El edificio del Banco de Juárez era una monstruosidad de cristal y acero que desentonaba en uno de los barrios más pobres de Bogotá. Se alzaba sobre las barriadas como si fuera una oscura torre sacada de las páginas de un tenebroso cuento.
Henri Farbeaux se encontraba en el piso treinta y dos mirando por el ventanal de cristal que le ofrecía una vista panorámica de la ciudad que se extendía bajo él. Estaban muy por encima de la mugre y la pobreza que impregnaba la ciudad.
—Bueno, ¿preparados?
Farbeaux se giró para ver a Joaquín Delacruz Méndez de pie junto a su puerta. El regordete banquero iba vestido de manera ridícula con un traje marrón oscuro con bolsillos tipo explorador en la parte delantera. La ropa estaba impecablemente planchada y llevaba unas botas de trabajo nuevas. Con gran esfuerzo, Farbeaux evitó sonreír. Él llevaba unos Levi’s y una camisa vaquera de manga larga. Sus botas negras estaban algo desgastadas y eran resistentes al agua.
—Sí, estamos preparados. Hemos recibido los suministros y, mientras hablamos ahora, los están cargando. Nuestro helicóptero nos espera en el tejado.
—Excelente, ¿y qué pasa con el barco?
—Hemos alquilado el Río Madonna, un barco bastante digno que lleva veinte años surcando esas aguas. Su capitán es un hombre que sabrá guardar silencio en cuanto a ciertos aspectos de nuestro viaje. Su familia lleva generaciones trabajando en el río —respondió Farbeaux al apartarse de la ventana y coger su cortavientos. Lo que no mencionó fue cuánto le costaría a Méndez el silencio del capitán.
—Las armas y mi personal de seguridad, ¿ya están listos?
—Todo listo —dijo Farbeaux.
—Muy bien.
—Pues vamos, entonces.
—Sí, por favor, adelante. Me reuniré con usted arriba. Tengo que tomarme mi Dramamina para el vuelo hasta Perú —dijo Méndez; fue una mentira que brotó fácilmente de sus labios.
Farbeaux agachó la cabeza, captando el embuste. Sabía que nunca tomaba Dramamina, ya que aquel hombre prácticamente vivía de avión en avión.
Méndez vio al francés marcharse y levantó el teléfono.
—¿Sí, señor?
—¿Alguna actividad en Stanford?
—No, jefe[2] estamos vigilando cada minuto del día. El teléfono suena, sin que lo cojan, y nadie más, aparte de los conserjes, ha entrado en el despacho de la profesora.
—Si en el futuro se produce alguna actividad, emplea tu propio juicio en cuanto al peligro que pueda suponer y ajusta tu reacción de acuerdo a ello. No quiero que me molestéis de ningún modo una vez estemos en el río, ¿entendido?
—Sí, señor, entendido.
—Bien —respondió, colgó y se frotó las manos. Solo pensar en El Dorado y en ser él quien descubriera su ubicación oculta, después de que los hombres llevaran siglos buscándolo desde Alaska hasta Argentina, era algo abrumador. Los amos de la droga del pasado jamás habrían pensado que semejantes riquezas fueran posibles. Y eso, junto con la nueva información que el francés tenía en su posesión sobre una posible fuente de nueva energía en la misma mina, era demasiado. No, nadie podía tener la visión que tenía él. Él era el único hombre que siempre había tenido imaginación para soñar con cosas tan altas. Cosas tan altas que exigían que él tuviera las fuerzas de seguridad más sofisticadas y un equipo de operaciones secreto contratado de manera privada por toda Suramérica, además de por la mayor parte del mundo. Sí, la aventura que siempre había anhelado ya estaba cerca y los misterios de Padilla pronto serían suyos.
Base de las Fuerzas Aéreas de Nellis, Nevada
—Así están las cosas ahora mismo: ya que soy el único que no tiene ninguna investigación asignada, me llevaré al señor Ryan y pondré rumbo a Virginia para ver qué podemos destapar en los viejos archivos. Y Everett, también tengo un trabajo para usted. Debe reunirse con la que fuera señora de Farbeaux en San José y escoltarla hasta Stanford. Una vez en Palo Alto, tendrá acceso al despacho de la profesora Zachary para ver qué puede descubrir. Tal vez haya dejado alguna pista allí.
Carl quería protestar por tener que ser él quien escoltara a Danielle, pero se mordió la lengua.
—Sí, señor —respondió.
Llamaron a la puerta de la sala de reuniones y un cabo vestido de azul entró y le entregó una nota a Niles, que la desdobló y la leyó antes de pasársela a Alice.
—Se han añadido más patatas al guiso —dijo mirando a su alrededor—. Hemos revisado las imágenes de seguridad recuperadas de la empresa naviera de San Pablo, responsable de trasladar a Helen y a su gente. Ahora sabemos que el punto de partida de Helen fue Colombia; desde ahí todo lo que podemos deducir es que fue al sur, o bien hacia Brasil o hacia Perú. Pero hemos descubierto algo más. Parece que ha podido contar con una segunda fuente de financiación de alguien que debemos suponer que la ha acompañado en el viaje.
—¿Una segunda fuente? —preguntó Jack.
—Según el manifiesto del barco, obtenido de una copia archivada en sus oficinas, los artículos cargados a bordo incluían varios que no pertenecían ni a Helen ni a su equipo, sino que fueron contratados por alguien no perteneciente a la lista original del equipo y que no aparece en los informes de la universidad. Ese hombre se apellida Kennedy; a él y a otros cinco se les asignaron dos camarotes a bordo del Pacific Voyager.
—Helen, ¿en qué te has metido? —murmuró Alice sacudiendo la cabeza.
Una hora después, Niles hizo que les llevaran el almuerzo a la sala de reuniones, donde trazaron detallados planes sobre quién y qué equipo se necesitaría para una expedición si el Grupo Evento diese con la ruta de Padilla.
—Antes de que nos pongamos con lo que el Boris y Natasha ha o no ha encontrado, y antes de que Carl tenga que marcharse —dijo Niles mirando el reloj—, quiero hablar del transporte fluvial. Quiero un navío seguro, si es posible, no un transporte de río local. Quiero algo que pueda estar disponible y listo en un día, el día en que partamos, si es que lo hacemos. Jack, capitán de corbeta Everett, ¿alguna idea?
—Será mejor que se lo diga el marinero —respondió Jack mirando a Carl.
Carl dejó de juguetear con su plato de ensalada de patata y alzó la mirada.
—Pues resulta que quizá tenga al hombre que puede proporcionarnos algo parecido —dijo pensativo—. Es un tanto excéntrico, pero es un diseñador increíble. Construía embarcaciones de asalto para la Marina y participó en el desarrollo del hidrodeslizador hasta que fue cancelado por el Departamento de Defensa. Creo que el ejército lo ocultó en alguna parte de Luisiana para que desarrollara embarcaciones fluviales experimentales. Aunque, principalmente, lo llevaron allí para que no se metiera en problemas.
—En cuanto complete su misión en Palo Alto, desvíese de vuelta a casa y averigüe más. ¿Algo que pueda añadir sobre ese hombre? —preguntó Niles mientras anotaba en su libreta.
—Bueno, sé que puede necesitar un empujoncito porque, como acabo de decir, es singular. Pero se le pueden dar órdenes. Sigue siendo suboficial mayor en la Marina. No han encontrado a nadie con suficientes huevos como para jubilarlo, así que sigue construyendo barcos. Tal vez usted podría mover algunos hilos oficiales y lograr su cooperación —dijo Carl.
—Bien, lo haré. Salga y dele su nombre a Ellen —respondió Niles—. Será mejor que se marche para ir a encontrarse con nuestra amiga francesa.
—Sí, señor —respondió Carl mientras asentía hacia los que rodeaban la mesa y le daba una palmadita en el hombro a Jack.
Cuando Carl se marchó, Niles apartó el plato con su sándwich de jamón y se acercó las últimas imágenes recibidas del satélite.
—De acuerdo, Pete, ¿qué demonios nos están diciendo el Boris y Natasha?
—Bueno, el KH-11 está posicionado lo suficientemente bien como para poder ver Perú y Brasil —respondió Pete desde su despacho en Comp Center—. Tendríamos que reprogramarlo para acceder a las áreas que necesitamos observar, pero el Europa ha destapado algunos datos secretos de la Agencia de Seguridad Nacional tomados dos semanas antes de que la profesora Zachary partiera de Los Ángeles, y eso ha confirmado lo que ya sabemos. Como se puede apreciar —utilizó un puntero para tocar el monitor—, la zona de que se sospecha es, en su mayor parte, selva tropical sin explorar, con copas de árboles tan espesas que no dejan ver nada. Las imágenes por radar —señaló un grupo de imágenes— recogen lo que podríamos esperar: miles de kilómetros de un sinuoso río, afluentes, y lagunas, eso sin mencionar cientos de cascadas. Para averiguar cuál de esas zonas es nuestro objetivo, podríamos tener la misma suerte lanzando un dardo a las imágenes; nos daría igual.
Niles sacudió la cabeza. Le entraron ganas de apartar de su lado las copias en papel que tenía de las imágenes y lanzarlas hasta el otro lado de la mesa, pero se contuvo. El Boris y Natasha no era la respuesta. Se levantó y se estiró, y después sus ojos se posaron en el vídeo de seguridad mostrado en una de las grandes pantallas. Se quedó paralizado. Su mirada vagaba por la granulada imagen. A continuación, fue corriendo hacia su panel de mandos de la mesa y comenzó a teclear algo. Los demás lo observaron mientras los marcos en blanco y negro empezaban a proyectarse en sentido contrario. Dejó de teclear cuando aparecieron las imágenes de dos personas a la derecha de Helen Zachary y Kennedy. Pulsó unas cuantas teclas más y después apretó el botón del intercomunicador.
—Pete, ¿recibes la imagen en el monitor uno-diecisiete?
—Vamos a ver… sí… la veo, ¿los vídeos de seguridad del muelle?
—Sí, ¿puedes hacer que el ordenador te aumente ese recuadro? Céntrate en esos dos muchachos a la derecha, junto a la baranda del barco.
—Sí, seguro que el Europa puede limpiar las imágenes —respondió Pete a través de los altavoces de la sala.
Mientras observaban, las imágenes se oscurecieron, se volvieron a iluminar y esas dos personas aparecieron ampliadas. La calidad ahora era mucho mejor.
—Otra vez, Pete, ahora céntrate en la chica, en la imagen de la derecha —ordenó Niles mientras se aproximaba al monitor grande.
La imagen de la pantalla volvió a fragmentarse y se recompuso línea a línea hasta que el rostro sonriente de una joven cubrió la mayor parte de la pantalla.
Sin girarse hacia los demás, Niles dijo:
—Todos pueden marcharse, excepto el comandante Collins.
Se farfullaron algunas preguntas, pero todos dejaron sus almuerzos, recogieron sus notas y salieron de la sala de conferencias. Incluso Alice se retiró, a pesar de conocer demasiado bien al director como para saber que Niles había captado algo que lo había cogido desprevenido y lo había dejado asombrado.
Jack se levantó y fue hacia donde se encontraba Niles.
—Comandante, ahora mismo tenemos una nueva prioridad.
—¿Cuál es?
—La chica, su nombre no aparecía en el manifiesto del barco, por lo menos no su nombre real —dijo al acercarse al monitor para verlo más de cerca—. Si es quien creo que es, este Evento ha tomado una nueva perspectiva, una que nos parecerá una pesadilla.