Tavi tardó tres horas en encontrar a Max, quien estaba de verdad en la casa de una joven viuda. Tardó otra hora en encontrar la manera de entrar en la casa, y media hora más en conseguir que su amigo recuperara la conciencia, se vistiera y se tambaleara de vuelta a la Ciudadela a través de las calles de la capital iluminadas por las furias. Cuando llegaron les recibieron las luces de la Academia en la hora más silenciosa de la noche, durante el momento frío y vacío justo antes de que el amanecer empezara a teñir de color el cielo.
Entraron a través de uno de los pocos accesos ocultos dispuestos para el uso de los cursores en formación en la Academia. Tavi arrastró a su amigo directamente a los baños y, sin mayores ceremonias, lo tiró a una gran piscina de agua fría.
Por supuesto, Max tenía la fenomenal capacidad de recuperación de cualquiera que estuviera dotado de su poder natural para el artificio de las furias, pero también había desarrollado, para compensar, una formidable variedad de talentos que aplicaba cuando se iba de juerga. No era la primera vez que Tavi le había administrado a Max un tratamiento de emergencia para devolverle la cordura después de una de sus noches en la ciudad. El impacto del agua hizo que el hombretón chillara y pataleara al cabo de un latido, pero cuando salía del agua por la escalerilla, Tavi se interpuso en su camino, le dio la vuelta y lo empujó de regreso a la piscina.
Después de una docena más de chapuzones en la piscina helada, Max se llevó las manos a las sienes con un gemido.
—Grandes furias, Calderon, estoy despierto. ¿Vas a dejar que salga de esta maldita agua helada hasta que se me lleven los cuervos?
—No hasta que abras los ojos —respondió Tavi con firmeza.
—De acuerdo, de acuerdo —resopló Max y le dedicó a Tavi una mirada inyectada en sangre—. ¿Ahora estás contento?
—Exultante —replicó Tavi.
Max gruñó, salió a trompicones de la piscina helada y dio manotazos hasta quitarse la ropa. Después se sumergió en el agua caliente y dorada como el sol gracias a la luz de las furias de uno de los baños calientes. Como siempre, la red cuadriculada de cicatrices en la espalda de Max atrajo la atención de Tavi. Eran las marcas de un látigo o de un gato de nueve colas que solo se pudieron formar antes de que Max adquiriese todo su poder con el artificio de las furias. Tavi hizo un gesto de dolor por pura empatía. Siempre que veía las cicatrices de su amigo seguían sorprendiéndolo y horrorizándolo.
Miró alrededor de los baños. La sala era enorme, con numerosas piscinas para bañarse, que imitaban saltos de agua y que ocupaban un espacio muy amplio rodeado de paredes, suelos, columnas y techo de mármol blanco. Unos parterres de plantas, que incluso tenían árboles, suavizaban el entorno severo y frío del mármol, y en una docena de zonas se habían dispuesto estancias donde los bañistas podían departir mientras esperaban su turno en las piscinas. Suaves lámparas de furia en azul, verde y dorado tintaban cada piscina e indicaban la temperatura. El sonido del agua que caía rebotaba de un lado a otro en la piedra, y llenaba el aire con un sonido que bastaba para ahogar las voces a un par de pasos de distancia. Era uno de los pocos lugares de la capital donde se podía estar razonablemente seguro de mantener una conversación en privado.
Los baños estaban vacíos, y los esclavos que atendían a los bañistas aún tardarían una hora en llegar. Tavi y Max estaban solos.
Tavi se desnudó, aunque era algo más pudoroso que su amigo. En el campo, bañarse era una cuestión práctica y privada. Le había costado adaptarse a las costumbres de baño comunitarias que se practicaban en la mayoría de las ciudades, y Tavi no había conseguido eliminar por completo la punzada de incomodidad cuando se desnudaba.
—Oh, por decirlo en voz alta, paleto —exclamó Max sin abrir los ojos—. Es el baño de hombres. No hay nadie más, y ni siquiera tengo los ojos abiertos. —Le lanzó a Tavi otra mirada, aunque esta vez menos intensa que la primera—. Si me hubieras dejado donde me encontraste, habrías dispuesto de los baños para ti solo.
Tavi se deslizó en la piscina al lado de Max y mantuvo la voz baja, casi inaudible bajo el camuflaje del sonido del agua.
—Hay problemas, Max.
La mala cara de Max se desvaneció y sus ojos enrojecidos brillaron con un interés repentino.
—¿Qué tipo de problemas?
Tavi se lo explicó.
—¡Malditos cuervos! —rugió Max—. ¿Quieres que me maten, o qué?
—Sí. A decir verdad, nunca me has parecido demasiado útil, Max. —Tavi contempló cómo su amigo parpadeaba durante un segundo y después fruncía el ceño.
—Ja, ja —replicó Max—. Qué gracioso eres.
—Deberías saber que no lo soy —repuso Tavi—. Si pudiera hacerlo cualquier otro, no te habría metido en medio.
—¿De verdad que no? —preguntó Max, ofendido de repente—. ¿Y por qué no?
—Porque no hace ni diez segundos que sabes lo que está pasando y ya te estás quejando.
—Me gusta quejarme. Es el derecho sagrado de todo soldado —gruñó Max.
Tavi notó que una sonrisa afloraba a sus labios.
—Ya no eres un legionare, Max. Eres un cursor. O un cursor en formación, en todo caso.
—Sigo ofendido —declaró Max. Al cabo de un momento, añadió—: Tavi, eres mi amigo. Si necesitas mi ayuda, puedes contar con ella tanto si quieres como si no.
Tavi se mordió los labios mirando a Max.
—¿De verdad?
—Así es mucho más sencillo —confirmó Max arrastrando las palabras—. Con que voy a ser el doble de Gaius…
—¿Te ves capaz? —preguntó Tavi.
Max se estiró en el agua caliente, desplegando en respuesta una sonrisa confiada.
—No tengo ni idea.
Tavi resopló, se acercó al salto de agua, cogió un estropajo y se lo empezó a pasar por la piel, limpiando el sudor y todos los problemas del día antes de tomar un peine con jabón y pasárselo a toda prisa por el cabello. Salió para hundirse en una piscina más fría. Emergió temblando, y se secó con una toalla. Max salió de las piscinas unos momentos más tarde, también limpio y aseado, y los dos se pusieron la ropa limpia que les habían dejado los asistentes del baño, mientras colocaban las prendas sucias en sus taquillas respectivas.
—¿Qué hago? —preguntó Max.
—Ve a la Ciudadela, atraviesa la galería meridional y entra en la sala occidental hasta llegar a la escalera de bajada.
—Hay puestos de guardia —señaló Max.
—Sí. Detente en el primer cuerpo de guardia y pregunta por sir Miles. Está esperando noticias tuyas. Lo más probable es que Killian también esté allí.
Max alzó las cejas.
—¿Miles quiere que se ocupen los cursores? Creía que no quería que hubiese mucha gente al tanto.
—No creo que Miles sepa que Killian sigue en activo —respondió Tavi—. Y mucho menos que es el legado actual.
Max se dio un manotazo airado en la cabeza, e hizo saltar agua de su cabello bien peinado.
—Voy a volverme loco intentando controlar quién tiene permiso para saber qué.
—Fuiste tú quien aceptó que lo entrenaran como cursor —le recordó Tavi.
—Deja de pisotear mi derecho sagrado, Calderon.
Tavi sonrió.
—Haz lo mismo que yo: no le digas nada a nadie.
Max asintió.
—Me parece un buen plan.
—Pongámonos en marcha. Se supone que debo llevar a alguien más. Nos encontraremos allí.
Max se puso en pie para irse, pero se detuvo.
—Tavi —empezó—. Aunque no me esté quejando, eso no significa que esto no vaya a ser peligroso. Muy peligroso.
—Lo sé.
—Solo me quería asegurar de que lo sabías —recalcó Max—. Si te metes en problemas… Quiero decir… Si necesitas mi ayuda, no dejes que el orgullo te impida acudir a mí. Quiero decir que es posible que se acaben desplegando algunos artificios de combate bastante serios. Si se da el caso, yo te cubriré.
—Muchas gracias —respondió Tavi sin demasiada emoción—. Pero si llegamos a ese punto, lo más probable es que hayamos fracasado hasta tal punto que mi legión personal no sea de ayuda.
Max soltó una triste carcajada en respuesta, cuadró los hombros y salió de los baños sin mirar atrás.
—Cúbrete las espaldas.
—Tú también.
Tavi esperó un momento hasta que Max abandonó los baños y salió corriendo hacia el alojamiento de los sirvientes. Cuando llegó allí, una franja de luz azul en el horizonte oriental del cielo nocturno había aparecido para anunciar la llegada del amanecer, y el personal de la Academia empezaba a ponerse en marcha. Tavi se abrió camino con precaución por pasillos de servicio y escaleras abarrotadas de trastos. Evitaba que lo vieran. Se movió en silencio por los pasillos a oscuras, sin llevar ninguna lámpara y confiando en las escasas y débiles luces de los recibidores. El muchacho atravesó un último pasillo lleno de objetos hasta llegar a una puerta hasta media altura que daba paso a un espacio diminuto en el muro: la habitación de Fade.
Tavi escuchó atentamente por si se acercaba alguien y cuando estuvo seguro de que no lo estaba observando nadie, abrió la puerta y entró en silencio.
La habitación del esclavo era fría, húmeda y mohosa. No se trataba más que de un error del diseño, que había unido dos paredes de piedra de la Academia con otras cubiertas de yeso deslucido. El techo se encontraba a metro y medio escaso de altura, y no contenía otra cosa que un arcón viejo y usado sin tapa, y una estera para dormir que estaba ocupada.
Tavi se acercó en silencio a la estera y bajó la mano para despertar a su ocupante.
Se dio cuenta, medio latido tarde, de que la forma bajo las sábanas era un simple amasijo de mantas, colocados en el lugar a modo de distracción. Tavi se dio la vuelta, se agachó y su mano se movió hacia la daga, pero se produjo un movimiento rápido y silencioso en la oscuridad, y alguien agarró limpiamente el arma que llevaba en el cinturón, empujó a Tavi con fuerza en un hombro y lo tumbó en el suelo. El atacante lo siguió de cerca. Un latido más tarde, Tavi se encontró atrapado con una rodilla en el pecho y con el filo frío de su propia arma apretado contra la garganta.
—Luz —ordenó una voz tranquila, y una lámpara de furia vieja y tenue en una pared brilló en un tono escarlata.
El hombre que se agachaba sobre Tavi era de una altura y constitución poco destacables. El cabello le caía en mechones desgreñados hasta los hombros y delante de la mayor parte de la cara, de un color marrón con muchos mechones grises. Tavi casi no podía ver el brillo de los ojos oscuros detrás de él. Lo único que pudo ver era que tenía terribles destrozos en el rostro, producto de las quemaduras que infligían las legiones a aquellos a quienes se condenaba por cobardes. Sus antebrazos eran tan delgados y fibrosos como el antiguo collar de esclavo de cuero que llevaba alrededor del cuello, y estaban cubiertos de cicatrices blancas. Algunas eran las marcas pequeñas y reconocibles de las quemaduras que se había ganado en su forja de herrero, pero las otras eran rectas y finas, como las que Tavi solo había visto en los brazos del viejo Giraldi en Guarnición, y en los de sir Miles.
—Fade —llamó Tavi con el pecho contraído por el pánico provocado por el rápido ataque. El corazón le latía fuerte y acelerado—. Fade. Soy yo.
Fade alzó la barbilla durante un momento y lo miró durante un momento, antes de levantar el cuerpo y alejarse del joven.
—Tavi —lo reconoció Fade con la voz espesa y pesada a causa del sueño reciente—. ¿Herido?
—Estoy bien —le aseguró Tavi.
—Furtivo —le reprochó Fade con el ceño fruncido—. Entras furtivo en mi habitación.
Tavi se sentó.
—Sí. Lo siento, te he asustado.
Fade tomó la daga por la punta, y se la ofreció a Tavi con la empuñadura sobre la muñeca. El joven recogió el arma y volvió a meterla en la funda.
—Dormido —explicó Fade y bostezó. Añadió al final un sonido suave y arrastrado como si estuviera ululando.
—Fade —empezó Tavi—. Recuerdo las almenas de Calderon. Sé que estás actuando. Sé que no eres un idiota descerebrado.
Fade le ofreció a Tavi una sonrisa amplia y triste.
—Fade —confirmó en un tono alegre y vacío.
Tavi se lo quedó mirando.
—No —le reprochó Tavi—. Guarda tus secretos si quieres. Pero no me insultes con esta charada. Necesito que me ayudes.
Fade se quedó completamente quieto durante un momento, antes de ladear la cabeza hacia un lado y hablar con una voz que ahora era más baja y suave.
—¿Por qué?
Tavi movió la cabeza.
—Aquí no. Ven conmigo. Te lo explicaré.
Fade soltó el aire con la exhalación muy larga.
—Gaius.
—Sí.
El esclavo cerró los ojos durante un momento. Después se acercó al arcón y extrajo un puñado de objetos y una sábana de reserva. Apretó con fuerza contra el fondo del arcón, y se produjo un crujido que sonó a vacío. Extrajo una funda del arcón y blandió una hoja recta, el gladio de un legionare. Fade examinó la hoja bajo la luz mortecina y la volvió a enfundar, lio una toga vieja y voluminosa de tela de saco raída, y deslizó el arma en medio.
—Listo.
Tavi condujo a Fade hacia los pasillos de la Academia, se encaminó hacia la más cercana de las rutas secretas que bajaban hacia los pisos superiores de las Profundidades y apareció cerca de la Ciudadela. La entrada de las Profundidades no era precisamente una puerta secreta, pero se encontraba en las sombras profundas de un vestíbulo especialmente abarrotado y tortuoso, y si no se sabía adónde mirar, la abertura baja y estrecha de la escalera era casi invisible.
Tavi condujo a Fade por una serie de pasillos poco transitados con moho y aire húmedo. Su ruta le condujo durante unos momentos por los niveles más superficiales de las Profundidades, antes de cruzar por debajo de las murallas de la Ciudadela. Llegaron a la escalera que llevaba a la cámara de meditación del Primer Señor y descendieron, aunque los legionares que estaban alerta los detuvieron en cada uno de los puestos. Las piernas de Tavi latían con un dolor brutal con cada latido de su corazón, pero se obligó a hacer caso omiso de las quejas de su cuerpo cansado, y siguió adelante.
Tavi se dio cuenta de que Fade estudiaba el suelo sin levantar la vista. El cabello le caía delante de la cara y se fundía con la tela basta de su ropa. Su apariencia era la de un hombre anciano, envarado por una artritis evidente, vacilante y precavido. O al menos lo parecía cuando pasaba por cada uno de los puestos de guardia. Una vez fuera de la vista, en la escalera de caracol, se movía con un silencio felino.
Al pie de la escalera, la puerta de la cámara del Primer Señor estaba cerrada a cal y canto. Tavi extrajo el cuchillo y golpeó con el pomo la puerta de acero oscuro con un ritmo fijo y entrecortado. Al cabo de un rato se abrió, y la figura de Miles se recortó en el quicio.
—Por todos los cuervos, ¿dónde te habías metido, muchacho? —lo abroncó.
—Humm. Buscando al hombre de quien os hablé, sir Miles. Este es Fade.
—Has tardado bastante tiempo —gruñó Miles, y le lanzó una mirada fría al esclavo—. Dentro de cuatro horas, Gaius debe aparecer en su palco en los preliminares de las Carreras del Viento. A Antillar no le ha ido muy bien su imitación, pero Killian no puede perder tiempo instruyéndolo hasta que esté seguro de que se atiende al Primer Señor. Deberías haber traído primero al esclavo.
—Sí, señor —reconoció Tavi—. Estoy seguro de que la próxima vez que ocurra lo recordaré.
La expresión de Miles se agrió.
—Entra —ordenó—. Fade, ¿verdad? He dispuesto que bajen algo de ropa de cama y un camastro. Tendrás que arreglarlo todo y ayudarnos a colocar en él a Gaius.
Fade se quedó helado, y Tavi vio que sus ojos brillaban de sorpresa detrás de las greñas.
—¿Gaius?
—Parece que se ha pasado un poco con el artificio de las furias —le contó Tavi—. Es posible que se haya dejado la salud. Se vino abajo hace muchas horas.
—¿Vivo? —preguntó Fade.
—De momento —respondió Tavi.
—Pero no seguirá así si no lo metemos en una cama y cuidamos de él —gruñó Miles—. Tavi, tienes que llevar algunos mensajes. Rutinarios, como siempre. Asegúrate de que todo el mundo lo crea. ¿De acuerdo?
Por allí se alejaba la posibilidad de dormir un poco, pensó Tavi. Y al ritmo que iban los acontecimientos, lo más probable era que también se perdiera los exámenes. Suspiró.
Fade entró en la cámara arrastrando los pies y se acercó a la cama a la que se había referido Miles. El camastro era un simple armazón, habitual en las legiones, y Fade no tuvo ningún problema en montarlo.
Miles se acercó al escritorio de Gaius apoyado contra la pared y recogió una pila pequeña de sobres. Volvió y se los entregó a Tavi sin hacerle ningún comentario. Tavi estaba a punto de preguntarle a quién debía entregarle el primero cuando los ojos de Miles se entornaron y se le frunció el ceño.
—Tú —ordenó—. Fade. Ven aquí.
Tavi vio cómo Fade se relamía los labios y, con la cabeza gacha, se incorporaba para encararse con Miles.
El capitán se acercó a Fade.
—Muéstrame la cara.
Fade emitió un leve sonido de angustia, e hizo una reverencia con gesto asustado.
Miles alargó la mano y le hizo el cabello a un lado. Ello reveló las terribles cicatrices de la marca de cobardía de Fade. Miles frunció aún más el ceño.
—¿Sir Miles? —preguntó Tavi—. Os encontráis bien.
Miles se pasó los dedos a través de su cabello rapado.
—Cansado —respondió—. Quizá me esté imaginando cosas. En cierto sentido me resulta familiar.
—Quizá lo hayáis visto trabajando, capitán —sugirió Tavi con mucho cuidado de mantener un tono neutral.
—Tal vez sea eso —reconoció Miles, quien respiró hondo y cuadró los hombros—. Sigo teniendo una legión a la que dirigir. Me voy para hacer la instrucción matinal.
—Rutina como siempre —repitió Tavi.
—Eso mismo. Killian se ocupará de todo hasta que yo vuelva. Obedécele y no hagas preguntas. ¿Me has entendido?
Miles se dio la vuelta y se fue sin esperar respuesta.
Tavi suspiró y cruzó las baldosas para ayudar a Fade a terminar de ensamblar el camastro y poner las sábanas. Al otro lado de la sala, Gaius yacía de espaldas con la piel gris y pálida. Killian estaba arrodillado a su lado, el brasero para calentar el té estaba encendido, y un vapor de olor nauseabundo surgía de los carbones.
—Tavi —llamó Fade en voz baja—. No lo puedo hacer. No puedo estar cerca de Miles. Me reconocerá.
—¿Eso sería malo? —preguntó Tavi también en susurros.
—Tendría que luchar contra él. —Las palabras fueron simples, amables, y sin más adorno que un ligero tono de tristeza o remordimiento—. Me tengo que ir.
—Necesitamos que nos ayudes, Fade —le suplicó Tavi—. Gaius necesita que lo ayudes. No lo puedes abandonar.
Fade movió la cabeza.
—¿Qué sabe Miles sobre mí? —preguntó.
—Tu nombre. Que confío en ti. Que Gaius te trajo a la Academia conmigo.
—Malditas furias —suspiró Fade—. Tavi, necesito que hagas algo por mí. Por favor.
—Solo tienes que decirlo —respondió Tavi de inmediato.
—No le cuentes a Miles nada más sobre mí. Si pregunta, miente, o ponle excusas, o haz lo que estimes necesario. No nos podemos permitir que sucumba a un ataque de ira.
—¿Qué? —preguntó Tavi—. ¿Y por qué iba a hacer algo así?
—Porque —respondió Fade— es mi hermano.