La mayoría de nosotros dejamos que muchos estímulos externos, normalmente visuales, determinen cuánto comemos. Cuanto mayor es la ración, por ejemplo, más comemos; cuanto mayor es el recipiente, más nos servimos. Igual que en tantísimas otras áreas de la vida moderna, la cultura de la comida se ha convertido en una cultura visual. Sin embargo, cuando se trata de comida, merece la pena cultivar también los demás sentidos, que a menudo nos proporcionan información más útil y precisa. Pueden pasar hasta veinte minutos antes de que el cerebro se entere de que tenemos el estómago lleno; eso quiere decir que, si tardas menos de veinte minutos en acabarte la comida, la sensación de satisfacción llegará demasiado tarde y ya no te servirá de nada. Frena un poco y presta atención a lo que tu cuerpo —y no solo el sentido de la vista— tenga que decirte. Eso es lo que querían decir tus abuelos cada vez que soltaban: «¡Este niño come por los ojos!».