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El palacio de verano (1886-1894)

Cuando se discutió el retiro de Cixí en 1886, su sueño de restaurar parte del Viejo Palacio de Verano, arrasado más de un cuarto de siglo antes, volvió a perseguirla. El viejo esplendor se había vuelto aún más atractivo con los años, y en la corte se sabía que su máxima ambición era devolverle parte de su antigua gloria[361]. Para financiar ese sueño, había ahorrado dinero de las asignaciones de la casa real. Los eunucos se habían dado cuenta de que era «muy ahorradora», y sus damas de compañía recordaban que les decía que reutilizaran las envolturas de los regalos y las cuerdas. Decidió que el primer paso sería restaurar un palacio llamado Qing-yi-yuan, el Jardín de las Ondas Claras, un terreno ajardinado alrededor del enorme lago de Kunming, que adoraba. Allí los edificios eran relativamente pocos y tenían menos daños, y era posible repararlos sin incurrir en unos costes gigantescos.

Sabía que el proyecto iba a provocar objeciones. Más de diez años antes, cuando su difunto hijo, el emperador Tongzhi, había planeado la obra para su primer retiro, había habido tanta oposición que ella se había visto obligada a interrumpirla. Ahora contaba con que surgiría el mismo coro de voces desaprobadoras, sobre todo porque ya contaba con una vivienda oficial en la que retirarse, el Palacio del Mar, al lado de la Ciudad Prohibida. La renovación de ese palacio también había suscitado críticas y también tenía problemas permanentes de dinero. En un momento dado, los contratistas privados, que daban trabajo a miles de empleados, no pagaron los salarios a tiempo, y los obreros fueron a la huelga, una palabra moderna que apareció por primera vez en los archivos de la corte entre 1886 y 1887[362].

A Cixí no le satisfacía el Palacio del Mar porque estaba en el corazón de Pekín y no le proporcionaba el entorno natural que anhelaba. Ella prefería vivir en el Viejo Palacio de Verano. Trató de justificar la obra en un decreto imperial en el que, cosa poco frecuente, añadió un ruego personal. Quitó importancia a la dimensión del proyecto («unos trabajos de reparación muy limitados») y se dirigió al país para decirle que durante un cuarto de siglo se había agotado cumpliendo su deber «día y noche, con el mismo miedo que si estuviera al borde de un precipicio, preocupada por que algo pudiera salir mal», y había logrado «cierta paz y estabilidad» para el imperio. En todos esos años, nunca había hecho «viajes de placer, por ejemplo a cazar, de los que otros monarcas anteriores habían disfrutado al máximo», porque conocía «la difícil vida de la gente». Daba sus garantías de que las obras no iban a «tocar ningún dinero del Ministerio de Hacienda, para no afectar a los ingresos de nadie», y suplicaba «a todo el imperio su comprensión»[363].

Desde luego, mientras que Qianlong El Magnífico solía hacer dos o tres largos viajes al año, con su madre y sus consortes, que costaban cientos de miles de taeles cada uno, Cixí nunca se había permitido ninguno, pese a lo mucho que deseaba viajar. Era una budista devota y soñaba con visitar la montaña budista de Wutai, al suroeste de Pekín, que había sido un destino favorito de otros emperadores. Pero después de pensar en el coste del viaje, había aceptado el consejo del príncipe Gong y los demás grandes consejeros y había abandonado la idea[364]. Ahora dijo a los nobles que, a cambio de haber renunciado a excursiones costosas, como las visitas al Pabellón de Caza de emperadores anteriores y a ir a la costa para inspeccionar la Armada recién modernizada —cosa que habría tenido legítimo derecho a hacer—, iba a construirse su hogar soñado para retirarse[365]. No hubo grandes protestas; y así comenzó la construcción del nuevo Palacio de Verano de Cixí, el Yi-he-yuan, Jardín de la Salud y la Armonía.

El Palacio de Verano, una de las principales atracciones turísticas actuales en Pekín, ha servido de excusa para criticar mucho a Cixí. Se ha dicho que su restauración costó decenas de millones de taeles, que Cixí robó a la Armada, con lo que la llevó a la bancarrota y permitió una terrible derrota a manos de Japón. Quienes visitan hoy el Palacio de Verano tienen muchas probabilidades de oír esa crítica de boca de los guías. La verdad sobre el coste y su desvío de fondos es muy distinta. El Palacio de Verano no costó decenas de millones. El Jardín de las Ondas Claras original, planificado por el emperador Qianlong a mediados del siglo XVIII, había costado 4.402.852 taeles. Cuando Cixí lo reconstruyó, añadió varios edificios y comodidades modernas, así que el gasto, desde luego, superó esa suma. El coste inicial de la Oficina de Cuentas del proyecto abarcaba 56 parcelas (alrededor de la mitad del total) y ascendía a 3.166.700 taeles. Según algunos historiadores chinos que han estudiado de forma exhaustiva los archivos de la corte, el coste total de la restauración se calcula en un máximo de 6 millones de taeles. Es decir, algo más de lo que se gastó para la boda del emperador Guangxu, 5,5 millones (un gasto que salió del Ministerio de Hacienda y sobre el que no hubo protestas). Cixí puso 3 millones de los ahorros que había hecho con las asignaciones de la casa real. Y varios funcionarios hicieron «donaciones». Pero todavía necesitaba dinero del Gobierno[366].

Aunque la emperatriz viuda era la que autorizaba todos los gastos oficiales, Cixí no podía coger lo que quería sin más. Como en su decreto había prometido que no iba a emplear dinero del Ministerio de Hacienda, ideó una forma indirecta de obtener fondos del Estado. La Armada estaba en pleno proceso de modernización, dirigido por el príncipe Chun, y tenía asignado un presupuesto inmenso, cuatro millones de taeles al año. ¿No podía utilizarse una pequeña porción de esa suma —tal vez una porción del interés derivado del dinero en un banco (extranjero)— para ayudarle a construir su Palacio de Verano, una cantidad que no representaría nada para la Armada? Parece que esta fue su idea. Decidió que el país no tenía por qué enterarse de su plan si la encubrían su devoto servidor, el príncipe Chun, y los demás involucrados. No está claro qué cifra exacta cogió. Lo que sí se sabe es que en un año le prometieron 300.000 taeles, que parece haber sido una cifra habitual. En menos de diez años es posible que desviara alrededor de tres millones de taeles, que es una cantidad que encaja con el coste total de las obras[367]. Se sabe que el dinero no salió del capital de los fondos navales depositados en el banco, y destacados estudiosos chinos han llegado a la conclusión de que el arreglo «no tuvo gran repercusión en la Armada».

Aunque la repercusión fue imperceptible, podía ser corrosiva. Si Cixí emprendía el camino de la corrupción, sin duda otros seguirían sus pasos. Su estratagema no tenía más remedio que ser perjudicial para la Armada, que era la niña de sus ojos. Al parecer, a Cixí la perturbaba lo que estaba haciendo. Para tranquilizarla, y para aplacar a la población, que veía los trabajos de construcción y empezaba a hablar, el fiel príncipe Chun sugirió que, como Cixí no iba nunca a la costa, la Armada podía entrenarse en el lago de Kunming para que ella pudiera ver sus ejercicios. En ese caso, era legítimo que se reparasen los edificios. Y, en efecto, observó algunos ejercicios, aunque no debieron de ser con barcos de guerra. Pero tenía miedo de que el Cielo pudiera fácilmente descubrir el fraude. Cuando se produjo el gran incendio en la Ciudad Prohibida a principios de 1889, justo antes de la boda del emperador Guangxu y su retirada, Cixí sintió pánico, pensó que podía ser la ira del Cielo por su delito y emitió un decreto para interrumpir las obras. Sin embargo, su pasión por el Palacio de Verano venció pronto cualquier otra consideración y se mostró dispuesta incluso a engañar al Cielo. Las obras se reanudaron.

Supervisaba los trabajos con fruición, examinando detalladamente los diseños, hablando con los capataces y pidiendo informes cada pocos días. Tres cuartas partes del Palacio de Verano consistían en agua: el lago Kunming, de 2,2 kilómetros cuadrados de superficie, dominado por la colina de la Longevidad, de 60 metros de altura. Junto al lago discurría un largo pasillo de madera cubierto, en cuyas vigas había coloridas imágenes que representaban folclore e historias budistas. Al otro lado del lago, visible a lo lejos, había un puente de piedra alargado con 17 arcos, que salvaba con elegancia una estrecha corriente de agua. Todo el terreno era un conjunto perfecto de naturaleza aparentemente intacta y ricas creaciones artísticas. Había luces eléctricas, con generadores y bombillas traídos de Alemania. El conde Li, que supervisó la compra, escribió al príncipe Ching en nombre de la emperatriz viuda que las lámparas eran «los últimos modelos de Occidente, que no se han visto en China […] Son verdaderamente de una belleza extraordinaria»[368]. Los habitantes locales sabían cuándo estaba ella en el palacio: sobre el embarcadero había una alta farola con luces eléctricas que se encendía cada vez que estaba allí. Cuando se lo enseñaron al gran tutor Weng, él comentó que nunca había «visto unos edificios tan espléndidos ni una decoración tan lujosa»[369]. El palacio está considerado la joya de Pekín y un ejemplo brillante de jardinería paisajística tradicional de China.