Ford fue el primero que llegó al borde y contempló el valle. Descubrió, atónito, que habían caminado en redondo y estaban en la otra punta del Cementerio del Diablo. Le parecía mentira que, a pesar de su experiencia en el desierto y de lo bien que lo conocía, la complejidad del paisaje hubiera logrado desorientarlo. Sacó el mapa, y al consultarlo vio que acababan de penetrar en la zona por el noroeste.
Miró a su alrededor pensando que en cualquier momento avistaría un punto negro en el horizonte y reconocería el sonido de un helicóptero acercándose.
Su vida había estado llena de situaciones difíciles, pero aquella se llevaba la palma. Hasta entonces siempre había tenido información, mientras que ahora daba palos de ciego. Lo único que sabía era que su gobierno había intentado matarlo.
Se quedó esperando a que llegaran Tom y Sally. Teniendo en cuenta que los dos estaban heridos, agotados y en fase avanzada de deshidratación, hacían gala de una resistencia portentosa. Cuando se vinieran abajo, sería de golpe. Podría adoptar incluso la forma de una hipertermia, en que el cuerpo pierde el control de su capacidad para mantener la temperatura corporal. Ford lo había visto una vez en la selva de Camboya. Su ayudante había dejado de sudar de golpe, y su temperatura había subido hasta cuarenta y dos grados. Las convulsiones habían sido tan brutales que se había partido los dientes. Cinco minutos después estaba muerto.
La intensidad de la luz le hizo entornar los ojos. En un lado tenían las montañas, a veinticinco kilómetros, y en el otro el río, a treinta. Les quedaba menos de medio litro de agua, y la temperatura no bajaba de los treinta y ocho grados. Incluso aunque no los persiguiera nadie, la situación era muy grave.
Cuanto más miraba el precipicio, más negro lo veía.
—Se podría bajar por aquí —dijo Tom desde el borde.
Ford observó una grieta vertical que daba miedo solo de verla. De repente un ruido rítmico superó el umbral de lo audible. Inspeccionó el horizonte y vio el punto a tres o cuatro kilómetros. Sobraban los prismáticos. Sabía qué era.
—Vamos.