2

Tavi entró el primero en el viejo estudio de piedra gris. Era un edificio de una sola planta y quizás unos veinte pasos cuadrados, ubicado en el patio occidental de la Academia y, por lo demás, carente de ninguna otra utilidad. No había ventanas que alegraran el estudio. El moho libraba una guerra silenciosa con la hiedra por la posesión de paredes y techos. No se diferenciaba en nada de los almacenes, excepto por una placa sobre la puerta que decía en letras sencillas: «MAESTRO KILLIAN - FURIAS SANADORAS».

Numerosos bancos desgastados pero bien tapizados rodeaban un estrado delante de una pizarra enorme. Los demás entraron detrás de Tavi. Max iba el último. El gran antillano cerró la puerta a sus espaldas y miró alrededor de la sala.

—¿Está todo el mundo preparado? —preguntó Max.

Tavi permaneció en silencio, pero Ehren y Gaelle respondieron que lo estaban. Max puso la mano plana sobre la puerta y cerró los ojos durante un momento.

—De acuerdo —informó—. Estamos solos.

Tavi apretó la mano con firmeza sobre un lugar específico de la pizarra, y al momento apareció una grieta, recta como una plomada. Empujó la pizarra con el hombro y, con un gruñido de esfuerzo, abrió la puerta oculta. Sintió una ráfaga de aire frío y miró hacia la estrecha escalera de piedra que giraba hacia las profundidades de la tierra.

Gaelle le pasó una lámpara. Todos lo imitaron. Tavi empezó a bajar por la escalera, seguido de cerca por los demás.

—¿No te lo he contado? Encontré un camino para llegar a Riverside a través de las Profundidades —murmuró Max.

Tavi soltó un bufido que los muros de piedra convirtieron en un siseo.

—Para llegar a las vinaterías, ¿verdad?

—Facilita la tarea de desaparecer de aquí —añadió Max—. De lo contrario es demasiado complicado como para intentarlo.

—Poca broma con esas cosas, Max —intervino Gaelle en voz muy baja—. Las Profundidades tienen kilómetros y kilómetros de extensión, y solo las grandes furias saben con lo que te puedes tropezar ahí abajo. Te deberías conformar con los caminos que han abierto para nosotros.

Tavi llegó al pie de la escalera y giró hacia la izquierda para entrar en un pasadizo amplio. Empezó a contar las puertas abiertas que tenía a su derecha.

—No está tan mal. He explorado un poco.

—Tavi —llamó Ehren con un tono exasperado—. Por cosas así el maestro Killian te carga con tareas extra. Para evitar que te metas en líos.

Tavi sonrió.

—Soy precavido.

Giraron al alcanzar otra sala, y el pasadizo se inclinó hacia debajo de manera ostensible.

—¿Y si cometes un error? —preguntó Ehren—. ¿Y si caes en una fisura? ¿O en un pozo antiguo lleno de agua? ¿O si te tropiezas con una furia salvaje?

Tavi se encogió de hombros.

—Todo entraña sus riesgos.

Gaelle arqueó una ceja.

—Pero a nadie le consta que ningún loco se haya ahogado, muerto de hambre o caído muerto en una biblioteca o en la panadería —comentó.

Tavi le lanzó una mirada de fastidio cuando alcanzaron el final de la pendiente, donde se cruzaba con otro pasillo. Algo parpadeó en la periferia de su campo visual. Giró a la derecha, resuelto a emprender el camino por el nuevo pasillo.

—¿Tavi? —preguntó Max—. ¿Ocurre algo?

—No estoy seguro —respondió Tavi—. Me ha parecido ver una luz por allí.

Gaelle ya había emprendido el camino por el pasillo de la izquierda, en dirección opuesta. La seguía Ehren.

—Vamos —ordenó—. Ya sabéis qué poco le gusta que le hagan esperar.

—También sabe qué poco nos gusta saltarnos las comidas —murmuró Max.

Tavi le lanzó una sonrisa rápida a su compañero. El pasadizo conducía a un par de puertas de hierro cubiertas de óxido. Tavi las abrió, y los cuatro academ entraron en el aula situada al otro lado.

La sala era mucho más grande que el comedor de la Academia, y su techo se perdía en las sombras. Una doble fila de pilares de piedra gris sostenía el techo, y las lámparas de furia colgadas de los pilares iluminaban la sala con un brillo duro y blanco verdoso. En el extremo más alejado de la sala se encontraba un gran cuadrado en el suelo, formado por capas de esteras de junco. A su lado había un pesado brasero de bronce, con carbones relucientes, que proporcionaban el único calor de la sala. A un lado de una de las filas de pilares, se encontraba una línea larga marcada en el suelo y destinada al entrenamiento con las armas. En el lado opuesto de la sala pudieron ver una maraña de cuerdas, palos de madera, vigas y estructuras variadas de alturas diversas: era una pista de obstáculos.

El maestro Killian estaba arrodillado al lado del brasero. Era un anciano arrugado, con un cabello que era poco más que una aureola blanquecina que rodeaba su calva reluciente. Delgado, bajo y frágil en apariencia, su ropa negra de académico era tan vieja que se había desgastado hasta quedar en un gris raído. Un par de calcetines de lana le cubrían los pies, y su bastón descansaba en el suelo a su lado. Al acercarse el grupo, Killian levantó la cabeza, y sus ojos ciegos y lechosos se volvieron hacia ellos.

—¿Esto ha sido la mayor rapidez posible? —preguntó con voz enfadada y rasposa—. En mi época, a los aprendices de cursor los habrían azotado y tendido en un lecho de sal por moverse tan despacio.

Los cuatro se acercaron a las esteras de junco y se sentaron en fila, mirando al anciano.

—Lo sentimos, maestro —se disculpó Tavi—. Ha sido culpa mía. Brencis, de nuevo.

Killian alargó la mano en busca del bastón, lo cogió y se puso en pie.

—No es excusa. Solo tienes que encontrar una forma de evitar atraer su atención.

—Pero maestro… —protestó Tavi—. Solo quería desayunar.

Killian movió el bastón hacia el pecho de Tavi, y lo empujó ligeramente.

—Tener hambre hasta la hora del almuerzo no te habría hecho daño. Al menos habrías demostrado autodisciplina. Mejor aún, podrías haber demostrado previsión y haberte guardado un poco de la pasada cena para comértelo por la mañana.

Tavi sonrió sin humor.

—Sí, maestro —asintió.

—¿Os han visto entrar?

Los cuatro contestaron al unísono.

—No, maestro.

—Entonces está bien —reconoció Killian—. Si no tenéis ningún inconveniente, ¿podemos empezar con la prueba? Tú serás el primero, Tavi.

Se pusieron en pie. Killian se acercó con paso inseguro a las esteras y Tavi lo siguió. Mientras avanzaba sintió cómo el aire se espesaba contra su piel, y de alguna manera se volvía más espeso a medida que el viejo maestro llamaba a las furias del viento que le permitían sentir y observar cómo se movían. Killian se volvió hacia Tavi y asintió.

—Defiende y ataca —le indicó el anciano.

Con esas palabras, el hombrecillo movió el bastón contra la cabeza de Tavi, que casi no se pudo agachar a tiempo y en ese momento vio cómo el viejo maestro levantaba un pie enfundado en el calcetín que se lanzaba en un golpe lateral contra la rodilla. El muchacho giró el cuerpo para alejarse de él, y utilizó la inercia del movimiento para propinar una patada directa contra la barriga de Killian.

El viejo maestro dejó caer el bastón, atrapó el pie de Tavi por el tobillo y, con un giro, le hizo perder el equilibrio y lo envió contra la esterilla. Tavi se golpeó con fuerza suficiente para perder el aliento y quedó tendido durante un momento, buscando aire.

—¡No, no y no! —refunfuñó Killian—. ¿Cuántas veces te lo tengo que decir? Debes mover la cabeza al mismo tiempo que las piernas, so idiota. No puedes esperar que te salga bien un ataque si no tienes un objetivo claro. Debes girar la cara para ver el blanco. —Recogió el bastón y golpeó con fuerza a Tavi en la cabeza—. Y tu coordinación no ha sido nada perfecta. Si algún día te encuentras en una misión y te atacan, este tipo de actuación desastrosa te conducirá a la muerte.

Tavi se masajeó con el ceño fruncido el punto de la cabeza donde había recibido la reprimenda de Killian. No hacía falta que el anciano lo golpease con tanta fuerza.

—Sí, maestro.

—Siéntate, muchacho. Antillar, ven. Veamos si lo puedes hacer mejor.

Max se colocó sobre la estera y pasó por una secuencia similar ante el maestro Killian. Actuó sin errores, con los ojos grises brillantes mientras iba girando la cabeza para mantener los ojos sobre su objetivo. Gaelle y Ehren fueron detrás, y todos ellos respondieron mejor que Tavi.

—Adecuado, pero por los pelos —bufó Killian—. Ehren, coge las varas.

El muchacho escuálido agarró un par de palos de casi dos metros de largo que estaban dispuestos en un armero colgado en la pared y se las entregó al maestro. Killian dejó el bastón a un lado y los aceptó.

—Muy bien, Tavi. Vamos a ver si has conseguido aprender algo con las varas.

Tavi cogió el otro palo de manos del maestro y los dos se saludaron, con las varas levantadas en vertical antes de que ambos se inclinasen en posición de combate.

—Defensa —indicó Killian con brusquedad, y el anciano hizo girar la vara a través de una serie de ataques, remolinos y golpes laterales, que se mezclaron con acometidas bajas y rápidas como el rayo dirigidas contra la barriga de Tavi.

Tavi se alejó del maestro, bloqueando los golpes laterales y desviando hacia un lado los ataques directos, antes de intentar un contraataque, pero pudo sentir una tensión férrea en sus hombros que enlenteció la acometida.

Killian apartó con rapidez el arma de Tavi. Descargó un fuerte golpe contra los dedos del muchacho, y después de dar un giro envió volando la vara de Tavi al otro lado la sala, donde golpeó contra uno de los pilares de piedra.

Killian marcó la esterilla con la punta de la vara, y un gesto de desaprobación frustrada se dibujó en su cara.

—¿Cuántas veces tengo que decírtelo, chico? Tu cuerpo debe estar relajado hasta el momento de golpear. Si estás demasiado tenso, tus respuestas serán más lentas. En combate, la vida y la muerte se miden por la anchura de un cabello.

Tavi cerró en un puño la mano dolorida y bufó:

—Sí, maestro.

Killian movió la cabeza hacia la vara caída y Tavi fue a recogerla.

El anciano movió con la cabeza.

—Gaelle. Intenta mostrarle a Tavi lo que quiero decir.

Los otros siguieron por turno, y todos lo hicieron mejor que Tavi. Incluso Ehren.

Killian le pasó las varas a Tavi y recogió el bastón.

—A las marcas, niños.

Lo siguieron hacia las marcas de combate que estaban extendidas en el suelo. Killian se situó en el centro y golpeó el suelo con el bastón.

—Una vez más, Tavi. A ver si ahora podemos quitarnos de en medio.

Tavi suspiró y se acercó para colocarse delante de Killian.

Killian levantó el bastón hasta colocarlo en la posición de guardia de una espada.

—Estoy armado con una hoja —informó—. Desármame sin salirte de las marcas.

La punta del bastón se dirigió contra el cuello de Tavi. El muchacho desvió ligeramente el ataque con una mano mientras se retiraba. El anciano lo siguió, blandiendo el bastón contra la cabeza de Tavi, quien se agachó, rodó hacia atrás para evitar un tajo horizontal y se puso en pie para desviar otra acometida. Se situó dentro del círculo de la teórica espada y movió las manos para agarrar las muñecas del anciano.

El ataque fue demasiado tímido. En un ínfimo instante de duda, el maestro evitó que Tavi lo atrapara. El anciano movió el bastón a derecha e izquierda, y le provocó a Tavi un dolor repentino en forma de equis. Después lanzó la palma de su arrugada mano contra el pecho y obligó al muchacho a retroceder. Aprovechó ese momento para proyectar con firmeza la punta del bastón contra Tavi, y enviarlo al suelo.

—Pero ¿a ti qué te pasa? —preguntó Killian, exasperado—. Una oveja habría sido más incisiva que tú. En cuanto te decides por el cuerpo a cuerpo, debes ir a fondo. Ataca con toda la velocidad y el poder que puedas reunir. O muere. Es tan sencillo como eso.

Tavi asintió sin mirar a los otros estudiantes.

—Sí, maestro —dijo en voz muy baja.

—La buena noticia, Tavi —continuó Killian con un tono ácido—, es que no tendrás que preocuparte por el hecho de que las entrañas se te derramen sobre las rodillas. La fuente de sangre que mana de tu corazón te matará mucho antes.

Tavi se puso en pie con un gesto de dolor.

—La mala noticia —prosiguió Killian— es que no veo manera de considerar como mínimamente aceptable tu actuación. Has suspendido.

Tavi no dijo nada. Se encaminó hacia el pilar más cercano para apoyarse en él y masajearse el pecho.

El maestro volvió a golpear la marca con el bastón.

—Ehren. Espero, por las grandes furias, que tengas un poco más de ánimos que él.

El examen concluyó cuando Gaelle apartó, con una patada irreprochable, el antebrazo del maestro, y envió el bastón al otro lado de la sala. Tavi contempló cómo los otros tres triunfaban donde él había fracasado. Se frotó los ojos e intentó hacer caso omiso del sueño que sentía. El estómago le rugía de manera casi dolorosa mientras se arrodillaba al lado de los demás estudiantes.

—Muy poco competentes —murmuró Killian, después de que terminara Gaelle—. Todos debéis pasar más tiempo practicando. Una cosa es hacerlo bien en un examen sobre la esterilla de entrenamiento, pero otra muy distinta es hacerlo en serio. Espero que todos estéis preparados para la prueba de infiltración a la conclusión del Final del Invierno.

—Sí, maestro —respondieron más o menos al unísono.

—Entonces, muy bien —concluyó Killian—. Marchaos, cachorritos. Aún es posible que os convirtáis en cursores. —Se detuvo para mirar a Tavi—. Casi todos vosotros, en cualquier caso. Esta mañana hablé con el personal de la cocina. Os han guardado algo caliente del desayuno.

Los estudiantes se pusieron en pie, pero Killian colocó el bastón encima de uno de los hombros de Tavi.

—Tú no, muchacho —le indicó—. Tú y yo vamos a hablar sobre tu actuación durante el examen. Los demás, fuera.

Ehren y Gaelle miraron a Tavi y se estremecieron, y le ofrecieron unas sonrisas de disculpa mientras se iban.

Max palmeó el hombro de Tavi con una mano grande cuando pasaba a su lado y le dijo en voz baja:

—No dejes que pueda contigo.

Max y los demás abandonaron la sala de entrenamiento y cerraron las enormes puertas de hierro a sus espaldas.

Killian se acercó al brasero y se sentó. Extendió las manos hacia el calor. Tavi se aproximó y se arrodilló delante de él. Killian cerró los ojos durante un momento, con expresión dolorida mientras abría y cerraba los dedos, estirando las manos. Tavi sabía que la artritis del maestro lo había estado atormentando.

—¿Ha estado bien? —preguntó Tavi.

La expresión del anciano se suavizó hasta convertirse en una sonrisa ligera.

—Has imitado bastante bien sus debilidades. Antillar se ha acordado de mirar antes de golpear. Gaelle recordó que debía estar relajada. Ehren se entregó sin vacilar.

—Eso es maravilloso. Supongo.

Killian ladeó la cabeza.

—No te hace feliz parecer tan torpe delante de tus amigos.

—Supongo que es eso. Pero… —Tavi frunció el ceño mientras reflexionaba—. Resulta muy duro engañarlos. No me gusta.

—Ni debe gustarte. Pero me parece que no es todo.

—No —reconoció Tavi—. Es que… bueno, son los únicos que saben que me estoy formando como cursor. Son los únicos con quienes puedo hablar de las cosas que me preocupan de verdad. Y sé que solo quieren ser amables. Pero también sé lo que no dicen. El cuidado con el que intentan ayudarme sin que yo sepa que lo hacen. Ehren pensó hoy que me tenía que proteger de Brencis. Ehren.

Killian volvió a sonreír.

—Es leal.

Tavi frunció el ceño.

—Pero no tendría que hacerlo. Como si no estuviera ya lo suficientemente indefenso.

Killian torció el gesto.

—¿Y eso qué significa?

—Significa que por mucho combate sin armas que aprenda, no me servirá para nada contra un buen artífice de las furias. Alguien como Brencis. Incluso si uso un arma.

—Eres injusto contigo mismo.

—No veo cómo —replicó Tavi.

—Eres mucho más capaz de lo que crees —explicó Killian—. Tal vez nunca llegues a ser un espadachín tan bueno como podría ser un artífice del metal, o tener la velocidad de un artífice del viento, o la fuerza de un artífice de la tierra. Pero el artificio de las furias no lo es todo. Pocos artífices desarrollan la disciplina para dominar muchas habilidades. Tú lo has hecho. Ahora estás mucho más preparado para enfrentarte a ellos que la mayor parte de quienes solo poseen un talento menor para el artificio de las furias. En cierta medida deberías sentirte orgulloso por eso.

—Si vos lo decís… —suspiró Tavi—. Pero no tengo la sensación de que sea verdad. No siento que tenga mucho de lo que enorgullecerme.

Killian rio y sonó con una sorprendente calidez.

—Eso dice el muchacho que detuvo una horda marat que se disponía a invadir Alera y se ganó el patronazgo del Primer Señor en persona. Tus dudas están más relacionadas con tener diecisiete años que por el hecho de tener o no tener las furias.

Tavi sintió que también sonreía un poco.

—¿Queréis que me someta ahora al examen de combate?

Killian movió una mano.

—No es necesario. Tengo otra cosa en la cabeza.

Tavi parpadeó.

—¿De verdad?

—Hummm. La Legión Cívica tiene problemas con ciertos delitos. De unos meses a esta parte, un ladrón ha estado robando a varios comerciantes y en casas, algunas de las cuales estaban guardadas por las furias. Hasta el momento, la legión ha sido incapaz de detener al ladrón.

Tavi frunció los labios, pensativo.

—Creía que disponían del apoyo de las furias de la ciudad. ¿No son capaces de señalar a quien burló a las furias de guardia?

—Lo pueden hacer. Deberían hacerlo. Pero no lo han hecho.

—¿Cómo es posible? —preguntó Tavi.

—No estoy seguro —respondió Killian—. Pero tengo una teoría. ¿Y si el ladrón realiza sus robos sin utilizar ningún artificio de las furias? Si no entra en juego ninguna furia, las furias de la ciudad no son de ninguna ayuda.

—Pero si no está utilizando ninguna furia, ¿cómo consigue entrar en los edificios guardados?

—Precisamente eso —reconoció Killian—. Y ahí radica la esencia de tu examen. Descubre cómo actúa este ladrón, y procura que lo detengan.

Tavi se dio cuenta de que se le alzaban las cejas.

—¿Por qué yo?

—Tienes un punto de vista único al respecto, Tavi. Creo que eres el más indicado para realizar la tarea.

—¿Atrapar a un ladrón que toda la Legión Cívica ha sido incapaz de encontrar?

La sonrisa de Killian se ensanchó.

—Esto debería ser sencillo para el héroe poderoso del valle de Calderon. Asegúrate de conseguirlo… y con discreción… antes de que se acabe el Final del Invierno.

—¿Qué? —exclamó Tavi—. Maestro, con todas mis asignaturas, y sirviendo en la Ciudadela por las noches, no sé cómo esperáis que lo haga.

—No lloriquees —replicó Killian—. Tienes verdadero potencial, jovencito. Pero si crees que las dificultades para ajustar tu agenda son insuperables, quizá quieras hablar con Su Majestad sobre tu regreso a casa.

Tavi tragó saliva.

—No —respondió—. Lo haré.

El maestro se puso en pie a duras penas.

—Entonces te sugiero que empieces. No tienes tiempo que perder.