14.
LA PRESENTACIÓN DE UN PERSONAJE

Sally llegó a los pocos minutos.

—Fritz, guapo, ¿llego muy tarde?

—Creo que sólo media hora —Fritz sonrió con orgullo de propietario—. Te voy a presentar al señor Isherwood: la señorita Bowles. Todo el mundo le llama Chris.

—No —dije yo—. Fritz es la única persona que me ha llamado Chris en toda mi vida.

Sally se rió. Llevaba un traje de seda negra con una especie de esclavina y una gorra como de botones puesta de lado.

—¿Puedo llamar por teléfono, mi vida?

—Claro. Ahí lo tienes—. Fritz me miró:

—Vamos al otro cuarto, Chris. Quiero enseñarte algo.

Se le notaba impaciente por saber qué me había parecido Sally, su última adquisición.

—¡Por el amor de Dios, no me dejéis sola con este hombre! Es terriblemente apasionado y me seduciría por teléfono.

Al marcar el número me di cuenta de que llevaba las uñas pintadas de esmeralda, un color muy mal escogido porque hacía fijarse en sus manos, que las tenía amarillentas de nicotina y tan sucias como las de una niña pequeña.

Por lo morena podía haber sido hermana de Fritz y su cara, larga y delgada, estaba empolvada con polvos blancos. Los grandes ojos castaños eran demasiado claros para hacer juego con su pelo y con el lápiz de las cejas.

—Hilloooo —ronroneó, frunciendo los labios pintados de cereza lo mismo que si fuese a besar el teléfono—. Ist dass Du, mein Liebling?

La sonrisa era empalagosamente tierna. Fritz y yo la mirábamos como si estuviéramos en el teatro.

CHRISTOPHER ISHERWOOD, Adiós a Berlín (1939).

Traducción de Jaime Gil de Biedma.

Los personajes son seguramente el elemento aislado más importante de la novela. Otras formas narrativas, como la épica, y otras artes, como el cine, pueden contar una historia tan bien como la novela, pero nada puede igualar la gran tradición novelística europea en cuanto a riqueza, variedad y profundidad psicológica de su retrato de la naturaleza humana. Sin embargo el personaje es probablemente, de todos los aspectos del arte de la ficción, el más difícil de analizar en términos técnicos. Ello se debe en parte a la amplísima gama de tipos de personajes y de maneras de representarlos: personajes principales y secundarios, redondos y planos, personajes vistos desde dentro de su propia mente, como la señora Dalloway de Virginia Woolf, y personajes vistos desde fuera por otros, como la Sally Bowles de Christopher Isherwood.

Sally Bowles, que en un principio fue sólo el tema de una de las historias, levemente noveladas, que componen Adiós a Berlín, ha tenido una vida notablemente larga en la imaginación del público contemporáneo, gracias al éxito de la adaptación de la novela primero en forma de obra de teatro y película: I am a camera (Soy una cámara), luego como musical en vivo y en cine (Cabaret). A primera vista, es difícil entender por qué ha alcanzado ese estatus casi mítico. No es especialmente guapa, ni especialmente inteligente, ni especialmente dotada como artista. Es vanidosa, irreflexiva y mercenaria en sus relaciones sexuales. Pero conserva, a pesar de todo, una inocencia y vulnerabilidad entrañables, y hay algo irresistiblemente cómico en el contraste entre sus pretensiones y la realidad de su vida. El hecho de que se desarrolle en el Berlín de Weimar, justo antes de que los nazis tomen el poder, aumenta, claro está, el interés y el alcance de su historia. En sus vanos sueños de fama y riqueza mientras vive en sórdidas pensiones, en sus saltos de un protector turbio a otro igualmente turbio, en sus hábitos de adular, manipular y mentir del modo más transparente, es un emblema del autoengaño y la irresponsabilidad de aquella sociedad que estaba ya deslizándose hacia el abismo.

La manera más simple de presentar a un personaje, muy común en las viejas novelas, consiste en suministrar su descripción física y el resumen de su biografía. El retrato de Dorothea Brooke en el primer capítulo de Middlemarch de George Eliot es un ejemplo consumado de ese método:

La señorita Brooke poseía ese tipo de hermosura que parece quedar realzada por el atuendo modesto. Tenía las manos y las muñecas tan finas que podía llevar mangas no menos carentes de estilo que aquellas con las que la Virgen María se aparecía a los pintores italianos, y su perfil, así como su altura y porte, parecían cobrar mayor dignidad a partir de su ropa sencilla, la cual, comparada con la moda de provincias, le otorgaba la solemnidad de una buena cita bíblica —o de alguno de nuestros antiguos poetas— inserta en un párrafo de un periódico actual. Solían hablar de ella como persona de excepcional agudeza, si bien se añadía que su hermana Celia tenía más sentido común.

(Traducción de María Engracia Pujals.)

Y así sucesivamente, durante varias páginas. Es magnífico, pero pertenece a una cultura más paciente y ociosa que la nuestra. Los novelistas modernos suelen preferir dejar que las características de un personaje aparezcan progresivamente, alternándolos con acciones v palabras o encarnándolos en ellas. En cualquier caso, toda descripción incluida en un relato es sumamente selectiva; su técnica básica es la sinécdoque: tomar la parte por el todo. Tanto George Eliot como Christopher Isherwood evocan la apariencia física de sus protagonistas concentrándose en las manos y la cara y dejando que el lector imagine el resto. Una descripción exhaustiva de los atributos físicos y psicológicos de Dorothea o de Sally requeriría muchas páginas, quizá un libro entero.

La indumentaria es siempre un indicio muy útil sobre el carácter de un personaje, su clase social y su modo de vida, pero especialmente en el caso de una exhibicionista como Sally. El traje de seda negra (para visitar a unos amigos a media tarde) revela su deseo de impresionar; la esclavina es signo de teatralidad, y su afán de provocación sexual se traduce en la gorra, parecida a la que llevan los botones de los hoteles, que es una de las muchas referencias a la ambivalencia y desviaciones sexuales, incluyendo el travestismo, presentes en el libro. Esos indicios son inmediatamente reforzados por sus palabras y su conducta: pide usar el teléfono para impresionar a los dos hombres exhibiendo su última conquista erótica. Ello da además al narrador la ocasión de describir la cara y manos de Sally.

Es eso lo que Henry James quería decir cuando hablaba del «método escénico», lo que intentaba conseguir cuando se exhortaba a sí mismo: «¡Dramatiza! ¡Dramatiza!». James estaba pensando en el teatro, pero Isherwood pertenecía a la primera generación de novelistas que creció con el cine, y la influencia de éste se nota. Cuando el narrador de Adiós a Berlín dice «Soy una cámara», está pensando en una cámara de cine. Mientras que Eliot nos presenta una Dorothea estática que parece posar para un retrato y de hecho la compara a una figura en un cuadro, Isherwood nos muestra a Sally en acción. Es fácil fragmentar el texto citado en una serie de planos cinematográficos: Sally aparece con su traje de seda negra; rápido intercambio de miradas entre los dos hombres; primer plano de las uñas verdes de Sally mientras marca el número; otro primer plano de su maquillaje incongruente, de payaso, y su expresión afectada cuando saluda a su amante; nuevo plano de los dos hombres, fascinados por la extravagancia de su actuación.

No cabe duda de que esto explica en parte la facilidad con la que la historia de Sally Bowles ha sido llevada al cine. Pero hay matices en el texto que son puramente literarios. Esas uñas verdes en unas manos sucias son lo primero en lo que pienso cuando oigo su nombre. Se puede mostrar el barniz verde en una película, pero no el comentario irónico del narrador: «un color muy mal escogido». «Muy mal escogido» es la historia de la vida de Sally Bowles. Y una cámara podría mostrar las manchas de nicotina y la suciedad, pero sólo un narrador puede observar: «sucias como las de una niña pequeña». Ese algo pueril que corre por debajo de la aparente sofisticación es precisamente lo que convierte a Sally Bowles en un personaje memorable.