—Hora de acostarse, cariño —dijo mi falsa madre alegremente.
Me había pasado toda la tarde delante de la televisión, viéndola, pero sin mirarla. Comprendí que quizá sería mejor dejar de pensar que eran unos padres falsos.
«Son muy reales. Quizá tenga que quedarme con ellos para siempre. Lo descubriré por la mañana», me dije, subiendo las escaleras pesadamente. Mi vieja habitación se había convertido en un cuarto de costura, de modo que volví a meterme en la habitación de invitados para dormir.
—Buenas noches, querido —se despidió «mamá», dándome un beso de buenas noches. ¿Por qué no dejaba de besuquearme? Apagó la luz y se despidió—: Hasta mañana.
La mañana. Tenía terror a la mañana. Hasta entonces, cada nuevo día había sido más raro que el anterior.
Me daba miedo dormirme. ¿Dónde y cómo me despertaría? Sería fantástico que desaparecieran aquellos falsos padres. Pero ¿quién ocuparía su lugar? ¡Quizá despertaría y el mundo entero habría desaparecido!
Me esforcé por permanecer despierto. «Por favor —rogué—. Por favor, que todo vuelva a ser normal. Incluso me alegraría de volver a ver a Greg y Pam si todo vuelve a ser normal…»
Debí de quedarme dormido porque cuando abrí los ojos, ya era de día. Me quedé inmóvil unos instantes. ¿Había cambiado algo? Oí ruidos en la casa. Seguro que había otras personas allí, en realidad muchas personas. Los latidos de mi corazón se aceleraron.
«Oh, no —pensé—. ¿Qué me espera hoy?» Oí a alguien tocando un acordeón. Eso demostraba sin lugar a dudas que mi verdadera familia no había vuelto. Pero lo primero era lo primero. ¿Qué edad tenía? Me miré las manos, que parecían un poco pequeñas. Me levanté y me metí en el cuarto de baño, intentando no asustarme. Empezaba a estar harto de aquella rutina matinal.
El espejo del cuarto de baño parecía estar más alto de lo habitual. Me miré la cara. Ya no tenía doce años, eso seguro, más bien unos ocho. «Ocho años —pensé con un suspiro—. Entonces estoy en tercero. Bueno, al menos podré hacer los deberes de matemáticas.»
De repente, sentí un dolor agudo en la espalda. ¡Ay! ¡Garras! ¡Unas garras diminutas se clavaban en mi espalda! Al hundirse en mi carne chillé.