¡CRAC!
Noté que me caía. El canalón estaba a punto de ceder. Con todas mis fuerzas, y sin soltarme del canalón, estiré una pierna cuanto pude, y toqué el saliente de la ventana con la punta del pie. Coloqué el pie sobre la cornisa, luego el otro. ¡Lo había conseguido! Me puse en cuclillas sin soltar el canalón para no perder el equilibrio.
Permanecí inmóvil, intentando recobrar el aliento. La noche era fría, pero notaba las gotas de sudor que me caían por la cara. Me las sequé con el dorso de la mano libre y miré por la ventana. La habitación estaba a oscuras. ¿Había alguien dentro? No podía saberlo. La ventana estaba cerrada.
«Por favor, que no tenga echado el pestillo», rogué. Si no podía entrar en mi cuarto, me quedaría atrapado en el saliente. No tenía modo de bajar. A menos que me cayera, por supuesto.
Probé a abrir la ventana con cuidado, y se deslizó hacia arriba. ¡No tenía echado el pestillo! La abrí del todo y entré a gatas en el cuarto. De repente me caí al suelo y me quedé paralizado. ¿Me había oído alguien? No me llegó ningún sonido. Todos seguían dormidos. Me levanté. ¡Allí estaba mi cama! ¡Mi vieja cama! ¡Y estaba vacía!
Estaba tan contento que sentía deseos de brincar y gritar, pero me contuve. «Esperaré a mañana para celebrarlo —decidí—. Si mi plan funciona.»
Me quité los zapatos y me metí en la cama. Suspiré. Había sábanas limpias. Qué agradable era estar de vuelta. Todo parecía casi normal. Dormía en mi propia cama, y mamá, Pam y Greg en las suyas.
De acuerdo, no parecía yo, aún no había recobrado mi viejo cuerpo, y mi familia no me reconocía. Si me hubieran visto en aquel momento, habrían pensado que era un ladrón o un maníaco.
Aparté estos pensamientos de mi cabeza.
Quería pensar en la mañana siguiente. «¿Qué pasará mañana? —me pregunté, somnoliento—. ¿Quién seré cuando me despierte? ¿Mi vida volverá a la normalidad? ¿O me encontraré a Lacie y a esos dos tipos al lado, dispuestos a saltar sobre mí?» Sólo había un modo de descubrirlo. Cerré los ojos y me dormí.