19

Después del golf, Theo y su padre pasaron por el albergue de Highland Street para ver a Julio y a sus hermanos. Todos los sábados, Carola Pena trabajaba de friegaplatos en un hotel del centro, lo cual significaba que tenía que dejar a sus hijos en el albergue. Este organizaba juegos y actividades para los más pequeños, pero Theo sabía que los sábados no eran tan agradables. Veían mucha televisión, jugaban a pelota en el pequeño patio y, si tenían la suerte de que el supervisor hubiera recaudado dinero suficiente, iban al cine en autobús.

Theo y su padre habían tenido una idea mientras estaban en el campo. El Stratten College era una pequeña universidad privada que había sido fundada en la ciudad un siglo antes. Sus equipos de fútbol y de baloncesto no podían competir con los de otras más grandes; sin embargo, el de béisbol era uno de los destacados de la Tercera División. A las dos de la tarde había dos partidos.

El señor Boone lo consultó con el supervisor del albergue. Como era de esperar, Julio, que estaba a cargo de los gemelos, se mostró encantado ante la idea de poder salir. Los tres echaron a correr hacia el todoterreno y saltaron al asiento de atrás. Minutos después, el señor Boone se detuvo ante el hotel, aparcó ilegalmente en la acera y dijo:

—Iré a avisar a vuestra madre. No os mováis de aquí.

Regresó al cabo de un momento.

—Le parece estupendo —les informó.

—Gracias, señor Boone —dijo Julio.

Los gemelos estaban demasiado emocionados para articular palabra.

El equipo del Stratten College jugaba en Rotary Park, un antiguo y pintoresco estadio situado en los aledaños del centro, cerca del campus. Rotary Park era casi tan antiguo como la universidad y, desde hacía unos años, acogía a varios equipos de las ligas menores, ninguno de los cuales solía aguantar mucho tiempo. Su fama provenía del hecho de que el legendario Ducky Medwick había jugado allí la temporada de 1920 con un equipo Doble A, antes de fichar por los Cardinals. Cerca de la puerta principal había una pequeña placa que rememoraba el breve paso de Medwick por Strattenburg. De todas maneras, Theo nunca había visto que nadie se fijara en ella.

El señor Boone compró las entradas en el mostrador, que solo contaba con una taquilla. El hombre que las vendía llevaba haciéndolo desde la época de Medwick. Tres dólares los adultos y un dólar por cabeza los niños.

—¿Qué os parecen unas palomitas? —preguntó el señor Boone, contemplando los maravillados rostros de Rita y de Héctor.

Cinco bolsas de palomitas y cinco refrescos: veinte dólares. Se instalaron en las gradas, justo detrás del foso del equipo local, cerca de la primera base. Había muchos asientos libres y pocos seguidores, de manera que los acomodadores les dejaron sentarse donde quisieran. El estadio tenía cabida para unas dos mil personas, y a los viejos del lugar les gustaba presumir de las grandes multitudes que habían llegado a congregarse en él. Theo solía ver cinco o seis partidos del Stratten College todas las temporadas y nunca había visto el estadio más que medio lleno. De todos modos, le encantaba, con su techo colgante, sus antiguas tribunas, sus graderías de madera, su pared de fondo pintada con brillantes anuncios de todo lo que había en Strattenburg, desde una empresa raticida hasta la cervecería local, pasando por los abogados que buscaban clientes. Un verdadero estadio de béisbol.

Aun así, siempre estaban los que querían demolerlo. Durante el verano, una vez finalizada la temporada universitaria, permanecía casi vacío, y había polémicas sobre lo que costaba mantenerlo. Aquello sorprendía a Theo porque, si miraba a su alrededor, le costaba adivinar en qué habían gastado el dinero para mantenerlo.

Todo el mundo se puso en pie cuando sonó el himno nacional. Luego, el Stratten College ocupó sus posiciones en el campo. Los cuatro chicos se sentaron juntos, y el señor Boone se situó detrás de ellos, escuchando atentamente.

—Muy bien —dijo Theo, erigido en jefe—. Hoy solo inglés, ¿vale? Vamos a practicar vuestro inglés.

Naturalmente, los Pena cambiaban a español cuando hablaban entre ellos. Héctor y Rita solo tenían ocho años y no sabían nada de béisbol, así que Theo se lo explicó.

Su madre y su tío llegaron al comienzo del tercer tiempo y se sentaron junto al señor Boone, que se había alejado un poco de los chicos. Theo intentó oír lo que susurraban entre ellos. Ike había encontrado un piso con un alquiler de quinientos dólares al mes. La señora Boone todavía no había tratado el asunto con Carola Pena, porque esta se encontraba trabajando en el hotel. También hablaron de otros asuntos, pero Theo no llegó a saber de cuáles.

El béisbol puede ser aburrido para unos niños de ocho años que no entienden de qué va, así que, al final de la quinta entrada, ya estaban tirándose palomitas y corriendo entre las gradas. La señora Boone les preguntó si les apetecía un helado, y los dos se abalanzaron sobre semejante oportunidad. Cuando se alejaron, Theo se decidió a mover ficha y preguntó a Julio si le apetecía ver el juego desde los bancos centrales. Este contestó que sí, y los dos se trasladaron hasta que finalmente se decidieron por una vieja zona de asientos situada justo por encima del muro de medio campo. Estaban solos.

—Me gusta la vista desde aquí —comentó Theo—. Además, nunca hay nadie.

—A mí también me gusta —dijo Julio.

Charlaron del sitio un momento, hasta que Theo cambió de conversación.

—Escucha, Julio, tenemos que hablar de tu primo. No me acuerdo de cómo se llama. De hecho, me parece que ni siquiera sé su nombre.

—Se llama Bobby.

—¿Bobby?

—Bueno, en realidad es Roberto, pero le gusta que lo llamen Bobby.

—De acuerdo. ¿Y se apellida Pena, como vosotros?

—No. Su madre y la mía son hermanas. Él se apellida Escobar.

—Bobby Escobar.

—Eso es.

—¿Trabaja todavía en el campo de golf?

—Sí.

—¿Y sigue viviendo en el Quarry?

—Sí. ¿Por qué lo preguntas?

—En estos momentos se ha convertido en un personaje muy importante. Tiene que presentarse voluntariamente a declarar y contar a la policía todo lo que vio el día en que esa mujer fue asesinada.

Julio se volvió bruscamente y miró a Theo como si este se hubiera vuelto loco.

—¡No puede hacer eso!

—Quizá sí. ¿Qué me dirías si pudiéramos ofrecerle protección? Nada de arresto ni de cárcel. ¿Sabes lo que significa la palabra «inmunidad»?

—Ni idea.

—Bueno, en términos legales quiere decir que puede llegar a un trato con la policía. Si se presenta y declara libremente, la policía lo dejará en paz. Será inmune. Incluso es posible que haya un modo de legalizar su situación.

—¿Has hablado con la policía?

—No, para nada.

—Pero se lo has contado a alguien, ¿verdad?

—No he revelado su identidad. Tu primo está a salvo, pero tengo que hablar con él, Julio.

Un jugador del equipo contrario golpeó una bola que rebotó en el muro del campo de la derecha, y lo vieron correr y deslizarse hasta la tercera base para anotar un triple. Theo tuvo que explicar la diferencia entre que la bola rebotara en el muro o que pasara por encima de él. Julio comentó que en El Salvador no se jugaba mucho a béisbol, y que casi todo era fútbol.

—¿Cuándo volverás a ver a Bobby? —le preguntó Theo.

—Puede que mañana. Suele venir por el albergue los domingos. Así vamos todos juntos a misa.

—¿Hay forma de que pueda hablar con él esta noche?

—No lo sé. No tengo ni idea de lo que hace durante el día.

—Julio, el tiempo es crucial en este asunto.

—¿Qué quiere decir «crucial»?

—Que es muy importante. El juicio finalizará el lunes, de modo que es muy importante que Bobby se presente y cuente todo lo que vio.

—No sé…

—Julio, mis padres son abogados. Ya los conoces y sabes que son de fiar. ¿Qué te parecería si pudiéramos encontraros un piso para ti y tu familia, incluido Bobby, un sitio agradable para todos, y que al mismo tiempo mis padres apadrinaran a Bobby para que pudiera legalizar su situación? Piénsalo: se acabó el esconderse de la policía; se acabó el preocuparse por las redadas de Inmigración. Toda la familia podría vivir junta, y Bobby tendría sus papeles. ¿A que estaría bien?

Julio tenía la mirada perdida en el vacío mientras asimilaba el significado de aquellas palabras.

—Sería fabuloso, Theo.

—Pues entonces esto es lo que hay que hacer: primero, dices que estás de acuerdo en que mis padres se impliquen en este asunto. Estarán de vuestro lado. Son abogados.

—De acuerdo.

—Bien. A continuación, vas a ver a Bobby y lo convences de que es un buen trato. Tienes que convencerlo de que somos de fiar. ¿Crees que puedes hacerlo?

—No lo sé.

—¿Sabes si Bobby le ha explicado a tu madre lo que vio?

—Sí. Ella es como una madre para él.

—Estupendo, entonces debes conseguir que tu madre hable con él. Ella lo convencerá.

—¿Me prometes que no irá a la cárcel?

—Te lo prometo.

—Pero tiene que hablar con la policía, ¿no?

—Quizá no con la policía, pero sí con alguien involucrado en el juicio; puede que con el juez, no lo sé. De todas maneras, es crucial que se presente a declarar. Es el testigo clave de un caso de asesinato.

Julio hundió el rostro entre las manos y apoyó los codos en las rodillas. Sus hombros parecían haberse hundido bajo el peso de las palabras y los planes de Theo. Durante un rato, no dijo nada. Theo observó a Héctor y a Rita en la distancia, sentados con su madre y charlando mientras se tomaban el helado. Woods e Ike estaban enfrascados en una conversación, cosa rara en ellos. El juego proseguía.

—¿Qué debo hacer ahora? —preguntó Julio.

—Primero, habla con tu madre. Luego, vosotros dos habláis con Bobby. Nos reuniremos mañana, ¿vale?

—Vale.