Un plan para matar a Cixí (Septiembre de 1898)
Kang el Zorro Salvaje llevaba tiempo elaborando planes para matar a Cixí, consciente de que ella era el obstáculo entre él y el poder supremo. Para ello necesitaba una fuerza armada y al principio pensó en un comandante llamado Nie. Pidió al funcionario Wang Zhao que se acercara a Nie y le convenciera de unirse a ellos, pero el funcionario se negó a ir y le dijo a Kang que la misión era un sueño imposible. El ejército estaba seguro en manos de Cixí. Lo primero que había hecho ella al poner en marcha las reformas era hacer varios nombramientos militares importantes, y había colocado al hombre que sentía la lealtad más inquebrantable hacia ella, Junglu, al mando de todo el ejército en la capital y sus alrededores[589]. El cuartel general de Junglu estaba en Tianjín. Uno de sus subordinados eran el general Yuan Shikai, que en el futuro sería el primer presidente de China, cuando el país se convirtió en república. En aquella época era un oficial ambicioso y excepcional. Se dio cuenta de que el emperador estaba asignando puestos increíblemente altos de acuerdo con las recomendaciones de los hombres de Kang, así que se hizo amigo de ellos. Gracias a Kang, el emperador Guangxu concedió al general Yuan no una, sino dos audiencias, justo después de su altercado con Cixí, el 14 de septiembre. Su Majestad consultó un ascenso con el general pasando por encima de sus superiores, y vino a decirle que se desentendiera de Junglu y obedeciera directamente sus órdenes. El emperador hacía lo que le había aconsejado El Zorro Salvaje: formar un ejército propio.
Después de las audiencias, uno de los coconspiradores de Kang, Tan Sitong, visitó al general Yuan a última hora de la noche del 18 de septiembre. Tan, uno de los cuatro recién nombrados secretarios del Gran Consejo, creía que la única forma de lograr las reformas era la violencia. «No ha habido ninguna reforma sin derramamiento de sangre desde la antigüedad; debemos matar a todos esos holgazanes antes de poder empezar a hacer cosas». Tan, que se presentó al general Yuan como «un personaje muy importante recién ascendido y próximo al emperador», le dijo que iba a verle para transmitirle los deseos del monarca. El general Yuan debía matar a Junglu en Tianjín y llevar sus tropas a Pekín; allí debía rodear el Palacio de Verano y capturar a la emperatriz viuda. Después, dijo Tan, «matar a la maldita vieja será cosa mía, y Su Excelencia no tiene por qué preocuparse por ello». Tan prometió al general que el propio emperador le daría un edicto en tinta roja al respecto durante su tercera audiencia, dos días después, el 20 de septiembre. Yuan, que pensó que Tan tenía un aspecto «feroz y medio enloquecido», respondió con evasivas y dijo que hacía falta tiempo para preparar algo tan grande[590].
En realidad, los preparativos ya estaba haciéndolos El Zorro Salvaje, que había ideado una manera de introducir en la capital a las tropas del general Yuan, 7.000 soldados estacionados en las afueras de Pekín, y conseguir que se situaran cerca del Palacio de Verano. Escribió una propuesta sin firmarla para que otro cómplice, el censor Shenxiu, se la llevara al emperador; en ella se aseguraba que en el Viejo Palacio de Verano había enterrado un botín de oro y plata que ahora podría desenterrarse para ayudar a aliviar la crisis financiera del Estado[591]. Calculó el momento para que la propuesta llegara a la mesa del emperador justo antes de la tercera audiencia con Yuan y le asignara la excavación allí mismo al general, que entonces tendría motivos legítimos para trasladar su ejército a las puertas de Cixí.
Como reveló más tarde su diario, el general Yuan se quedó estupefacto ante la propuesta de Tan. Se enfrentaba al dilema de escoger entre ponerse de parte del emperador Guangxu o de la emperatriz viuda. Como le dijo a Tan, si el monarca verdaderamente publicara un edicto en tinta roja ordenándole que matara a la emperatriz viuda, «¿quién iba a atreverse a desobedecer una nota del emperador?». A pesar de eso, esa misma noche fue a ver a uno de los príncipes de confianza de Cixí y denunció a los conspiradores(35).
Mientras tanto, habían sucedido otros acontecimientos en relación con un visitante que estaba entonces en Pekín, Ito Hirobumi, el antiguo primer ministro de Japón y arquitecto de la guerra contra China y el desastroso Tratado de Shimonoseki cuatro años antes. Ito había dejado su puesto hacía poco tiempo y se encontraba de visita «privada» en Pekín, y estaba previsto que el emperador Guangxu le recibiera el mismo día de la tercera audiencia al general Yuan.
La actitud en ciertos círculos educados chinos respecto a Japón había pasado del odio a la admiración y los buenos deseos, desde la reciente intrusión de las potencias europeas, entre 1897 y 1898. Los japoneses emprendieron una activa campaña para cultivar a los hombres influyentes con este argumento: «La guerra entre nosotros fue un error y ambos sufrimos. Ahora que los blancos nos amenazan a los amarillos, China y Japón deben unirse y resistir juntos contra ellos. Debemos ayudarnos mutuamente». Algunos funcionarios simpatizaban con este argumento y estaban deseando que Japón enseñara a China a hacerse fuerte. Hubo peticiones que solicitaban al emperador que invitara a Ito a quedarse a su lado como asesor. El coro lo encabezaba Kang El Zorro Salvaje, que escribió varias cartas en nombre de otros[592]. Un periódico muy leído en Tianjín, el Guo-wen-bao, propiedad de un japonés y respaldado por el Gobierno nipón, promovió la idea y afirmó que conduciría «no solo a una situación afortunada para China y Japón, sino también a la supervivencia de Asia y la raza amarilla»[593].
Era bien sabido que el emperador Guangxu quería tener a Ito como asesor. El emperador había desarrollado una mentalidad muy projaponesa bajo la influencia de Kang. El 7 de septiembre había escrito de su puño y letra una carta al emperador de Japón que comenzaba con un lenguaje íntimo nada habitual en los documentos diplomáticos: «Mi querido y más próximo vecino del mismo continente», y terminaba con el deseo de que los dos países pudieran «apoyarse mutuamente para defender y asegurar el Gran Oriente»[594]. Parece que el propio Ito tenía expectativas de trabajar con el trono chino. Cuando llegó a Tianjín, escribió a su mujer: «Me voy mañana a Pekín, donde parece que el emperador espera mi llegada desde hace tiempo […] En Tianjín estoy ocupado con banquetes todo el tiempo. Muchos chinos se acercan y me piden que ayude a China, y es verdaderamente imposible negarse. He oído decir que el emperador parece ser capaz e inteligente, y no tiene más que 27 años»[595]. El emperador Guangxu concedería audiencia a Ito el 20 de septiembre y muy bien podría anunciar su nombramiento a continuación. (Era frecuente que se anunciaran inmediatamente después de la audiencia con la persona en cuestión). Para permitir que el decreto del nombramiento pareciera la respuesta a una demanda popular, El Zorro Salvaje escribió sin firmar dos peticiones que presionaban al emperador para que contratara a Ito: una debería estar en la mesa de Su Majestad horas antes de la audiencia con él, y la otra al día siguiente.
Si Kang El Zorro Salvaje estaba tan deseoso de promover el nombramiento de Ito, era por conveniencia personal. No era tan ingenuo como para creer que Ito iba a trabajar en beneficio de los intereses de China en vez de los de Japón, ni que China podría conservar su independencia bajo su gobierno. Japón no había renunciado a sus aspiraciones de controlar China. Durante la visita de Ito, los periódicos japoneses hablaban de «la necesidad» de que China «consultase al Gobierno de Japón» sobre todas sus políticas[596]. Cuando el conde Li se enteró de que el emperador quería contratar a Ito como asesor, escribió una carta con una sola palabra: «Ridículo»[597]. El virrey Zhang, el famoso modernizador que había concebido la estratégica línea de ferrocarril Pekín-Wuhán, se sintió «escandalizado» y «rechazó la idea por completo»[598]. El conde y el virrey eran ardientes partidarios de aprender de Japón y tener asesores japoneses. Pero sabían que, si Ito se convertía en «asesor» del emperador Guangxu, no habría forma de impedir que el antiguo primer ministro acabara moviendo los hilos y China perdiera su independencia(36).
Kang El Zorro Salvaje era tan astuto como los dos estadistas. Y, sin embargo, maniobró no solo para que nombraran a Ito, sino para crear una «unión» chino-japonesa (lian-bang) o incluso una «fusión» (he-bang). Las cartas que escribió sin firmar en las que pedía la designación de Ito instaban asimismo al emperador Guangxu a decidirse por una u otra opción. Es inverosímil que de verdad quisiera entregar China a Japón. Lo más probable es que hubiera llegado a un acuerdo con los japoneses para promover sus mutuos intereses. De hecho, desde que comenzaron las reformas, el periódico de propiedad japonesa en Tianjín había dedicado mucho espacio a informar sobre las opiniones de Kang, lo cual le había conferido gran prestigio y había contribuido a crear la impresión de que era el autor exclusivo de las reformas. Esta era una impresión que no tenían solo los lectores de ese periódico concreto. Como otros periódicos de los Puertos del Tratado copiaban sus informaciones, el nombre de Kang adquirió tal prominencia que la gente pensó que era el responsable de las reformas. El periódico de Tianjín fomentó asimismo la idea del Consejo Asesor, mientras que Kang sugirió al emperador Guangxu que en dicho Consejo entrase también Ito. Pero el mayor servicio que le hicieron los japoneses a Kang fue conectarle con el emperador Guangxu al principio, a través de sir Yinhuan, que era casi con toda seguridad agente de Japón y trabajaba en beneficio de sus intereses[599].
Sir Yinhuan, uno de los funcionarios más occidentalizados, tenía unas dotes extraordinarias y era brillante en los asuntos exteriores. Había sido el vistoso enviado de Cixí a una serie de países (en la década de 1880, en Washington, fue «el primer diplomático chino que ofreció un baile en su residencia oficial»[600], según The New York Times), y en Gran Bretaña había representado a China en el Jubileo de Diamantes de la reina Victoria y recibido el título de caballero. Un informe confidencial enviado a Tokio por Yano Fumio, embajador japonés en Pekín en 1898, demuestra que era su fuente habitual de información ultrasecreta. Cuando se despidió al gran tutor Weng, el diplomático fue directamente a ver a sir Yinhuan para averiguar la verdadera razón, y este contó al japonés todo lo que sabía[601]. Algunos miembros de la cúpula querían encausarle por «transmitir políticas secretas de Estado a extranjeros». Los grandes consejeros le denunciaron ante el trono por «actuar de modo sigiloso y extraño»[602]. Pero en aquellos tiempos no existían mecanismos para investigar acusaciones de espionaje y, como el emperador Guangxu le defendió, indignado, no se hizo nada[603]. Cixí quería que se registrara la casa de sir Yinhuan en busca de pruebas, pero su estrecha relación con el emperador hizo que la orden de la emperatriz no se llevara a cabo.
Fue sir Yinhuan quien facilitó la entrada de Kang a los círculos del poder, mediante maquinaciones clandestinas, en vez de recomendarle a las claras. Fue él quien hizo de intermediario secreto entre Kang y el emperador Guangxu. Y fue él quien permitió que Kang adquiriera tanta influencia sobre el emperador. Si le ayudó tanto no fue porque tuvieran una vieja y estrecha amistad: de hecho, las pruebas sugieren todo lo contrario, porque más tarde acabaría con El Zorro Salvaje sin una razón clara[604]. Sir Yinhuan actuaba así a instancias de Tokio, y no trabajaba para Tokio porque creyera que la dominación japonesa iba a beneficiar a China. Sabía lo brutales que eran los japoneses, porque había negociado con ellos la indemnización después de la guerra. Cuando China, ahogada por los intereses desorbitados de los préstamos extranjeros y en plena lucha contra el desbordamiento de las orillas del río Amarillo, pidió que se prolongara el plazo de devolución de tres años, Tokio se negó. En privado, sir Yinhuan se lamentó de que eso demostraba que «el supuesto deseo japonés de establecer una relación especial con China no son más que palabras vacías»[605].
El motivo más probable fue el dinero. Jugador empedernido, sir Yinhuan era conocido por aceptar sobornos, hasta un extremo que resultaba inaceptable incluso en un país lleno de sobornos. Las acusaciones de que cobraba grandes sumas de dinero en los contratos extranjeros que negociaba eran innumerables, y los pagos de Rusia estaban documentados. Los japoneses eran pagadores astutos y habilidosos. Además, sir Yinhuan tenía un cinismo sin límites. En las negociaciones tras la captura alemana de Qingdao, su indiferencia había asombrado a su colega, el gran tutor Weng, que se sentía como si le estuvieran «torturando en agua hirviendo y llamas ardientes». En su diario, Weng escribió: «Cuando voy a su casa [a hablar de trabajo], siempre está charlando y riendo como si no estuviera sucediendo ningún desastre. No puedo comprenderle»[606].
Cixí no estaba completamente al tanto de las trampas y los embustes en los que estaban envueltos sir Yinhuan, Kang El Zorro Salvaje, los japoneses y su hijo adoptivo. Le habían informado de la visita de Ito, las peticiones de que se le contratara y su audiencia prevista con el emperador Guangxu. Muy consciente de los peligros que suponía el nombramiento de Ito, tomó sus medidas: hizo que el emperador le prometiera que los consejos que diera el japonés, que debían ser a petición del monarca, no se los daría en persona, sino a través del Ministerio de Exteriores. De esa forma, pensó Cixí, no habría problemas.
Sin embargo, la noche del 18 de septiembre, le llegó una carta urgente que la llenó de aprensión. Escrita por un censor, Chongyi, que era pariente del conde Li por matrimonio, la carta le llamaba la atención sobre lo peligroso que era que el emperador Guangxu contratara a Ito y sobre el extraordinario acceso secreto que tenía Kang al emperador. «Si el trono nombra a Ito —advertía—, será lo mismo que si pusiera el país de nuestros antepasados en una bandeja de plata y se lo entregara a [Japón]»[607]. El censor rogaba a Cixí que recuperara el poder cuanto antes para evitar que sucedieran esos desastres.
Cixí se quedó preocupada. ¿Y si su hijo adoptivo ignoraba el acuerdo que tenían y colocaba a Ito a su lado con un edicto en tinta roja? Decidió ir a la Ciudad Prohibida al día siguiente, el 19 de septiembre, a tiempo para la audiencia del emperador con el japonés, prevista para el 20, y así asegurarse de que no lo hiciera. Después, pensaba regresar al Palacio de Verano. Con la decisión tomada, se fue a dormir.
Dormía profundamente, como de costumbre, cuando, de madrugada, llegó la denuncia de la trama que le enviaba el general Yuan. Cixí se quedó atónita. Era cierto que la relación con su hijo adoptivo era tensa, pero que estuviera relacionado con una conspiración para matarla le parecía inconcebible.
Aunque, según el relato del general Yuan, el papel del emperador en el plan no estaba nada claro, era indudable que estaba al tanto. Si no, ¿por qué habría hecho al general Yuan su jefe militar personal, separado del ejército, el mismo general al que después acudieron los conspiradores para eliminarla? ¿Y por qué guardaba ese secreto sobre su relación con Kang? El hecho de que su hijo adoptivo conociera el plan de Kang, aunque fuera de manera vaga, le hacía cómplice e imposible de perdonar, sobre todo en una cultura en la que la piedad filial era la norma suprema del código ético.
Por la mañana, Cixí salió del Palacio de Verano como tenía pensado. Por fuera, todo era normal. Se subió a un barco en el embarcadero situado delante de su villa y atravesó el lago hasta el Canal Imperial que llevaba a la ciudad. De 10 kilómetros de largo, el canal estaba bordeado por sauces y melocotoneros, además de guardias pretorianos. En una esclusa en la que era necesario cambiar de embarcación, entró en un templo budista que había en la orilla y rezó. Al terminar el canal, una silla de manos la llevó hasta el Palacio del Mar, junto a la Ciudad Prohibida. Durante todo ese trayecto, en apariencia pacífico y relajado, su mente estaba atormentada.
El emperador Guangxu se enteró de la inesperada llegada de Cixí y fue corriendo a la puerta del palacio para recibirla de rodillas. Pese a la ira que pudo sentir en su interior al ver a su hijo adoptivo, la emperatriz viuda mantuvo un aire tranquilo. No quería causar alarma, sobre todo porque la audiencia con Ito estaba prevista para el día siguiente: había que evitar cualquier complicación con Japón. Quizá no conocía toda la historia de la relación de Kang con los japoneses, pero la aparición de Ito en aquel momento era una coincidencia excesiva.
La mañana siguiente, el 20 de septiembre, todo parecía normal. El emperador Guangxu tenía su tercera audiencia con el general Yuan. No emitió ningún edicto en tinta roja, como había prometido el conspirador Tan al general, pero eso no quiere decir que no lo hubiera pensado. Cixí estaba presente. Durante la audiencia, el general hizo una alusión inequívoca al plan al decir que los nuevos amigos de Su Majestad estaban «haciendo las cosas de manera descuidada e irreflexiva» y que «si hubiera una nota, incriminaría a Vuestra Majestad»[608]. El emperador miró en silencio a Yuan, como si algo le hubiera hecho mella. En opinión de Cixí, el hecho de que comprendiera de qué hablaba el general habría confirmado su culpa.
Yuan regresó a su cuartel en Tianjín. Cixí mantuvo su aire imperturbable cuando su hijo adoptivo, de acuerdo con el ritual, fue a darle los buenos días antes de entrar en el salón principal del Palacio del Mar para su entrevista con Ito. En la reunión, él no dijo nada que se saliera del texto acordado. Pidió a Ito su opinión, pero le dijo que se la transmitiera a través del Ministerio de Exteriores. En cuanto terminó la audiencia, Cixí ordenó arresto domiciliario para el emperador, en su villa de Yingtai, el islote situado en el centro del lago del Palacio del Mar, al que solo se podía llegar por un largo puente que se abría y se cerraba. Cuando volviera al Palacio de Verano, se lo llevaría con ella. A partir de ese momento, era su prisionero.
Como consecuencia, al día siguiente el emperador escribió de su puño y letra un decreto en tinta roja en el que anunciaba que Cixí iba a ser su guardiana. Se organizó una ceremonia formal y, a partir de entonces, Guangxu se convirtió en la marioneta del Cixí y empezó a firmar con su pincel de tinta roja los decretos que deseaba ella. Siguió recibiendo a funcionarios y al Gran Consejo, pero siempre con ella. El biombo de seda que la ocultaba desapareció: la emperatriz viuda salió de detrás del trono al frente del escenario.
Cixí se hizo enseguida una idea muy clara de las actividades de El Zorro Salvaje respecto a su hijo adoptivo. El emperador no ocultaba casi ningún secreto a sus eunucos, y Cixí empezó a interrogarlos. Así se enteró de quién había hablado con él y le había influido. Sir Yinhuan quedó al descubierto y se convirtió en su segunda bestia negra. Detuvo de forma metódica a los conspiradores, mediante órdenes verbales en lugar de escritas. Las detenciones no se hicieron todas a la vez, porque quería que el proceso se llevara a cabo con la mayor discreción posible.
El primer objetivo era, lógicamente, Kang. Pero Cixí llegó dos días tarde. El Zorro Salvaje comprendió que los habían descubierto en cuanto oyó decir que el general Yuan había respondido con evasivas, igual que otro conspirador al que habían contratado especialmente para matar a Cixí, un hombre llamado Bi. Más tarde Bi contó su visita a Tan para preguntarle sobre su misión, el día siguiente al amanecer. «El señor Tan estaba peinándose lánguidamente» e informó a Bi de que el general no se había comprometido. Bi preguntó: «¿Está seguro de que Yuan es el hombre adecuado para hacerlo?». Era evidente que Tan no confiaba en Yuan, y respondió: «He discutido una y otra vez con Kang, pero él insiste en usar a Yuan. ¿Qué voy a hacer?». Bi dijo: «¿Entonces han revelado todo el plan a Yuan?». Al saber que Yuan estaba al tanto de todo, Bi exclamó: «Pues estamos acabados. ¡Estamos acabados! ¿No saben qué clase de operación es esta? ¡No se puede hablar de ella así como así! ¡Me temo que ustedes y sus familias y sus clanes terminarán todos ejecutados!». Bi se fue a toda prisa y abandonó a los conspiradores[609].
El Zorro Salvaje visitó a dos extranjeros, el misionero baptista galés Timothy Richard, que era amigo suyo, y el propio Ito, la víspera de su audiencia con el emperador Guangxu[610]. Lo que Kang buscaba era asilo. Richard se había propuesto cultivar a la clase dirigente y los intelectuales, y conocía a muchos personajes poderosos, entre ellos al conde Li. Su sueño era no solo «establecer el Reino de Dios» en suelo chino, sino también dirigir el país, «reformar China, remodelar sus instituciones y, en resumen, encargarse de su gobierno»[611], como anotó Robert Hart, al que la idea le resultaba «¡deliciosa!»[612]. Los diplomáticos británicos pensaban que el plan de Richard era «una tontería»[613]. (Una de sus sugerencias era que «se contratara a dos institutrices extranjeras para la emperatriz viuda»). Kang le había recomendado al emperador Guangxu para que fuera uno de los dos asesores extranjeros en el Consejo Asesor, mientras que Ito sería el otro. Richard le estaba agradecido, así que ahora se precipitó a buscar ayuda para Kang, pero logró escasos resultados, porque el embajador británico, sir Claude MacDonald, estaba, según Richard, «lleno ya de prejuicios» contra Kang.
Ito no ofreció asilo a Kang en la legación japonesa. Emplear a un grupo de aficionados para asesinar a la emperatriz viuda con todo en contra no era parte del trato, desde luego. Además, Ito iba a ver al emperador Guangxu al día siguiente. Sería una situación incómoda si le pedía que le entregara a Kang. Así que El Zorro Salvaje tuvo que huir de Pekín. Lo hizo sin más tardar y, para cuando se hizo pública la orden de detención, ya había llegado a Tianjín y había partido en un barco de vapor británico en dirección a Shanghái. En el puerto de Shanghái, unos «detectives y policías» aguardaban el barco «en un estado de gran entusiasmo ante la perspectiva de ganar los 2.000 dólares» de recompensa por el arresto de Kang[614]. Debido a las informaciones de prensa que habían nombrado a Kang como principal autor de las reformas (y debido a que el secretismo de la corte había ocultado el papel de Cixí), el cónsul general británico en funciones, Byron Brenan, que dejó documentada la escena, decidió que tenía que rescatar a Kang. Como no podía hacerlo a las claras, por ser un representante oficial del Reino Unido, Brenan envió al corresponsal de The Times, J. O. P. Bland, a recibirle en una lancha antes de que atracase el barco. Así consiguió interceptar a Kang y trasladarlo a Hong-Kong a bordo de una cañonera británica. En la colonia recibió la visita del cónsul japonés, que le invitó a vivir en su país. Tokio «acaricia la aspiración de construir una Gran Asia oriental», en palabras de Kang[615]. Pronto El Zorro Salvaje estaba en Japón.
Su mano derecha, Liang, pidió asilo en la legación japonesa al día siguiente de la audiencia de Ito, y este le ayudó a escapar de China. Bajo la protección de Japón, disfrazado con ropa europea y después de cortarse la coleta, se subió a un barco de guerra japonés en Tianjín.
A Tan, el radical aficionado a la violencia, también le ofrecieron asilo en Japón, pero lo rechazó. Según sus amigos, volvió a proclamar su teoría de la necesidad de sangre para hacer reformas: «Las reformas han triunfado en otros países porque hubo derramamiento de sangre. En las reformas chinas no se ha derramado ni una gota, y por eso el país no va bien. Que mi sangre sea la primera en caer»[616]. Efectivamente, le cortaron la cabeza el 28 de septiembre, junto a otros cinco: Guangren, el hermano de Kang; el censor Shenxiu, que había pedido que se trasladara a las tropas al Palacio de Verano, en teoría para buscar el oro, pero en realidad para matar a Cixí; y los otros tres secretarios nuevos del Gran Consejo (además de Tan). En el momento de la ejecución, según un periódico, Tan actuó «como si la muerte fuera algo delicioso». El hermano de Kang, en cambio, no parecía muy contento con la perspectiva: vieron que «llevaba solo calcetines, sin zapatos, y tenía el rostro del color de las cenizas y el polvo»[617]. Las ejecuciones estremecieron al país: eran los primeros enemigos políticos de Cixí que morían desde su llegada al poder, casi cuatro decenios antes.
Dos de los cuatro nuevos secretarios, entre ellos Yang Rui, a quien el emperador había confiado su angustiada carta del 14 de septiembre, no tenían nada que ver con Kang ni con su conspiración. En la cárcel se habían mostrado animados, seguros de que sería fácil establecer su inocencia en el juicio, que Cixí había ordenado realizar de acuerdo con los procedimientos Qing. Sin embargo, nada más comenzar el juicio, Cixí lo interrumpió de pronto y mandó que llevaran a los dos inocentes al lugar de ejecución con los demás, como cómplices en la trama. Allí protestaron con indignación. Uno se negó a arrodillarse para oír el edicto imperial que le condenaba a muerte, y el otro, Yang Rui, pidió con insistencia al funcionario que supervisaba la ejecución que le dijera cuál era su delito. Se dice que la sangre de su cabeza amputada salió disparada a un metro de altura, de la vehemencia con la que se opuso a la injusticia[618]. La gente quedó horrorizada por las ejecuciones sumarísimas. Al enterarse, un cortesano se sintió «asombrado y herido como si me hubieran clavado un puñal en la cabeza», y «vomitó con violencia». Incluso los nobles que sabían del plan contra la vida de Cixí se sintieron muy perturbados por el flagrante desprecio a la ley, cosa poco frecuente bajo el gobierno de la emperatriz viuda[619].
Cixí canceló el juicio cuando se dio cuenta de que era inevitable que saliera a la luz algo que quería ocultar a toda costa: la participación de su hijo adoptivo en la conspiración. Un juicio revelaría que el emperador Guangxu quería que la apartasen del poder o incluso la mataran. El Zorro Salvaje había empezado a conceder entrevistas a periódicos extranjeros en las que afirmaba que el emperador le había entregado un «edicto secreto» con instrucciones para conseguir apoyos que le permitieran salir libre y derrocar a Cixí. La afirmación apareció por primera vez en Shanghái, en el North China Herald, el 27 de septiembre, el día antes de que Cixí detuviera el juicio y ordenara las ejecuciones[620]. Es muy posible que fuera lo que la empujara a tomar la decisión. Si durante el juicio parecía confirmarse la declaración de Kang, Cixí se enfrentaría a una perspectiva terrible. Los chinos estarían divididos y se verían obligados a tomar partido, y el país se sumiría en el caos. Las potencias extranjeras podrían decidir responder a la petición de Kang y enviar tropas. En concreto, Japón podría querer apuntalar al emperador Guangxu para tenerlo de marioneta, con el pretexto de rescatarle. Cixí no podía consentir que quedara al descubierto la funesta brecha existente entre ella y su hijo adoptivo.
De modo que fue ella misma la que ocultó el plan para acabar con su vida. El decreto sobre la conspiración y las ejecuciones, emitido en nombre del emperador preso, era vago y lleno de evasivas, y mentía sobre la postura del emperador. Decía que Kang y sus cómplices habían «intentado rodear y atacar el Palacio de Verano para secuestrarnos a la emperatriz viuda y a mí»[621]. La otra figura clave, el general Yuan, también tenía motivos para encubrir la verdad: no quería que se supiera que había traicionado al emperador (conservó su diario sobre los hechos escondido durante toda su vida)[622]. Como Cixí permanecía callada, la única voz que se oyó fue la de Kang. Cuando negó categóricamente que existiera una conspiración para matar a Cixí y afirmó que, por el contrario, era Cixí quien había elaborado un plan para matar al emperador Guangxu, todos aceptaron su versión de los hechos. Sir Claude MacDonald creyó que «los rumores de conspiración no son más que una excusa para detener las reformas radicales del emperador Guangxu»[623].
Así, pues, la historia del intento de golpe y asesinato de Cixí a manos de Kang El Zorro Salvaje permaneció en la oscuridad y el olvido durante casi un siglo, hasta la década de 1980, cuando unos investigadores chinos descubrieron en archivos japoneses el testimonio del encargado de cometer el asesinato, Bi, que despejaba todas las dudas sobre la existencia del plan. Mientras tanto, los seis hombres ejecutados, cuatro de ellos conspiradores, pasaron a la historia como héroes que murieron por las reformas y acabaron siendo conocidos con el nombre de «Los Seis Caballeros». Kang El Zorro Salvaje entró en la leyenda como el héroe que encendió la antorcha de la reforma e incluso tuvo la visión de convertir China en una democracia parlamentaria. En gran parte, el mito lo creó el propio Kang, a base de revisar y falsificar sus escritos y sus peticiones: por ejemplo, borrando el artículo en el que rechazaba específicamente la democracia parlamentaria como sistema político deseable para China. Era un fantástico creador de mitos y propagandista. Mientras se hacía promoción, Liang —su mano derecha— y él denigraron sin descanso a Cixí y se inventaron muchas historias repulsivas sobre ella en entrevistas, discursos y artículos, algunos de los cuales aparecieron en los periódicos de los Puertos del Tratado, mientras que otros se editaron en Japón en forma de panfletos que se distribuían en China. En ellos acusaban a Cixí de envenenar a la emperatriz Zhen; provocar la muerte de su hijo, el emperador Tongzhi; obligar a la viuda a suicidarse ingiriendo una pepita de oro; agotar el dinero de la Armada, decenas de millones de taeles, para construirse el Palacio de Verano; y causar la derrota de China en la guerra con Japón. Casi todas las acusaciones que desde entonces han formado la imagen que tiene de Cixí la opinión pública, todavía hoy, nacieron con El Zorro Salvaje[624].
Fue él el primero en presentarla como una déspota libertina, rodeada de numerosos concubinos y que realizaba orgías nocturnas con eunucos. La gente creyó a Kang, en gran parte, porque daba a entender que su fuente era el emperador Guangxu en persona, que le había entregado el «edicto secreto», que se había sacado de la Ciudad Prohibida a escondidas, cosido en un cinturón. El emperador, declaró Kang, no consideraba a Cixí su madre, sino «solo una concubina de un emperador fallecido», y además, «una concubina licenciosa».
Mientras el enemigo más acérrimo de Cixí estaba libre y creando la imagen que la historia iba a tener de ella durante los 100 años siguientes o más, el nombre de su segundo rival más detestado, sir Yinhuan, desapareció de la lista original de condenados a la ejecución. Los británicos y los japoneses presionaron en su defensa, con especial persistencia en el caso de los británicos porque le habían concedido el título de caballero. Su sentencia se conmutó por el destierro a Xinjiang(37). Cixí le odiaba con ganas, porque era quien había convertido a su débil hijo adoptivo en presa fácil para El Zorro Salvaje y los japoneses. Gracias a él, el imperio había estado a punto de caer en manos de Japón.
El propio sir Yinhuan reconocía que su relación con Japón era la causa de su caída. Dijo a los guardias que le escoltaban a su exilio que la emperatriz viuda había empezado a sospechar de él cuando vio que parecía tener una relación íntima con Ito el día de la audiencia de este último con el emperador Guangxu[625]. Fuera o no ese el momento exacto, desde luego Cixí estaba convencida de que sir Yinhuan trabajaba para los japoneses. Es más, es muy posible que se le ocurriera que era un agente japonés desde antes de 1898, y que incluso había tenido un papel en la espectacular derrota de China en la guerra de 1894-1895. Por aquel entonces, el emperador consultaba sus decisiones con el gran tutor Weng. Y el gran tutor, que estaba sobrepasado por la situación, se apoyaba en sir Yinhuan y le enviaba borradores de documentos varias veces al día para que los comentara[626]. Además, sir Yinhuan estaba a cargo del vital sistema de telecomunicaciones entre Pekín y el frente de guerra. Y en el desempeño de esa función, varias personas le habían denunciado por actuar de forma sospechosa. Entre otras cosas, se le acusó de «esconder informes y telegramas y cambiar parte de su contenido». El personal le calificaba de «traidor»[627] y sospechaba que estaba pasando secretos militares a los japoneses. Pero como con otras acusaciones contra nobles, no se investigó. El gran tutor Weng era buen amigo suyo y dijo que él explicaría sus actos al emperador. Desde entonces se ha sabido que los japoneses tenían pleno conocimiento de los intercambios telegráficos y conocían «al dedillo» todos los movimientos que hacía el ejército chino[628]. Tokio sabía también algo crucial: que el emperador Guangxu estaba dispuesto a pagar cualquier precio a cambio de tener paz, y eso le permitió arrancar una indemnización que era un auténtico robo.
Por muy convencida que estuviera Cixí de la traición de sir Yinhuan, por muy furiosa que se sintiera, tampoco a él podía ponerle al descubierto en un juicio. En este caso, no podía permitirse el lujo de ofender a Japón. Como consecuencia, cuando sir Yinhuan fue condenado al exilio, los «delitos» enumerados en el decreto imperial fueron absurdos: «Albergar malas intenciones, comportarse de manera furtiva, buscar el favor de los poderosos y ser imprevisible y poco digno de confianza»[629]. Parecía una invención grotesca y reforzó el odio de los extranjeros hacia Cixí. Los occidentales siguieron presionando para que sir Yinhuan saliera en libertad. Dos años después, el mismo día en que pidió cooperación a Japón y Gran Bretaña para hacer frente a una invasión extranjera, Cixí ordenó la ejecución de sir Yinhuan en el lugar en el que había sido desterrado, una orden que, según especificó, debía llevarse a cabo con la máxima rapidez. Sir Yinhuan había seguido siendo una gran preocupación y quiso evitar que los británicos y los japoneses pudieran exigir su liberación a cambio de su ayuda[630].
Cixí ordenó otras ejecuciones sin juicio previo y a discreción del trono: las de los eunucos. Cuatro eunucos jefe que habían facilitado la comunicación entre el emperador Guangxu y El Zorro Salvaje fueron condenados a muerte por bastinado [a golpes de bastón] en la Ciudad Prohibida(38). Pero eso no bastó para aplacar su furia, y se molestó en concretar que no hubiera «nada de ataúdes ni funerales para ellos, que los arrojen a la fosa común». A otros diez eunucos les dieron palizas y luego les obligaron a llevar un cangue o cepo, un pesado yugo de madera, de entre 13 y 18 kilogramos de peso, que se apoyaba en el cuello y los hombros del desdichado eunuco, a veces para siempre. Hacía tanto tiempo que no se practicaban esos castigos que los viejos cangues se habían podrido y las celdas de detención de la corte se habían derrumbado en parte. Los nuevos administradores tuvieron que ordenar que hicieran cepos nuevos y repararan las celdas[631].
En comparación con ellos, los funcionarios involucrados en el caso Kang pero no de forma directa en el plan para matar a Cixí salieron bastante bien librados. A la mayoría de ellos sencillamente se les despidió. Solo uno, el compañero de estudios Xu, fue condenado a cadena perpetua, pero salió en libertad dos años más tarde. En esos momentos, Pekín estaba ocupado por invasores extranjeros y se abrieron las puertas de las prisiones. Él prefirió quedarse en vez de huir, y Cixí le concedió la libertad de forma oficial[632]. Otro funcionario se fue exiliado a Xinjiang, pero le permitieron regresar al cabo de dos años.
Mientras lidiaba con sus enemigos, Cixí quería que las reformas siguieran adelante y publicó varios decretos que subrayaban ese deseo. Escribió de su puño y letra un largo edicto en el que elogiaba «la capacidad de Occidente para hacer ricos y fuertes a sus países» y prometió que China iba a «aprender de sus buenos métodos y aplicarlos paso a paso». Sin embargo, aunque muchos cambios evolutivos sí continuaron, las reformas, como movimiento, sufrieron una interrupción inevitable. Se anularon los decretos relativos a Kang y sus colegas; se readmitió a los funcionarios que habían sido despedidos a toda prisa; se rescindieron órdenes imposibles de llevar a la práctica, como la de dar a todo el mundo en el imperio el derecho a escribir directamente al emperador y recibir una respuesta; y se suspendió de momento la transformación radical de los Exámenes Imperiales. Parecía que el país estaba volviendo a las costumbres de antes. Los observadores occidentales, que no tenían ni idea de que era Cixí la que había lanzado y encabezado las reformas, y que creían que había sido Kang a través del emperador Guangxu, la condenaron de manera unánime por aplastar un movimiento que no había durado más que 100 días[633].
Con Cixí designada como culpable de todo, Kang intentó convencer a los Gobiernos extranjeros de que emplearan la fuerza militar para derrocarla y reponer al emperador Guangxu. En Japón empezó a hablar con los servicios de espionaje nada más llegar y les exhortó a secuestrar al emperador e instaurar un trono respaldado por los japoneses, para «forjar una fusión de la Gran Asia»[634]. En esas conversaciones participó activamente Bi, el hombre escogido para matar a Cixí. Un miembro de los servicios de Inteligencia, Kotaro Munata, aclaró la postura oficial de Tokio: «El Gobierno japonés no envía tropas armadas a la ligera, pero si llega el momento apropiado, desde luego que les ofreceremos nuestra ayuda sin necesidad de que la pidan»[635].
Para impedir que nadie llegara a rescatar, o a secuestrar, al emperador Guangxu, Cixí reforzó la seguridad en torno al prisionero. En su villa del Palacio del Mar, Yingtai, se instalaron grandes cerrojos y barras de hierro, encargados al herrero real en la capital. Se erigieron muros de ladrillo, que aislaban la villa del lago que la rodeaba. La gran esclusa que separaba el lago de las aguas externas al recinto se comprobó y se reforzó para que no pudieran entrar ni salir nadadores buceando. Cuando llegó el invierno y se congeló el agua, se ordenó romper el hielo para evitar que se aproximara cualquiera andando sobre él[636]. Cixí, en su paranoia, incluso temió que los ruidosos instrumentos de percusión de su hijo adoptivo, sus tambores, gongs y cimbales, pudieran oírse desde fuera del palacio y ayudaran a sus rescatadores a localizarle y entrar en contacto. Dijo a los eunucos que cuidaban de sus instrumentos que fueran a informarla a ella antes de dárselos a él[637].
La concubina imperial Perla había ayudado al emperador a comunicarse con Kang a través de sus eunucos privados. Su villa estaba a la orilla del lago, enfrente del islote del emperador. Se levantó un muro de ladrillo entre la casa y el agua y ella también pasó a estar presa[638].
Las feas paredes de color gris desfiguraron incluso el propio Palacio de Verano de Cixí. La residencia del emperador Guangxu allí, la Villa de la Balaustrada de Jade, estaba justo al borde del agua y podían llegar a ella en barco o buceando. De modo que la fachada que daba al lago se tapó con un basto muro de ladrillos, algunos de los cuales permanecen allí todavía hoy.