—Te he preparado tostadas, Matt —dijo la mujer.

—¿Dónde está mi madre? —pregunté—. ¿Dónde están Pam y Greg?

El hombre y la mujer me miraron con rostro inexpresivo.

—¿Te sientes un poco desorientado hoy, hijo? —preguntó el hombre.

¿Hijo?

La mujer se levantó para recoger la cocina.

—Bébete el zumo, cariño. Hoy te dejará papá en el colegio.

¿Papá?

—¡Yo no tengo papá! —insistí—. ¡Mi padre murió cuando yo era un bebé!

El hombre sacudió la cabeza y mordió un trozo de tostada.

—Ya me dijeron que a esta edad empezaban a hacer cosas raras, pero no me imaginaba que lo fueran tanto.

—¿Dónde están? —pregunté—. ¿Qué han hecho con mi familia?

—Hoy no estoy de humor para bromas, Matt —advirtió el hombre—. Venga, termina ya.

Un gato entró en la cocina sigilosamente y se frotó contra mis piernas.

—¿Qué hace este gato aquí? —pregunté—. ¿Dónde está Biggie?

—¿Quién es Biggie? ¿De qué estás hablando? —me interrogó la mujer.

Empezaba a sentirme asustado. El corazón me latía con violencia. Las piernas me flaqueaban. Me dejé caer en una silla y me bebí el zumo.

—¿Me están diciendo que… son mis padres ?

—Soy tu madre —me explicó la mujer, besándome en la cabeza—. Éste es tu padre. Éste es tu gato. Punto.

—¿No tengo hermanos?

—¿Hermanos? —La mujer enarcó una ceja y miró al hombre—. No, querido.

Me encogí en la silla. Mi auténtica madre jamás me llamaría «querido».

—Ya sé que quieres un hermano —prosiguió la mujer—. Pero en realidad no te gustaría. No se te da bien compartir.

No pude soportarlo más.

—De acuerdo, basta ya —pedí—. Dejen de hacer el tonto. Quiero saber ahora mismo por qué me está ocurriendo esto a mí.

Mis «padres» intercambiaron una mirada. Luego se volvieron hacia mí.

—¡Quiero saber quiénes son ustedes! —exclamé, temblando de pies a cabeza—. ¿Dónde está mi verdadera familia? ¡Quiero respuestas ahora mismo!

El hombre se levantó y me tomó del brazo.

—Al coche, hijo —me ordenó.

—¡No! —chillé.

—Se ha terminado la broma. Ahora nos vamos.

No tuve alternativa. Le seguí hasta un coche nuevo y reluciente que no se parecía en nada al viejo coche destartalado de mi auténtica madre. Me subí a él. La mujer salió corriendo de casa.

—¡No te olvides los libros! —gritó, y metió una mochila por mi ventanilla. Luego volvió a besarme.

—¡Agg! —exclamé, encogiéndome—. ¡Basta ya! —No la conocía lo suficiente para dejar que me besara.

El hombre puso el coche en marcha y salimos del sendero de entrada a la calle.

—¡Que tengas un buen día en el colegio! —gritó la mujer agitando la mano.

«Hablan en serio —me dije—. Creen de verdad que son mis padres.»

Me estremecí. ¿Qué me estaba ocurriendo?