Sally se arrastraba por la oscuridad del túnel, se detuvo un momento a escuchar y oyó los pasos y las maldiciones del secuestrador; evidentemente buscaba la linterna.
Clavó su mirada en la oscuridad. ¿Hacia dónde se dirigía? Palpó las cerillas, pero no se atrevió a encender ninguna porque comprendió que solo serviría para dibujar nítidamente su silueta y convertirla en blanco fácil. Siguió avanzando a gatas, procurando hacer el menor ruido posible. Sonaron más tiros, pero disparaba a tontas y a locas, esparciendo balas en la oscuridad. Sally avanzaba a tientas, lo más rápido que podía, arañándose las rodillas con el duro suelo de roca. Pocos minutos después su mano palpó algo frío, sin duda se trataba de un trozo de madera podrida y pegajosa que se movió. Su olfato le indicó la presencia de un chorro de aire frío y húmedo que venía de más abajo. Se echó de bruces, y al pasar la mano por la barandilla encontró un canto afilado de piedra. Avanzó muy despacio, tanteando hacia abajo. Estaba húmedo, resbaladizo. Solo podía tratarse de la pared vertical de un conducto.
Volvió a avanzar a gatas, tanteando la barandilla con la esperanza de que hubiera una manera de rodearlo.
De repente una voz.
—¡No puedes salir, zorra! La reja está cerrada, y la llave la tengo yo. —Hizo una pausa, procurando serenarse—. Oye, no voy a hacerte nada. Olvídate de lo de antes y seamos sensatos. ¿Te parece que hablemos?
Sally llegó a la pared del túnel. El agujero parecía extenderse de una punta a la otra, cerrándole el paso. Se quedó quieta, con el corazón como un timbal.
—Oye, perdona por lo de antes. Me he dejado llevar.
Aún le oía buscar la linterna por el suelo. Quizá no se hubiera roto. Había que encontrar lo antes posible un modo de bajar por el conducto.
Tanteó la barandilla en sentido contrario y encontró un hueco. ¿Sería una escalera? Volvió a ponerse boca abajo para asomarse al borde del agujero y palpar la piedra húmeda.
Antes de empezar a bajar tenía que verla. Tenía que arriesgarse a encender una cerilla.
—¡Eh, oye, sé que estás aquí! Ten un poco de cabeza, te prometo que te soltaré.
Sally cogió la caja de cerillas, la abrió y sacó una. Luego metió los brazos por el agujero y encendió la cerilla por debajo del borde del conducto. El aire que subía hizo temblar la llama, que se puso azul, pero la luz bastó para que Sally viera una escalera de madera medio podrida que se perdía en un pozo negro, sin fondo visible. Muchos peldaños estaban rotos o cubiertos de podredumbre y hongos blancos. Bajar era un suicidio.
¡Pam! Un disparo mordió la piedra justo a su derecha, tan cerca que le llovieron esquirlas en el hombro.
Gritó sin querer y soltó la cerilla, que bajó en espiral por el pozo oscuro, parpadeando un poco antes de apagarse.
—¡Zorra! ¡Te voy a matar!
Sally hizo bascular su cuerpo hacia el vacío, sondeándolo con el pie hasta que encontró un peldaño podrido. Comprobó que aguantaba su peso y bajó despacio para probar el siguiente.
Oyó un grito sordo de triunfo, seguido por un clic. El haz de la linterna le pasó por encima de la cabeza.
Se agachó y bajó deprisa por la escalera. Uno de los peldaños se partió y Sally se quedó con una pierna colgando hasta que consiguió apoyar el pie en otro sitio. Toda la escalera crujía y se movía.
Bajó varios peldaños jadeando y resbalando, entre una fina lluvia. La escalera temblaba. De repente, otro peldaño se rompió bajo el peso de su pie, y otro; se quedó colgada de las manos en la oscuridad. Bajó a pulso, casi sin aliento, tanteando con los pies en busca de un peldaño sólido.
La luz de la linterna apareció de sopetón en el borde del pozo, como un ojo que la observaba inmisericordemente. Justo en el momento del disparo, Sally se echó a un lado con un movimiento brusco que hizo temblar la escalera; la bala dejó un agujero en el peldaño.
Oyó el eco de una risa.
—Solo ha sido para practicar. Ahora viene lo bueno.
Volvió a mirar arriba, jadeando. El secuestrador se había asomado al borde. Estaba a unos tres metros, con la linterna en una mano y la pistola en la otra. No podía fallar, y lo sabía. Por eso tenía tan poca prisa. Sally invirtió todas sus fuerzas en bajar por la escalera chirriante. El secuestrador dispararía en cualquier momento. Miró hacia arriba y vio el perfil de su cara recortado por la luz. Paró de bajar. No servía de nada.
—No —dijo con un hilo de voz—. No, por favor…
El secuestrador extendió el brazo y el cañón de acero de su pistola brilló. Sally vio tensarse los músculos de su mano, preparada para apretar el gatillo.
—Date un beso para despedirte, so zorra.
Hizo lo único que podía: se soltó de la escalera y se dejó caer por el negro pozo.