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Melodie miró fijamente la pantalla donde estaba consultando los datos del último test de microsonda. Parpadeó dos veces y giró los ojos en los dos sentidos para enfocar la vista. Sentía una extraña mezcla de agotamiento y emoción. Su cabeza zumbaba como si acabara de tomarse un martini. Miró el reloj grande del laboratorio. Las cuatro de la tarde. Vio que el minutero avanzaba un segundo con un pequeño «clac». Llevaba más de cincuenta horas sin dormir.

Pulsó una tecla y archivó los datos. Ya había sometido el espécimen a todas las pruebas habituales. Ya tenía la respuesta a casi todas las preguntas principales. El único cabo suelto era la partícula Venus, pero estaba decidida a dejarlo bien atado antes de enviar el artículo para que se lo publicaran en la red. En caso contrario corría el riesgo de que lo atara otro científico, y faltando tan poco…

Cogió la última lámina preparada y la puso en un portaobjetos para examinarla con el microscopio de polarización. A quinientos aumentos casi no se veían. Eran unos puntitos agrupados en determinadas zonas del interior de las células. Retiró la lámina, la metió en un micromortero y la desmenuzó cuidadosamente, añadiendo agua hasta obtener una pasta que vertió en un vaso de precipitados de plástico.

Abrió el armario con llave y sacó un frasco de ácido fluorhídrico al doce por ciento. Después de tanto estrés, y de dormir tan poco, era una imprudencia manipular una sustancia peligrosa, capaz ni más ni menos que de disolver cristal, pero era el único ácido que tenía la potencia requerida: la de disolver del todo el mineral de sustitución del fósil sin agredir el revestimiento de carbono de las partículas Venus. Melodie quería desprender las partículas para poder examinarlas en tres dimensiones, por decirlo de algún modo.

Colocó el frasco encima de la campana de gases y lo dejó donde ponía SOLO PARA FH. A continuación, se puso unas gafas antisalpicadura, unos guantes de nitrilo, un delantal de goma y unos protectores en las mangas, y bajó la campana de gases hasta quince centímetros para protegerse la cara. Después de encenderlo, puso manos a la obra. Desenroscó el tapón del frasco y vertió un poco de ácido en la probeta de plástico que contenía el fósil triturado; era consciente de que una gotita que le cayera en la piel podía ser fatal. Cronometró segundo a segundo la reacción, que desprendió espuma y gases. En cuanto vio que había terminado, diluyó el producto cincuenta a uno para detener la reacción ácida, vertió el líquido sobrante e hizo otras dos disoluciones para eliminar todo el ácido.

Acercó el resultado a la luz. En el fondo de la probeta quedaba una pequeña capa de sedimento mineral donde estaba segura de que como mínimo había algunas partículas.

Usó una micropipeta para aspirar la mayor parte de los sedimentos. Después los secó y separó los más ligeros de los más pesados con un embudo de separación y una solución de metatungstato de sodio. Tras el siguiente aclarado cogió una pequeña cantidad de partículas con otra micropipeta y la dejó correr por un portaobjetos de rejilla hasta que las partículas se metieron en los agujeros. Un recuento rápido con cien aumentos arrojó unas treinta partículas Venus, casi todas intactas y limpias de residuos.

Enfocó una que estaba especialmente bien conservada y ajustó la magnificación a setecientos cincuenta. La partícula llenó todo el objetivo, perfilándose con gran nitidez. A medida que la examinaba, Melodie sentía crecer su sorpresa. Cada vez se parecía más al símbolo de Venus. Era una esférula de carbono con un palo acabado en una cruz, y ésta en algo parecido a unos pelos. Abrió el cuaderno de notas del laboratorio y la dibujó:

Cuando terminó el dibujo, se apoyó en el respaldo de la silla y lo contempló con profunda sorpresa. La partícula no se parecía a ningún tipo de inclusión que pudiera haber cristalizado de forma natural dentro de la roca. De hecho, no le encontró parecido con nada, como no fuera con los radiolarios que había examinado y dibujado durante dos días para un proyecto científico del instituto. Decididamente, su origen era biológico, habría puesto la mano en el fuego.

Retiró media docena de partículas Venus del portaobjetos y las trasladó a una bandeja para microscopía electrónica de barrido, que introdujo en una cámara de vacío y preparó para un examen con el correspondiente microscopio. Cuando pulsó el botón, la máquina emitió un suave zumbido, señal de que estaba evacuando la cámara.

«Bueno, será cuestión de echarle un vistazo en tres dimensiones a esta cosa», pensó.