¡El voto! (1905-1908)
Cixí era consciente de que el trono no podía sostenerse mucho más tiempo apoyado en símbolos. Hacía falta algo más sólido para garantizar su supervivencia. Estaba la opción de detener su revolución y dar marcha atrás al reloj, pero la rechazó y decidió seguir adelante. En 1905 empezó a preparar el terreno para la más fundamental de todas sus reformas: convertir China en una monarquía constitucional (li-xian) con un Parlamento elegido. Confiaba en que una Constitución consolidara la legitimidad de la dinastía Qing y, al mismo tiempo, permitiera a una gran parte de la población —en su mayoría, chinos han— participar en los asuntos de Estado. Esta histórica medida, que incluía unos comicios con una base electoral tan amplia como en Occidente, significaba la introducción del voto en China.
Cixí estaba convencida de que China no podía prosperar tanto como los países occidentales porque no existía el mismo sentimiento de conexión entre los gobernados y los gobernantes. «En los países extranjeros —comentaba—, los gobernados [xia] se sienten vinculados a los gobernantes [shang]. Por eso son tan formidables»[935]. Lo único que podía crear ese vínculo era el voto. Desde su punto de vista, tenía claras las ventajas de una monarquía parlamentaria como la de Gran Bretaña. Una vez, hablando de la reina Victoria, Cixí dijo: «Inglaterra es una de [las] grandes potencias del mundo, pero eso no lo consiguió la reina Victoria con un poder absoluto. Contó con los capaces hombres del Parlamento que la respaldaban en todo momento y por supuesto discutían todo hasta que se obtenía el mejor resultado». En China, «tengo a 400 millones de personas que dependen por completo de mi juicio. Aunque consulto al Gran Consejo […], todo lo que tiene importancia lo debo decidir yo»[936]. Aunque estaba orgullosa de sus dotes, reconocía que incluso ella había cometido un error desastroso, en el caso de los bóxers. Su hijo adoptivo había sido funesto. Y no se le ocurría nadie en la corte que fuera remotamente capaz de triunfar como monarca absoluto, sobre todo en el mundo moderno.
Por aquel entonces, la idea de la monarquía constitucional estaba en el aire y algunos periódicos hablaban de ella. Entre ellos, el principal diario de Tianjín, el Ta Kung Pao, cuyo director era un manchú que se había casado con una mujer Aisin-Gioro. Al ser miembro de la familia real, la esposa del periodista entraba y salía de palacio, y escribía una entretenida columna sobre la vida en la corte. (Dice mucho de la tolerancia de Cixí que el director fuera católico y el periódico profesara su lealtad al emperador Guangxu y exhortara a Cixí a retirarse). Un artículo de «opinión» publicado en 1903 destacaba que «el proceso de reforma política siempre ha ido de la monarquía absoluta a la monarquía constitucional y luego a la democracia […] Si queremos reformar el sistema político de China, nuestra única vía es una monarquía constitucional». En abril de 1905, el periódico invitó a escribir ensayos sobre el tema «¿Qué debemos hacer con urgencia para reanimar China?». Muchos colaboradores opinaron que debían «acabar con la autocracia y construir una monarquía constitucional». En apoyo de esta opinión y para abordar otras prioridades sugeridas, como «desarrollar la industria, el comercio y la educación», un editorial afirmaba que «sin cambiar nuestro sistema político, todas estas, aunque se desarrollen, no tendrían una base sólida en la que apoyarse, y aún existiría el abismo entre los gobernantes y los gobernados». Es muy posible que para tomar su decisión Cixí tuviera en cuenta este comentario de prensa[937].
El 16 de julio de 1905, Cixí anunció que se iba a enviar una Comisión a varios países occidentales para «estudiar sus sistemas políticos»[938]. Al dar instrucciones a sus miembros, hizo hincapié en que su labor era estudiar cómo estaban organizados los diferentes gobiernos parlamentarios, «para que podamos poner en marcha un sistema apropiado cuando regreséis». Gracias a haber tomado la iniciativa y haber comenzado la gigantesca tarea «desde la cúspide de la pirámide»[939], como dijo un observador occidental de la época, Cixí pudo proteger los intereses de su dinastía. La Comisión estaba encabezada por el duque Zaize, descendiente directo de la familia Aisin-Gioro, que estaba casado con una hija del hermano de Cixí, el duque Guixiang. Él y otros nobles se encargarían de asegurar que el nuevo sistema no supusiera ningún perjuicio para los manchúes y ayudarían a Cixí a convencer a otros manchúes, que temían lo que les fuera a deparar el futuro.
La Comisión estaba dividida en dos grupos y tenía planeado viajar a Gran Bretaña, Francia, Alemania, Dinamarca, Suecia, Noruega, Austria, Rusia, Holanda, Bélgica, Suiza e Italia, además de Japón y Estados Unidos. El 24 de septiembre, el duque Zaize y su amplia comitiva de ayudantes cuidadosamente seleccionados subieron a un tren en la estación de ferrocarril de Pekín para comenzar su viaje. En ese momento, Wu Yue, un republicano decidido a derrocar a la dinastía manchú, hizo estallar una bomba en el vagón del duque, que los hirió a él y a más de otros 12 pasajeros. Murieron tres, incluido el autor de la explosión. Wu Yue fue el primer terrorista suicida de China. Cixí, que consoló a los miembros de la Comisión entre lágrimas, reafirmó su decisión de continuar con el empeño. Los hombres emprendieron su viaje ese mismo año, después de que ella les dijera que con ellos iban sus «máximas esperanzas»[940]. Mientras estaban en el extranjero, se creó una Oficina Constitucional encargada de estudiar los distintos tipos de monarquía parlamentaria, con el objetivo de diseñar la Constitución más apropiada para China.
Los comisarios volvieron de sus viajes en el verano de 1906. Sabiendo que la emperatriz viuda esperaba impaciente, el duque Zaize fue directamente de la estación al Palacio de Verano y solicitó una audiencia. Cixí le vio al día siguiente al amanecer y la reunión duró dos horas. Además de volver a verle, recibió también a otros comisarios. Estos redactaron sus informes, un conjunto de muchas docenas de volúmenes que entregaron a la Oficina Constitucional[941]. En una histórica proclamación del 1 de septiembre de 1906, la emperatriz viuda Cixí anunció, en su propio nombre, su propósito de establecer una monarquía constitucional, con un Parlamento electo, que sustituiría a la monarquía absoluta existente. Los países occidentales, dijo, eran ricos y fuertes gracias a este sistema político, en el que «la población participa en los asuntos de Estado», y «la creación y el gasto de la riqueza del país, además de la planificación y ejecución de sus asuntos políticos, están abiertos a todos». Dejaba claro que, en la versión china, «el poder ejecutivo reside en la corte, y el público tiene voz en los asuntos de Estado». Pedía a la población que mostrara «espíritu público, siguiera la ruta de la evolución» e hiciera la transición de «manera ordenada, conservadora y pacífica». Les invitaba a convertirse en «ciudadanos cualificados»: el pueblo sería a partir de entonces «ciudadanos del país», guo-min[942].
La proclamación tuvo un eco tremendo. Los periódicos publicaron ediciones especiales dedicadas al tema. Cuando leyó la noticia en Japón, Liang Qichao, el más estrecho colaborador de Kang El Zorro Salvaje, sintió que comenzaba una nueva era y decidió de inmediato fundar un partido, una de las muchas organizaciones políticas que empezaron a surgir[943]. El Gobierno de Cixí se sumergió en un enorme volumen de trabajo preparatorio: redactar leyes, extender oportunidades educativas, informar a la gente sobre el nuevo sistema político, instituir la policía y entrenar a los agentes sobre cómo mantener el orden de manera moderna, etcétera. Dos años después, el 27 de agosto de 1908, se publicó un borrador de Constitución con respaldo de Cixí. El histórico documento combinaba las tradiciones políticas de Oriente y Occidente. De acuerdo con la vieja costumbre oriental, daba verdadero poder político al monarca, que seguiría presidiendo el Gobierno y tomando la decisión final. El Parlamento redactaría leyes y propuestas, pero todas estarían sujetas a la aprobación del monarca, que sería quien las haría públicas. El poder inviolable del trono quedaba subrayado en el borrador, ya desde su primera frase: «La dinastía Qing gobernará el imperio Qing eternamente y será reverenciada por los siglos de los siglos». De acuerdo con las prácticas occidentales, a los ciudadanos se les garantizaba una serie de derechos fundamentales, como las «libertades de palabra, escritura, publicación, reunión y asociación», y el derecho a ser «miembros del Parlamento siempre que estén autorizados por la ley». Se establecería una Asamblea parlamentaria en la que los representantes elegidos del pueblo tendrían una influencia importante en los asuntos de Estado, incluido el presupuesto. El borrador no decía qué sucedería en el caso inevitable de un choque entre el trono y el Parlamento. Pero la carta de los redactores a Cixí indicaba una solución: «Tanto el monarca como el pueblo tendrán que hacer concesiones»[944].
En 1907 se había creado una Asamblea Preliminar, Zi-zheng-yuan, para que se encargara de la transición. Trabajó durante 10 meses elaborando las reglas para la fundación del futuro Parlamento, incluida la composición de sus miembros. Cixí aprobó y anunció el documento el 8 de julio de 1908. Alrededor de la mitad de los miembros estarían en una Cámara Alta, nombrados por el trono de estos sectores de la sociedad: príncipes manchúes, aristócratas manchúes y han, aristócratas mongoles, tibetanos y hui (musulmanes), funcionarios de rango medio, eruditos destacados y los mayores contribuyentes. Los demás miembros, en la Cámara Baja, serían elegidos por los miembros de las Asambleas Provinciales que estaban instituyéndose en toda China, cuyos miembros los elegirían en votación directa los ciudadanos de esas provincias[945]. El 22 de julio de 1908 Cixí hizo público, con su aprobación, el proyecto de Normativa Electoral para la elección de las Asambleas Provinciales[946].
En este gran documento histórico, el sufragio se basaba en las prácticas occidentales de la época. En Gran Bretaña, por ejemplo, podían votar los varones adultos que tuvieran propiedades o pagaran al menos 10 libras de alquiler al año, de modo que el electorado estaba formado por un 60 por ciento de la población masculina adulta del país. Para el electorado chino (varones mayores de 25 años), el requisito de la propiedad se fijó en 5.000 yuanes en capital de negocios o propiedades. Pero se permitían otras condiciones alternativas: hombres que hubieran dirigido con distinción proyectos públicos durante más de tres años, graduados de las escuelas secundarias o de enseñanza superior modernas, eruditos del viejo sistema educativo, y así sucesivamente. Todas esas personas podían votar aunque fueran pobres y no tuvieran propiedades. Al mencionar sus diferencias con los modelos de Occidente, los autores de la normativa alegaron que si tener propiedades era la única forma de poder votar, la gente solo querría buscar el beneficio y la riqueza.
La elegibilidad de los candidatos parlamentarios también se inspiraba sobre todo en la costumbre occidental, salvo por que debían tener al menos 30 años (como en Japón), que, según Confucio, era la edad de la plena madurez. Había un grupo de hombres que, a diferencia de otros países, en China quedarían excluidos de poder ser candidatos: los maestros de educación primaria. El argumento era que precisamente ellos eran los responsables de formar a los ciudadanos. Por consiguiente, debían dedicar todas sus energías a esa causa, la más digna de todas. Entre quienes no podrían votar (ni presentarse) estaban los funcionarios de la provincia y sus asesores, porque eran los administradores y debían permanecer separados de los legisladores, para evitar la corrupción. También quedaban fuera los militares, porque el ejército no debía intervenir en política[947].
Cixí aprobó la Normativa Electoral y pidió un calendario para las elecciones y la convocatoria del Parlamento[948]. El príncipe Ching, jefe del Gran Consejo, que supervisaba la redacción de dicha normativa, se mostró en contra de un calendario concreto. Su labor era impresionante y no tenía precedentes, y era inevitable que surgieran problemas imprevistos, dijo, entre otros, el peligro de dejar agujeros que pudieran aprovechar personajes perversos para hacerse con el poder. Cixí vetó la recomendación del príncipe Ching. Sin un calendario fijo, perderían el impulso y todo podría quedarse en nada[949]. Muchos funcionarios tenían miedo de este cambio y se oponían a él, porque les parecía impracticable e impensable en un país tan grande y poblado, en el que los niveles educativos eran tan bajos. Sin un plazo concreto, se limitarían a fingir obediencia. Un calendario era lo único que podía empujarles y llevar la aventura a buen puerto[950].
Se elaboró y aprobó un calendario de nueve años, junto con una lista de tareas que había que hacer y objetivos que había que alcanzar en cada uno de esos años. En la lista estaban los preparativos para las elecciones, la elaboración de leyes, el censo, un programa de impuestos y la especificación de los derechos, los deberes y la financiación del trono. Un problema importante era el grado de analfabetismo. El porcentaje de población que sabía leer y escribir (en chino) mínimamente en aquella época era inferior al 1 por ciento. La redacción de nuevos libros de texto y la campaña para la educación moderna comenzarían en el primer año del calendario. Al acabar el séptimo, el 1 por ciento de la población debía estar «alfabetizada», y al final del noveno año la meta era el 5 por ciento[951]. La responsabilidad de cumplir cada objetivo se dio a un Ministerio concreto, y Cixí mandó inscribir el calendario en placas que se colgaron en las oficinas del Gobierno[952]. En su decreto, invocaba la «conciencia» y al «Cielo omnipotente» como advertencia a los funcionarios que perdieran el tiempo[953]. Su pasión y su determinación eran indudables. Si todo se desarrollaba con arreglo al plan, nueve años después de 1908, millones y millones de chinos podrían votar. (En 1908, los votantes en Gran Bretaña sumaban más de siete millones). Por primera vez en su historia, los chinos tendrían influencia en los asuntos de Estado. W. A. P. Martin, el misionero estadounidense que vivía en China desde hacía decenios, exclamó: «¡Qué conmoción provocará la urna electoral! ¡De qué forma tan repentina despertará el intelecto durmiente de una raza inteligente!»[954].
En la versión de la monarquía constitucional que deseaba Cixí, el electorado chino no tenía el mismo poder que sus homólogos occidentales. Pero estaba sacando al país de una autocracia incuestionable y abriendo las labores de gobierno a la gente normal, a los ciudadanos, como se los llamaba ahora. Iba a limitar su propio poder y a introducir en la política china un foro de negociación en el que el monarca y los representantes del pueblo, incluidos diferentes grupos de intereses, discutirían, pactarían y, desde luego, librarían combates verbales. Mientras Cixí estuviera con vida, dado su sentido de la justicia y su inclinación al consenso, existían todas las posibilidades de que los deseos del pueblo siguieran ganando terreno.
Aun con la concesión de que «es prematuro especular» sobre el resultado de la iniciativa de la emperatriz, Martin tenía fe en ella. «Durante toda su vida se pudo contar con que siempre llevaba adelante la causa que defendía con tanto ardor. Cogía las riendas con mano firme; y tenía tal valor que no vacilaba en conducir el carro del Estado por muchas carreteras nuevas y desconocidas». En conjunto, subrayaba Martin: «Han pasado poco más de ocho años desde la restauración, si se puede llamar así al regreso de la corte en enero de 1902. En este periodo, se puede afirmar que se han decretado más reformas trascendentales en China que en ningún otro país a lo largo de medio siglo, con la excepción de Japón, cuyo ejemplo profesa seguir China, y Francia, en la Revolución, de la que Macaulay asegura que “cambiaron todo, desde los ritos de la religión hasta la moda en hebillas de zapato”».
Las «importantes innovaciones o mejoras» de Cixí, escribió Martin, se remontaban al momento en el que se hizo con el poder, y habían «hecho que el reinado de la emperatriz viuda fuera el más brillante en la historia del imperio. Los últimos ocho años han sido extraordinariamente prolíficos en reformas; pero la tendencia comenzó tras la paz de Pekín en 1860. A partir de esa fecha, se dieron todos los pasos hacia la adopción de los métodos modernos durante la regencia de esa extraordinaria mujer, que se extendió desde 1861 hasta 1908». De esos 47 años, Cixí gobernó de verdad 36 (su hijo gobernó dos y su hijo adoptivo, nueve). Dado todo lo que consiguió durante su periodo en el poder, y con los inmensos obstáculos que tuvo que superar —y que superó—, no parece aventurado decir que el sufragio habría llegado a China en 1916 si la emperatriz viuda hubiera vivido hasta entonces.