El doctor Iain Corvus se asomó a la única ventana de su despacho, que daba a Central Park. El lago del parque era una lámina brillante de metal donde se reflejaba el sol de la tarde. Un bote de remos resbalaba por el agua; un padre y su hijo, cada uno con un remo. Observó cómo los remos se hundían lentamente, mientras la barca se deslizaba por el agua. El niño daba la impresión de que se estaba peleando con el remo, hasta que este se salió del escálamo y se alejó flotando por el agua. El padre se levantó y gesticuló, enfadado. Era como una pantomima silenciosa y lejana.
Padre e hijo. Corvus sintió náuseas. La bucólica escena le había recordado a su propio padre, uno de los biólogos más famosos de Inglaterra. A los treinta y cinco años, los mismos que había cumplido Corvus, ya era miembro de la Royal Society, le habían concedido la medalla Crippen y estaba en la lista de la reina para recibir el título de Comendador del Imperio Británico. Recordó el bigote de su padre, las venas de sus mejillas, su porte militar, su mano manchada siempre alrededor de un vaso de whisky con soda y su tono sarcástico y censor, y sintió un escalofrío de rabia. El muy cerdo se había muerto de un derrame hacía diez años; se había quedado totalmente frito, desparramando cubitos de hielo por la alfombra de Aubusson de su casa londinense de Wilton Crescent; holgaba decir que Corvus había heredado un buen pellizco, pero ni eso ni su apellido le habían servido para entrar en el Museo Británico, el único sitio donde siempre había querido trabajar.
Ahora tenía treinta y cinco años y seguía siendo conservador adjunto en el departamento de paleontología, a la espera de que le dieran la titularidad. Sin ella solo era científico a medias. Persona a medias. «Conservador adjunto». Sonaba tanto a fracaso que casi olía mal. Corvus nunca se había acostumbrado al movimiento perpetuo del sistema académico estadounidense. No gozaba de la predilección del vulgo. Se sabía susceptible, sarcástico e impaciente. Nunca participaba en los infantiles jueguecitos de sus colegas. Había llegado al museo hacía tres años, para ocupar un puesto de titular, pero al final habían aplazado el fallo, y sus viajes de investigación al valle de Tung Ñor, en Sinkiang, no habían sido productivos. Total, que llevaba tres años yendo de un lado para otro como un culo de mal asiento, sin nada que enseñar. Al menos hasta ahora.
Miró su reloj. Ya era la hora de la puñetera reunión.
El despacho del doctor W. Cushman Peale, presidente del museo, ocupaba la torre más occidental del edificio, con unas vistas espectaculares a Museum Park y a la fachada neoclásica de la New York Historical Society. La secretaria de Peale hizo pasar a Corvus y anunció su nombre en voz baja. Al comparecer ante la augusta presencia, con una sonrisa grabada en el rostro, Corvus se preguntó por qué existía la costumbre de susurrar delante de los reyes y de los idiotas.
Peale se levantó del escritorio para saludarlo con un apretón de manos enérgico y viril, mientras le tomaba del antebrazo con la otra mano, a la manera de los comerciales. Luego le hizo sentarse en una antigua silla Shaker, frente a una chimenea de mármol que, a diferencia de la del despacho de Corvus, se podía encender. En una muestra de caballerosidad a la antigua, Peale no se sentó hasta que Corvus le aseguró que estaba cómodo. Con su abundante pelo blanco peinado hacia atrás, su traje gris marengo y su dicción parsimoniosa y anticuada, Peale parecía haber nacido para dirigir un museo. Pero Corvus sabía que era puro teatro: la fachada de dulzura encubría a un hombre cuyo refinamiento y sensibilidad tenían poco que envidiar a un hurón.
—¿Cómo estás, Iain?
Peale se acomodó en el sillón de brazos y unió las yemas de los dedos.
—Muy bien, gracias, Cushman —dijo Corvus, estirando la raya de los pantalones al cruzar las piernas.
—Me alegro. ¿Quieres algo de beber? ¿Agua? ¿Café? ¿Un jerez?
—No, gracias.
—Yo a las cinco siempre me permito el lujo de una copita de oporto. Es mi único vicio.
Ya, ya… Peale estaba casado con una mujer treinta años más joven que él, que le estaba poniendo los cuernos con un joven conservador de arqueología. Si ser un cornudo viejo y chocho no era precisamente un vicio, sí lo era casarse con alguien más joven que su propia hija.
La secretaria entró con una bandeja de plata y una copita de cristal que contenía un líquido de color ámbar. Peale la cogió y bebió remilgadamente un sorbito.
—Graham’s tawny del sesenta y uno. Néctar de dioses.
Corvus se mantuvo a la espera, con una expresión afable y neutral.
Peale dejó la copa.
—Bueno, Iain, iré al grano. Vuelves a presentarte a una plaza de titular. El departamento empezará a deliberar el día 1 del mes que viene. No hace falta que te explique cómo funciona.
—No, claro.
—Ya sabes que a la segunda va la vencida. El departamento me hace una recomendación, y técnicamente la última palabra la tengo yo, aunque en los diez años que llevo presidiendo el museo nunca he cuestionado las decisiones de los departamentos sobre la titularidad, y no pienso cambiar. En tu caso, no sé qué decidirán los del departamento porque no he hablado con ellos sobre el tema ni pienso hablar, pero te daré un consejo.
—Tus consejos siempre son bienvenidos, Cushman.
—Somos un museo. Somos investigadores. Tenemos suerte de no estar en una universidad. Así nos ahorramos tener que dar clases a un montón de gente que no está ni licenciada, y podemos volcarnos de lleno en la investigación y las publicaciones. En fin, que no hay excusas para tener un currículo de publicaciones flojo.
Hizo una pausa y levantó una ceja, como si fuera una manera de llamar la atención sobre la sutileza de su comentario, que, como de costumbre, tenía la misma que un trabuco.
Cogió un papel.
—Aquí tengo tu lista de publicaciones. Llevas nueve años con nosotros y me salen once artículos, más o menos uno al año.
—Lo que cuenta no es la cantidad, sino la calidad.
—Tú y yo no trabajamos en el mismo campo; yo soy entomólogo, así que discúlpame pero no puedo entrar en la cuestión de la calidad. Estoy seguro de que son buenos artículos. Nadie ha cuestionado nunca la calidad de tu trabajo, y todos sabemos que si la expedición a Sinkiang no salió bien fue por simple mala suerte. Pero ¿once? Aquí hay conservadores que publican once artículos al año.
—Cualquiera puede publicar un artículo. Publicar por publicar, prefiero esperar a tener algo que decir.
—Vamos, Iain, sabes que eso no es verdad. Reconozco que a veces se publica por vicio, pero somos el Museo de Historia Natural, y casi todo lo que hacemos tiene un alcance mundial. Me estoy apartando del tema, que es que te has pasado un año sin publicar nada. La razón de que te haya llamado es que doy por supuesto que estás trabajando en algo importante.
El arqueamiento de las cejas de Peale indicó que se trataba de una pregunta.
Corvus cambió las piernas de postura. Los músculos de alrededor de su boca empezaban a acusar el esfuerzo de sonreír constantemente. La humillación era casi insoportable.
—Así es, estoy trabajando en un proyecto importante.
—¿Puedo preguntarte de qué se trata?
—Ahora mismo está en un punto un poco delicado, pero en una o dos semanas os lo podré mostrar a ti y al comité de titularidad. Confidencialmente, claro. Me parece que será una respuesta más que satisfactoria.
Peale lo miró un momento y sonrió.
—Perfecto, Iain. Ten en cuenta que considero que tu incorporación sería beneficiosa para el museo. Lógicamente, también damos importancia a un apellido tan distinguido como el tuyo, por su vinculación a tu difunto padre. Solo te lo preguntaba con el ánimo de aconsejarte. Nos afecta mucho que un conservador no obtenga la titularidad. Más que nada, lo consideramos un fracaso del propio museo. —Peale se levantó muy sonriente, con la mano tendida—. Buena suerte.
Corvus salió del despacho y recorrió en sentido inverso el largo pasillo de la cuarta planta. La rabia contenida casi no le dejaba respirar. A pesar de todo, conservó la sonrisa y se dedicó a saludar con la cabeza hacia ambos lados a los colegas que salían del museo tras su jornada laboral, rebaño de regreso a alguna anónima urbanización de Connecticut, New Jersey o Long Island.