31.
LA ALEGORÍA

No obstante, por lo que pude colegir en forma concreta, comprendí que tenían dos clases distintas de moneda en circulación, cada una regida por sus propios bancos y su peculiar código mercantil. Uno de los dos sistemas (el que regía en los Bancos Musicales) considerábase como el verdadero y la moneda que emitía como la moneda legal en la que habían de concertarse todas las operaciones financieras; y por lo que pude ver, todas las personas que querían pasar por respetables tenían una cuenta corriente, de más o menos importancia, abierta en esos bancos. Por otra parte, si hay algún detalle del cual puedo estar más seguro que de todo lo demás, es de que el importe de esas cuentas corrientes carecía de todo valor comercial verdadero fuera del banco. Estoy convencido de que los directores y cajeros de los Bancos Musicales no cobraban su sueldo en su propia moneda. El señor Nosnibor solía ir a esos bancos, o mejor dicho al gran banco central de la capital, en alguna que otra ocasión, pero no muy a menudo. En cambio era el mejor sostén de uno de los otros bancos, si bien parece ser que desempeñaba asimismo algún cargo, de poca importancia, en los Bancos Musicales. Las señoras iban allí solas, por regla general; lo mismo ocurría, además, en todas las familias, salvo en las grandes ocasiones.

Hacía tiempo que quería obtener más pormenores de esa extraña organización y que sentía el más fuerte deseo de acompañar a la esposa de mi huésped y a sus hijas. Habíalas visto salir casi todas las mañanas desde mi llegada y había notado que llevaban sus bolsillos en la mano, no diré que con ostentación, pero sí de tal modo que las personas que cruzaran en la calle comprendiesen a qué lugar se dirigían. Hasta aquel día, sin embargo, nunca me habían pedido que las acompañase.

SAMUEL BUTLER, Erewhon (1872).

Traducción de Ogier Preteceille.

La alegoría es una forma especializada de narrativa simbólica, que no se limita a sugerir algo más allá de su significado literal, sino que insiste en ser descifrada en términos de otro significado. La alegoría más famosa en lengua inglesa es El peregrino de John Bunyan, que alegoriza la lucha cristiana para alcanzar la salvación en forma de un viaje desde la Ciudad de la Destrucción, a través de obstáculos y distracciones tales como el Abismo de la Desesperación y la Feria de las Vanidades, hasta la Ciudad Celestial. Se personifican las virtudes y los vicios: son personajes que Cristiano, el protagonista, se encuentra por el camino. Por ejemplo:

Ahora, cuando había alcanzado la cima de la colina, llegaron dos hombres corriendo a gran velocidad adonde él estaba; el uno se llamaba Asustadizo, y el otro Desconfiado; a los cuales Cristiano dijo: Señores, ¿qué ocurre? Corren ustedes en dirección contraria. Asustadizo contestó que estaban yendo a la Ciudad de Sión y que habían superado ese difícil obstáculo; pero, dijo, cuanto más avanzamos, más peligros nos encontramos; de modo que hemos dado media vuelta y estamos retrocediendo.

Puesto que el desarrollo de una narración alegórica está determinado en cada momento por su correspondencia unívoca con el significado implícito, tiende a obrar en contra de lo que Henry James llamaba «la sensación de vida» en la novela. Así pues, en las obras literarias no específicamente alegóricas la alegoría, cuando alguna vez aparece, lo hace en relatos interpolados como sueños (el mismo Peregrino se presenta como un sueño) o historias que un personaje le cuenta a otro. Un caso acabado de Graham Greene, por ejemplo, incluye un cuento infantil narrado por el protagonista Querry a la pueril Marie Rycker. La historia, en torno a un cínico joyero que ha triunfado, es una alegoría transparente de la carrera profesional de Querry en tanto que famoso arquitecto católico que ha perdido la fe religiosa; es también irónicamente aplicable a la propia vida y carrera literaria de Greene:

Todo el mundo decía que era un artesano extraordinario, pero también era muy elogiado por la seriedad de sus temas porque encima de cada huevo había una cruz de oro con pedacitos de piedras preciosas incrustados en honor del Rey.

Las obras en que la alegoría se usa no de forma ocasional sino como un recurso narrativo central suelen ser fábulas didácticas y satíricas, como Los viajes de Gulliver de Swift, Rebelión en la granja de Orwell y Erewhon de Butler. En esas obras maestras un realismo superficial en la presentación confiere a los acontecimientos fantásticos una especie de extraña plausibilidad y el juego de correspondencias se desarrolla con tal ingenio y agudeza que nunca se vuelve aburridamente predecible. El título Erewhon es nowhere (‘en ningún sitio’) deletreado al revés (o casi). Butler sitúa así su libro en la tradición de la Utopía (‘no lugar’, en griego) de Tomás Moro, descripción de un país imaginario que presenta instructivas similitudes y diferencias respecto al nuestro. Un joven inglés cruza una cadena de montañas en una lejana colonia del Imperio (que recuerda Nueva Zelanda, donde Butler pasó varios años) y por azar descubre un país hasta ese momento desconocido. Sus habitantes han alcanzado aproximadamente el mismo estadio de desarrollo que la Inglaterra victoriana, pero su sistema de valores y creencias parece extravagante y perverso al narrador. Por ejemplo, consideran la enfermedad un delito, cuyo culpable es castigado y separado de la gente respetable, y el delito una enfermedad, que suscita la conmiseración de amigos y parientes y requiere costosos tratamientos impartidos por compasivos médicos llamados «rectificadores». Pronto captamos la idea fundamental —Erewhon exhibe la moral y buenas costumbres de los victorianos en formas desplazadas o invertidas—; pero es importante que no la capte el narrador. Parte del placer que nos proporciona ese tipo de narrativa es que nuestra inteligencia se ejercita y se siente halagada por la interpretación de la alegoría.

Los «erewhonianos» no tienen ninguna creencia religiosa, y atribuyen la observancia de la fiesta del Señor por parte del protagonista a «un ataque de introversión que según sus observaciones me daba cada siete días». Lo que tienen en vez de fe son Bancos Musicales, llamados así porque «todas las transacciones mercantiles se hacen con acompañamiento musical… aunque la música en cuestión resultaba odiosa a un oído europeo». Los edificios en que dichas transacciones se desarrollan están vistosamente decorados, con revestimientos de mármol, esculturas, vidrieras, etc. Las personas respetables como los Nosnibors (Robinsons), que apadrinan al narrador, efectúan pequeñas transacciones financieras en esos bancos y lamentan que tan poca gente use todas las posibilidades que dichas entidades ofrecen, aunque todo el mundo sabe que la moneda que en ellas circula no tiene verdadero valor.

Lo que se nos está dando a entender, con toda claridad, es que la religión victoriana era en gran parte un ritual social y que, al mismo tiempo que acataba en teoría los principios del cristianismo, la burguesía inglesa gestionaba en realidad sus asuntos con criterios totalmente distintos, criterios materialistas. Pero si leemos y disfrutamos Erewhon, no es por su mensaje, bastante obvio, sino por la comicidad surrealista y la coherencia con que desarrolla las analogías, tan ricas en significado. Es cierto, por ejemplo, que los bancos, especialmente los que son grandes e importantes, parecen iglesias o catedrales, en cuanto a su arquitectura y decoración; lo acertado de la analogía nos obliga a reflexionar sobre la hipocresía y falsas pretensiones tanto de las instituciones financieras cómo de las eclesiásticas. Y el comportamiento discretamente autocomplaciente de las señoras que se dirigen al Banco Musical, llevando sus monederos «no diré que con ostentación, pero sí de tal modo que las personas que cruzaran en la calle comprendiesen a qué lugar se dirigían», es mucho más divertido de lo que sería si fuesen personajes en una novela realista llevando misales. La alegoría es una forma más de desfamiliarización.