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Después de adelantar al coche del secuestrador, que había abandonado la carretera con los faros apagados, Tom condujo hasta que estuvo fuera de su campo de visión y paró en el arcén. Por detrás, la carretera seguía oscura. Evidentemente, el secuestrador se había metido por una de las muchas pistas forestales que subían hacia los montes Canjilón.

Dio media vuelta y regresó por donde había venido. En pocos minutos encontró el punto donde el secuestrador había abandonado la carretera; había dejado huellas muy claras en la arena. Al lado había una pista forestal. Vio que las huellas se alejaban por ella.

Avanzó despacio, sin encender los faros del Dodge. La pista ascendía por las estribaciones de los Canjilón, encima de la Mesa de los Viejos. A partir de cierta altura, los pinos piñoneros y los enebros iban dejando paso a un oscuro bosque de pinos ponderosa. Tom resistió el impulso de encender los faros y pisar el acelerador. Su única baza era la sorpresa, y su corazón le decía que Sally aún estaba viva. No podía estar muerta.

La pista trepaba sinuosamente por una cuesta muy abrupta, densamente tapizada de pinos ponderosa. Bordeaba un precipicio donde los árboles se abrían a un amplio panorama de las mesas, dominado por la gran silueta negra de la Mesa de los Viejos. La pista volvió a adentrarse en un bosque frondoso y poco después, en la oscuridad, distinguió una valla de tela metálica, tan nueva que brillaba, con una doble verja que cerraba el paso. En un cartel descolorido y castigado por la intemperie ponía:

CAMPAMENTO DEL CCC

PERDIZ CREEK

En la valla había otro cartel, pero nuevo:

Propiedad privada

Prohibido el paso

Los infractores recibirán el castigo

establecido por la ley

Era algún tipo de isla privada en el parque forestal. Tom salió de la pista y apagó el motor. Aprovechó ese momento para sacar la pistola del hueco de la puerta. Era un revólver J. C. Higgins 88 muy usado, de calibre veintidós. Una auténtica mierda. Miró el cilindro: nueve cámaras, todas vacías.

Sacó del mismo sitio un fajo de mapas viejos y una jarra vacía de Jim Beam. Palpó el fondo y vio que no había munición. Abrió la guantera y rebuscó entre nuevos mapas y botellas vacías, hasta que encontró una sola bala abollada en el fondo. La introdujo en el cilindro y se metió la pistola en el cinturón. También cogió una linterna que había en la guantera. Registró el resto de la camioneta en busca de munición, pero no encontró nada, ni debajo de los asientos ni detrás de los mapas.

Bajó del vehículo. Solo se oía el susurro de la brisa nocturna entre los árboles y el ulular de un búho. La verja estaba cerrada con candado. La pista se perdía entre los árboles al otro lado de una curva. Se adivinaba una luz en la distancia.

Una cabaña.

Escaló la valla, bajó por el otro lado y corrió sin hacer ruido por la pista.