—No lo entiendo —reconoció Isana—. Es un academ. Se encuentra en la Academia, que tampoco es tan grande. ¿Qué quieres decir con que no pueden encontrar a mi sobrino?
El recadero a quien había contratado Serai sonrió. Era un muchacho demasiado joven como para trabajar en los muelles, pero demasiado mayor como para no tener que trabajar. Su cabello de color arena estaba húmedo a causa del sudor de las carreras entre la Ciudadela y la residencia privada en el Barrio de los Ciudadanos.
—Perdone, mi señora ciudadana —jadeó el muchacho—. He hecho lo que me pidió y he preguntado por él en todos los lugares a los que se permite entrar a los visitantes de la Academia.
—¿Y estás seguro de que lo has probado en su alojamiento, en los dormitorios?
—Sí, mi señora —respondió el chico con una disculpa en el tono—. No hubo respuesta. Deslicé su nota bajo la puerta. Es posible que esté de exámenes.
—¿Desde el amanecer? —preguntó Isana—. Eso es ridículo.
—La sugerencia de Antonino tiene su lógica, estatúder —murmuró Serai desde un lado—. La semana de exámenes finales es extremadamente exigente.
Isana se sentó poco a poco en el murete de lajas que rodeaba la fuente central del jardín, con la espalda recta y los ojos cerrados.
—Ya veo.
Los pájaros piaban de fondo, brillantes y alegres en la cálida tarde que casi daba la sensación de ser primavera. La mansión a la que Serai había llevado a Isana era de las pequeñas, para los criterios de la capital, pero los diseñadores habían decorada la casa con una elegancia que hacía que las residencias más grandes y ricas que la rodeaban parecieran ordinarias en comparación.
Isana abrió los ojos. Aunque seguía marcado por el frío de la noche invernal, el jardín había empezado a despertar para la primavera. Ya se habían formado los capullos en las plantas de floración temprana y en los tres árboles cuidadosamente podados. Rodeado por todos lados por la mansión de tres plantas, las vides trepadoras y colgantes escondían casi por completo el mármol plateado del edificio, de manera que el jardín parecía más un claro en un bosque espeso que una parte de una casa de la ciudad. Las abejas no se habían despertado aún de su sopor invernal, ni la mayoría de los pájaros habían regresado de su viaje anual, pero no pasaría mucho tiempo hasta que el jardín estuviera lleno de movimiento, desbordado por el brotar de la vida.
La primavera siempre había sido su estación del año preferida, y su felicidad había sido contagiosa. Isana siempre sentía con gran claridad las emociones de su familia, sin importarle la estación, pero durante la primavera eran mucho más felices.
Ese pensamiento la condujo hasta Bernard. Su hermano se dirigía hacia el peligro a la cabeza de gente a quien conocía desde siempre. Ese día iba a llegar a Aricholt, y quizá ya se encontraba allí. Cabía la posibilidad de que sus hombres se enfrentasen al peligro que representaban los vord a la mañana siguiente.
Y lo único que podía hacer Isana era quedarse sentada en el jardín, escuchando el fluir del agua en una elegante fuente de mármol.
Se puso en pie y recorrió el jardín de punta a punta, mientas Serai le pagaba a Antonino con un brillante cobre de cinco aries. El muchacho se embolsó la moneda como un rayo, le hizo una reverencia a Isana y Serai, y se retiró del jardín sin decir palabra. Serai observó cómo se alejaba, y después se volvió a acomodar junto a la fuente con su labor de costura.
—Vais a abrir una senda en la hierba, querida.
—Esto tarda demasiado —replicó Isana en voz baja—. Tenemos que hacer algo.
—Lo estamos haciendo —le explicó Serai con tono plácido—. Nuestro anfitrión, sir Nedus, ha enviado una nota a través de los canales adecuados para solicitar una audiencia.
—Eso fue hace horas —se impacientó Isana—. Parece algo bastante sencillo. ¿Cuánto vamos a tardar en recibir una respuesta?
—Las ceremonias del Final del Invierno son muy largas, estatúder. Miles de ciudadanos visitan la capital, y literalmente cientos de ellos también están buscando una audiencia por una u otra razón. Se considera de gran prestigio que te concedan una audiencia con Gaius durante las festividades.
—Esto es diferente —cortó Isana—. Él me ha ordenado venir. Y vos sois su enviada.
Serai levantó a toda prisa los ojos con una mirada de advertencia, y otra mirada significativa hacia la casa que los rodeaba. Isana sintió una punzada de vergüenza.
—Esto es diferente —repitió.
—Sí, lo es —confirmó Serai—. Por desgracia, el personal del Primer Consejero no está al corriente de los detalles. Tenemos que ponernos en contacto con él a través de los canales habituales.
—Pero puede que no consigamos llegar a él —insistió Isana—. Deberíamos presentar la petición en persona.
—Isana, esta mañana un asesino profesional ha intentado quitaros la vida. Si abandonáis esta casa, las posibilidades de llegar a la Ciudadela sin sufrir otro atentado son, en el mejor de los casos, dudosas.
—Estoy dispuesta a correr ese riesgo —replicó Isana.
—Pero yo no —afirmó Serai con tranquilidad—. En cualquier caso, esa no es la manera de acercarse al Primer Señor de Alera, estatúder. Si hiciéramos lo que sugerís, lo más probable es que no nos prestasen atención.
—Entonces insistiríamos —remachó Isana.
Los dedos de Serai se movieron con calma y tranquilidad.
—En ese caso nos detendrían y encerrarían en espera de juicio hasta el final del Festival. Debemos tener paciencia.
Isana apretó los labios y miró a Serai durante un momento, antes de obligarse a regresar junto a la fuente.
—¿Estáis segura de que esta es la manera más rápida?
—No es la manera más rápida —respondió Serai—. Es la única manera.
—¿Cuánto más tendremos que esperar?
—Nedus tiene amigos y aliados en la Ciudadela. Pronto nos llegará algún tipo de respuesta. —Dejó de lado la costura y le sonrió a Isana—. ¿Os gustaría tomar un poco de vino?
—No, gracias —respondió Isana.
Serai se acercó hasta una mesita casi oculta en un rincón del jardín, donde habían dejado unas copas y un decantador de cristal lleno de vino. Sirvió el líquido de color rosado en una copa y le dio unos sorbitos muy cortos.
Isana se la quedó mirando y solo con un gran esfuerzo pudo sentir el temor de la mujer. Serai se llevó el vino a la fuente y se acomodó al lado de Isana.
—¿Os puedo preguntar una cosa? —le dijo Isana.
—Por supuesto.
—En la plataforma de aterrizaje, ¿cómo supisteis que aquel hombre era un asesino?
—La sangre de su túnica —respondió Serai.
—No entiendo.
La pequeña cortesana movió la mano libre para tocarse ligeramente debajo del brazo.
—Aquí había manchas de sangre. —Levantó la mirada hacia Isana—. Tal vez a consecuencia de un cuchillo clavado en el corazón entre las costillas y en un movimiento ascendente a través de los pulmones. Es una de las maneras más seguras de matar a un hombre en silencio.
Isana se quedó mirando a Serai durante un momento.
—Oh.
La cortesana prosiguió en un tono bajo y tranquilo.
—Si no se hace a la perfección, puede que brote demasiada sangre. Lo más probable es que el asesino necesitase una segunda puñalada para acabar con el trabajador de la plataforma a quien le robó la túnica. Había una mancha bastante grande a lo largo de toda la tela, y eso fue lo que provocó que lo mirase más de cerca. Tuvimos mucha suerte.
—Ha tenido que morir un hombre para que alguien pudiera asesinarme —concluyó Isana—. ¿En qué sentido tuvimos suerte?
Serai se encogió de hombros.
—Nosotras no lo hemos matado, querida. Tuvimos la suerte de que nuestro asesino fuera inexperto y se precipitase.
—¿Qué queréis decir?
—Corrió un riesgo considerable para conseguir la túnica con la que tenía que disfrazarse. Si hubiera dispuesto de tiempo suficiente para trazar un plan, nunca habría puesto en peligro su misión con un asesinato innecesario, ni se habría acercado con un disfraz imperfecto a causa de una mancha sospechosa. Eso limitaba en exceso su capacidad para fundirse con el entorno, y alguien mucho más veterano y experto no lo habría intentado jamás. También tuvimos la suerte de que estuviera herido.
—¿Cómo lo podéis saber?
—El asesino era diestro, pero os lanzó el cuchillo con la izquierda.
Isana frunció el ceño.
—La mancha de sangre se encontraba en el lado derecho de la túnica.
—Exacto. El asesino se acercó al trabajador desde atrás y lo apuñaló con la hoja en la mano derecha. Sabemos que la muerte no fue limpia. Sabemos que el trabajador tal vez fuera un artífice de tierra. Resulta razonable dar por sentado que le devolvió el golpe a su atacante con una fuerza apoyada por su furia; tal vez se tratase de un golpe a ciegas hacia atrás lanzado con el brazo o el codo derecho, que dio en el brazo del asesino.
Isana miró a Serai. Le aterraba el tono práctico y tranquilo de la cortesana mientras hablaba sobre violencia calculada y asesinatos. Una oleada de miedo atravesó a Isana, quien se volvió a sentar en la fuente. Unos hombres dotados de una determinación y unas habilidades terribles estaban decididos a acabar con su vida, y la única que la protegía era una mujer escurridiza y de apariencia frágil con un vestido de seda de escote pronunciado.
Serai volvió a sorber un poco de vino.
—Si se hubiera podido acercar un poco más antes de que lo viéramos, o si hubiera podido lanzar con su brazo preferido, estaríais muerta, estatúder.
—Las grandes furias nos protejan —susurró Isana—. Mi sobrino. ¿Creéis que está en peligro?
—Nada hace indicar que lo esté, y en el interior de la Ciudadela está tan seguro como en cualquier otro lugar del Reino. —Serai e Isana se tocaron las manos—. Paciencia. En cuanto podamos contactar con Gaius, él protegerá a vuestra familia. Tiene muchas razones para hacerlo.
La antigua y amarga tristeza atravesó a Isana, y de repente el anillo unido a la cadena que le colgaba del cuello le pareció muy pesado.
—Estoy segura de que alberga las mejores intenciones.
La espalda de Serai se estiró ligeramente e Isana sintió una oleada repentina de comprensión y sospecha procedente de la cortesana.
—Isana —replicó Serai en voz baja, pero con los ojos oscuros fijos en ella—, conocéis a Gaius, ¿verdad?
Isana sintió una punzada de pánico en el vientre, pero lo mantuvo alejado de su voz, su expresión y su postura mientras se ponía en pie y se alejaba.
—Solo por su reputación.
Serai se levantó para seguirla, pero antes de que pudiera hablar, el jardín se llenó con el sonido de las campanillas de la casa que no dejaban de sonar. Unas voces llamaron desde la calle que pasaba delante de la mansión y unos instantes más tarde, un hombre mayor pero de aspecto robusto, cubierto con ropas de calidad, entró en el jardín cojeando con rapidez.
—Sir Nedus —saludó Serai, quien le ofreció una reverencia llena de gracia.
—Señoras —devolvió Nedus el saludo.
Alto y delgado, Nedus había sido capitán de caballeros durante treinta años antes de retirarse, y eso aún se reflejaba en sus movimientos precisos y eficientes. Hizo una ligera reverencia a cada una de las damas y sonrió, lo que era un gesto muy expresivo si se tenían en cuenta sus cejas plateadas y desbordantes.
—¿Os habéis vuelto a beber todo mi vino, Serai?
—He dejado una gota en la botella —respondió mientras se acercaba a la mesita—. Por favor, mi señor, sentaros.
—¿Estatúder? —preguntó Nedus.
—Por supuesto —contestó Isana.
Nedus asintió en señal de agradecimiento y se dejó caer sobre el banco de piedra que rodeaba la fuente, masajeándose la cadera con una mano.
—Espero que no penséis que soy un patán.
—En absoluto —le aseguró Isana—. ¿Estáis dolorido?
—Nada que no ocurra cada vez que paso horas de pie tratando con idiotas —respondió Nedus—. He debido de andar durante horas. —Serai entregó a Nedus una copa de vino y el viejo caballero la engulló de un largo trago—. Las furias os bendigan, Serai. Sed una buena chica y…
Serai sacó la botella que llevaba escondida a la espalda y, sonriendo, volvió a llenar la copa de Nedus.
—Mujer maravillosa —exclamó Nedus—. Si supierais cocinar, compraría vuestro contrato.
—No estoy a vuestro alcance, querido —replicó Serai con una sonrisa y tocándole la mejilla con un gesto de cariño.
Isana se controló para no lanzar una maldición en voz alta y se acomodó antes de preguntar:
—¿Qué ha ocurrido, señor?
—Burocracia —escupió Nedus—. La oficina del Primer Consejero estaba abarrotada hasta el techo. Si alguien hubiera incendiado el edificio, la mitad de los idiotas del Reino se habrían convertido en cenizas y nosotros seríamos mucho más felices.
—¿Tantos hay? —preguntó Serai.
—Peor que nunca —confirmó Nedus—. La oficina quería todas las peticiones por escrito, pero no proporcionaba papel ni tinta para hacerlo. La Academia se negaba a entregar ni lo uno ni lo otro durante los exámenes, todas las tiendas en la Ciudadela habían agotado existencias, y los recaderos exigían a los suplicantes una maldita fortuna por ir corriendo hasta el Barrio de los Mercaderes para conseguirles papel y tinta, benditos sean sus corazones avariciosos.
—¿Cuánto os ha costado? —preguntó Serai.
—Ni un aries de cobre —contestó Nedus—. Está ocurriendo algo raro. Las exigencias del Primer Consejero solo eran una excusa.
—¿Cómo lo podéis saber? —preguntó Isana.
—Porque soborné a un escribano de la oficina con una docena de águilas de oro para saberlo —respondió Nedus.
Isana se quedó mirando a Nedus. Doce monedas de oro podían comprar todos los suministros necesarios para una explotación durante un año o más. Era una pequeña fortuna.
Nedus terminó la segunda copa de vino y la dejó a un lado.
—Había llegado la noticia de que no se iban a conceder más audiencias con el Primer Señor —explicó—. Pero también había ordenado al Primer Consejero que no la hiciera pública. El idiota se quedó bloqueado cuanto tuvo que imaginarse cómo iba a evitar que nadie viera al Primer Señor sin esgrimir razón alguna. Y por el aspecto de la gente en la oficina, no creo que espere llegar al final del día sin que alguien le prenda fuego al inmueble.
Serai frunció el ceño e intercambió una mirada larga con Isana.
—¿Qué significa todo esto? —preguntó Isana en voz baja.
—Que no podemos llegar a él por esa vía —respondió Serai—. Más allá de eso, no estoy segura. Nedus, ¿tenéis la más mínima idea de por qué iba a hacer algo así el Primer Señor?
Nedus negó con la cabeza.
—Había un rumor bastante extendido entre el personal del Consejero de que la salud del Primer Señor se había resentido por fin, pero nadie sabía nada concreto. —Cogió la botella de manos de Serai y se la terminó de un solo trago—. He intentado dar con sir Miles para hablar con él, pero no lo he podido localizar.
—¿Sir Miles? —preguntó Isana.
—Capitán de la Guardia Real y de la Legión de la Corona —le informó Serai.
—En mis tiempos era un aguador de los caballeros de Gaius —añadió Nedus—. Él y su hermano Araris. Miles era un escudero inútil, pero creció bastante bien. Se acuerda de mí. Eso podría haber ayudado, pero no lo he podido encontrar. Lo siento, niña. Te he fallado.
—Por supuesto que no, querido —murmuró Serai—. Gaius está impidiendo que lo vean, y no hay manera de encontrar a su capitán. Está claro que aquí pasa algo.
—No está tan aislado —añadió Nedus—. Esta mañana presidió como siempre las tandas de clasificación de las Carreras del Viento.
—Es posible —reconoció Isana con las cejas fruncidas y pensando con rapidez. Miró a Isana antes de añadir—: Ahora tenemos que considerar medios más peligrosos para acercarnos a él.
Abrió una bolsa pequeña que llevaba colgada del cinturón, sacó un trozo de papel doblado y se lo ofreció a Isana.
—¿Qué es esto? —preguntó.
—Una invitación —respondió Serai—. Lady Kalare ofrece esta tarde una fiesta en su jardín.
Las cejas de Nedus se alzaron completamente sorprendidas.
—Cuervos, mujer. ¿Cómo habéis conseguido una invitación?
—La he escrito —respondió la cortesana con serenidad—. La letra de lady Kalare es bastante sencilla de imitar.
Nedus estalló en una carcajada.
—Peligroso. Muy peligroso.
—No quiero asistir a una fiesta —protestó Isana—. Quiero llegar al Primer Señor.
—Sin posibilidades de conseguir una audiencia ni de contactar con vuestro sobrino, debemos intentar algo menos directo. Cada uno de los Grandes Señores tiene cada año una audiencia con el Primer Señor, al igual que el Senador Decano, el Regus del Consorcio Comercial y el jefe de la Liga Diánica. La mayoría de ellos, por no decir que todos, estarán en la fiesta.
Isana frunció el ceño.
—¿Queréis convencer a uno de ellos para que nos deje acompañarlo en su audiencia?
—No es nada raro —explicó Serai—. En circunstancias normales, no tendréis el privilegio de hablar con el Primer Señor, pero cuando estemos de verdad ante la presencia de Gaius, ya resolveremos el problema por la vía directa.
—Muy… peligroso —repitió Nedus.
—¿Por qué? —preguntó Isana.
—Allí estarán los enemigos de Gaius, estatúder.
Isana respiró lentamente.
—Ya veo. Pensáis que alguien podría aprovechar la oportunidad para matarme.
—Es posible —confirmó Serai—. Lord y lady Kalare serán los anfitriones. Kalare se lleva mal con Gaius y con la Liga Diánica, y es probable que esté detrás de los atentados contra vuestra vida. Y supongo que ya estáis al tanto de las inclinaciones políticas de lord y lady Aquitania.
Isana sintió cómo la mano se le cerraba en un puño.
—Desde luego. ¿Ellos también asistirán?
—Casi con toda seguridad —respondió Serai—. Los Grandes Señores más leales a Gaius gobiernan las ciudades del Escudo en el norte. Raro es el año en que más de uno de ellos puede asistir al Festival, y este invierno ha sido especialmente duro para los Grandes Señores del norte.
—Queréis decir que los aliados de Gaius no estarán allí para protegerme.
—Es lo más probable —confirmó Serai.
—¿Hay alguna posibilidad real de que consigamos acceder a Gaius si asistimos a esa fiesta?
—Pocas —reconoció Serai con tono franco—. Pero desde luego, las hay. Y tampoco deberíamos olvidar que tenéis el favor de la Liga Diánica. Llevan mucho tiempo esperando que una mujer consiga la ciudadanía al margen de las estructuras del matrimonio o de las legiones. Les interesa protegeros y apoyaros.
—¿La Liga va a ir a su lado por las calles para asegurarse de que el asesino no la abata de camino a la fiesta? —gruñó Nedus.
Isana sintió que le temblaban los dedos, de manera que los apretó sobre la frente.
—¿Estáis segura de que no hay ninguna otra manera de acceder a la presencia de Gaius?
—Con rapidez, no —respondió Serai—. Hasta que no haya pasado el Final del Invierno, nuestras opciones están muy limitadas.
Isana se obligó a hacer caso omiso del miedo y la preocupación. No le apetecía morir, pero tampoco podía dejar que nadie detuviera su mensaje, a pesar del peligro. El Final del Invierno tardaría algunos días en terminar. Tavi podía encontrarse en peligro en ese momento, y lo más seguro era que su hermano se tuviera que enfrentar a él antes de que transcurriese otro día. A ella no le quedaba tiempo para esperar, y ellos no disponían de días.
—Muy bien —aceptó Isana—. Parece ser que vamos a asistir a una fiesta.