Las pesadillas cesaron justo antes del amanecer, y Theo se olvidó de la idea de descansar, aunque fuera mínimamente. Se quedó un buen rato mirando el techo de su dormitorio, esperando oír los sonidos de sus padres al levantarse y moverse por la casa.
A lo largo de la noche, se había convencido muchas veces de que no tenía más opción que sentarse con ellos y contarles la historia del primo de Julio, pero había cambiado de parecer otras tantas. Cuando por fin salió de la cama, decidió que no podía romper la promesa hecha a Julio y a su primo. No podía decírselo a nadie. Y si un culpable salía libre, no era su problema.
¿O sí?
Hizo los ruidos de siempre mientras atendía el ritual de todas las mañanas: la ducha, los dientes, los aparatos y la tortura diaria de decidir qué ponerse. Como era habitual, pensó en Elsa y en su molesta costumbre de examinarle la camisa, el pantalón y los zapatos para comprobar que iba a juego y que no se los había puesto los últimos tres días.
Oyó salir a su padre unos minutos antes de las siete. Oyó a su madre en el estudio, viendo un programa de televisión. Exactamente a las siete y media, Theo cerró la puerta del baño, conectó el móvil y llamó al tío Ike.
Ike no era precisamente madrugador. Su patética actividad profesional como especialista en impuestos no le consumía demasiado tiempo, de modo que no empezaba el día con un arranque de entusiasmo. Su trabajo era mortalmente aburrido, cosa que había confesado a Theo en numerosas ocasiones. Además, había otro problema. Ike bebía demasiado, y esa mala costumbre era la principal causante de su lento despertar. Con los años, Theo había oído hablar a los adultos del problema de Ike con la bebida. Un día, Elsa había preguntado a Vince algo relacionado con él, y este había contestado: «Bueno, si está sobrio…». Se suponía que Theo no debía enterarse de esas cosas, pero lo cierto era que oía mucho más de lo que creían los del bufete.
La llamada obtuvo por fin respuesta en forma de un bronco y ronco:
—¿Eres tú, Theo?
—Sí, tío Ike —contestó Theo, hablando por el teléfono tan bajo como podía—. Buenos días. Lamento mucho despertarte tan pronto.
—No te preocupes. Supongo que tendrás algo en mente, ¿verdad?
—Sí. ¿Podríamos hablar un momento esta mañana, en tu oficina? Ha surgido algo realmente importante y no estoy seguro de poder decírselo a mis padres.
—Claro, Theo. ¿A qué hora?
—Alrededor de las ocho y cinco. El cole empieza a las ocho y media. Si salgo demasiado pronto, mamá puede sospechar.
—Claro. Te espero.
—Gracias, Ike.
Theo devoró su desayuno a toda prisa, se despidió de su madre y de Judge y a las ocho en punto estaba pedaleando por Mallard Lane.
Ike se encontraba sentado tras su mesa de trabajo, con una gran taza de papel llena de humeante café y una rosquilla de canela recubierta, al menos, de un dedo de azúcar glaseado. Su aspecto era delicioso, pero Theo acababa de tomarse sus cereales. Además, no tenía apetito.
—¿Estás bien? —le preguntó su tío, mientras Theo se sentaba al borde de la silla.
—Supongo. Necesito hablar con alguien en quien pueda confiar, alguien que sepa de leyes.
—¿Qué pasa, has asesinado a alguien o robado un banco?
—Nada de eso.
—Pareces muy tenso —dijo Ike llenándose la boca con un gran mordisco a la rosquilla de canela.
—Se trata del caso Duffy. Es posible que tenga información sobre la culpabilidad o no del señor Duffy.
Ike siguió masticando mientras se apoyaba sobre los codos. Las arrugas que tenía alrededor de los ojos se cerraron cuando lo miró fijamente y le dijo:
—Sigue.
—Ha aparecido un testigo. Es un tipo del que nadie sabe nada, pero que vio a Duffy en la escena del crimen.
—¿Y sabes quién es?
—Sí, pero he prometido no decírselo a nadie.
—¿Cómo has dado con ese tío?
—A través de un chico del colegio. No puedo decirte más, Ike. Lo he prometido.
Ike tragó el bocado y tomó un largo trago de café. Sus ojos no se apartaron de Theo. La verdad era que no estaba sorprendido. Su sobrino sabía más que nadie de la ciudad de leyes, tribunales, jueces y policías.
—Y lo que ese desconocido testigo vio puede ser decisivo para el desenlace del juicio, ¿no?
—Así es.
—¿Sabes si ese testigo ha hablado con la policía o con los letrados que intervienen en el caso?
—No, no ha hablado con ellos.
—Y en estos momentos ese testigo no quiere declarar.
—Así es.
—¿Tiene miedo de algo?
—Sí.
—¿Su testimonio ayudaría a condenar al señor Duffy o, por el contrario, lo declararía inocente?
—Lo condenaría, sin duda.
—¿Has hablado con ese testigo?
—Sí.
—¿Y le crees?
—Sí. Dice la verdad.
Tomó otro largo trago de café y chasqueó los labios. Sus ojos taladraban los de Theo.
—Hoy es jueves, el tercer día del juicio. Por lo que sé, el juez Gantry está decidido a terminar esta semana, aunque eso signifique prolongar la vista hasta el sábado. Eso quiere decir que el juicio está medio acabado.
Theo asintió. Su tío se metió en la boca otro pedazo de rosquilla y lo masticó despacio. Pasó un minuto. Al fin, Ike tragó y dijo:
—Obviamente, la cuestión es qué hay que hacer con ese testigo a estas alturas del juicio, si es que hay que hacer algo.
—Exacto —convino Theo.
—Sí, y por lo que sé, Jack Hogan necesita alguna sorpresa.
La acusación empezó con un caso falto de pruebas y no ha mejorado.
—Creía que no seguías el juicio.
—Tengo amigos, Theo. Tengo mis fuentes.
Ike se puso en pie y caminó hasta el otro extremo de la habitación, donde había una vieja librería llena de textos legales. Resiguió con el dedo el lomo de varios, sacó uno y empezó a pasar las páginas. Regresó a su mesa, tomó asiento, dejó el libro ante sí y reflexionó un momento.
—Aquí está —dijo al fin, tras un largo silencio—. Según nuestras normas procesales, el juez de un caso penal tiene la facultad de declararlo nulo si cree que se ha producido alguna irregularidad. Lo explica con algunos casos concretos, por ejemplo: si alguien a quien le interese una sentencia determinada se pone en contacto con un miembro del jurado, si un testigo importante enferma o no puede declarar por la razón que sea o si desaparecen pruebas decisivas. Cosas así.
Theo ya lo sabía.
—¿Incluye la aparición de un testigo sorpresa?
—No específicamente, pero se trata de un principio general que permite al juez hacer lo que considere más justo. Incluso permitiría argumentar que la falta de testigos de peso es motivo de nulidad.
—¿Qué ocurre si se declara la nulidad de un juicio?
—Que los cargos no se anulan y se convoca otro juicio.
—¿Cuándo?
—Eso lo decide el juez, pero en este caso sospecho que Gantry no esperaría mucho. Un par de meses, a lo sumo. El tiempo suficiente para que los posibles testigos sorpresa se atrevieran a dar un paso al frente.
El cerebro de Theo giraba a tal velocidad que no supo qué decir a continuación.
—Bueno, Theo —dijo Ike por él—, la pregunta es: cómo convences al juez Gantry para que declare juicio nulo antes de que el caso recaiga en el jurado, antes de que este declare inocente al señor Duffy cuando en realidad no lo es.
—No lo sé. Aquí es donde intervienes tú, tío Ike. Necesito tu ayuda.
Ike apartó el libro y meditó mientras daba otro mordisco a la rosquilla.
—Mira, esto es lo que haremos —dijo sin dejar de masticar—. Tú te irás al colegio y yo me iré al juzgado, a ver qué consigo averiguar. Intentaré hablar con alguno de mis amigos. No te mencionaré, créeme. Siempre te protegeré. ¿Puedes llamarme a la hora de comer?
—Desde luego.
—Pues, vamos, márchate.
Cuando Theo se disponía a abrir la puerta, Ike le preguntó:
—¿No se lo has contado a tus padres?
—¿Crees que debería?
—Todavía no. Puede que más adelante.
—Son muy estrictos con la ética profesional, Ike, ya lo sabes. Son funcionarios de justicia y podrían obligarme a revelar lo que sé. Es una situación complicada.
—Demasiado complicada para un chaval de trece años, Theo.
—Estoy de acuerdo.
—Llámame a la hora de comer.
—Lo haré, tío Ike. Gracias.
Durante el descanso, mientras Theo corría en busca de April, alguien lo llamó desde el fondo del pasillo. Era Sandy Coe, que corría tras él.
—Hola, Theo —le dijo—. ¿Tienes un momento?
—Sí, claro.
—Escucha, solo quería decirte que mis padres fueron a ver a ese abogado que me dijiste, el tal Mozingo, y les aseguró que no vamos a perder nuestra casa.
—No sabes cuánto me alegro, Sandy.
—Les dijo que tendrían que instar un procedimiento de quiebra, todo eso que me explicaste, pero que al final podrían conservar la casa. —Sandy metió la mano en la mochila y sacó un sobre que entregó a Theo—. Es de mi madre. Le hablé de ti. Creo que es una nota para darte las gracias.
Theo la cogió a regañadientes.
—No tenía por qué hacerlo, Sandy. No fue nada.
—¿Nada? ¡Pero si vamos a conservar la casa!
En ese momento, Theo vio que Sandy tenía los ojos húmedos de lágrimas y estaba a punto de llorar. Amagó en broma un puñetazo y le dijo:
—Ha sido un placer, Sandy. Si puedo ayudarte en cualquier otra cosa, no tienes más que decírmelo.
—Gracias, Theo.
Durante la asignatura de gobierno, el señor Mount le pidió que pusiera a la clase al día respecto al caso Duffy. Theo explicó que la acusación estaba intentando demostrar que los Duffy eran un matrimonio con problemas y que habían estado a punto de divorciarse dos años atrás. Varios amigos de la pareja habían sido llamados a declarar, pero, en opinión de Theo, habían salido mal parados del contrainterrogatorio de Clifford Nance.
Por un momento, pensó en conectar su portátil y leer las transcripciones en vivo de la vista, pero lo pensó mejor y desistió. No estaba cometiendo ningún delito infiltrándose en el ordenador de la relatora, pero no le parecía correcto.
Tan pronto como terminó la clase, y los chicos corrieron hacia la cafetería, Theo se metió en los aseos y llamó a su tío. Eran casi las doce y media en punto.
—Va a salir libre —le dijo Ike nada más contestar—. No hay forma de que Hogan consiga una condena.
—¿Cuánto rato has estado? —le preguntó Theo desde su escondite.
—Toda la mañana. Clifford Nance es muy bueno, y Hogan ha perdido el rumbo. He estado observando a los miembros del jurado. Duffy no les cae bien, pero no hay pruebas en su contra. Saldrá libre.
—Pero es culpable, Ike.
—Si tú lo dices… De todas maneras, no sé lo que tú sabes. Nadie lo sabe.
—¿Qué hacemos?
—No sé. Sigo dándole vueltas. Pásate cuando acabes las clases.
—Eso haré.