Tom corrió por el bosque hacia la luz amarilla que se filtraba entre los árboles. Cuando llegó a la pared trasera de una casa, dejó de correr y se amparó en la oscuridad. Era una casa grande de madera, con dos pisos y porche. La luz de este último le permitió ver que el Range Rover estaba aparcado delante.
De repente se dio cuenta de que conocía ese lugar, había estado allí hacía años, con un grupo de amigos que querían explorar pueblos abandonados en las montañas, pero entonces no había ni una valla ni una cabaña nueva.
Se arrimó a los bastos troncos de la casa y siguió la pared hasta llegar a una ventana. Se asomó y vio un salón de madera con chimenea de piedra, alfombras navajo y una cabeza de alce en la pared. Solo había una lamparita encendida. Tuvo la clara impresión de que no había nadie. Aguzó el oído. La casa estaba en silencio. Las ventanas del segundo piso se veían oscuras.
Sally no estaba dentro. Tom se acercó con pies de plomo a la fachada y vio un pueblo fantasma, ligeramente iluminado por la lámpara del porche. Con movimientos ágiles y prudentes, y algunas pausas por si se oía algo, se acercó al coche y tocó el capó. El motor aún estaba caliente. Se agachó al lado de la puerta del copiloto, sacó la linterna que había encontrado en la guantera del Dodge y la encendió para examinar las marcas del suelo, evitando levantar la luz. La arena estaba llena de huellas de botas de vaquero. Al mover la luz por el suelo descubrió dos marcas paralelas de los tacones de unas botas justo al otro lado del coche, como si hubieran arrastrado a alguien. Las siguió con la linterna y vio que se dirigían hacia el final del pueblo por una subida sin asfaltar. Al fondo había un barranco.
Su corazón saltó con fuerza. ¿La persona a la que habían arrastrado era Sally? ¿Estaba inconsciente? Si no le fallaba la memoria, el barranco llevaba a una mina de oro abandonada. Intentó acordarse de la geografía de la zona, mientras su mano se acercaba inconscientemente a la culata de la pistola que llevaba en el cinturón.
Solo una bala.
Siguió las dos líneas paralelas por la pista de tierra hasta el final del campamento abandonado, donde se internaban en el bosque que había al principio del barranco. Su linterna iluminó hierbas recién pisadas en un sendero infestado de vegetación. Permaneció a la escucha, pero solo se oía el suspiro del viento entre los pinos. Después de recorrer cuatrocientos metros llegó a un claro donde el valle se ensanchaba. Subió deprisa por la falda de la montaña. El camino, que discurría justo por debajo de la cresta, cruzaba un bosque de pinos ponderosa y acababa en la antigua construcción de madera que daba acceso a la mina.
Habían encerrado a Sally en ella. Y ahora estaban todos dentro.
Subió sin perder tiempo. La puerta de la caseta estaba cerrada con una cadena y un candado. Escuchó, resistiendo el impulso de echarla abajo. Silencio total. Examinó el candado y vio que lo habían dejado abierto, colgado de la cadena. Apagó la linterna y entró empujando un poco la puerta.
Encendió la linterna solo para orientarse, ahuecando las manos alrededor. La entrada de la mina estaba delante. Era un boquete en la ladera de roca del que emanaba una corriente de aire húmedo y con olor a moho. La entrada estaba cerrada con barras y bajo una pesada reja de hierro con un voluminoso candado de metal cementado.
Escuchó sin respirar. Por el túnel de la mina no salía ningún sonido. Examinó el candado, pero ese sí estaba cerrado. Se puso en cuclillas y sacó la linterna para examinar el suelo de tierra. El polvo era tan fino que las huellas se veían con una claridad excepcional. Eran de un hombre con botas del cuarenta y tres o del cuarenta y cuatro. Al lado vio los surcos de los tacones de Sally, y una zona aplanada que era donde habían dejado un cuerpo. El de ella. El secuestrador debía de haberla soltado para abrir la reja. Sally estaba inconsciente. Tom no quiso plantearse ninguna hipótesis más grave.
Intentó ordenar sus ideas. Tenía que entrar como fuese. A menos que pudiera atraer al secuestrador hacia la puerta y pegarle un tiro cuando lo tuviera cerca…
Se quedó muy quieto. Acababa de oír algo dentro de la mina. ¿Alguien gritando? Casi no se atrevía a respirar. Un momento después oyó otro ruido, un grito muy amortiguado, distorsionado por el largo viaje por la garganta de piedra. Era una voz de hombre.
Cogió el candado y lo sacudió para intentar abrirlo, pero era muy sólido. La reja era de acero macizo y estaba clavada con cemento a la piedra. Cualquier esperanza de forzarla era inútil.
Mientras sopesaba la situación, oyó otro grito furibundo, mucho más fuerte y nítido que el anterior. Distinguió vagamente la palabra «zorra».
Sally estaba dentro. Estaba viva. De repente se oyó el sordo estallido de un disparo.