarle atención a esa asignatura en particular que no tenían nada que ver con sus juergas. Tavi se había sentido muy solo con su dolorosa sensación de aislamiento mientras atendía a la teoría básica y a la historia del artificio de las furias. Pero quizá despertaba tantos recuerdos dolorosos en Max como en él.
—Entonces —suspiró Max durante un momento—, ¿quién tiene razón?
—Ni idea —respondió Tavi—. Nadie está seguro.
—Sí, sí —replicó Max con impaciencia—. Pero ¿cuál cree Gaius que es la cierta? El Consejo de Portavoces se embarcará en algún tipo de debate.
—Lo hacen todos los años —le contó Tavi—. El año pasado estuve presente. Gaius no toma partido. Se juntan para convencerlo de lo que creen que han aprendido, y él siempre escucha, asiente, no enfada a nadie y no toma partido. Creo que el Consejo de Portavoces en realidad solo quiere una excusa para beberse el mejor vino del Primer Señor, e intentar quedar por encima de sus oponentes y rivales delante de él.
Max sonrió.
—Cuervos. Me alegro de no ser el Primer Señor. Esas cosas me volverían loco en un día y medio. —Movió la cabeza—. ¿Qué hago si alguien intenta engatusarme para arrancarme una respuesta?
—Ser evasivo —sugirió Tavi, disfrutando de la vaguedad descorazonadora de la respuesta.
—¿Y si empiezan a hablar de alguna teoría de la que no tengo ni idea?
—Pues entonces, haz lo mismo que haces cuando los maestros te plantean una pregunta durante las clases y no sabes la respuesta.
Max parpadeó.
—¿Eructar?
Tavi suspiró.
—No. No, Max. Distrae su atención. Gana tiempo. Pero intenta no utilizar ninguna función corporal para conseguirlo.
Max suspiró.
—La diplomacia es más complicada de lo que creía.
—Solo es una cena —lo animó Tavi—. Lo harás bien.
—Siempre lo hago —replicó Max, pero su voz carecía de buena parte de la arrogancia habitual.
—¿Cómo se encuentra? —preguntó Tavi.
—No se ha movido —respondió Max—. No se ha despertado. Pero Killian dice que sus latidos son más fuertes.
—Eso es bueno —reconoció Tavi, mientras se mordía los labios—. ¿Qué ocurrirá si…?
—¿Si no se despierta? —concluyó Max muy serio.
—Sí.
Max respiró lentamente.
—Las legiones lucharán por la Corona, y morirá un montón de gente.
Tavi movió la cabeza.
—Pero existe una ley, y hay precedentes de la muerte de un Primer Señor sin heredero. El Consejo de Señores y el Senado presentarán sus candidatos y decidirán cuál es el más adecuado para asumir la Corona. ¿No?
—Oficialmente, desde luego. Pero decidan lo que decidan, será una solución provisional. Los Grandes Señores que aspiren al trono se portarán bien durante un tiempo, pero antes o después, uno de ellos perderá la partida política y optará por la vía militar.
—La guerra civil.
—Sí —confirmó Max y sonrió—. Y mientras esperamos que ocurra todo eso, las ciudades del sur dejarán en la estacada a las ciudades del Escudo. Y sin ese apoyo… —Max movió la cabeza—. He estado destinado dos rondas de servicio en la Muralla del Escudo. La defendemos contra los Hombres de Hielo, pero no somos tan invencibles como parece creer el resto del Reino. He visto con mis propios ojos cómo estaba a punto de romperse la Muralla del Escudo… en más de una ocasión. Sin el apoyo de la Corona, no tardará ni tres años en caer. Cuatro, como mucho.
Se pasaron un rato atravesando los túneles en silencio. Tavi solía olvidar que los conocimientos de Max sobre las disposiciones militares de los diversos Grandes Señores y de las legiones se podían igualar a sus propios conocimientos de la sociedad, la política y la historia alerana, o a los de Gaelle sobre el comercio de bienes y el movimiento del dinero, o a los de Ehren sobre cálculos y estadísticas. Cada uno de ellos tenía sus fortalezas, de acuerdo con sus inclinaciones. Esa era una de las razones por las que los habían seleccionado para formarse como cursores.
—Max —dijo Tavi en voz baja—, lo puedes hacer. Estaré a tu lado. Te ayudaré si surge algún problema.
Su amigo respiró hondo y bajó la mirada hacia él. La boca se le torció en una media sonrisa.
—Lo que pasa es que hay mucho en juego con esta actuación, Tavi. Si lo hago mal, puede morir un montón de gente. —Suspiró—. Casi desearía haber prestado atención en clase.
Tavi arqueó una ceja.
Max guiñó el ojo.
—He dicho casi.
En su conjunto, las cosas podrían haber ido peor.
«Gaius» recibió al Consejo de Portavoces en su sala de audiencias privadas, que era tan grande como una sala de conferencias de la Academia. Entre el Consejo de Portavoces, sus esposas, sus ayudantes y sus esposas, asistían cincuenta o sesenta personas, además de una docena de miembros de la Guardia Real. Max interpretó bien su papel, moviéndose entre los invitados y charlando tranquilamente, mientras Tavi observaba y escuchada desde un asiento oculto en una alcoba cerrada por cortinas. Max dudó una vez, cuando un joven Portavoz especialmente atrevido sacó a relucir un punto particularmente oscuro sobre el artificio de las furias, pero Tavi apareció rápido para intervenir y le entregó al falso Primer Señor un trozo de papel plegado con unas líneas garabateadas a mano. Max desdobló el papel, lo miró y se excusó educadamente por abandonar la conversación para llevarse a Tavi hacia un lado, en apariencia para darle instrucciones.
—Muchas gracias —dijo Max—. ¿Qué demonios significa «propensidad proporcional inversa»?
—Ni idea, de verdad —respondió Tavi, mientras asentía como si aceptara una orden.
—Al menos, ahora no me siento tan idiota. ¿Cómo lo estoy haciendo?
—Deja de mirarle el corpiño a lady Erasmus —le indicó Tavi.
Max arqueó una ceja y bufó.
—No lo he hecho.
—Sí lo has hecho, y ya está bien.
Max suspiró.
—Tavi, soy varón y joven. Algunas cosas se escapan a mi control.
—Pues recupéralo —ordenó Tavi, e inclinó profundamente la cabeza, dio dos pasos hacia atrás y se retiró hacia la alcoba.
Excepto eso, las cosas habían ido bastante bien, hasta que sonó la campana de medianoche, indicando a los invitados que había llegado el momento de irse. Los invitados, los sirvientes y al final los guardias abandonaron la sala de audiencias, dejando detrás de ellos una tranquilidad y un silencio muy placenteros.
Max exhaló ruidosamente, cogió una botella de vino de una de las mesas y se dejó caer en una silla. Tomó un buen trago de la botella, hizo una mueca de dolor y estiró un poco la espalda.
Tavi surgió de la alcoba cerrada por cortinas.
—¿Qué estás haciendo?
—Estirarme —gruñó Max. El tono sonaba muy extraño para salir de la boca del Primer Señor—. Gaius tiene más o menos mi altura, pero es más estrecho de hombros. Al cabo de un rato empieza a doler horrores. —Trasegó un poco más de vino—. Pero ¡cuervos!, quiero tomar un buen trago.
—Al menos ponte tu ropa antes de actuar de esa forma. Te podría ver alguien.
Max emitió un ruido muy grosero con los labios y con la lengua.
—Estas son las habitaciones privadas del Primer Señor, Tavi. Aquí no entra nadie sin estar invitado.
En cuanto las palabras salieron de la boca de Max, Tavi oyó unos pasos y el suave roce del pomo de la puerta al girar en una entrada oculta situada en el otro extremo de la sala. Reaccionó sin pensar y regresó a la alcoba tapada por las cortinas, espiando a través de un agujero pequeño.
La puerta se abrió, y la Primera Dama entró tranquilamente en el salón.
Gaius Caria, la esposa del Primer Señor, era una mujer no más de diez años mayor que Tavi y Max. Era de dominio público que en su matrimonio con Gaius había más de acuerdo político que de amor, y Gaius lo había utilizado para abrir una cuña entre los Grandes Señores de Forcia y Kalare, con la que destruyó una alianza política que en tiempos había llegado a amenazar el poder de la corona.
Caria era una mujer joven de linaje impecable, habilidades formidables como artífice de las furias y una belleza elegante y sencilla. Su cabello largo, lacio y fino colgaba en una trenza muy espesa que llevaba sobre un hombro, con un hilo de perlas de fuego entrelazadas con los mechones negros. Su vestido estaba confeccionado con la seda más fina y el color puro de marfil cremoso del atuendo quedaba resaltado por el azul y el escarlata reales, los colores de la Casa de Gaius. Las joyas brillaban en su mano izquierda, en ambas muñecas, en el cuello y en las orejas, con zafiros y rubíes color sangre que hacían juego con los colores del vestido. Tenía la piel muy pálida, los ojos oscuros, y su boca mostraba un perfil duro y peligroso.
—Mi señor esposo —saludó, y le ofreció una pequeña reverencia al falso Gaius. Una vibración de furia contenida tensaba todas las fibras de su ser.
A Tavi se le subió el corazón a la garganta. Idiota, idiota. Por supuesto que la esposa del Primer Señor sería admitida ante su presencia. Sus aposentos privados estaban unidos por una serie de vestíbulos y puertas, como había sido la costumbre de la Casa de Gaius durante siglos.
Y que los cuervos se los llevasen a todos, después de todo lo sucedido no se había parado a pensar en la posibilidad de que Max tuviera que engañar a la esposa de Gaius en persona. Estaban a punto de descubrirlos. Tavi estaba dispuesto a señalar su presencia, y darle cualquier explicación a la Primera Dama, antes de que ella lo averiguara por sí misma.
Pero dudó. Su instinto lo avisaba a gritos y, aunque no tenía ninguna razón para creerlo, se dio cuenta de que tenía la sensación, casi la certeza, de que revelarle la charada a la Primera Dama sería una idea desastrosa.
Así pues, esperó detrás de las cortinas, inmóvil y sin apenas respirar.
Max había conseguido adoptar una posición más creíble sentado en la silla antes de que la Primera Dama entrase en la sala. Su expresión se volvió reservada y sobria, y se puso en pie con una pequeña reverencia cortés que imitaba a la perfección la dignidad de Gaius.
—Mi señora esposa —respondió al saludo.
Los ojos de Caria volaron de su rostro hacia la botella y de vuelta.
—¿Os he disgustado de alguna manera, mi señor?
«Gaius» frunció el ceño, y después frunció los labios, pensativo.
—¿Y por qué pensáis eso?
—Esperaba vuestra llamada para la recepción, mi señor, como hablamos hace algunas semanas, pero no la he recibido.
Max alzó las cejas, aunque el gesto dio más la sensación de ser producto del cansancio que de verdadera sorpresa.
—Ah, es cierto. Lo olvidé.
—Lo olvidasteis —repitió Caria con un tono que rezumaba desdén—. Lo olvidasteis.
—Soy el Primer Señor de Alera, mi señora —le explicó Max—. No soy una agenda con patas.
Ella sonrió e inclinó la cabeza, aunque la expresión era de amargura.
—Por supuesto, mi señor. Estoy segura de que todo el mundo comprenderá por qué habéis insultado a vuestra esposa delante de todo el Reino.
Tavi se estremeció. Nadie le había preguntado por la ausencia de la Primera Dama. Es más, si trascendía que el Primer Señor le había prohibido aparecer a su lado en un acto tan trivial, la noticia iba a correr con rapidez.
—No era mi intención humillaros, Caria —explicó Max, quien se levantó de la silla para acercarse a ella.
—Nunca hacéis nada sin motivo —replicó—. Si no era vuestra intención, entonces ¿por qué lo habéis hecho?
Max ladeó la cabeza y la miró evaluándola.
—Quizá quería guardar para mí vuestra presencia. Ese vestido es encantador. Las joyas, exquisitas, aunque no le hacen justicia a la mujer que las luce.
Caria se quedó helada durante un momento en perfecto silencio, con los labios abiertos de pura sorpresa.
—Yo… os lo agradezco, mi señor.
Max le sonrió y se acercó un paso. Alzó la mano y colocó el dedo índice bajo su barbilla.
—Quizá quería que estuvierais aquí cuando pudiera contar con toda vuestra atención.
—Mi… mi señor —tartamudeó Caria—. No comprendo.
—Si una multitud enorme y aburrida estuviera ahora mismo a nuestro alrededor —le explicó Max con los ojos fijos en los de ella—, sería bastante difícil hacer algo así.
Entonces se inclinó y besó en los labios a la Primera Dama de Alera, la esposa del hombre más poderoso del mundo, sin preámbulos y con pasión.
Tavi se quedó mirando a Max. Menudo idiota.
El beso se prolongó durante una eternidad, mientras la mano de Max se deslizaba hacia la nuca de Caria, sosteniendo el beso como si fuera su propietario. Cuando retiró su boca de la Primera Dama, sus mejillas estaban teñidas de un color rosado y respiraba con rapidez.
Max la miró a los ojos.
—Os presento mis disculpas. Ha sido un error honesto, mi señora —le confesó—. De verdad. Encontraré alguna manera de compensaros.
Mientras lo decía, su mirada descendió por la parte delantera del vestido de seda y volvió a fijarse en los ojos de Caria, cálidos y brumosos.
Caria se relamió los labios, y pareció que durante unos instantes intentaba encontrar las palabras.
—Muy bien, mi señor —consiguió decir por fin.
—Mi paje llegará en cualquier momento —le explicó, mientras le acariciaba la mejilla con el pulgar—. Tengo que atender algunos asuntos. Con suerte podré disponer de una parte de la noche cuando termine. —Arqueó la ceja en una pregunta silenciosa.
Las mejillas de Caria se ruborizaron aún más.
—Si el deber os lo permite, mi señor. Me sentiré complacida.
Max sonrió.
—Tenía la esperanza de que dijerais eso. —Retiró la mano y le hizo una ligera reverencia—. Mi señora.
—Mi señor —respondió ella, con otra reverencia, antes de retirarse.
Tavi esperó durante un buen rato mientras respiraba largo y hondo, antes de salir de la alcoba y mirar fijamente a Max. Su amigo se tambaleó hasta la silla más cercana, se sentó, levantó la botella de vino hasta la boca con una mano temblorosa y acabó con el contenido en un trago largo.
—Estás loco —le recriminó Tavi en voz baja.
—No se me ocurrió ninguna otra cosa —replicó Max, y mientras hablaba el tono de su voz se fue deslizando lentamente hacia el que le era propio—. Malditos cuervos, Tavi. ¿Se lo habrá creído?
Tavi frunció el ceño mientras miraba hacia la puerta.
—¿Sabes?, creo que es posible. Estaba totalmente descolocada.
—Eso espero —gruñó Max, quien cerró los ojos y frunció el ceño, mientras la forma de su cara empezó a cambiar con tal lentitud que era difícil precisar qué rasgo estaba transformándose—. Le he echado encima suficiente artificio de tierra como para que un buey gargante tuviera ganas de aparearse.
Tavi movió débilmente la cabeza.
—Cuervos, Max, es su esposa.
Max movió la cabeza y al cabo de unos segundos más volvió a parecer él.
—¿Qué otra cosa querías que hiciera? —preguntó—. Si me hubiera puesto a discutir con ella, habría empezado a referirse a conversaciones y temas del pasado a los que no tendría ni idea de cómo responder. Me habría descubierto en cinco minutos. Mi única baza era tomar la iniciativa.
—¿Ha sido eso lo que has tomado? —preguntó Tavi con tono seco.
Max tembló y se encaminó hacia la alcoba mientras se quitaba la ropa del Primer Señor para ponerse de nuevo la suya.
—No tenía alternativa. Tenía que asegurarme de que no pensara demasiado o se habría dado cuenta de algo. —Pasó la cabeza por el cuello de su túnica—. Y por las furias, Tavi, si hay algo que sé hacer como un gran señor es besar a una chica guapa.
—Supongo que eso es cierto —reconoció Tavi—. Pero… se podría pensar que ella reconocería el beso de su esposo.
Max bufó.
—Sí, seguro.
Tavi frunció el ceño y alzó una ceja inquisitiva ante Max.
Max se encogió de hombros.
—Está claro, ¿o no? Son unos completos extraños.
—¿De verdad? ¿Cómo lo sabes?
—Los hombres con poder, los hombres como Gaius, tienen dos tipos diferentes de mujeres en sus vidas. Sus compañeras políticas y aquellas a las que quieren de verdad.
—¿Por qué dices eso? —preguntó Tavi.
La expresión de Max se volvió distante y sombría.
—Experiencia. —Movió la cabeza y se pasó la mano por el cabello—. Créeme, si existe algo que no sabe una mujer política, es como es el deseo de su esposo. Es muy posible que Gaius no la haya besado desde la boda.
—¿De verdad?
—Sí. Y por supuesto, no hay nadie en el Reino que se arriesgaría a despertar la ira de Gaius convirtiéndose en su amante. Este tipo de situación provocan en la pobre mujer una… ah… frustración considerable. Así que la he explotado.
Tavi movió la cabeza.
—Eso… eso está mal… de alguna manera. Quiero decir que comprendo las presiones políticas entre los señores cuando se trata del matrimonio, pero… supongo que siempre pensé que habría algún tipo de amor.
—Los nobles no se casan por amor, Tavi. Ese es un lujo para campesinos y hombres libres. —Su boca hizo un gesto de amargura—. En cualquier caso, no sabía qué otra cosa podía hacer. Y ha funcionado.
Tavi asintió.
—Eso parece.
Max se terminó de vestir y se lamió los labios.
—Humm, Tavi. En serio, no es necesario que le mencionemos esto a nadie, ¿verdad? —Lo miró con gesto dubitativo—. Por favor.
—¿Mencionar el qué? —respondió Tavi con una sonrisa inocente.
Max dejó escapar un suspiro de alivio y una sonrisa.
—Eres estupendo, Calderon.
—Quizá te podría chantajear con esto más tarde.
—No, no eres de esos.
Se encaminaron hacia la puerta que conducía a una escalera estrecha que bajaba hacia la sección más cercana de las Profundidades.
—Oh, hola —exclamó Max—. ¿Qué dice la carta de tu tía?
Tavi chasqueó los dedos y frunció el ceño.
—Ya sabía yo que me olvidaba de algo.
Metió la mano en la bolsa y sacó la carta de la tía Isana. La abrió y la leyó bajo la luz de una lámpara en el inicio de la escalera.
Tavi se quedó mirando las palabras y sintió que le empezaban a temblar las manos.
Max se dio cuenta y su voz sonó alarmada.
—¿Qué ocurre?
—Me tengo que ir —respondió Tavi con una voz ahogada hasta quedar reducida a un susurro y tragó saliva—. Algo va mal. Tengo que ir a verla ahora mismo.