Abrí los ojos y me los restregué. ¿Me había dormido? Sí. ¿Dónde estaba? Alcé la vista. Sólo vi el techo. Miré en tomo a mí, había unas paredes desnudas, una puerta y una ventana con barrotes.

¡No! —exclamé furioso—. ¡No!

Seguía en el mismo cuarto, en la misma casa del bosque. Todavía estaba prisionero. Mi plan no había funcionado. ¿Qué podía hacer?

«¡Nooooo!»

Estaba tan enfadado, tan frustrado y asustado que empecé a dar saltos de rabia. Mi plan no había funcionado. No se me ocurría nada más, no sabía qué hacer. Ahora sí que podía estar seguro de que no había escapatoria. Estaba condenado.

Oí a Lacie y a los dos tipos en la otra habitación. Estaban preparando la poción del sueño. Me harían dormir eternamente y no volvería a ver a mi madre, ni a Greg, ni a Pam.

¿Cómo podían hacerme aquello? ¡No era justo! Yo no había hecho nada malo. ¡O al menos, no lo había hecho a propósito! Al pensar en todo esto, me puse aún más furioso.

—¡NOOOOOOOO! —chillé, pero me sonó extraño. Volví a gritar, pero esta vez no tan alto.

—¡Noooo!

Creía que estaba diciendo «no», pero no fue eso lo que oí, sino un chillido animal.

—¡No! —exclamé de nuevo.

—¡Iiiii! —oí. Era mi voz, pero no era humana. Me miré. Había olvidado hacerlo, a causa del terror de verme aún encerrado. No había pensado en la posibilidad de que hubiera cambiado, pero el cambio se había producido. Ahora era pequeño, de unos veinte centímetros de estatura. Tenía unas diminutas patitas, piel gris y una gran cola peluda. ¡Era una ardilla!

Los ojos se me fueron hacia la ventana. Ahora podía escabullirme fácilmente por entre los barrotes. No perdí un momento. Trepé por la pared y me deslicé por entre los barrotes. ¡Era libre!

¡Yupiiiii! Di un pequeño salto de ardilla para celebrarlo. Luego corrí por el bosque tan deprisa como pude y encontré el sendero que conducía a la ciudad. La atravesé con mis patitas de ardilla, pero me pareció que tardaba mucho tiempo. Las distancias cortas se habían alargado para mí.

Todo estaba tranquilo y normal en la ciudad. No vi muestra alguna de que un monstruo hubiera pasado por allí, zampándose coches, y pensé que aquella realidad sencillamente había desaparecido.

«Ésta es la nueva realidad. Soy una ardilla. Pero al menos soy una ardilla despierta, que es mejor que ser un chico dormido para siempre.»

Olisqueé el aire con el asombroso sentido del olfato que tenía. Me pareció que podía oler mi casa desde el centro de la ciudad. Crucé la calle, pero olvidé lo que mi madre siempre me decía: «mira a los dos lados antes de cruzar,» Un coche apareció por la esquina. Su conductor no podía verme. Unos enormes neumáticos negros se abalanzaban sobre mí. Intenté quitarme de en medio, pero no tuve tiempo, así que cerré los ojos. «¿Así es como voy a acabar? —me pregunté—. ¿Como una ardilla atropellada?»