«¿Qué voy a hacer ahora? —pensé desesperado—. Estoy encerrado en esta jaula y no puedo hablar. ¿Cómo conseguiré volver a mi vieja habitación?» De repente, otra horrible idea se me pasó por la cabeza. Si me dormía en aquella minúscula jaula de hámster, ¿qué ocurriría cuando me despertara?

Pam acercó la cara a la jaula.

—¿Tienes hambre, ardillita? iré a buscarte unas nueces o algo así,

Pam abandonó la habitación. Yo me paseé por la jaula, dándole vueltas a la cabeza. De pronto me di cuenta de que estaba corriendo en la rueda del hámster. «¡Basta!», me dije, obligándome a mí mismo a bajar de la rueda. No quería acostumbrarme a ser un roedor.

—Aquí tienes, ardillita. —Pam había regresado con un puñado de nueces. Abrió la puerta de la jaula y echó las nueces dentro.

—¡Nam, ñam! —exclamó.

Oh, madre mía.

Me comí las nueces. Estaba muy hambriento después de tantas aventuras, pero las habría disfrutado más si Pam no me hubiera estado contemplando todo el tiempo. Sonó el teléfono. Instantes después, oí gritar a Greg:

—¡Pam! ¡Teléfono!

—¡Estupendo! —exclamó Pam. Se puso en pie y salió corriendo de la habitación. Yo me quedé sentado como un tonto, mordisqueando nueces. Tardé cinco minutos en darme cuenta de que Pam no había echado el pestillo a la puerta de la jaula.

—¡Sí! —chillé, alegrándome por una vez de que Pam no fuera un genio. Empujé la puerta con mis patitas hasta abrirla. Me dirigí sigilosamente hacia la puerta de la habitación, esperando oír pasos, pero no se oía nada. ¡Era mi oportunidad! Salí a toda velocidad por la puerta y recorrí el pasillo hacia mi habitación. La puerta estaba cerrada. La empujé con mi cuerpecillo de ardilla, intentando abrirla, pero no hubo manera. Estaba cerrada del todo. ¡Ratas!

Oí pasos al otro lado del pasillo, ¡Pam volvía! Sabía que tenía que salir de allí antes de que Pam me metiera de nuevo en la jaula. O antes de que mi madre me aplastara con la escoba. Huí a la carrera por las escaleras hasta llegar a la sala de estar. ¿Seguía abierta la ventana? Sí.

Corrí tras el sofá, a lo largo de la pared, bajo una silla… Luego salté hasta el alféizar y de ahí al jardín. Me subí a un árbol y me enrosqué en una rama para descansar. No podía meterme en mi cuarto si era una ardilla. Sólo tenía una alternativa. Tenía que volver a dormirme y, esta vez, sería mejor que me despertara como ser humano porque tenía que volver a mi cuarto. Si no lo hacía, tendría un grave problema, muy grave. La policía de la realidad me seguía la pista. Era sólo cuestión de tiempo que me encontraran. Si lo hacían, no habría nada que pudiera salvarme.