El Tyrannosaurus rex era un animal selvático. Vivió en los bosques y marismas más frondosos de Norteamérica poco antes de que esta última se desgajase del antiguo continente de Laurasia. Sus dominios abarcaban desde las costas de la antigua isla de Niobrara basta las estribaciones de las Montañas Rocosas, recién formadas. Se trataba de un mundo subtropical de enormes bosques, con árboles gigantes como nunca se han vuelto a ver. Las araucarias podían alcanzar una altura de cerca de doscientos metros. También había magnolios y sicomoros gigantes, metasecuoyas, palmeras enormes y helechos colosales. La altura de la cubierta vegetal dejaba llegar muy poca luz al suelo, con el resultado de que no había sotobosque y de que los grandes dinosaurios carnívoros, así como sus presas, disponían de gran espacio vital en el que interpretar el gran drama de la vida.
La hembra vivió en el último gran florecimiento de la era de los dinosaurios, una época que habría tenido una continuidad indefinida si no la hubiera cortado en seco el mayor desastre natural sufrido por el planeta Tierra.
Compartió la selva con muchos animales, entre ellos dos especies de dinosaurios pico de pato, el Edmontosaurus y el Anatotitan, que formaban grandes rebaños. De vez en cuando atacaba a algún triceratops solitario, pero si se los encontraba en grupo solo se acercaba para perseguir y cazar a un ejemplar enfermo o moribundo. En aquel entonces también vivía en el bosque un tipo enorme de brontosaurio, el alamosaurio, pero la tiranosaurio casi nunca lo cazaba. Prefería comer sus restos, debido a los riesgos que comportaba su caza. Pasaba mucho tiempo cazando por la orilla del antiguo canal, una extensión de agua donde vivía un depredador aún mayor que ella, el cocodrilo de quince metros de longitud que recibe el nombre de Deinosochus, el único animal capaz de matar a un tiranosaurio que hubiera cometido la imprudencia de seguir a su presa hasta aguas peligrosas.
Una de sus presas era el leptoceratops, un dinosaurio más pequeño, aproximadamente del tamaño de un ciervo, con pico de loro y una cresta protectora sobre el cuello. Otro de los dinosaurios de los que se alimentaba (aunque con precaución) era el anquilosaurio, así como el nanotiranosaurio, con el que estaba emparentada, y que era una versión más pequeña y más rápida de ella. De vez en cuando atacaba a un torosaurio viejo y débil, un dinosaurio de peligrosos cuernos, con una cabeza de dos metros y medio cuyo tamaño craneal nunca ha sido alcanzado por ningún mamífero terrestre. Ocasionalmente mataba a algún Quezalcoatlus imprudente, un reptil volador cuya envergadura equivalía aproximadamente a la de un F-111.
Alrededor, en el suelo y los árboles, pululaban mamíferos en los que apenas se fijaba: roedores frutívoros, marsupiales, el antepasado más antiguo de la vaca (un animal del tamaño de una rata) y el primer primate del mundo, un animal llamado Purgatorius que se alimentaba de insectos. Ciertos dinosaurios no estaban al alcance de las habilidades cazadoras de la tiranosaurio, como el ornitomimo, un dinosaurio del tamaño de un avestruz y que podía correr a más de ciento diez kilómetros por hora, y el troodonte, raudo carnívoro del tamaño de un ser humano, muy hábil con sus manos, de gran agudeza visual y superior al propio tiranosaurio en proporción cerebro-cuerpo.
La tiranosaurio era un animal de costumbres. Durante la estación de las lluvias, cuando los ríos y las marismas se desbordaban de sus cauces y lechos, se desplazaba al oeste, hacia las estribaciones montañosas, mientras que en la estación seca, después del apareamiento, a veces viajaba hasta una cadena de montes arenosos protegidos por un volcán extinguido, y allí hacía un nido y ponía sus huevos. Al principio de la estación seca regresaba a sus dominios habituales, las grandes selvas y costas del canal de Niobrara.
El clima era caluroso y húmedo. No había casquetes polares, ni glaciares. La Tierra estaba sujeta a uno de los ciclos climáticos más cálidos de toda su historia. El nivel de los mares nunca había sido tan alto. Gran parte de los continentes estaba recubierta por mares interiores. Aire, tierra y agua tenían el mismo señor desde hacía doscientos millones de años: los grandes reptiles. Los dinosaurios han sido la forma de vida animal con más éxito que ha evolucionado en el planeta. Los mamíferos llevaban casi cien millones de años coexistiendo con ellos, pero no adquirieron especial relevancia. El mayor mamífero presente en la era de los dinosaurios tenía aproximadamente el tamaño de una panera. Todos los nichos superiores estaban acaparados por los reptiles.
Y la tiranosaurio estaba en el más alto. Señoreaba la cadena alimentaria. Fue la mayor máquina biológica de matar que haya visto la Tierra.