La contemplé horrorizado.

—¡No… no podéis hacer eso! —balbucí.

—Ya lo creo que podemos —afirmó Wayne.

—Y lo haremos —añadió Bruce.

—¡No! —grité. Me puse en pie y me abalancé sobre la puerta, pero Bruce y Wayne, que estaban alerta, me inmovilizaron sujetándome los brazos a la espalda.

—No vas a ninguna parte, chico —dijo Wayne.

—¡Soltadme! —chillé.

Me debatí y retorcí, pero ya no era un monstruo gigantesco, sino un chico flacucho que no podía competir con Bruce y Wayne. Seguramente, incluso Lacie podría haberme dado una paliza. Los tipos me lanzaron contra la pared del fondo.

—Volveremos más tarde —prometió Lacie—. Procura no pensar demasiado en ello, Matt. No te dolerá.

Se fueron. Oí girar la llave en la cerradura. Volvía a estar atrapado. Registré el cuarto buscando el medio de escapar, pero no había absolutamente nada, ni siquiera una silla. Tenía tan sólo cuatro paredes desnudas, una puerta cerrada y una pequeña ventana con barrotes.

Abrí la ventana y sacudí los barrotes con la esperanza de que estuvieran flojos o algo parecido, pero no se movieron. Era como estar en la cárcel, encerrado por la policía de la realidad.

Al pegar la oreja a la puerta, oí a Lacie, Bruce y Wayne charlando en la habitación contigua.

—Tendrá que beberse la pócima del sueño —decía Wayne—. Asegúrate de que se la bebe toda, o podría despertarse.

—Pero ¿y si la escupe? —preguntó Lacie—. ¿Y si no se la traga?

—Yo haré que se la trague —afirmó Bruce.

¡Caray! No pude seguir escuchando. Me paseé por el cuarto con desesperación. ¡Iban a darme una pócima para dormir! ¡Para dormir para siempre!

No era la primera vez que estaba en apuros. Mi día en el instituto había parecido horrible en su momento.

Ser un monstruo también había sido espantoso, pero ahora… ahora sí que había llegado el fin.

«¡Tengo que encontrar una solución para salir de este embrollo! —me dije—. Pero ¿cómo? ¿Cómo?»

De repente se me ocurrió. ¿Cómo había escapado antes de los líos? Durmiéndome desaparecía el problema. Cierto, siempre me despertaba con nuevas dificultades, y peores. ¡Pero nada podía ser más terrible que aquello!

«Quizá, si me quedo dormido, me despertaré en algún otro lugar. ¡Y así es como escaparé!»

Seguí paseándome. El único problema era cómo quedarme dormido. ¡Estaba demasiado asustado! Aun así, sabía que debía intentarlo. De modo que me tumbé en el suelo, aunque no tenía cama, ni almohada ni mantas, y la luz del día se filtraba a través de la ventana. Dormirse no iba a ser fácil.

«Puedes hacerlo —me animé a mí mismo. Recordé que mi madre, mi madre auténtica, decía que yo era capaz de dormirme en medio de un huracán—. Soy un dormilón, es cierto.»

Echaba de menos a mi madre. Tenía la impresión de no haberla visto en mucho tiempo. «Ojalá hallara el modo de hacerla volver», pensé, cerrando los ojos.

Cuando era muy pequeño, ella solía cantarme para que me durmiera. Recordé la canción de cuna que me cantaba, sobre unos bonitos ponis…

Tarareé la canción y, antes de darme cuenta, me quedé frito.