Y luego todos, bruscamente, cantaron esos tres o cuatro tonos sencillos y aceleraron el paso de la danza. Huían del descanso y del sueño, tomaban a toda velocidad el tiempo y llenaban de fuerza su inocencia. Todos se sonreían y Éluard se inclinó hacia la chica que tenía cogida del hombro:
El hombre, presa de la paz, siempre tiene una sonrisa.
Y ella sonrió y golpeó entonces aún más fuerte sobre el suelo con el pie, de modo que se elevó un par de centímetros por encima del empedrado y arrastró a los demás tras ella, cada vez más alto, y al cabo de un rato ya ninguno de ellos tocaba el empedrado, daban dos pasos en el sitio y un paso adelante sin tocar la tierra, sí, se elevaban sobre la plaza de Wenceslao, su corro parecía una gran corona flotante y yo corría abajo en la tierra y miraba hacia ellos en lo alto y ellos seguían volando, levantando la pierna primero hacia un lado y después hacia el otro y debajo de ellos estaba Praga con sus cafés llenos de poetas y sus prisiones llenas de traidores al pueblo y en el crematorio quemaban en ese preciso momento a una diputada socialista y a un surrealista, el humo subía hacia el cielo como un presagio feliz y yo oí la voz metálica de Éluard:
El amor se ha puesto a trabajar y es infatigable.
Y corrí por las calles tras esa voz para no perder de vista a aquella maravillosa corona de cuerpos que flotaban sobre la ciudad y supe con angustia en el corazón que ellos vuelan como pájaros y yo caigo como piedra, que ellos tienen alas y que yo ya estoy para siempre sin alas.
MILAN KUNDERA, El libro de la risa y el olvido (1978).
Traducción de Fernando de Valenzuela.
El realismo mágico —cuando acontecimientos maravillosos e imposibles ocurren en un relato que por lo demás se presenta como realista— es un efecto asociado especialmente a la narrativa latinoamericana contemporánea (por ejemplo, la obra del novelista colombiano Gabriel García Márquez) pero que también se encuentra en novelas de otros continentes, como las de Günter Grass, Salman Rushdie y Milan Kundera. Todos esos escritores han vivido grandes convulsiones históricas y desgarradores terremotos personales, y sienten que unas y otros no pueden ser adecuadamente representados en un discurso imperturbablemente realista. Quizá la historia moderna de Gran Bretaña, relativamente poco traumática, explica que sus escritores hayan perseverado en el tradicional realismo de su literatura. La variedad mágica ha sido importada a nuestra narrativa desde fuera más que surgir espontáneamente, aunque ha sido adoptada con entusiasmo por unos pocos novelistas ingleses, especialmente escritoras de tendencia feminista, tales como Fay Weldon, Angela Carter y Jeannette Winterson.
Dado que el desafío a la ley de la gravedad ha sido siempre un sueño del ser humano, quizá no es sorprendente que imágenes de vuelo, levitación y caída libre se den con frecuencia en ese tipo de ficción. En Cien años de soledad de García Márquez un personaje asciende al cielo mientras tiende la ropa. Al comienzo de Los versos satánicos de Salman Rushdie los dos personajes principales caen de un avión jumbo que ha explotado en el aire, agarrados el uno al otro y cantando canciones rivales, hasta aterrizar sin daño alguno en una playa inglesa cubierta de nieve. La protagonista de Noches en el circo de Angela Carter es una trapecista llamada Fewers, cuyo espléndido plumaje no es un simple disfraz para salir a escena, sino un par de alas que le permiten volar. Espejismos de Jeannette Winterson presenta una ciudad flotante con habitantes flotantes («Tras unos pocos y sencillos experimentos quedó demostrado que cuando alguien abandonaba la gravedad, la gravedad le abandonaba»). Y en este extracto de El libro de la risa y el olvido el autor afirma haber visto a un corro de gente elevarse por los aires y desaparecer.
Milan Kundera era uno de los muchos jóvenes checos que saludaron con alborozo el golpe de Estado comunista de 1948, pues esperaban que instaurase un mundo feliz de libertad y de justicia. Pronto se desilusionó, «dijo algo que habría sido mejor callarse», y fue expulsado del partido. Lo que vivió a continuación le inspiró su excelente primera novela, La broma (1967). En El libro de la risa y el olvido (1978) exploró las ironías públicas y las tragedias privadas de la posguerra checa en un discurso más suelto y fragmentario, que se mueve libremente entre el documental, la autobiografía y la fantasía.
El sentimiento que tiene el narrador de haber sido expulsado de la hermandad de los seres humanos tanto como del Partido, de haber sido convertido en una «no-persona», es simbolizado por su exclusión de los corros de estudiantes que bailan para celebrar los aniversarios aprobados por el Partido. Recuerda un día en particular, en junio de 1950, cuando «las calles de Praga estaban una vez más atestadas de jóvenes bailando en corro. Yo iba de uno a otro, me acercaba a ellos todo lo que podía, pero me prohibían entrar». El día anterior, una diputada socialista y un artista surrealista habían sido ahorcados por ser «enemigos del Estado». El surrealista, Zavis Kalandra, había sido amigo de Paul Éluard, en esa época probablemente el poeta comunista más famoso del mundo occidental, que podía haberle salvado. Pero Éluard rehusó intervenir: estaba «demasiado ocupado bailando en el corro gigante que rodeaba… todos los países socialistas y todos los partidos comunistas del mundo; demasiado ocupado recitando sus hermosos poemas sobre la alegría y la hermandad».
Errando por las calles, Kundera se tropieza de pronto con el mismísimo Éluard que baila en un corro de jóvenes. «Sí, no había duda. Toda Praga brindaba por él. ¡Paul Éluard!». Éluard empieza a recitar uno de sus elevados poemas sobre la alegría y la hermandad, y la narración «despega», tanto literal como metafóricamente. El corro de bailarines se eleva del suelo y empieza a flotar en el aire. Es un acontecimiento imposible. Sin embargo, expresa tan intensa y conmovedoramente la emoción que se ha ido creando en las páginas anteriores, que dejamos en suspenso la incredulidad. La imagen de los jóvenes elevándose por el aire mientras bailan, sin dejar de mover los pies al unísono, mientras el humo de las dos víctimas del Estado que acaban de ser incineradas se eleva por el mismo cielo, encarna el vanidoso autoengaño de los camaradas, su ansiedad de declarar su propia pureza e inocencia, su determinación de no ver el terror y la injusticia del sistema político al que sirven. Pero también expresa la envidia y la soledad del personaje protagonista, expulsado para siempre de la euforia y la seguridad del baile colectivo. Una de las características más atractivas de Kundera es que nunca reclama para sí mismo la heroica condición de mártir, ni menosprecia el coste, en términos humanos, de ser un disidente.
No sé cómo queda este pasaje en checo, la lengua en que fue escrito, pero traducido funciona estupendamente, quizá porque está tan brillantemente visualizado. Kundera fue profesor de cinematografía en Praga durante algún tiempo, y esta descripción muestra un sentido cinematográfico de la composición, en el modo en que su perspectiva pasa del panorama aéreo de Praga a la mirada anhelante del narrador, que mira arriba mientras corre por las calles. El mismo corro que se eleva por los aires es como el «efecto especial» de una película. Gramaticalmente este extracto consiste sobre todo en una frase inmensamente larga; sus oraciones son los equivalentes de los «planos», unidos por la simple conjunción y en una secuencia fluida que rehúsa dar prioridad ya sea al sentimiento irónico del narrador o a su sentimiento de pérdida. Están inseparablemente entrelazados.