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Las reformas de 1898 (1898)

H. B. Morse, destacado historiador de China que vivió en aquellos años, observó: «En la historia del mundo, ningún país con un territorio tan vasto y una población tan numerosa, y con un solo gobierno —ningún país con una décima parte de su superficie o su población—, se vio sometido a tantas humillaciones y tantas muestras del escaso aprecio que se le tenía como lo estuvo China durante los seis meses entre noviembre de 1897 y mayo de 1898»[548]. La necesidad de reformas era innegable. Si no, el imperio podía no sobrevivir mucho tiempo más. A la Ciudad Prohibida llegaban una petición detrás de otra. Hasta el propio emperador Guangxu salió de su pasividad y sintió la «urgente necesidad» de hacer algo[549].

A los 26 años, y con escaso conocimiento del mundo real, el emperador no sabía por dónde empezar. Tal vez, como ocurre con los jóvenes de todo el mundo, su instinto era abandonar las formas de etiqueta más restrictivas. En mayo de 1898, el príncipe Heinrich de Alemania visitó su corte. En realidad, el príncipe, que era hermano del káiser, iba como almirante de una flota que iba a reforzar el asalto alemán sobre Qingdao; pero cuando llegó ya se habían restablecido las «relaciones de amistad», gracias a la fácil rendición de Pekín. El diplomático alemán que negociaba su audiencia con el emperador pidió que se le permitiera al príncipe estar sentado durante el encuentro. Era algo sin precedentes, porque nadie salvo Cixí se sentaba delante del emperador. Sin embargo, Guangxu se mostró más que dispuesto a permitirlo. Incluso se ofreció a estar de pie mientras el príncipe alemán se inclinaba ante él y a darle la mano antes de invitarle a sentarse. El gran tutor Weng pensaba que esta violación del protocolo de la corte, como otras, era indigna y especialmente dolorosa después de la reciente ofensa cometida por Alemania. Discutió cargado de emoción con Su Majestad, pero el emperador no compartía la angustia de su tutor y perdió los estribos con él[550]. Al final, Cixí regañó a su hijo adoptivo: ¡Deja de pelear por tonterías cuando hemos sufrido semejante desastre![551]. Ella quería conocer también al príncipe Heinrich —iba a ser la primera vez que vería a un hombre occidental y él a ella—, y tenía muy claro que el príncipe alemán debía estar de pie ante ella[552]. Cixí se salió con la suya, pero Guangxu también. Incluso fue a ver al príncipe y le llevó una medalla para condecorarle. Cuando Heinrich anunció que llevaba una medalla para el emperador de parte de su real hermano, Guangxu se apresuró a ordenar que hicieran otra para dársela al káiser a cambio.

El joven monarca había adquirido una auténtica fascinación por las medallas, igual que se había aficionado a los relojes de bolsillo y de pared europeos. Dedicó un esfuerzo desorbitado a supervisar la medalla para el káiser y discutió sin descanso sobre el color, el tamaño, las gemas, la destreza y otras innumerables minucias con el Ministerio de Exteriores y el director del proyecto. El color —oro, amarillo real o dorado rojizo— fue el tema de muchas reuniones y mucha preocupación. Luego estaba la cuestión de qué tipo de perla debía incrustarse en la medalla. El emperador quería una grande, y le decepcionó ver que no cabía. Cuando aceptó poner una más pequeña, resultó que no había ninguna de ese tamaño que fuera de la mejor calidad. Hubo más discusiones hasta conseguir un acuerdo sobre la perla apropiada y otros detalles del diseño. El emperador decidió lucir las medallas que le habían regalado monarcas extranjeros y, en un arrebato, concedió una al conde Li y otra a sir Yinhuan, pese a que el conde había caído en desgracia y ambos eran objeto de acusaciones de haber cobrado sobornos. El emperador había visto que los diplomáticos occidentales llevaban medallas[553].

Aunque las iniciativas reformistas de Su Majestad no fueron más allá, los nobles estaban totalmente desconcertados. Cuando les preguntó qué hacer, según el gran tutor Weng, «el príncipe Gong se quedó callado, y luego dijo que debía empezar por la administración. Yo dije unas cuantas cosas, pero los demás grandes consejeros permanecieron en silencio»[554]. El príncipe Gong murió poco después, el 29 de mayo de 1898. En su lecho de muerte no tuvo más que lágrimas por el imperio hecho pedazos.

Con la supervivencia de su dinastía en juego, el emperador Guangxu acudió a Cixí. Sir Yinhuan, que por aquel entonces tenía una estrecha relación con el emperador, observó (y relató a los japoneses): «Las turbulencias de los últimos años han afectado mucho al emperador y le han hecho comprender la necesidad de hacer reformas […] A la emperatriz viuda siempre le han gustado los reformistas. De modo que, como el emperador ha cambiado y se ha hecho a la idea de que hay que reformar, está estrechando lazos con la emperatriz viuda, y eso, inevitablemente, le da más poder a ella»[555].

El emperador Guangxu empezó a pedir consejo a Cixí y ella respondió con afectuoso entusiasmo. Su gabinete le enviaba propuestas de reforma y ella las estudiaba en busca de ideas. El emperador, que residía en la Ciudad Prohibida, recorría cada pocos días en silla las tres horas de camino en cada sentido hasta el Palacio de Verano para consultarle, y ella le visitaba de vez en cuando a él. En conjunto, pasaban más de las dos terceras partes de su tiempo juntos y entonces hablaban de los asuntos de Estado. Él era el alumno y ella la maestra. Después de una de esas visitas del emperador al Palacio de Verano, a su regreso a la Ciudad Prohibida, anunció al Gran Consejo un decreto de Cixí. El gran tutor Weng lo anotó en su diario el 11 de junio de 1898:

Hoy Su Majestad transmite un decreto de la emperatriz viuda [shang-feng-ci-yu]: lo que el censor Yang Shenxiu y el compañero de estudios Xu Zhijing han dicho en los últimos días es absolutamente acertado. No se ha dejado clara la política fundamental de nuestro Estado a todos. A partir de ahora, debemos adoptar de forma integral las costumbres occidentales. Hacer un anuncio público inequívoco y categórico, etcétera […] La emperatriz viuda está totalmente decidida. Le sugerí a Su Majestad que, por supuesto, hay que adoptar las costumbres occidentales, pero que es más importante no abandonar las enseñanzas de nuestros propios sabios en materia de ética y filosofía. Luego me retiré y redacté el edicto imperial.

El edicto «Anuncio de la política fundamental del Estado», redactado por el gran tutor Weng con arreglo a las instrucciones de Cixí transmitidas por el emperador Guangxu, y dado a conocer ese día, puso en marcha un movimiento histórico: las Reformas de 1898. Los libros de historia lo consideran un hito en la historia de China, pero siempre le atribuyen el mérito al emperador Guangxu y condenan a Cixí por oponerse desde una postura ultraconservadora. La realidad es que fue ella quien inició las reformas[556].

Redactar el anuncio fue el último acto político del gran tutor Weng. Al cabo de unos días dejó la corte, despedido por su pupilo, el emperador Guangxu.

La ruptura con el anciano tuvo un coste personal considerable para el emperador, porque el gran tutor había sido para él una figura paterna desde su infancia: de hecho, había tenido una relación más estrecha con su maestro que con ninguna otra persona. El joven monarca había pedido consejo al tutor en todo tipo de asuntos, sobre todo durante la guerra con Japón. Después de ese desastre, como la desgracia llama a la desgracia, el maestro perdió parte de su relumbrón a ojos de su alumno. Luego la relación se volvió intolerable, cuando el emperador optó por la reforma mientras Weng se aferraba al pasado. Hubo muchos desacuerdos cargados de emoción. Era demasiado evidente que el gran tutor no tenía hueco en una corte reformista, a pesar de que fuera un extraordinario erudito y calígrafo, además de honrado y leal. El emperador Guangxu escribió de puño y letra con tinta roja un edicto en el que ordenaba a Weng que se retirara y se fuera a casa. El maestro se quedó desolado y desconsolado cuando el emperador se negó a verlo para decirle adiós. Weng se acercó corriendo a una puerta dentro de la Ciudad Prohibida por la que había oído decir que iba a pasar el emperador, con la esperanza de verlo un instante. Cuando pasó la silla de manos del joven, el anciano tutor se postró y tocó el pavimento de piedra con la cabeza. Más tarde escribió: «Su Majestad se dio la vuelta y me miró sin decir palabra. Me sentí como en una pesadilla»[557].

La decisión, sin duda, contó con la aprobación de Cixí. Ella llevaba tiempo tratando de reducir la dependencia que tenía el emperador de Weng a la hora de fijar la política del Estado, pero tenía que actuar con cautela y ser consciente de la intimidad que existía entre los dos. Ahora no podía sino sentirse aliviada y satisfecha. Pero siguió mostrándose solícita con Weng. Dio la casualidad de que el día siguiente al del despido era la ocasión en que la emperatriz viuda solía hacer sus regalos estivales a los grandes consejeros. Weng lo rechazó y dijo al eunuco que le llevaba la seda especial que ya no pertenecía al Gran Consejo. Cixí le dijo al eunuco que insistiera, y al final él aceptó sin escribir ninguna carta de agradecimiento. Sus antiguos colegas le dieron las gracias en nombre de él[558].

Por primera vez en la vida de ambos, Cixí y su hijo adoptivo colaboraban estrechamente[559]. De los palacios iba surgiendo una cascada de decretos. Aunque se emitían en nombre del emperador, todos contaban con el aval de Cixí[560]. Estaban redactados a partir de propuestas de funcionarios de toda China. El cambio que encabezaba la lista era el sistema educativo, que era importantísimo para producir la clase dirigente. La tradición de centrarse estrictamente en los clásicos confucianos los preparaba mal para la era moderna, además de asegurar que más del 99 por ciento de la población siguiera siendo analfabeta. Como observó el perspicaz misionero estadounidense W. A. P. Martin, «el futuro de China depende» de su reforma[561]. Dado que el sistema era la base del Estado, su sustitución por otro de estilo occidental fue un cambio auténticamente trascendental.

El primer paso fue la abolición de las materias más arcanas de los Exámenes Imperiales, para reemplazarlas al año siguiente por exámenes sobre economía y actualidad. El emperador Guangxu escribió el edicto él mismo, para demostrar lo mucho que le importaba la cuestión. Se decidió crear escuelas primarias y secundarias y universidades de estilo occidental —que impartían ciencias naturales y sociales como en Occidente— en toda China. Hubo gran deliberación y planificación sobre sus sitios, su financiación, sus profesores y sus materiales pedagógicos. La Universidad de Pekín fue la primera que se fundó.

Muchos de estos proyectos asumieron o desarrollaron los esfuerzos modernizadores previos de Cixí. Entre ellos, los planes para enviar estudiantes al extranjero. Se anunció que, en otoño, Sus Majestades irían en tren a Tianjín a inspeccionar el ejército, que estaba recibiendo entrenamiento moderno. Era un gesto simbólico que pretendía mostrar la importancia que otorgaban al ferrocarril y a una defensa que estuviera a la última. Los nuevos planes incluyeron métodos agrarios modernos, comercio de estilo occidental, nuevas publicaciones e innovaciones tecnológicas, para las que estaban redactándose normas que rigieran el sistema de patentes. Hubo una idea muy nueva y concreta que tendría repercusiones de gran alcance y que partió con toda seguridad de Cixí (ordenó a su leal colaborador Junglu que la llevara a la práctica): la importación de máquinas para procesar materias primas y transformarlas en bienes para la exportación. Por ejemplo, el pelo de camello y la lana de oveja, dos artículos tradicionales que exportaba el norte de China, empezaron a convertirse en finos tejidos y mantas para aumentar su valor[562]. La perspectiva de aumentar las exportaciones había sido el factor definitivo que había empujado en un principio a Cixí a construir una red de ferrocarril.

Su relación de trabajo transcurrió sin problemas durante más de dos meses, y el celo modernizador de la corte se hizo sentir en todo el país. Se calculaba que lo apoyaban «seis o siete de cada diez, mientras que los que se aferraban con terquedad a las viejas costumbres no eran más que uno o dos de cada diez»[563]. Algunos decretos se pusieron en práctica de inmediato, como la creación de la Universidad de Pekín. Sin embargo, antes de que se pudiera hacer lo mismo con la mayoría de ellos, un suceso espectacular interrumpió de golpe las reformas; un hecho provocado por un hombre astuto y nada convencional, Kang Youwei, apodado Kang El Zorro Salvaje.

Kang, que era un cantonés de 40 años, perteneciente a una familia de funcionarios, creció en un puerto franco, Nanhai, en el que había una gran presencia occidental. Adquirió muchas ideas reformistas y estaba deseando ponerlas en práctica. Era un hombre dotado de una inmensa seguridad en sí mismo. En su manuscrito, que lleva el significativo título de La historia de mí, declara que ya mostraba signos de grandeza a los 5 años. Cuando tenía 20, un día, estaba sentado a solas y de pronto vio que «el cielo y la tierra y todo lo demás se unían conmigo, y esta entidad despedía unos rayos de luz maravillosos. Supe que yo era el Sabio, y sonreí, lleno de alegría»[564]. El Sabio era Confucio, y él pensó que era su reencarnación. Durante algún tiempo, intentó llegar al trono para dar a conocer sus opiniones y que se actuara conforme a ellas; quería dirigir al monarca. Como era un funcionario de rango muy inferior, se topó con numerosos motivos de frustración, pero nada pudo disuadirle.

En su deseo de cultivar relaciones con personas influyentes, Kang hizo un amigo crucial que cambió su suerte: sir Yinhuan, que también era cantonés y ocupaba el cargo principal en el Ministerio de Exteriores, y que se había convertido en el confidente del emperador, a pesar de las acusaciones de que había aceptado sobornos. El 24 de enero de 1898, gracias a sus maquinaciones, Kang se entrevistó con cinco de los nobles más importantes del imperio. Justo después de la entrevista, escribió una carta al emperador y se la dio a sir Yinhuan para que se la llevara. Así fue como El Zorro Salvaje logró entrar en contacto con el círculo más selecto y el trono.

Después, Kang presentó otros escritos, que sir Yinhuan llevó al emperador. Este se los envió directamente a Cixí sin haberlos leído todos. La emperatriz sí leyó los documentos con atención y se sintió impresionada[565]. Se quedó con un panfleto sobre la transformación de Japón y llamó la atención de su hijo adoptivo sobre él[566]. Cixí acababa de descubrir a un notable reformista lleno de ideas nuevas, que además era elocuente y audaz a la hora de expresarlas. También detectó las mismas ideas inspiradas en los escritos de dos funcionarios, el censor Shenxiu y el compañero de estudios Xu, los dos hombres a los que se había referido en el decreto que lanzó las reformas, el 11 de junio. Ella no sabía que los dos documentos los había escrito en realidad Kang, aunque sin atribuírselos. Estaba claro que Kang y Cixí tenían una forma de pensar muy similar.

Como el decreto imperial mencionaba al compañero de estudios Xu, el cantonés volvió a escribirle a escondidas otro documento en el que pedía al emperador que le nombrase a él (Kang) «asesor de confianza para todas las nuevas políticas»[567]. A continuación, el ventrílocuo hizo lo mismo con su principal socio, un brillante ensayista llamado Liang Qichao. Con la bendición de Cixí, el emperador Guangxu concedió una audiencia a Kang el 16 de junio en el Palacio de Verano[568]; El Zorro Salvaje se convirtió así en una de las primeras personas de rango inferior que el emperador entrevistó para un alto cargo. Después de la reunión le ofrecieron a Kang un puesto en el gabinete del Ministerio de Exteriores, pero él no lo aceptó. En privado dijo que la oferta era una «humillación» y «sumamente ridícula»[569]. Su propósito era trabajar al lado del emperador y tomar decisiones por Su Majestad. Para conseguirlo, había propuesto desde principios de año la formación de una especie de «Consejo Asesor» del trono que estuviera investido de cierto poder ejecutivo.

De todas sus ideas, parece que esta es la que verdaderamente le impresionó a Cixí. No existía un órgano así en la corte, porque la dinastía Qing se regía por la norma explícita de que las decisiones las debía tomar el emperador por sí solo; el Gran Consejo podía asesorar, pero nada más. Kang, por tanto, identificó un defecto fundamental del sistema dinástico, un defecto que lord Macartney había observado ya 100 años antes, después de visitar al octogenario emperador Qianlong. Macartney había hecho una pregunta profética: «¿Quién es el Atlas destinado por él a soportar la carga de este imperio cuando muera?». «Sean de quien sean los hombros sobre los que pueda recaer», señaló, más valía que tuvieran una fuerza sobrehumana. El imperio chino era como un «buque de guerra de primer orden, que una afortunada sucesión de oficiales capaces y vigilantes ha conseguido mantener a flote durante los últimos 150 años […] Pero, cuando quien está al mando es un hombre incompetente, adiós a la disciplina y seguridad de la nave […] Sus restos flotarán tal vez a la deriva durante un tiempo y luego se harán añicos contra la costa»[570]. El emperador Guangxu era ese capitán «incompetente» y necesitaba mentes brillantes que lo ayudaran. Cixí lo sabía bien. De hecho, diría más tarde que Gran Bretaña era una potencia mundial no tanto por la reina Victoria como por los «inteligentes hombres del Parlamento» que tomaban decisiones de forma colectiva[571].

Cixí invitó a varios altos funcionarios a debatir la idea de un Consejo Asesor. Ellos se mostraron en contra. Les pidió que lo reconsideraran, que «reflexionaran seriamente y discutieran con detalle la cuestión» y les advirtió que no estaba «permitido hablar sin convicción». Después de meses de tira y afloja, el consenso seguía siendo negativo. La objeción era un problema irresoluble: ¿quién debería estar en ese Consejo y compartir el poder con el emperador? No existía ningún procedimiento de selección y temían que algunas personas «malas» pudieran colarse en el gabinete por métodos deshonestos, como ponerse de acuerdo para promoverse unos a otros sin decirlo, y en ese caso la dinastía podría acabar por completo en sus manos. Los escépticos pensaban sobre todo en Kang El Zorro Salvaje. Se había corrido la voz de que Kang estaba pagando a otros para que propusieran su nombre, una acusación que era casi con toda seguridad cierta[572]. Se decía que una petición del compañero de estudios Xu en favor de Kang le había costado a este 4.000 taeles, y a otros les pagaba 300 taeles al mes a cambio de disponer de sus servicios a discreción[573]. La gente de la capital estaba escandalizada y tachaba a El Zorro Salvaje de «sinvergüenza». También se especulaba sobre el origen de su dinero, dado que su familia no era rica. El viejo tutor reformista del emperador, Sun Jianai, alegó que el Consejo Asesor solo podía salir bien con una «elección» de tipo occidental que sometiera el carácter de los candidatos al escrutinio público. Como la elección era algo absolutamente impensable en aquella época, la idea del Consejo Asesor quedó abandonada a finales de julio[574].

A pesar de las cosas desagradables que se decían de El Zorro Salvaje y de que ella misma tenía sus reservas sobre él, Cixí siguió valorando su actitud reformista y le asignó encargos importantes. Con un decreto le ordenó fundar el primer periódico gubernamental moderno en Shanghái para dar publicidad a las nuevas políticas. También le nombró responsable de elaborar una ley de prensa basada en los modelos occidentales. Algunos amigos suyos pensaron que esas eran unas ocupaciones perfectas para él[575]. Era muy propio de Cixí enviar a un hombre desafecto fuera de la capital, donde no pudiera hacer daño, pero permitirle seguir desempeñando un papel, incluso importante. Cixí estaba convencida de que era necesario crear el menor número posible de enemigos. Sin embargo, Kang se negó a irse. No estaba dispuesto a admitir nada por debajo del trono. Su mano derecha, Liang, tampoco estaba satisfecho con su trabajo —supervisar los nuevos libros de texto para todo el imperio—, pese a que se trataba de un extraordinario ascenso, dado que antes nunca había ocupado ningún puesto oficial. Kang se quedó en Pekín y, con la ayuda de Liang, empezó a tramar su siguiente paso.

Se alojaba con sir Yinhuan, que era el elemento fundamental en su plan. Sir Yinhuan, el hombre más próximo al emperador desde la marcha del gran tutor Weng, le contó a Kang muchas cosas sobre Su Majestad: el joven monarca era frágil y débil; tenía los nervios exhaustos por su implacable carga de trabajo, que era aún peor por su obsesiva costumbre de corregir los caracteres mal escritos y los errores gramaticales en los incontables informes que pasaban por su mesa. Sir Yinhuan conocía también el resentimiento latente del emperador contra su «querido papá». Además de las animosidades surgidas en el pasado, en 1896, Cixí había puesto en marcha el Tratado Secreto entre Rusia y China justo después de la guerra con Japón, cuando Guangxu había perdido el respeto de la corte. Ella había tomado todas las decisiones, sin molestarse siquiera en hacer como que le consultaba. Como consecuencia, el joven no solo estaba resentido con Cixí, sino que odiaba Rusia, un sentimiento muy distinto de la indiferencia que sentía hacia Alemania o cualquier otra potencia. Con todo ello, El Zorro Salvaje pudo influir en el emperador aprovechando esos puntos vulnerables, mediante unos escritos que sir Yinhuan le llevaba al monarca de forma clandestina, sin pasar por el Gran Consejo ni por Cixí[576]. En uno de los panfletos más importantes, «Sobre la destrucción de Polonia», se atribuía a Rusia el papel de bestia negra, «un país de animales sanguinarios, que se dedica a devorar otros países». En una libre deformación de la historia de Polonia para poder presentar una parábola, Kang escribía que el país europeo tenía «un rey sabio y capaz, decidido a hacer reformas», pero sus esfuerzos se vieron «obstruidos por aristócratas y altos funcionarios», y por eso desperdició «una ocasión propicia para hacer fuerte al país». Entonces, afirmaba El Zorro Salvaje, «llegaron las tropas rusas […] y el país fue destruido en menos de siete años». El propio rey «sufrió el destino más cruel y atroz que se haya visto en la historia». Kang declaraba que China estaba a punto de convertirse en otra Polonia como consecuencia de que «los nobles están impidiendo la formación del Consejo Asesor» y «las tropas rusas vendrán en cuanto esté terminado el Ferrocarril Siberiano, dentro de unos años». La referencia al Ferrocarril Siberiano, una parte crucial del Tratado Secreto, pretendía causar la máxima amargura al emperador.

Esta siniestra y alarmante fábula llegó a manos de Guangxu justo después del 13 de agosto, la fecha de su vigésimo séptimo cumpleaños. Estuvo leyendo hasta altas horas de la noche, mientras las velas rojas goteaban sobre las páginas. Le alteró todavía más un sueño que ya era malo, y sus frágiles nervios se rompieron. Como muestra su historial médico, los médicos empezaron a hacerle visitas casi diarias a partir del día 19[577]. En esa situación, entre sollozos, ordenó que enviaran 2.000 taeles de plata a Kang como muestra de aprecio. Kang le escribió una carta de agradecimiento el 29, pero no era una mera misiva para dar las gracias. Entregada en secreto al emperador, era de una longitud excepcional, volvía a relatar la horrible historia de Polonia y subrayaba que la única forma de evitar correr la misma suerte era establecer el Consejo Asesor de inmediato. También derramaba sobre el emperador unos elogios completamente desmedidos. Decía que el emperador era «el más sabio de la historia», con «ojos penetrantes que despiden rayos como el sol y la luna» y con unas dotes «sublimes y sin igual incluso en comparación con los más grandes emperadores de todos los tiempos». Era «una injusticia histórica» que se le echara la culpa de los problemas de China. Si se habían producido era solo porque el emperador no había tenido oportunidad de ejercer su «suprema sabiduría y gran valentía, ni su asombrosa fuerza de rayo». El emperador no podía actuar porque se lo impedían los «viejos funcionarios». Y el mayor problema de todos era que no contaba con la gente adecuada a su lado. Lo único que necesitaba hacer Su Majestad era rectificar esa situación y entonces alcanzaría la grandeza[578].

Nadie le había dicho nunca tales cosas al emperador Guangxu. La corte tenía sus fórmulas para hacer floridos elogios al trono, pero no fomentaba los cumplidos extravagantes. Además, al emperador Guangxu siempre le habían hecho sentir que no estaba a la altura de las expectativas, sobre todo en comparación con su «querido papá». De pronto, se encontraba con alguien que parecía valorarle tal como era. No es fácil imaginar cuánto efecto causaron los halagos de Kang en aquel joven inseguro. Reforzaron su autoestima, expurgaron la conciencia culpable que le rondaba desde la guerra con Japón y aliviaron enormemente su complejo de inferioridad. Después de todo, nada había sido culpa suya. Los responsables eran los «viejos oficiales». Aún más, con Kang a su lado, no había límites a lo que podía conseguir. Así cayó el emperador Guangxu bajo el hechizo de El Zorro Salvaje, a quien no había visto más que una vez. Se apresuró a ordenar que se reunieran todas las cartas de Kang en libretas para poder estudiarlas, y dio a la colección el título de Las Peticiones del Héroe[579].

Además de la larga carta llena de lisonjas, Kang escribió otra en la que instaba al emperador a despachar a sus viejos funcionarios y hacer nuevos nombramientos. El emperador estaba tan enardecido que se puso a escribir al instante, despidió a un buen grupo de funcionarios y cerró un gran número de oficinas. El decreto, escrito y corregido por él mismo, mostraba el deseo de «librarnos de todos ellos»[580]. No parece que se le ocurriera al emperador que, aunque muchos de esos funcionarios quizá fueran incompetentes, no eran más que humildes servidores y administrativos que se limitaban a obedecer las órdenes dadas por él.

Cuando Cixí recibió el edicto de abolición de los puestos, antes de que se hiciera público, se alarmó. No obstante, para amoldarse a su hijo adoptivo, no restableció más que unas cuantas oficinas esenciales, como la encargada de transportar el cereal del sur al norte del país, y dejó pasar el resto de los casos. Cuando habló con él mostró su enérgica objeción a los despidos generalizados y le dijo que podía generar «la pérdida de la buena voluntad y el apoyo [shi-ren-xin]» a las reformas e incluso podía costarle el trono[581]. En efecto, al ver que el edicto privaba de pronto a miles de funcionarios, solo en la capital, de su forma de ganarse la vida, los miembros de la administración repartidos por todo el imperio se quedaron horrorizados y temerosos.

Como sabía que Cixí no estaba de acuerdo, el emperador emitió más edictos sin enseñárselos antes y, por tanto, infringió las normas que regían su relación de trabajo. El 4 de septiembre, cuando Cixí acababa de salir de la Ciudad Prohibida para ir al Palacio de Verano, Guangxu despidió al ministro y otros cinco altos funcionarios del Ministerio de Ritos en un airado edicto con tinta roja. Su furia parecía desproporcionada para el delito: que el Ministerio había tardado en transmitirle una propuesta de un funcionario llamado Wang Zhao. Pero el funcionario era amigo de Kang. El emperador le ascendió y nombró a un nuevo ministro, otro amigo de Kang, que había escrito al trono elogiando a El Zorro Salvaje. Entre los nuevos viceministros había también más amigos de Kang, como el compañero de estudios Xu. El emperador Guangxu quería que ese fuera el modelo para otros Ministerios y oficinas. Al día siguiente incorporó a cuatro hombres de rango inferior como secretarios del Gran Consejo; dos de ellos eran asimismo amigos de Kang, y el emperador no había estado más que unos instantes con cada uno. Pero consideró que ellos y los demás designados eran «hombres inteligentes y valerosos», en contraste con los «estúpidos e inútiles» viejos funcionarios[582].

Cixí recibió los edictos del emperador solo a título informativo y después de que fueran públicos. La siguiente vez que vio a su hijo adoptivo, le dijo que los despidos del Ministerio de Ritos eran inaceptables y se negó a respaldar otros nuevos nombramientos, incluido el del compañero de estudios Xu, de quien sabía que pertenecía a la camarilla de El Zorro Salvaje. Luego, con discreción, tomó las medidas necesarias para que le enseñaran a ella primero los edictos redactados por los nuevos secretarios. Aparte de eso, no hizo nada más respecto a las acciones de Guangxu.

Ahora que el emperador había sentado el precedente de despedir y contratar por su cuenta, El Zorro Salvaje organizó a sus amigos en una campaña concertada de peticiones al emperador para que estableciera el Consejo Asesor, que él presidiría. Uno de los cuatro secretarios nuevos, que no pertenecía al círculo de Kang, escribió en una carta privada el 13 de septiembre: «Todos los días hablan del Consejo Asesor, y están presionando al emperador para que lo cree. Kang y Liang no han logrado los puestos que querían, y temo que la situación vaya a volverse turbulenta»[583]. Ese mismo día, el emperador se decidió por fin a establecer un órgano que, en la práctica, era el Consejo Asesor de Kang. Cuando este se enteró, fue a ver enseguida a su pequeño grupo de amigos con el rostro resplandeciente de alegría. Les dijo que el Consejo tendría diez miembros, que deberían ser recomendados de manera oficial al trono. Luego entregó una lista con diez nombres a aquellos que podían escribir directamente al monarca y les dijo que recomendaran unos cuantos cada uno. Entre ellos estaban el propio Kang, su hermano Guangren, su mano derecha Liang, dos hijos del compañero de estudios Xu y otros compinches. De modo que presentaron a los candidatos del grupo al emperador Guangxu[584].

El 14 de septiembre, el emperador llevó la lista al Palacio de Verano. Cixí se negó a autorizarla y, con su estilo enérgico, dejó muy claro que su decisión era innegociable. Al día siguiente, un angustiado Guangxu convocó a uno de los cuatro nuevos secretarios y le dio una carta pidiendo a los recién nombrados, a quienes llamaba sus «camaradas», que encontraran la manera de formar el Consejo de Kang sin enemistarse con su «real padre». El secretario al que dio la carta, Yang Rui, no era miembro de la camarilla y ni siquiera aprobaba lo que estaba haciendo Kang. Pero Su Majestad tenía bastante confusión sobre las distintas alianzas existentes entre los nuevos nombramientos que llenaban de pronto la corte y los consideraba a todos una misma fuerza progresista.

El Zorro Salvaje se enteró del contenido de la carta y quizá incluso la leyó. Lo siguiente que vio fue un edicto del emperador Guangxu en el que hacía una súplica extrañamente personal a Kang para que se fuera de Pekín y asumiera su puesto en el periódico de Shanghái. Kang se enteró, pues, de que su salto a la cima había topado con el obstáculo de la emperatriz viuda. Cixí nunca había interferido en las políticas reformistas de Kang, e incluso estaba de acuerdo con ellas. Había sido la primera en valorar su talento y ascenderle. Pero no estaba dispuesta a entregarle el poder.

Dado que el régimen Qing había producido tales desastres para el país, los argumentos en favor de un Gobierno alternativo eran incuestionables. Si Kang habría sido un líder mejor es tema para debate. Pero hay una cosa muy clara: no tenía un programa político que previera convertir China en una democracia parlamentaria, como se ha dicho a menudo. Nunca lo defendió; al contrario, en uno de sus artículos decía que la democracia, si bien era positiva para Occidente, no era conveniente para China. En el texto decía: «Un emperador es como un padre de familia, y el pueblo son sus hijos. Los chinos son todos recién nacidos y niños pequeños. ¿Puedo preguntar cómo va a funcionar una familia con una docena de niños si los padres no tienen el derecho exclusivo a tomar las decisiones, sino que dejan que todos los niños tomen las suyas? […] Les aseguro que, en China, solo puede mandar el emperador»[585].

Kang El Zorro Salvaje quería ser emperador e intentó inventarse un mandato que le autorizara a serlo. En primer lugar, aseguró que era la reencarnación de Confucio. Con eso llamó la atención, e incluso los occidentales oyeron hablar de él calificándole de «El Sabio moderno» y «El segundo Confucio»[586]. Después, con su pequeño pero ruidoso grupo de discípulos, trató de convencer a todos de que, en su día, Confucio había sido coronado rey de China y había sustituido al emperador de entonces. Con el fin de propagar esta idea, fundaron un periódico que empleaba el «calendario confuciano», en el que el año 1 era el del nacimiento de Confucio[587]. Esta estrategia era una amenaza directa contra el emperador Guangxu, de modo que El Zorro Salvaje la abandonó cuando empezó a querer congraciarse con él. En cuanto se dio cuenta de que el emperador estaba cayendo en sus redes, Kang, preocupado, explicó al monarca en una de sus cartas clandestinas que se le había malinterpretado y que nunca había pensado que Confucio hubiera sido coronado rey. Kang deseaba hacer desaparecer cualquier idea de que codiciaba el trono[588]. Una vez seducido el emperador, Kang podría cumplir su sueño, pasando antes por convertirse en la persona que manejara los hilos desde detrás del trono. Pero Cixí le había cerrado esa vía con una voluntad de hierro, y la única forma que le quedaba a El Zorro Salvaje de alcanzar su objetivo era eliminarla por la fuerza.