No ha de suponerse que las ausencias de milady no se vieran atenuadas por procederes de otra índole: entradas triunfales y detenciones trepidantes durante las cuales parecía echarle un vistazo rico en propósitos a todo lo que había en la habitación, desde el estado del techo hasta el de los botines de su hija. A veces tomaba asiento y a veces merodeaba agitadamente por todo el cuarto de estudio, pero en ambos casos su actitud tenía igualmente el aire apabullante de las medidas prácticas. Las cosas que allí hallaba deplorables eran tantas que hacía sentir que todavía podía esperarse mucho de ella, y se erizaba de proyectos hasta tal punto que por los cuatro costados parecía derramar remedios y promesas. Sus visitas eran tan vistosas como un mobiliario; sus propósitos, como dijo una vez la señora Wix, tan bonitos como un par de cortinas; pero era persona dada a los extremismos: a veces no le dirigía apenas la palabra a su hija y a veces abrazaba a aquel tierno capullo estrechándola contra un escote, tal como había dictaminado asimismo la señora Wix, notablemente pronunciado. Siempre iba con unas prisas tremendas, y cuanto más pronunciado era el escote más se podía inferir que la aguardaban en otra parte. Habitualmente entraba sola, pero en ocasiones la acompañaba sir Claude, y en los primeros tiempos nada había sido tan delicioso de observar en estas apariciones como la forma en que milady, como lo formuló la señora Wix, vivía hechizada por él. «¿Verdad que está hechizada?», solía exclamar Maisie aludiendo reflexiva pero campechanamente a aquello después de que Sir Claude se hubiera llevado a mamá entre explosiones de sanas carcajadas. Ni siquiera en los viejos tiempos de las tronchadas mujeres había oído ella a mamá reírse tantísimo como en estos momentos de capitulación conyugal, a la alegría de los cuales hasta una niña advertía que al fin tenía derecho… una niña cuyas reflexiones de entonces consistieron todas en felices meditaciones egoístas sobre buenos augurios y pronósticos de dicha.
HENRY JAMES, Lo que Maisie sabía (1897).
Traducción de Fernando Jadraque.
Un acontecimiento real puede ser —y suele ser— vivido por más de una persona, simultáneamente. Una novela puede ofrecer diferentes perspectivas sobre el mismo acontecimiento, pero sólo una a la vez. E incluso si adopta un método narrativo «omnisciente», relatando la acción desde una altura propia de Dios, normalmente privilegiará sólo uno o dos de los posibles «puntos de vista» desde los cuales la historia podría ser contada, y se concentrará en cómo los acontecimientos afectan a esas personas. La narración totalmente objetiva, totalmente imparcial, puede ser una aspiración válida en periodismo o historiografía, pero una historia ficticia difícilmente captará nuestro interés a menos que sepamos a quién afecta.
Puede afirmarse que elegir el o los puntos de vista desde el cual o los cuales va a contarse la historia es la decisión más importante que el novelista debe tomar, pues influye enormemente sobre la reacción, tanto emocional como moral, de los lectores frente a los personajes ficticios y a sus acciones. La historia de un adulterio, por ejemplo —cualquier adulterio— nos afectará de modo distinto según si es presentado principalmente desde el punto de vista de la persona infiel, o del cónyuge traicionado, o del amante, u observado por una cuarta persona. Madame Bovary narrado principalmente desde el punto de vista de Charles Bovary sería un libro muy distinto del que conocemos.
Henry James era poco menos que un virtuoso en la manipulación del punto de vista. En Lo que Maisie sabía presenta una historia de varios adulterios —o adulterios levemente legitimados por el divorcio y el nuevo matrimonio— exclusivamente a través de los ojos de una niña sobre la que esas relaciones amorosas repercuten, pero que en gran parte no las entiende. Los padres de Maisie se divorcian cuando su padre entabla una relación con la institutriz de la niña, con la que termina casándose. A su vez, la madre de Maisie, Ida, se casa con un joven admirador, Sir Claude, y pone a Maisie en manos de otra institutriz, Mrs. Wix. Al poco tiempo, la madrastra y el padrastro de la niña se hacen amantes. Maisie es utilizada por esos adultos egoístas y poco escrupulosos como un peón en el tablero de ajedrez de sus peleas y de sus intrigas amorosas. Mientras persiguen sus egoístas placeres, ella es confinada a un lúgubre cuarto de estudio con la regañona Mrs. Wix, que por su parte está enamorada de Sir Charles y que sólo en años es madura.
El fragmento citado figura en uno de los primeros capítulos del libro y se refiere a las vacías promesas de Ida, en la época de su luna de miel con su segundo marido, de mejorar la calidad de la vida de Maisie. Está narrado desde el punto de vista de Maisie, pero no en su propia voz, ni en un estilo que intente en modo alguno imitar el discurso infantil. James explicó sus razones en el prólogo que escribió para la edición de Nueva York: «Los niños pequeños tienen muchas más percepciones que términos para expresarlas; su visión es en cualquier momento más rica, su comprensión constantemente mayor, que el vocabulario que suelen usar o del que disponen en total». Estilísticamente, pues, Lo que Maisie sabía es la antítesis del Guardián entre el centeno. Aquí, un punto de vista ingenuo es articulado en un estilo maduro: elegante, complejo, sutil.
No hay nada de lo que es descrito que Maisie no pudiera plausiblemente percibir y, dentro de las limitaciones propias de su edad, comprender. Su mamá formula atractivas y enérgicas propuestas para redecorar el cuarto de estudio y renovar el guardarropa de Maisie. Las visitas de Ida son súbitas y breves, su comportamiento volátil e impredecible. Suele estar elegantemente vestida y a punto de acudir a alguna cita o fiesta. Parece muy enamorada de su nuevo marido y de buen humor. Maisie observa todas esas cosas acertada pero inocentemente. Aún confía en su mamá, y espera ilusionada que se realicen los «pronósticos de dicha». El lector, en cambio, no se hace ilusiones, pues el lenguaje altamente sofisticado en que se comunican esas observaciones es devastadoramente irónico a expensas de Ida.
Ya la primera frase de ese párrafo contiene la mayoría de los rasgos que colocan su estilo en las antípodas del lenguaje infantil. Empieza con una construcción verbal pasiva (It must not be supposed, literalmente ‘No ha de suponerse’), sigue con una doble negación («… no se vieran atenuadas»), prefiere sustantivos abstractos y cultos («ausencias», «procederes», «intenciones») a palabras concretas o coloquiales, y utiliza elegantes simetrías («entradas triunfales y detenciones trepidantes», «desde el estado del techo hasta el de los botines»). La estructura de toda la frase es lo que los gramáticos llaman periódica: en otras palabras, uno tiene que esperar hasta el final, guardando en la mente la información que se va acumulando, para llegar a la oración que le da la clave (a saber, que la preocupación de Ida por su hija es pura apariencia). Eso convierte la lectura de James en una experiencia ardua, pero que vale la pena; el que dé una cabezada en medio de la frase está perdido.
Su gusto por el paralelismo y la antítesis está especialmente marcado, y resulta especialmente eficaz, en ese extracto. «A veces tomaba asiento y a veces merodeaba agitadamente». «Las cosas que allí hallaba deplorables eran tantas que hacía sentir que todavía podía esperarse mucho de ella». «Sus visitas eran tan vistosas como un mobiliario; sus propósitos, como dijo una vez la señora Wix, tan bonitos como un par de cortinas». Tales estructuras hábilmente equilibradas subrayan las contradicciones entre las promesas de Ida y sus actos, sus pretensiones de generosidad y la realidad de su egoísmo.
Uno de los síntomas más habituales que delatan a un escritor perezoso o sin experiencia es la incoherencia en el manejo del punto de vista. Supongamos que la historia que cuenta es la de John, que se va a vivir por primera vez fuera de casa de sus padres, para acudir a la universidad, tal como John la percibe: John preparando la maleta, echando un último vistazo a su habitación, despidiéndose de sus padres… y de pronto, sólo durante un par de frases, se nos dice lo que su madre piensa de todo eso, simplemente porque al escritor le pareció que era una información interesante para colocar en ese momento; después de lo cual la narración continúa desde el punto de vista de John. Naturalmente, no hay ninguna ley o norma que diga que una novela no debe cambiar de punto de vista en cualquier momento en que el autor así lo decida; pero si eso no se hace de acuerdo con algún plan estético o principio, la participación del lector, su «producción» del sentido del texto, se verá perturbada. Podemos preguntarnos, consciente o subliminalmente, por qué, si se nos ha dicho lo que la madre de John está pensando en un momento dado de la escena, no se nos ha dado el mismo acceso a su mente en otros momentos. La madre, que hasta ese momento era objeto de la percepción de John, se ha vuelto de pronto un sujeto por sí misma, pero un sujeto incompletamente realizado. Y si tenemos acceso al punto de vista de la madre, ¿por qué no al del padre?
Hay de hecho un cierto aumento de intensidad y de inmediatez por el hecho de restringir la narración a un solo punto de vista, o al menos eso era lo que pensaba James. Pero es notable la habilidad con que usa a Mrs. Wix para transmitir juicios adultos sobre Ida —juicios de los que Maisie sería incapaz— sin desviarse de la perspectiva de Maisie. Maisie asimila el comentario sobre los propósitos de su madre, «bonitos como un par de cortinas», como una especie de cumplido, mientras que el lector lo interpreta como una agria crítica. Del mismo modo las observaciones de Mrs. Wix sobre el escote de Ida están motivadas por los celos y la censura moral, mientras que Maisie, que no capta el significado erótico de la exhibición del pecho femenino, se fija sólo en la relación entre la generosidad del escote y la duración de las visitas de su madre.
Más adelante en la novela, a medida que Maisie pasa de la infancia a la adolescencia, su inocencia deja paso a una incipiente comprensión de lo que los adultos que la rodean se traen entre manos, pero la brecha entre lenguaje y punto de vista nunca se cierra, y la cuestión de lo que Maisie sabía nunca es enteramente resuelta. «La belleza es verdad», dijo Keats. «La belleza es información», dice el gran semiótico ruso Juri Lotman, una fórmula más en sintonía con la mente moderna. Henry James, el primer novelista verdaderamente moderno en lengua inglesa, no creía que la verdad última sobre la experiencia humana pudiera ser nunca establecida, pero desarrolló una técnica narrativa que colmaba cada fisura con el metal extraído de la veta de la información.