La innovación siempre es interesante, pero cuando se trata de comida, merece la pena acercarse con cautela a toda nueva creación. Si las dietas son el resultado de un proceso evolutivo a lo largo del cual diferentes grupos de humanos se han ido adaptando a las plantas, los animales y los hongos que les ha ofrecido un lugar determinado, un alimento novedoso o una innovación culinaria serían algo semejante a una mutación; podría acabar representando una mejora evolutiva, pero hay muchas probabilidades de que no sea así. Los productos derivados de la soja son un buen ejemplo. La gente ha consumido soja en forma de tofu, salsa de soja y tempe durante generaciones, pero en la actualidad tomamos novedades como la «proteína de soja aislada», las «isoflavonas de soja», la «proteína vegetal texturizada» y los aceites de soja parcialmente hidrogenados, y se tienen muchas dudas sobre los efectos que estos nuevos productos pueden provocar en la salud. Un científico y alto cargo de la FDA (el organismo regulador del control de alimentos en Estados Unidos) escribió: «La confianza en los derivados de la soja como alimentos seguros está claramente basada más en una creencia que en datos contrastables[3]». Hasta que dispongamos de esos datos, seguro que haremos mejor comiendo la soja tal como se ha preparado tradicionalmente en Asia, y no según novedosas recetas inventadas por los científicos de la industria de la alimentación.