¡PAM! ¡PUM! ¡UUFFF!

Aterricé en el suelo con un golpe seco. Menuda manera de despertarme. ¿Quién era esta vez?

Qué alivio. Volvía a ser un chico de doce años, pero no era el de siempre, sino un niño muy gordo, un auténtico dirigible. No era de extrañar que la rama del árbol no hubiera aguantado mi peso. Pero eso no importaba porque volvía a ser humano y podía hablar. Quizá por fin podría volver a mi cuarto.

Me dirigí directamente a la puerta principal y probé a abrirla. Estaba cerrada, así que llamé con los nudillos. No tenía la menor idea de quién iba a contestar. Esperaba que no fuera una familia de monstruos. La puerta se abrió.

—¡Mamá! —exclamé, feliz de verla—. ¡Mamá, soy yo, Matt! ¡Matt!

—¿Quién eres? —me preguntó mamá, mirándome fijamente.

—¡Matt! ¡Matt, mamá! ¡Tu hijo!

—¿Matt? —me preguntó, entrecerrando los ojos—. No conozco a ningún Matt —aseguró.

—¡Pues claro que sí, mamá! ¿No te acuerdas de mí? ¿Recuerdas la nana que me cantabas cuando era un bebé?

Ella entornó los ojos con suspicacia. Greg y Pam aparecieron a su espalda.

—¿Quién es, mamá? —quiso saber Pam.

—¡Greg! —grité yo—. ¡Pam! ¡Soy yo, Matt! ¡He vuelto!

—¿Quién es este niño? —preguntó Greg.

—No lo conozco —dijo Pam.

«Oh, no —pensé—. No, por favor, esto no puede ser cierto. Estoy tan cerca…»

—Necesito dormir en mi antigua habitación —rogué—. Por favor, mamá. Déjame subir y dormir en mi habitación, ¡Es cuestión de vida o muerte!

—No sé quién eres —contestó mamá—. Y no conozco a ningún Matt. Debes de haberte equivocado de casa.

—Este niño está mal de la cabeza —dijo Greg.

—¡Mamá! ¡Espera! —grité.

Mamá me cerró la puerta en las narices. Me di la vuelta y eché a correr por el sendero. «¿Qué hago ahora?», me pregunté. Me detuve y miré hacia el otro lado de la manzana. Tres personas corrían hacia mí. Las tres últimas personas en el mundo a las que quería ver: Lacie, Bruce y Wayne.

«¡La policía de la realidad! ¡Me han encontrado!»