¡GGGGRRRRRRRR!

Agité los brazos. ¡Estaba furioso! ¡Lacie me había traicionado! Tenía que salir de allí, y pronto.

Me abalancé sobre la puerta, pero me echaron una red por encima, tiraron de ella y me caí. Aterricé con un golpe seco, y los dos tipos cerraron la red sobre mí. Yo rugí y me debatí con todas mis fuerzas, pero no pude soltarme. Ellos me ataron firmemente con la red.

«¡Sacadme de aquí!», quería gritar. Intenté rasgar la red con las garras y la mordí, pero estaba hecha de un extraño material y no pude romper las cuerdas.

Gruñí y pataleé durante largo rato, pero por mucho que me esforzara, seguía atrapado. Al final me cansé y me tumbé de espaldas en el suelo. Lacie y los dos tipos de negro me miraban con absoluta calma. Ojalá hubiera podido hablar. Lo intenté.

«¿Cómo has podido hacerme esto? —quise preguntar a Lacie—. ¡Creía que eras mi amiga!» De mi boca no salieron más que gruñidos. Lacie me miró fijamente porque no entendía qué le decía. Los tipos de negro se limitaron a cruzarse de brazos y mirar con una sonrisa burlona.

«¿Quiénes sois? —quise preguntarles—. ¿Qué queréis? ¿Qué me está pasando?»

Nadie me respondió.

—Muy bien —dijo uno de los tipos, el más alto—, encerrémoslo en la parte de atrás.

Volví a rugir, y me debatí cuando entre los tres me arrastraron por el suelo, tirando de mi enorme cuerpo viscoso. Me metieron en un cuarto de la parte posterior de la casa y me encerraron. La habitación estaba oscura. Sólo había una pequeña ventana con barrotes de metal.

«Podría comerme esos barrotes —pensé—. Si pudiera llegar hasta ellos.» Pero estaba inmovilizado en el suelo. No podía moverme dentro de la apretada red. Permanecí quieto durante largo rato, esperando a que algo sucediera, pero no regresó nadie, y no pude oír lo que hacían en las demás habitaciones de la casa. A través de la ventana vi el día languidecer. Se acercaba la noche. Sabía que no podía hacer nada más que dormir, dormir y esperar que hubiera recuperado mi forma humana al despertarme.