Este proverbio de abuela tan rotundo ha viajado por varias culturas (a mí me ha llegado tanto por vía de abuelas judías como de italianas) y nos hace pensar que la sabiduría popular conoce desde hace muchísimos años los riesgos que conlleva la harina blanca para la salud. En lo tocante al organismo, la harina blanca no es muy diferente del azúcar. A menos que le añadamos algún suplemento, no ofrece ninguno de los componentes buenos de los cereales integrales (fibra, vitaminas B, grasas buenas) y es poco más que un chute de glucosa. Un festín de glucosa es una bomba incendiaria que causa estragos en el metabolismo de la insulina. Es mejor comer cereales integrales y reducir el consumo de harinas blancas. Las últimas investigaciones indican que las abuelas que seguían esta regla tenían razón: la gente que come muchos cereales integrales suele estar más sana y vivir más años.