—¡Ahí está! —Lacie me señalaba. Los tres siguieron corriendo hacia mí.

—¡A por él!

Me di media vuelta y eché a correr en dirección opuesta. No fue fácil porque no podía correr mucho. ¿Por qué tenía que haberme despertado gordo? Sin embargo, tenía una ventaja: conocía el barrio como la palma de mi mano, y ellos no.

Corrí por el jardín de la casa contigua a la mía. Miré hacia atrás. La policía de la realidad me ganaba terreno, estaban tan sólo a media manzana de distancia.

Desaparecí tras la casa del vecino. Luego volví furtivamente a mi casa. En la parte posterior del garaje había una hilera de espesos arbustos. Me metí entre ellos y contuve la respiración. Unos minutos más tarde, tres pares de pies pasaron de largo.

—¿Dónde se habrá metido? —oí preguntar a Lacie.

—Debe de haberse ido por el otro lado —afirmó Wayne—. ¡Vamos!

Se alejaron corriendo. Respiré, dejando escapar el aire ruidosamente. Estaba a salvo por el momento, pero sabía que la policía de la realidad volvería a encontrarme. Tenía que volver a mi cuarto, pero mamá no me dejaría entrar, creía que era un chalado. Sólo me quedaba una alternativa: debía entrar en casa a escondidas. Esperaría hasta la noche, hasta que todos se hubieran acostado. Luego buscaría una ventana abierta, o rompería una si fuera necesario. Me colaría en mi habitación y dormiría allí. Esperaba que no hubiera nadie más durmiendo en mi cuarto.

Mientras tanto, tenía que esperar a que se hiciera de noche. Permanecí oculto entre los arbustos, tan inmóvil como fui capaz y luchando por permanecer despierto. No quería volver a dormirme. Si llegaba a ocurrir, ¿quién sabía cómo despertaría? Quizá no consiguiera llegar jamás a mi cuarto.

Las horas transcurrieron con lentitud, hasta que por fin llegó la noche. El barrio se quedó en silencio. Salí de los arbustos con los brazos y las piernas entumecidos. Contemplé la casa. Todos se habían acostado menos mamá, la luz de su habitación aún estaba encendida. Esperé hasta que se apagó. Luego aguardé otra media hora para darle tiempo a dormirse profundamente. Entonces me fui hasta la puerta principal. Mi cuarto estaba en el segundo piso. Sabía que mamá habría cerrado con llave todas las puertas y también todas las ventanas del primer piso. Lo hacía todas las noches. Yo tendría que trepar hasta el segundo piso y entrar a hurtadillas por la ventana de mi cuarto. Era la única solución posible.

Tenía que subirme al árbol que crecía junto a mi ventana. Luego tendría que soltarme del árbol y agarrarme al canalón. Después me colocaría en el estrecho saliente de la parte exterior de mi ventana, aferrándome al canalón para no perder el equilibrio. Si conseguía llegar al saliente, quizá podría abrir la ventana y meterme en el cuarto. Ese era el plan, pero cuanto más pensaba en él, menos sentido le veía. Decidí que sería mejor no pensar en él y llevarlo a la práctica.

Me puse de puntillas para alcanzar la rama más baja del árbol, pero me faltaban unos centímetros para llegar con las manos. Tendría que saltar. Doblé las rodillas y me impulsé hacia arriba. Rocé la rama con la punta de los dedos, pero no conseguí sujetarla. ¡Ojalá no fuera tan gordo! Apenas conseguía despegarme del suelo al saltar.

«No me rendiré —prometí—. Si esto no funciona, estoy perdido.» Así que respiré hondo y reuní todas mis fuerzas. Me agaché, y salté tan alto como pude.

¡Sí! ¡Llegué a la rama! Me quedé colgado de ella unos segundos, balanceándome y dando patadas al aire. ¡Mis piernas eran tan pesadas! Tras darme la vuelta, subí por el tronco del árbol con los pies y, con un gruñido por el esfuerzo, me elevé hasta la rama. Menos mal. Trepar por el resto del árbol fue mucho más fácil, continué hasta llegar a la rama que había justo delante de mi ventana. Me puse de pie sobre ella y me sujeté a la rama que tenía encima de la cabeza. Desde allí podía aferrarme al canalón, esperando con todas mis fuerzas que soportara mi peso. Me agarré al canalón e intenté poner el pie en el saliente de la ventana, pero no lo conseguí. Estaba colgado del canalón por la punta de los dedos. Miré hacia abajo. El suelo parecía estar muy lejos. Apreté los labios con fuerza para no gritar. Jadeé, suspendido del canalón. Tenía que poner el pie en el saliente, o caería.

Me retorcí para moverme hacia la izquierda, intentando acercarme más a la cornisa.

¡CRAC! ¿Qué era eso?

¡CRAC! ¡El canalón! ¡No iba a resistir!