Los dos tipos se acercaron corriendo hacia mí. ¿Quiénes eran? No lo sabía, pero no me paré a pensarlo. Me puse en pie de un salto y corrí a todo trapo. Miré hacia atrás, ¿Me perseguían ?
—¡Deténlo! —gritó uno de ellos.
Lacie se puso delante de ellos para impedirles el paso.
—Gracias, Lacie —susurré. Me apresuré a salir del patio de la escuela y corrí por aquel barrio desconocido, intentando recordar cómo se volvía a casa. Me detuve a unas cuantas manzanas de la escuela para recobrar el aliento. No había ni rastro de los dos chicos, ni tampoco de Lacie.
«Espero que esté bien», pensé. No parecía que aquellos dos quisieran hacerle daño a ella. Querían hacérmelo a mí. Pero ¿por qué?
El día anterior un matón me decía que quería darme una paliza después de clase. Ahora, en mi nuevo y extraño mundo, no lo había visto. Ninguno de los dos tipos de negro se parecía a él, eran dos matones diferentes.
«Necesito ayuda —me dije—. No sé qué está pasando, pero es demasiado para mí, y estoy asustado. Ya no sé ni quién soy.»
Vagué por las calles hasta que por fin conseguí llegar a casa. «Mamá» y «papá» habían salido. La puerta de la calle estaba cerrada, así que me metí dentro por la ventana de la cocina. Mi auténtica madre había desaparecido, igual que mis hermanos y mi perro.
«Pero debe de haber alguien más a quien yo conozca —pensé—. Alguien, en algún lugar, que pueda ayudarme. Quizá mi verdadera madre se haya ido a otro sitio. Quizás a visitar a unos parientes o algo así.»
Decidí probar con tía Margaret y tío Andy, y marqué su número. Un hombre contestó al teléfono.
—¡Tío Andy! —exclamé—. ¡Soy yo, Matt!
—¿Quién es? —preguntó la voz.
—¡Matt! —repetí—. ¡Tu sobrino!
—No conozco a ningún Matt —replicó ei hombre con aspereza—. Debes de haberte equivocado de número.
—¡No… tío Andy, espera! —grité.
—No me llamo Andy —gruñó el hombre, y colgó.
Me quedé mirando el teléfono, asombrado. Desde luego aquel hombre no parecía el tío Andy.
«Supongo que me habré equivocado de numero», pensé, y volví a marcar.
—¿Diga? —Era el mismo hombre.
—¿Está Andy Amsterdam, por favor? —pregunté, intentando emplear un nuevo enfoque.
—¡Otra vez tú! No hay ningún Andy aquí, chaval —respondió el hombre—. Te has equivocado de número.
Me colgó. Intenté no dejarme llevar por el pánico, pero me temblaban las manos. Llamé a información.
—¿El nombre del abonado, por favor? —preguntó la operadora.
—Andrew Amsterdam —dije,
—Un momento, por favor —me respondió ella. Al cabo de un minuto añadió—: Lo siento, no consta ningún número con ese nombre.
—Quizá si se lo deletreo —insistí—. A-M-S-T…
—Ya lo he consultado, señor. No hay ningún número con ese nombre.
—¿Podría probar con Margaret Amsterdam, entonces?
—No hay ningún Amsterdam, señor.
El corazón me dio un vuelco cuando colgué. «No puede ser —pensé—. ¡Debe de haber alguien a quien conozca en alguna parte! No voy a rendirme. Probaré con el primo Chris.»
Llamé al número de Chris, pero me contestó otra persona. Era como si Chris no existiera, ni tampoco el tío Andy, ni mi madre, ni ninguna de las demás personas a las que conocía. ¿Cómo podía haber desaparecido toda mi familia? La única persona a la que conocía era Lacie, pero no podía llamarla. Ni siquiera sabía su apellido.
Se abrió la puerta de la calle y la mujer que se consideraba a sí misma mi madre entró cargada con las bolsas de la compra.
—¡Matt, querido! ¿Qué haces en casa a estas horas?
—A ti qué te importa —espeté.
—¡Matt! ¡No seas maleducado! —me riñó ella.
Supongo que no debería haberle contestado mal, pero ¿qué más daba? En realidad no era mi madre. Mi verdadera madre había desaparecido de la faz de la Tierra.
Me estremecí, comprendiendo que estaba completamente solo en el mundo, No conocía a nadie… ¡ni siquiera a mis padres!