Los espectadores acudieron el lunes por la mañana para asistir al final del drama. Los jurados llegaron con expresión solemne, dispuestos a acabar el trabajo. Los letrados se vistieron con sus mejores trajes y aparecieron frescos e impacientes por conocer el veredicto. El propio acusado parecía descansado y seguro de sí. Los auxiliares y los alguaciles se afanaban de un lado a otro con su habitual energía matutina; pero cuando, a las nueve y diez de la mañana, ocuparon sus puestos, la sala pareció contener el aliento y esperar. Todos se pusieron en pie cuando el juez Gantry entró con su negra toga flotando tras él.
—Por favor, tomen asiento —dijo sin sonreír.
No parecía contento, pero sí muy cansado.
Recorrió la sala con la mirada, hizo un gesto afirmativo a la relatora, saludó al jurado y contempló a los espectadores, especialmente a los de la tercera fila a la derecha. Allí estaba Theo Boone, encajonado entre su padre y su tío, saltándose el colegio, al menos por el momento. El juez Gantry clavó sus ojos en Theo, y sus miradas se cruzaron. Luego, se inclinó hacia el micrófono, se aclaró la garganta y dijo algo que nadie esperaba.
—Buenos días, damas y caballeros. Llegados a este punto del juicio del caso Duffy teníamos previsto escuchar las exposiciones finales de las partes. Sin embargo, no va a ser así. Por razones que no voy a exponer en estos momentos, declaro la nulidad de este juicio.
Se oyeron exclamaciones contenidas por toda la sala. Theo estaba observando a Pete Duffy, que se volvió hacia Clifford Nance con la mandíbula desencajada. Los abogados de ambas partes parecían petrificados y parpadeaban mientras intentaban asimilar lo que acababan de oír. En la primera fila, justo detrás de la mesa de la defensa, Omar Cheepe se volvió y miró directamente a Theo, dos filas más atrás. La suya no fue una mirada hostil ni amenazadora, pero su oportunidad lo decía todo: «Esto es cosa tuya. Lo sé, pero aún no estoy acabado».
El jurado no sabía lo que ocurriría a continuación, de modo que el juez Gantry se lo explicó.
—Miembros del jurado —dijo, volviéndose hacia ellos—, declarar un juicio nulo significa que el juicio ha concluido. Los cargos contra el señor Duffy no son admitidos, pero solo de momento. Los cargos se presentarán de nuevo y habrá un nuevo juicio en un futuro inmediato, pero con un jurado distinto. En todos los juicios por homicidio, el juez dispone de la facultad de declararlo nulo cuando cree que se ha producido algo que puede tener un efecto adverso en el veredicto. Eso es lo que ha sucedido en estos momentos. Les doy las gracias por el servicio que han prestado. Ustedes son una pieza importante de nuestro sistema judicial. Pueden marcharse si lo desean.
Los miembros del jurado estaban absolutamente perplejos, pero poco a poco empezaron a comprender que su deber cívico había concluido. Un alguacil los hizo salir por una puerta lateral. Mientras se marchaban arrastrando los pies, Theo miró con admiración al juez Gantry y, en ese instante, decidió que quería ser un gran juez, igual que su héroe del estrado; un juez que conociera las leyes del derecho y del revés y creyera en la justicia; pero, aún más importante, con el coraje de tomar decisiones difíciles.
—Ya te lo dije —le susurró Ike.
Desde el primer momento, lo mismo que el resto del bufete Boone, había estado seguro de que el juicio sería declarado nulo.
El jurado se marchó, pero nadie más se movió. La gente estaba perpleja y quería más información. Jack Hogan y Clifford Nance se levantaron a la vez y miraron al juez Gantry, pero antes de que pudieran hablar, este dijo:
—Caballeros, no voy a explicar mi decisión en este momento. Nos reuniremos mañana a las diez en punto en mi despacho y allí les expondré mis razones. Quiero que los cargos se vuelvan a presentar lo antes posible. Este juicio se reanudará la tercera semana de junio, y el acusado permanecerá en libertad bajo fianza con las mismas limitaciones. Se suspende la vista.
Dio un golpe con el mazo, se levantó y desapareció.
Una vez se hubieron marchado el jurado y el juez, no quedó gran cosa que hacer. La gente se levantó y se dirigió hacia la puerta.
—Y ahora vete al colegio —le dijo el señor Boone a su hijo.
Theo estaba quitando la cadena a su bicicleta cuando su tío se acercó.
—¿Te pasarás esta tarde?
—Claro —contestó Theo—. Es lunes.
—Tenemos que charlar. Ha sido una semana muy larga.
—Y que lo digas.
No lejos de allí, en la entrada principal, se oyó el ruido de la multitud intentando salir de los juzgados. Pete Duffy, rodeado por sus letrados, se alejaba precipitadamente entre las preguntas de los reporteros, que no obtuvieron respuesta. Omar Cheepe cerraba la marcha y llegó a propinar un empujón a uno de los periodistas. Iba a marcharse con su cliente cuando reparó en Theo que, subido en su bicicleta, contemplaba el alboroto junto a su tío. Cheepe se quedó quieto y pareció vacilar. ¿Debía darse prisa y proteger al señor Duffy o acercarse a Theo y proferir algún comentario amenazador?
Theo y Cheepe se miraron fijamente, separados por unos metros de distancia. Luego, Cheepe dio media vuelta y se alejó a toda prisa. Ike no pareció haber reparado en aquel cruce de miradas.
Theo también se marchó corriendo al colegio y solo empezó a relajarse cuando dejó atrás el edificio de los juzgados. Le costaba creer que fuera lunes. ¡Habían pasado tantas cosas en siete días! Había tenido lugar el juicio más importante de la historia de la ciudad, pero aún no había concluido. Gracias a Theo se había evitado un veredicto erróneo. Se había preservado la justicia, al menos por el momento. Se dijo que iba a tomarse un descanso de sus obligaciones, pero no tardaría en reunirse con Bobby Escobar y Julio. Eso seguro. Tendría que encargarse de asesorar a Bobby y prepararlo para cuando tuviera que subir a declarar al estrado de los testigos, en junio.
Además, estaba Omar Cheepe, que complicaba las cosas. ¿Cuánto sabían realmente él, Clifford Nance y su cliente? Preguntas. Preguntas. Theo se sentía confuso pero entusiasmado a la vez.
Entonces pensó en April. Al día siguiente, martes, el juez dictaría una orden que la obligaría a vivir con uno de sus progenitores. No se requeriría su presencia ante el tribunal, pero ella estaría hecha polvo igualmente. Theo llegó a la conclusión de que tenía que hacerle compañía y decidió que se escabullirían para comer juntos y charlar del tema.
También pensó en Woody, cuyo hermano estaba en la cárcel con pocas probabilidades de salir de ella.
Aparcó su bicicleta junto a la bandera y entró en el colegio, aunque las clases ya habían empezado. Su madre le había escrito una nota de disculpa. Cuando Theo se la entregó a la señorita Gloria, en secretaría, vio que no sonreía. Y ella siempre sonreía.
—Siéntate, Theo —le dijo señalando la silla de madera de enfrente de su mesa.
«¿Por qué? —se preguntó Theo—, solo llego un poco tarde».
—¿Qué tal fue el funeral? —le preguntó la señorita Gloria, muy seria.
Theo no entendía nada.
—¿Cómo dice?
—El funeral del viernes pasado. Tu tío te vino a recoger.
—¡Ah!, ese funeral… Sí, estuvo muy bien. Una pasada.
La señorita Gloria miró nerviosa a un lado y a otro y se llevó un dedo a los labios, como diciendo «por favor, habla bajo». Las puertas de secretaría estaban abiertas.
—Theo —dijo entre susurros—, a mi hermano lo pararon anoche por conducir bajo los efectos del alcohol y se lo llevaron a comisaría.
Miró a un lado y a otro para asegurarse de que estaban solos.
—Lo siento —contestó Theo, que ya imaginaba por dónde iban los tiros.
—No es ningún borracho. Es un hombre hecho y derecho, con mujer, hijos y un buen trabajo. Nunca se ha metido en problemas, y no sabemos qué hacer, la verdad.
—¿Qué lectura dio?
—¿Qué?
—Me refiero a la proporción de alcohol en la sangre.
—Ah, eso… ¿Puede ser que diera cero coma nueve?
—Sí. El límite es cero coma ocho, de modo que se ha metido en un problema. ¿Es la primera vez que lo detienen?
—¡Por Dios, Theo, claro que sí! No es ningún alcohólico. Solo se tomó un par de copas de vino.
Un par de copas. Siempre un par de copas. Independientemente de lo ebria o de lo pendenciera que pudiera estar, la gente nunca se tomaba más de un par de copas.
—El policía que lo detuvo dijo que podía pasar diez días encerrado —siguió explicando la señorita Gloria—. Es de lo más embarazoso.
—¿Qué policía fue? —preguntó Theo.
—¿Cómo voy a saberlo?
—A algunos polis les gusta asustar a la gente. A su hermano no le caerán diez días. Eso sí, tendrá que pagar una multa de seiscientos dólares, le retirarán el permiso de conducir durante seis meses y tendrá que pasar por la autoescuela. Dentro de un año, sus antecedentes se borrarán. ¿Ha pasado toda la noche entre rejas?
—Sí. No quiero ni pensar en…
—Entonces lo soltarán. Es mejor que anote el nombre que le voy a dar. —La señorita Gloria ya tenía el lápiz preparado—. Se llama Taylor Baskin, es un abogado especialista en casos de alcoholemia —explicó Theo.
—¡Mi hermano no es ningún alcohólico! —saltó la señorita Gloria en voz más alta de lo necesario.
Los dos se volvieron para mirar si alguien estaba escuchando. No había nadie.
—Lo siento. Taylor Baskin es el mejor para estos casos. Diga a su hermano que lo llame. Ahora tengo que irme a clase.
La señorita Gloria acabó de anotar los datos.
—Gracias, Theo. Y por favor, no se lo digas a nadie.
—No se preocupe. ¿Puedo marcharme ya?
—Oh, sí, claro. Y muchas gracias de nuevo.
Theo se levantó y salió a toda prisa de la oficina dejando atrás a otra clienta satisfecha.
FIN