El presidente escuchó con dificultad a Niles mientras le daba el último avance sobre la incursión del Grupo en el afluente del Amazonas. Cada vez le resultaba más difícil concentrarse en las palabras que estaba diciendo el director. Le había contado a la primera dama la complicada situación en que se encontraba su hija; no podía seguir ocultándoselo, era incapaz de mentir sobre algo que se le reflejaba en la cara en cuanto la veía.
—Se le han pasado las últimas coordenadas al Proteus para que tengan una idea general de por dónde tendrán que orbitar.
Niles repitió la longitud y la latitud.
—¿Algo más?
—Aún no, señor presidente. Pete Golding y yo hemos estado reuniendo la información que tenemos sobre Padilla y las subsecuentes expediciones a esa zona. Pronto tendremos junto a nosotros a un destacado miembro del Servicio de Inteligencia. Es un hombre que ya ha cumplido los noventa, el doctor Allan Freeman, un profesor jubilado de la Universidad de Chicago, que podrá decirnos por fin qué estaba haciendo por ahí abajo en 1942.
El presidente apenas pudo prestar atención a esos detalles.
—¿Cuándo entrará Collins en la mina?
—Ya han iniciado la incursión.
El consejero de Seguridad Nacional estaba sentado con el presidente en uno de los dos sillones dispuestos frente a su escritorio a la espera de que el presidente continuara, pero este permanecía en silencio, frotándose la sien derecha con los dedos.
—Señor, ¿qué decía? —preguntó Nathan Ambrose.
El presidente alzó la mirada y pareció perdido por un momento, como si no reconociera el rostro que estaba mirándolo. Después sacudió la cabeza, como si se acabara de despertar.
—Lo siento, Nathan. Me has pillado, ¿eh?
—¿Está sucediendo algo que no me haya contado?
El presidente lo miró y no dijo nada.
Ambrose soltó su libreta sobre la mesa de café y se echó hacia delante.
—¿El secretario de Estado ha hecho algún avance con respecto a su petición de ayuda a Brasil?
—No, por alguna razón Brasil está actuando como si la expedición Zachary fuera una tapadera para alguna otra cosa. Están contestando con evasivas al secretario.
—¿Ha hablado con el presidente brasileño?
—No, el secretario Nussbaum me informó ayer de que el presidente no hablará conmigo directamente, sino solo mediante la oficina oficial del secretario. Incluso ha amenazado con recurrir al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Ambrose no pudo más que admirar al secretario; tenía los cojones que hacían falta para gobernar ese país. Mantener distanciados a los líderes de ambos países no podía más que ensombrecer a un ya de por sí confuso Estado.
La puerta del despacho se abrió y entró un oficial del servicio secreto.
—Señor, la primera dama se encuentra de camino a la recepción.
El presidente se levantó y se dirigió a su escritorio mientras se ceñía el nudo de la corbata y se abotonaba la chaqueta.
—Lo siento, continuaremos con esto más tarde.
—Señor, soy su consejero de Seguridad Nacional. Tiene que decirme qué está pasando aquí.
El presidente se colocó la corbata y después se estiró las solapas.
—Ya están ocupándose de ello, pero si las cosas se complican más, le pondré al día.
—Señor, estamos movilizando grupos enteros alrededor del Pacífico. Ha cerrado el espacio aéreo panameño durante tres horas sin una explicación oficial y el secretario de Estado está intentando esquivar un conflicto con un vecino cordial con el que esta mañana no existía ningún problema.
—Más tarde, Nathan —dijo el presidente apretando los dientes. Los músculos de su mandíbula se tensaron visiblemente bajo su piel cuando miró a su consejero antes de pasar por delante de él, rozándolo.
Ambrose vio a su jefe marcharse y contó hasta tres. Corrió hacia el teléfono y alzó la mirada para asegurarse de que las puertas estaban cerradas. Había decidido correr un peligroso pero necesario riesgo tres horas antes, mientras el presidente estaba con la primera dama. Había colocado un discreto micrófono dentro del auricular del teléfono, un pequeño obsequio de un amigo del otro lado del río. Desenroscó la tapadera, se guardó el pequeño artilugio en su bolsillo y volvió a poner la tapa. Después se alejó del escritorio y al instante la puerta se abrió y entró un agente del servicio secreto.
—Señor Ambrose, sabe que esta es una zona prohibida cuando el presidente no se encuentra en ella.
—Sí, estaba recogiendo mis papeles; el presidente se ha marchado tan de repente… —El consejero de Seguridad Nacional terminó su tarea y cerró su maletín. Mientras, el agente le había estado sujetando la puerta, cosa que lo puso nervioso.
Una vez en su despacho, Ambrose decidió que la información de la diminuta grabadora no podía esperar. Tenía que saber qué estaba pasando. Se sacó el pequeño objeto redondo del bolsillo y lo colocó dentro de un artilugio que se parecía a un iPod. Rápidamente, pulsó el botón de «Play» mientras se colocaba el auricular. Una voz que no reconoció le explicaba al presidente un plan que Ambrose no podía creerse. Según escuchaba, iba anotando las coordenadas que Niles Compton le había proporcionado en su última conversación telefónica. Debía transmitir esa información al secretario lo antes posible. El consejero de Seguridad Nacional tenía que detener esa misión a toda costa. ¿Cómo habían podido los militares poner en marcha el Proteus sin que él se enterara?
Diez minutos más tarde, después de que hubiera sondeado varias fuentes militares para confirmar la existencia del Proteus y sus recursos, telefoneó a la Embajada de Estados Unidos en Brasil. La llamada al número de móvil privado fue contestada por el secretario de Estado norteamericano.
—Espero que hayan hecho lo que esperábamos, señor gran consejero.
A Ambrose no le gustó el tono con que el secretario le estaba hablando últimamente. Más adelante tendrían que discutir sobre el papel de cada uno en ese melodrama.
—Cree que el presidente ya tiene gente en Brasil, pues bien, puede que lo haya confirmado ahora mismo.
—¡Vaya! El consejero de Seguridad Nacional del presidente de Estados Unidos se ha encontrado con algo que concierne a los militares y que se suponía que tenía que haber supervisado en primer lugar. Estoy asombrado. Le diré que yo también tengo gente sobre el terreno gracias a nuestros amigos de las Fuerzas Aéreas brasileñas.
Ambrose cerró los ojos y esperó a que el sarcasmo del secretario siguiera su curso. Mentir a los dos presidentes debía de estar pasando factura, y eso estaba reflejándose en el temperamento del miembro del gabinete.
El consejero continuó:
—No puedo confirmar el intento de rescate, pero creo que puede que haya encontrado su modo de protegerse frente a sus mercenarios. Y está justo en el camino que usted quería seguir. Para ayudar la unidad de tierra en la cuenca del Amazonas, el presidente ha ordenado una operación Proteus.
—¿Esa mierda en plan «guerra de las galaxias» que montaron los de las Fuerzas Aéreas? Creía que se le había dado carpetazo al proyecto.
—Y así fue, pero las Fuerzas Aéreas forzaron un poco la situación y consiguieron que se les construyera un prototipo antes de la cancelación.
—Entonces, ¿qué tiene esto que ver con lo que necesito?
—Piense, señor secretario. Para que el Proteus tenga algún valor, tienen que estar de servicio.
Hubo silencio al otro lado del teléfono y Ambrose no pudo contener una sonrisilla burlona. Tener la sartén por el mango a la hora de hablar con el secretario era una situación que le gustaba mucho.
El consejero de Seguridad Nacional decidió decirlo claramente.
—Han de entrar en el espacio aéreo de Brasil para completar su misión contra la fuerza que usted ha organizado. Sin embargo, ahora estoy en posesión de las coordenadas en las que se encontrará el Proteus. Estoy seguro de que al presidente de Brasil no le hará demasiada gracia comprobar que su territorio no solo es invadido, sino que su espacio aéreo se halla comprometido. Una vez bajen de ese avión, no se podrá ayudar al equipo en tierra cuando más lo necesiten, y a ver cómo sale de esa el presidente. Creo que ha echado a perder todos los esfuerzos diplomáticos que usted ha llevado a cabo, ¿no es así?
—Sí, y creo que usted se ha ganado un puesto en mi nuevo gabinete, señor Ambrose. Me pondré en contacto con nuestro amigo del gobierno brasileño y conseguiré que nos garantice su actuación.
—No le costará mucho, teniendo en cuenta lo que cuelga sobre su cabeza ahora mismo.
—Recuerde, señor consejero, seguimos hablando de norteamericanos en ese avión y la gente en tierra. Solo espero que no hayamos ido demasiado lejos.
—Según estimo, señor secretario, ya hemos ido demasiado lejos. Hemos subido exactamente los trece peldaños del patíbulo. Y con sus declaraciones oficiales a ambos lados confundiendo el tema de un rescate, pensaría que es seguro decir que los pocos escalones que quedan hasta la soga de la horca ya están ahí. No veo otra elección aquí.
—Deme las coordenadas.
Afluente Aguas Negras
Jack tenía varias operaciones funcionando al mismo tiempo: Charles Ray Jackson se encontraba en el sonar en una búsqueda constante de su amigo subacuático. Tom Stiles estaba en lo alto del palo mayor terminando las reparaciones del plato de comunicaciones por satélite y Mendenhall y Sánchez trabajaban en la operación Mal Perder: en la oscuridad que rodeaba la laguna, estaban fijando pequeñas células de calor que funcionaban con batería a una cuerda de nailon unida a unos globos Mylar semitransparentes que elevarían con la ayuda del tanque de helio que Sánchez había llevado en una mochila mientras los hombres avanzaban nerviosos alrededor del perímetro de la laguna. Los globos alzarían un paquete que emitía una indicación de alta temperatura mediante el uso de bobinas de calor en el cilindro de treinta centímetros de largo.
—Espero que esos monos no intenten tocar esto. El comandante se ha mostrado muy categórico ante la necesidad de que se coloquen ya y estén operativos a tiempo —dijo Mendenhall mirando intranquilo los árboles que los rodeaban.
Sánchez presionó la válvula de escape y el gran globo se llenó de helio. Después se le unió el transpondedor de calor y lentamente dejó que la cuerda de nailon se deslizara entre sus dedos. Ya iban por el trece; cada uno debía colocarse lo más cerca posible de la fronda de árboles. Para cuando terminaran, tendrían cincuenta globos en suspensión hasta una altitud de sesenta metros por encima de los árboles más altos. Una vez eso estuviera hecho, el equipo utilizaría la zódiac para viajar hasta la orilla y amarrar cada globo a las raíces de los árboles. De ese modo toda la laguna quedaría rodeada por los elementos de emisión de calor.
Dentro de la sección de Ingeniería, Jenks estaba preparando al Fisgón 3 para su viaje al interior de la mina. La sonda medía un metro sesenta de largo y tenía un proyector de luz y una cámara desplegables en cada uno de sus cuatro extremos. Pero el problema de emplear tanta energía para la iluminación y las cámaras era que la duración de la batería del Fisgón 3 era inferior a una hora.
Agarró el intercomunicador.
—A ver, ¿estáis ahí?
—Aquí Everett en el sonar. Cuando quiera, suboficial.
—Adelante, Sapo, sal de la puta agua y dame lecturas para incorporárselas al Fisgón.
Fuera, en el agua, una ola de sonido se produjo a causa del fuerte ruido metálico del sonar. La señal reverberó en los muros de la roca hasta que encontró el camino de vuelta al Profesor, donde quedaron registrados el tamaño de todas las obstrucciones subacuáticas y la distancia hasta ellas. De nuevo sonó ese ruido metálico, y otra vez más. Quince veces, en intervalos de diez segundos, el sonido retumbó alrededor de la laguna e incluso dentro de la mina.
Afluente Aguas Negras
Robby observaba al animal desde una cavidad de la cueva mientras se movía alrededor de la oscura caverna central. Pudo ver al anfibio girarse y mirarlo. Sabía que la bestia era consciente de que la observaban. Parecía agitada cuando había regresado hacía escasos minutos para arrear a otros miembros de la expedición hasta el interior de la cueva: dos estudiantes que llevaban a un tercero con ellos. En la semioscuridad no había podido distinguir de quién se trataba. Había oído muchos chillidos del animal, pero finalmente había logrado su objetivo y las tres mujeres habían entrado en otra de las alcobas excavadas para esclavos. Después Robby había oído gritos de alivio de la gente que ya estaba dentro ante la repentina reunión.
Pero ahora la bestia recorría la cueva y cada cierto tiempo alzaba la cabeza hacia el techo y la ladeaba. Parecía estar escuchando algo. Después, la bajó y miró directamente a Robby, atravesándolo con la mirada a unos treinta metros de distancia. Gruñía y sacudía la cabeza en su dirección, como si fuera él quien le provocase el malestar que claramente estaba sintiendo.
—¿Has visto a quién han traído? —le susurró Kelly por detrás.
Robby no apartó la mirada del animal.
—No, los han metido demasiado rápido. Mira, se comporta de manera extraña. Debe de estar pasando algo.
Kelly observó a la bestia, que movió la cabeza de nuevo de un lado a otro y elevó la mano derecha hacia el techo como si intentara agarrar algo que no estaba allí.
—Dios mío, está escuchando algo y parece aturdida. O eso o el sonido la molesta. ¿Ves como está sacudiendo la mano? Ondas sonoras.
La criatura de pronto colocó ambas manos a cada lado de su cabeza y emitió un bramido que retumbó por las paredes de la cueva. Miraba directamente a Robby y a Kelly, bramó de nuevo, y dio un amenazador paso hacia ellos. Entonces, bruscamente, se giró y avanzó hacia la gruta antes de desaparecer bajo el agua cristalina.
Rob se movió alrededor de la cueva, pero no pudo oír nada. Kelly comenzó a gatear para salir de la alcoba tras el animal.
—Robby, ¿notas eso?
Robby se quedó quieto, pero ni notó ni oyó nada.
Kelly salió a gatas y se levantó. Corrió todo lo deprisa que le permitió la oscuridad hasta el extremo de la gruta y después volvió a ponerse a cuatro patas. Tenía las palmas extendidas sobre el suelo de la cueva.
—¿Qué estás…?
—Shhh…
—Vamos, ¿qué…?
—Baja y palpa por aquí —dijo ella al acercar la mano al agua. Después, de pronto, arrimó la oreja derecha a la piedra mojada del suelo y finalmente Robby hizo lo mismo—. ¿No lo oyes? —preguntó, aunque Robby no sabía qué estaba escuchando ella.
Kelly, sonriendo, se sentó.
—¿Por qué estás sonriendo?
—Creo que tenemos compañía en la laguna, puede que sean nuestros rescatadores.
Él miró a Kelly y después, de nuevo, al suelo de la cueva. Lo que fuera que ella había sentido u oído, a él se le escapaba. Había un sonido constante, pero desconocía qué era.
—Sonar activo. ¡Alguien está sondeando la laguna!
Ahora Robby lo entendía todo. La sensación que recorría sus dedos y el latido constante de sonido que había notado era el sonido del sonar que se trasmitía desde el exterior de la laguna acústicamente hasta la gruta mediante el mejor material conductor que existía: el agua.
—¿Qué pasa? —preguntó Kelly al verle la cara.
—Ese animal no parecía muy contento cuando se ha ido de aquí. También sentía las pulsaciones del sonar.
—¡Joder!
—Sí. Espero que quien sea que está ahí fuera esté prestando atención porque nuestro amo está a punto de hacerles una visita.
—Bueno, está lista —dijo Jenks por el intercomunicador cuando tiró de la palanca que abría la pequeña escotilla de dos puertas en el fondo, cerca del pantoque. Con un torno introdujo al Fisgón 3 en la turbia laguna y, a continuación, volvió a la sala de estar principal donde todos estaban reunidos para ver las primeras imágenes del interior de la mina. En la sala de Radar y Comunicaciones, Jackson se inclinó hacia delante en su asiento para ver mejor y accidentalmente pulsó el interruptor de «Alarma de contacto del sonar», un sistema de advertencia audible que permitía que se avisara al operador del acercamiento de algo moviéndose hacia el Profesor. Cuando el interruptor se accionaba accidentalmente, convertía la tarea programada del sonar en un barrido común a simple vista.
A seis metros por debajo de la quilla del Profesor, la criatura nadaba de espaldas mientras miraba hacia arriba, hacia el fondo del barco. Cada ciertos minutos alzaba una mano y la pasaba por el casco para después, rápidamente, alejarse. Cuando el Fisgón 3 se hundió en el agua, la bestia nadó rápidamente hacia la escotilla abierta, pero se detuvo cuando las puertas se cerraron en silencio. La mano tocó la suave estructura con forma de torpedo del Fisgón. Cuando la sonda no hizo más que quedarse en flotación cero, el anfibio le dio una palmadita y volvió a golpearla cuando el artefacto hundió su morro y se niveló de nuevo. La bestia se aburrió y se puso a nadar a lo largo del fondo, alzándose de vez en cuando para mirar por las ventanas del Profesor. Finalmente llegó hasta una al otro lado de la cual varias personas se encontraban sentadas. Examinó los rostros de cerca y fue alterándose cada vez más por lo que veía. Un segundo animal más pequeño se acercó y el mayor, el más agresivo, lo espantó. Incluso varios de los plesiosauros se acercaron movidos por la curiosidad y fueron ahuyentados abruptamente. Salieron disparados hacia las profundidades de la laguna.
Se oyó un murmullo de nerviosismo cuando Jenks se dirigió al panel de control adicional que había instalado en la sala. Virginia ya estaba allí y él le sonrió al sentarse a su lado. Jack estaba apoyado contra el mamparo y Sarah sentada frente a él, junto a la gran ventana subacuática. Carl y Danielle se habían acomodado a su lado. Cuando Jack asintió, Jenks se giró hacia los mandos y pulsó un interruptor. Los cuatro monitores dispuestos alrededor de la sala cobraron vida junto con la pantalla colocada delante de Jenks. La cámara del morro de la sonda se conectó al mismo tiempo que lo hicieron las luces y vieron las brillantes aguas verdes de la laguna iluminarse en un diámetro de casi cuatro metros alrededor del Fisgón 3, a la vez que la pequeña embarcación se movía de un lado a otro bajo la superficie.
—Allá vamos —dijo el suboficial al llevar al Fisgón hacia las profundidades. Virginia le dio una palmadita en la pierna y colocó las manos sobre su regazo.
El Fisgón trazó un semicírculo bajo el barco y salió por el lado opuesto antes de dirigirse hacia las cataratas. Según se acercaba, el agua iba picándose más, pero el suboficial mantuvo el curso y la profundidad, ajustando solo la velocidad con el acelerador para compensar una corriente que estaba empezando a empujar la sonda hacia el centro de la laguna. Entonces el Fisgón comenzó a moverse hacia delante, de nuevo, y su propulsor se afianzó en la corriente. Para conservar la energía, Jenks dejó encendidas únicamente la luz delantera y la cámara, que ahora solo captaba agua blanca a medida que se aproximaba a la catarata de sesenta metros, cuya agua caía contra la superficie de la laguna. Bajó el morro del Fisgón cuando el agua se volvió más agitada y envió más hondo al dispositivo para que pudiera avanzar con mayor facilidad bajo la catarata. Ellenshaw estaba tan nervioso que comenzó a frotarse las manos hasta que Heidi se las sujetó y paró.
A pesar de su profundidad, el Fisgón 3 se vio en un aprieto al llegar a la cascada. Su morro volvió a hundirse cuando el agua que caía libre sobre el dispositivo creó una turbulencia a diez metros de profundidad. El Fisgón se giró a la derecha, su morro subió e inmediatamente perdió flotación cuando todo el peso de la cascada golpeó contra su cuerpo de plástico endurecido. Casi parecía como si unas fuerzas sobrenaturales estuvieran manipulando la sonda. En realidad, una cascada natural la estaba zarandeando. Jenks no se encontraba demasiado preocupado, ya que se hallaba concentrado en el panel que había frente a él, donde tenía lecturas de velocidad, profundidad y uso de energía. Se mantuvo firme y entonces redujo la velocidad al ver que el vórtice de presión del agua comenzaba a disminuir. La mayoría de la gente congregada en la sala respiró aliviada cuando el Fisgón logró rebasar la cascada para adentrarse en aguas más calmadas.
—Suboficial, ¿podemos obtener una lectura de calón de la profundidad del agua donde está ahora mismo? —preguntó Sarah.
Jenks tocó un interruptor. La pantalla de su panel por control remoto pasó de «Sonar pasivo» a «Sonar activo».
—Solo puedo utilizarlo unas cuantas veces, así que haremos un escaneo rápido de sus alrededores. Miren los monitores y en ellos aparecerá la lectura.
Desde dentro de los confines del barco, todo el mundo sintió y oyó el poderoso sonido del sonar surcando el agua.
Fuera, por debajo del barco, el animal se llevó sus grandes manos a la cabeza y comenzó a sacudirse violentamente al captar el fuerte ruido. Después, se calmó y movió la cabeza de lado a lado una vez el sonido se redujo a nada.
—Allá vamos. Parece que tenemos veinticinco a estribor, treinta y siete a babor y… bueno, es un canal profundo, así que el número sigue subiendo —dijo Jenks.
Las cifras de la lectura del sonar se parecían a las que habían recibido del Profesor cuando había sondeado la laguna. El agua parecía no tener fondo, a excepción de dos grandes salientes a ambos lados del Fisgón. Aparte de esa pequeña anomalía, las paredes de pura roca parecían extenderse hacia abajo infinitamente.
—Estoy convencida de que es una caldera; lo que estamos mirando es un pozo de lava que recorre cientos de miles de metros bajo la superficie —dijo Sarah—. No hay otra explicación.
—Puede ser que acabemos de encontrar la puerta principal y el largo pasillo al infierno —bromeó Jenks.
La desafortunada broma fue recibida con un silencio sepulcral. Ya fuera una caldera o el inframundo, la pregunta seguía siendo si alguno de los estudiantes continuaba vivo.
Farbeaux y Méndez se encontraron con sus hombres en el otro extremo de los rápidos. La laguna se extendía más allá del quiebro y el francés acababa de ver el barco norteamericano en el centro de la laguna, bien iluminado y tentador dentro de esa maravilla oculta.
—Ahora lo dejaré claro: vamos a utilizar la orilla para cubrirnos y eludir a los norteamericanos. Pasaremos desapercibidos entre los ruidos de la orilla si están utilizando el sonar como medida de seguridad.
Los hombres asintieron, e incluso Rosolo admiró el enfoque del francés. ¡Qué pena que no fuera a seguirlo! Tenía un desvío que hacer.
Méndez, rotundo y ridículo en su brillante traje de neopreno, fue dirigiéndose a cada hombre hablándoles en español. Farbeaux entendió una o dos frases. El colombiano estaba prometiendo que tendrían más dinero del que jamás habían soñado si su misión tenía éxito. Farbeaux sospechaba que las minas estaban, efectivamente, llenas de oro, pero ¿cuánto podrían sacar antes de que el gobierno brasileño actuara para quitarles lo que habían encontrado? Ese idiota de Méndez creía que podía comprar a cualquiera, a cualquier gobierno, pero ¿por qué iba un gobierno a aceptar su lamentable pago cuando podían tener la totalidad del mayor hallazgo de oro de la historia? El codicioso colombiano no podía seguir con vida una vez llegaran a El Dorado. Lo que menos necesitaba el francés era que las autoridades brasileñas tuvieran un completo conocimiento de los otros tesoros que estaban ocultos en filones bajo el suelo y hasta los que les conduciría el oro. No, no podía permitirlo.
Se colocó la máscara en la cabeza y se aseguró de que su reciclador funcionaba correctamente. Alzó la mano, la bajó lentamente hacia el agua y se lanzó. Lo siguieron Méndez y sus hombres. El último en entrar en el agua fue el capitán Rosolo, que nadaría con ellos hasta el barco.
—Lo de la derecha parece un saliente bastante ancho, de unos diez metros, creo —dijo Jenks cuando el Fisgón entró en la cueva situada detrás de la cascada. La luz captó las quietas aguas y el suboficial gritó que, en efecto, dentro había una corriente de unos tres nudos.
—Eso significa que las aguas de aquí deben de evacuar en alguna parte —supuso Sarah.
El Fisgón subió cuando Jenks tiró hacia arriba de la palanca, y la cámara pasó de mostrar un sólido marco verde de agua a una variante más oscura de la misma cuando apuntó a la superficie del canal.
—¡Girando hacia la derecha! —gritó Jenks al desviar al Fisgón en esa dirección justo cuando la sonda subió hasta cuatro metros.
Carl señaló la pantalla.
—¡Mirad eso! El saliente del que estaba hablando ha sido labrado…
—¿Eso de ahí son escalones? —interrumpió Virginia.
En el monitor, la cámara captó primero uno y después dos escalones que se alejaban en la distancia a ambos lados del Fisgón. Esos dos primeros escalones conducían a un tercero, a un cuarto y así sucesivamente.
Jack se acercó más al monitor.
—Suboficial, ¿puede conseguirme una imagen de las zonas más altas de la caverna?
—Sí, ¿ha visto algo?
Jack se limitó a mirarlo, no le respondió.
Jenks ajustó la cámara derecha y echó un kilo y medio de lastre a la pequeña sonda, ladeándola a la izquierda y elevando el ángulo de la cámara. Cuando las luces desaparecieron en la oscuridad, la cámara captó otra imagen que hizo que todo el mundo se quedara con la boca abierta. Una vez más, el silencio llenó la cabina. En la pantalla se apreciaban pilares en distintos niveles y, tras ellos, unos muros con un trabajo de talla muy elaborado.
—Fíjense en esos muros y cómo se meten hacia dentro según se acercan a lo alto de la cascada —señaló Virginia con asombro.
—Una pirámide —dijo Keating mientras observaba la imagen en movimiento de la cámara—. Es una jodida pirámide escalonada.
—Es como si estuviéramos viéndola desde dentro afuera —añadió Heidi acercándose.
Cada nivel del interior se iba haciendo más pequeño cuanto más se aproximaban a la cúspide. Cada pilar que alineaba su respectivo nivel servía como un fuerte soporte para cada planta según iban alzándose hacia la fuente de la cascada. Unas gigantescas aberturas se veían más allá de los pilares, indicando que había portales en el interior de la propia mina.
—Esto es una proeza de ingeniería —dijo Keating.
—Los incas debieron de convertir el interior de una cueva natural, o de un conducto de lava, en un interior arquitectónico más reconocible. Después de todo, no podían sacar nada de aquí sin rezar y sin que su dios Supay autorizara la retirada de su tesoro —dijo Sarah antes de mirar a todo el mundo—. Pero son solo suposiciones, por supuesto. —Un silencio siguió a sus palabras.
—Creo que es la mejor teoría que tenemos hasta el momento —dijo finalmente Virginia.
La cámara siguió proporcionando imágenes de la vasta extensión de la mina. Debido a la profundidad a la que se encontraba el Fisgón y a que solo la lente derecha se asomaba a la superficie, su visión estaba limitada. Pero para Jack esa información, junto con lo que Sarah había recopilado anteriormente con la campana de inmersión, indicaba que los pozos de la mina no solo se elevaban con la pirámide, sino que además se adentraban en la tierra, mucho más allá del nivel de la laguna.
—Emergiendo —dijo finalmente Jenks, ansioso por ver la pirámide con mejor luz. Todo el mundo se inclinó hacia delante en sus asientos mientras el Fisgón salía a la superficie—. Encendiendo todas las luces y cámaras —añadió, y rápidamente pulsó los interruptores de las otras tres cámaras y los tres juegos de luces.
En el monitor, la imagen de la pantalla se separó en cuatro ángulos de cámara distintos. Uno mostraba la larga escalera que salía del agua y se prolongaba durante otros quince o veinte escalones por encima de la superficie del canal de entrada. Los escalones terminaban en lo que parecía una gigantesca roca plana de unos sesenta metros de largo.
—¿Una plataforma? —se preguntó Heidi en voz alta.
—Casi, Heidi —respondió Jack sin descruzar los brazos—. ¿Quieres decírselo tú, marinero? —Se giró hacia Carl.
El capitán de corbeta, sentado junto a Danielle, se levantó de su asiento y señaló a la imagen de uno de los monitores instalados en la pared.
—¿Ven que esto se eleva del agua en forma de un robusto cuadrado de piedra con escalones que terminan en el centro y que comienzan de nuevo a ambos lados de esta plataforma? Ahora, fíjense en el borde de esta gigantesca piedra… ¿lo ven? —Señaló diez salientes distintos que bordeaban la plataforma. Parecían un conjunto de toros cornilargos con cada cuerno saliendo hacia la derecha e izquierda y midiendo aproximadamente un metro—. Son abrazaderas y lo que estamos viendo aquí es un muelle.
Todos asintieron. Era un muelle de sesenta metros con proyecciones de dos puntas empleadas para amarrar barcos. Las escaleras se alzaban desde cada lateral del muelle para que los nadadores accedieran al canal y bajaran de él.
—¿Cree que podemos amarrar ahí, suboficial? —preguntó Jack.
—Resultará complicadísimo atravesar esa cascada, no son como las más pequeñas que hemos atravesado antes. Me parece que no, comandante. Creo que acabaría hecho pedazos.
—Sospecho que puede haber un mecanismo ahí dentro que altere la dirección y la fuerza de la cascada para alejar la furia del agua de los barcos que entran y salen —apuntó Heidi—. Así fue como los antiguos reunieron su tesoro.
Jack se limitó a asentir. En la pantalla vio al Fisgón retrocediendo por el muelle para que las cuatro luces apuntaran a zonas más altas. Varios objetos oscurecidos se hicieron visibles en lo alto de la plataforma, silueta que los viajeros habían llegado a conocer muy bien. Dos altísimas estatuas de Supay, el dios inca del inframundo, se elevaban majestuosamente a cada lado del inmenso muelle. Las esculturas miraban al Fisgón desde arriba con ojos beligerantes de párpados caídos, que podían estar hechos de oro macizo, o eso les pareció cuando la luz de la sonda jugó sobre ellas. El trabajo de artesanía era mucho más meticuloso que el realizado en las dos tallas que habían dejado atrás, en la entrada del afluente. La roca estaba tachonada con piedras preciosas de todas las formas y tamaños; rubíes y esmeraldas bordeaban los brazos y las muñecas de los gigantes. El tridente y el hacha también estaban fabricados con oro, y parecían incluso más letales que los de fuera. Entonces la luz captó algo en el vientre de una deidad. La estatua de la derecha había sido objeto de un acto vandálico. El profesor Keating expresó su ira a gritos, haciendo que todos los que estaban allí se sobresaltaran.
—¿Qué clase de tomadura de pelo es esta? —gritó al acercarse al monitor y levantarse las gafas.
Mientras los otros miraban la imagen atentamente, más de uno se quedó boquiabierto. Las maldiciones se oyeron por toda la sala, aunque si Jack no hubiera estado tan asombrado, se habría reído. En el vientre de la gigantesca deidad había un grafiti que había viajado desde los muelles de los astilleros de Brooklyn, en Nueva York, hasta África, pasando por toda Europa y Japón durante la segunda guerra mundial, pues fue utilizado como marcador universal en todos los lugares por donde habían pasado las tropas estadounidenses.
«Kilroy estuvo aquí».
—Bueno, ¿cuánto tardarán en descifrar este mensaje? —preguntó Jenks riéndose, aunque por dentro estaba tan impactado como todos los demás.
—Después de los días invertidos y del peligro que hemos corrido para encontrar la ruta de Padilla, ¿nos topamos con esto? —exclamó Heidi furiosa.
—Alguien de nuestro gobierno ha sabido durante todo este tiempo que esto estaba aquí —dijo Virginia levantándose—. ¿Qué buscaban? ¿Oro?
Jack alargó la mano y seleccionó el interruptor del intercomunicador.
—¿Stiles?
—¿Sí, señor?
—¿Qué tal funciona el transmisor?
—Lleva conectado cinco minutos, comandante. Acabo de terminar —respondió Stiles desde el palo mayor.
—Bien. Ponme en contacto con el Grupo, lo antes posible —dijo al ver la inestable imagen procedente del Fisgón 3.
—Ahora mismo —fue la rápida respuesta.
—No puede tratarse del oro —fue todo lo que Jack dijo al girarse hacia la sala de la emisora.
Rosolo se había separado de la larga fila de hombres una vez rebasaron el barco norteamericano. Se había desviado fácilmente sin que lo vieran y había nadado hacia el gran casco, que brillaba con la luz que emanaba del interior. Tendría que andarse con cuidado para evitar las ventanas subacuáticas. Llegó a popa y lentamente alcanzó la zona central del buque para analizar el diseño. Colocó la mano contra el casco y pudo sentir la actividad dentro incluso con los guantes puestos. No necesitó una linterna, ya que el agua estaba tan iluminada que parecía como si él estuviera dentro de una gigantesca esmeralda. Hurgó en su bolsa y sacó una bomba lapa de casi kilo y medio. La colocó contra el casco y presionó para fijar las ventosas de succión situadas en la parte trasera del explosivo. Después retrocedió hasta la popa, donde había supuesto que estarían los motores del barco, y colocó otra bomba ahí. Fue al fijar el temporizador en tres minutos cuando sintió movimiento a su alrededor. Era como si algo hubiera pasado nadando a gran velocidad, aunque al voltearse no vio nada.
Jackson se había girado de la ventana cuando el comandante había solicitado un informe de situación sobre las reparaciones de la radio. Ya no estaba mirando afuera, así que no pudo ver ni a Rosolo ni a la criatura acercarse. Ni siquiera se fijó en que había cambiado involuntariamente el programa de la alarma del sonar, la tan especializada pieza de equipo naval que habían activado previamente para advertir de la proximidad de una amenaza subacuática.
—Aquí el Profesor llamando a Compton, director del Grupo —dijo Stiles por el gran teléfono de mano antes de soltar el instrumento y conectar el sistema de comunicación con el altavoz para permitir que los ocupantes del barco mantuvieran una conferencia.
—Jack, ¿dónde demonios habéis estado? —preguntó Niles.
—Bueno, hemos tenido algún que otro problema con la fauna del lugar; se han cargado nuestra emisora.
—El Boris y Natasha captó vuestra imagen durante casi todo el día y después tuvimos un fallo del circuito y la perdimos. Pero antes de perderla, vimos a quien nos parecía Stiles en el palo mayor trabajando con vuestro disco. ¿Ha habido suerte con esos chicos, Jack?
—Negativo, pero hemos descubierto algo que necesitamos que compruebes.
—¿Qué es?
Con esas dos palabras Jack oyó cómo la esperanza se había esfumado de la voz de Niles. No haber encontrado supervivientes no era lo que el director había querido oír.
—Espera a recibir una fotografía por fax. Creo que te parecerá interesante.
Stiles colocó una imagen de veinte por veinticinco del grafiti hecho en el vientre de la estatua de veinticuatro metros de Supay y pulsó el botón de enviar.
Instantes después, Niles respondió furioso.
—De acuerdo, quiero que Carl y tú desembarquéis del Profesor y que continuéis solos con la búsqueda. Que todos los demás salgan de ahí, Jack. Alguien nos ha tendido una trampa. O el presidente está mintiéndome descaradamente o alguien está mintiéndole a él, pero no pienso correr riesgos. Alguien sabía lo que había allí y no nos avisó… ni avisó a Helen. ¡Saca de ahí a tu gente ahora!
—No he tenido oportunidad de hablarte de los dos cuerpos que hemos descubierto al entrar —dijo.
—¿Qué cuerpos?
Jack se tomó los siguientes minutos y le habló de Kennedy y de la llave de activación de la bomba. Huelga decir que Niles estaba a punto de explotar sin necesidad de que se insertara ninguna llave nuclear.
La criatura observaba la actividad del barco a través del ojo de buey. Sarah entró en la sala después de que Jack hubiera salido para ponerse en contacto con Niles. El animal se quedó quieto al reconocer su rostro de la campana de inmersión. Sarah se dio la vuelta y se marchó, desapareciendo por la escotilla. La criatura se puso nerviosa una vez más y sacudió su impresionante cabeza. Después, se sumergió y pasó por debajo del barco hasta llegar al otro lado. Pero el animal no estaba, en absoluto, cautivado por Sarah; todo lo contrario, estaba interesado en ella porque no podía entender cómo había pasado de encontrase en la campana de inmersión a encontrarse en el Profesor.
Un repentino movimiento captó la atención de la bestia en la zona de popa del casco. Una forma negra era apenas visible allí. La bestia advirtió que estaba viva… y que era un intruso. Sacudió las patas y las impresionantes aletas de sus pies formaron un vórtice invisible a través del agua cuando salió disparada por la laguna a una velocidad fantástica.
El hombre sintió movimiento cuando pasó por delante de él, pero la criatura ya lo había rodeado y estaba girándose. El animal se quedó quieto un momento. Observó al intruso alzarse medio metro en el agua hasta que pudo mirar dentro de una de las ventanas sumergidas. Fue ahí cuando el anfibio se lanzó por el agua directamente hacia Rosolo que, dotado de un instinto de ladrón como para saber cuándo algo no iba bien, se volvió justo antes de que la bestia atacara y, con los ojos como platos, desesperadamente intentó alejarse nadando.
—El seal Kennedy tenía consigo una llave de activación nuclear y, según la autopsia, estaba contaminado por radioactividad. Así que quienquiera que fuera el que los mandó aquí con un arma táctica, lo más probable es que les diera órdenes de volar la mina. Necesito que descubras por qué arriesgaron las vidas de esos chicos de esa forma.
—Llevo horas investigando a Kennedy y hasta el momento ni Pete ni yo hemos encontrado nada.
—Tiene que ver con lo que sea que hay en la mina. No puedo creerme que corrieran el riesgo de provocar un incidente nuclear solo para proteger el oro. Descubre de quién es este juego en el que nos hemos visto implicados y detenlo. Puede que nos encontremos en un gran apuro.
—Haré lo que pueda, pero, por ahora, saca a tu gente de ahí, Jack, ¿entendido? Sácalos. Pero a Carl y a ti debo pediros que os quedéis para rescatar al equipo de Helen, si es que es factible.
Sarah, que había escuchado esa parte de la conversación, le dio una palmadita a Jack en la espalda y salió de allí para volver a entrar en la sala de estar.
De pronto, Jackson se fijó en que el sonar estaba mal programado.
—¡Comandante, tenemos contacto, rumbo 2,9,7 a treinta y dos nudos y acercándose deprisa! —dijo al conectar de nuevo la alarma sonora.
—Niles, puede que aquí tengamos un problema. Intentaré volver a contactar contigo. Parece que nuestro amigo animal va a hacernos otra visita.
—¿Animal? ¿Quieres decir que esas jodidas historias son reales? Es el colmo, Jack, ¡salid de…!
La comunicación con Niles se cortó cuando el Profesor sufrió una sacudida provocada por una explosión en el centro del barco. La detonación hizo que todo el mundo cayera al suelo. El Profesor inmediatamente comenzó a escorar a babor, recibiendo dos toneladas de agua por minuto cuando su casco de composite se partió y se combó justo en la sección donde todos estaban reunidos, la sala de estar.
La criatura agarró a Rosolo por el cuello y lo golpeó contra el hidropropulsor del motor número dos, dejándolo sin sentido momentáneamente. Él intentó superar el pánico cuando notó los dedos palmeados de la bestia cerrarse de nuevo alrededor de su cabeza, y justo cuando su atacante volvió a golpearle la cabeza contra el puntal, el mundo subacuático se vio sacudido por una violencia que el animal no había conocido hasta ese momento. Soltó al colombiano y se alejó, agarrándose la cabeza como para protegerse de la onda de presión que parecía aporreársela. Rosolo, extremadamente afortunado, salió disparado como una ramita en las enturbiadas corrientes que se apoderaban de las aguas que rodeaban al Profesor. Las bombas que había colocado le salvaron la vida. Sacudió la cabeza y fue hacia la orilla y la mina que se encontraba detrás.
Mendenhall y el cabo Shaw estaban trabajando en el motor dañado cuando la explosión los hizo elevarse del suelo. Una gran pieza del casco de composite explotó en la sala de máquinas y alcanzó a Shaw en el pecho. Como una sierra circular, le atravesó el cuerpo hasta la columna vertebral. Mendenhall sacó la cabeza del agua, que rápidamente estaba llenando las sentinas, y se alzó sobre el suelo enrejado. Miró a su alrededor en busca de Shaw y comprobó que estaba muerto. Al sargento lo había protegido de los restos que habían salido volando el motor dañado en el que estaban trabajando. Sin embargo, aunque sacudió la cabeza como para aclararse las ideas, sabía que se había quedado parcialmente sordo, ya que no había oído nada después de la fuerte explosión. Buscó el origen de la explosión y vio un agujero de casi dos metros de diámetro en el lado de popa, mitad por encima y mitad por debajo de la línea de flotación.
—¡Ayudadme antes de que nos hundamos! —gritó.
En ese momento Sánchez entró por la escotilla y la cerró. Miró a su alrededor y vio el cuerpo de Shaw flotando y a Mendenhall luchando con la campana de inmersión, que se había soltado de su soporte.
—¡Ayudadme! —repitió Mendenhall.
Sánchez se movió rápidamente por el agua, cada vez más alta, y auxilió al sargento al darse cuenta en un instante de lo que estaba intentando hacer.
La campana estaba sacudiéndose hacia atrás y hacia delante frente al casco dañado. Sánchez y Mendenhall necesitaban literalmente insertar la campana en el agujero más pequeño en el lateral del barco para detener el anegamiento. Sánchez supo inmediatamente que el sargento no podría tener suficiente juego con la longitud del cable umbilical como para alcanzar la zona dañada, y cruzó el agua hasta el control principal.
Mendenhall duplicó sus esfuerzos para hacer que la campana de una tonelada siguiera balanceándose mientras Sánchez intentaba acompasar su movimiento. Se acercaba al agujero y se balanceaba hacia atrás quedando siempre a unos treinta centímetros de encajarse en él. Cuando pensó que lo tenía controlado, Sánchez pulsó el botón de descenso que accionaba el torno elevador, pero no pasó nada. Después se dio cuenta de que el torno estaba moviéndose, pero muy lentamente. La campana volvió a balancearse hacia atrás y en esa ocasión, cuando se echó hacia delante con el empuje de Mendenhall, pulsó el interruptor de liberación de emergencia del torno. Se soltó de los cables umbilicales y cayó contra el casco. Por el agujero volvió a salir un estallido de agua una última vez cuando la campana se ajustó y bloqueó con éxito gran parte de la zona dañada.
—¡Ha funcionado! —gritó Mendenhall y después vio a Sánchez comenzar a meter todo lo que podía encontrar en los huecos donde la campana no había llegado a bloquear el agua que entraba a chorros.
Seguían hundiéndose, pero ahora tendrían tal vez veinte minutos más de vida si lograban ponerse en marcha.
En mitad del navío se había desatado un auténtico infierno. Jenks luchaba por mantener la cabeza por encima del agua, pero tenía el pie atrapado bajo uno de los sofás; pensó que se habría roto la pierna tras el fuerte golpe recibido al caerle encima un monitor. Gritó y maldijo cuando el profesor Keating pasó flotando por su lado, cabeza abajo, según subía el agua. Sabía que su querido barco había recibido un golpe letal y que lo más probable era que se hundiera con él. Siguió luchando, pero tenía el pie atrapado. Cada vez que movía la pierna, gritaba de dolor y frustración.
A casi un metro, Virginia salió a la superficie. Brotaba sangre de su nariz rota, y en un principio pensó que le faltaba un brazo. Sintió alivio al levantarlo y ver que seguía unido a su cuerpo, aunque tenía un buen corte. Notó una mano en el otro brazo y vio a Danielle salir, tosiendo y escupiendo agua. Vio cuerpos de los miembros de la tripulación lanzados como juguetitos para la bañera por la fuerza de la marea que se colaba por el casco dañado. Tres de los técnicos de laboratorio estaban muertos, sin duda; se encontraban justo donde la explosión había desintegrado el material de composite. Después, sintió pánico al ver a Jenks y cómo el agua empezaba a cubrirle la cabeza.
—¡Suboficial! —gritó y empujó a Danielle hacia delante—. ¡Ayúdame con él!
Las dos se sumergieron y agradecieron que las luces siguieran encendidas. Virginia se hundió más y Danielle se situó más arriba cuando ambas tiraron de la pierna rota de Jenks. Él gritaba, pero el pie se liberó de debajo del sofá y los tres salieron a la superficie.
Cuando el suboficial resurgió escupiendo agua sucia, inmediatamente pudo evaluar la gravedad de la situación. El agua entraba demasiado rápido, lo cual le decía que pasara lo que pasara había ocurrido principalmente bajo la línea de flotación. Vio a Ellenshaw intentando abrir el cerrojo del siguiente compartimento.
—¡No, profesor, no! —gritó Jenks por encima del ruido del agua entrante—. ¡Deténganlo! No podemos inundar las zonas de popa. ¡Puede que ya esté colándose el agua!
Danielle avanzó rápidamente para agarrar al hombre, que se giró impactado y por un momento no pudo más que señalar en silencio hacia el ojo de buey de la escotilla.
—Esa sección está llenándose, ¡Sarah está ahí! —gritó finalmente.
Danielle apartó al profesor y miró por la ventanilla. Sarah estaba tendida contra una de las portillas más dañadas, que estaba rajada y dejando pasar el agua. Parecía inconsciente; el agua, aunque no llenaba esa sección con la misma rapidez que la sala de estar, subía lentamente hasta llegarle al cuello.
—Suboficial, tenemos que entrar ahí —dijo Danielle.
Jenks, muy dolorido y ayudado por Virginia, fue caminando despacio por el agua que le llegaba al pecho para verlo por sí mismo y asomarse a la portilla.
—De acuerdo, la escotilla del otro lado de esa sección está sellada; inundaremos solo esa zona. ¡Vamos, a por ella!
La francesa tiró del pomo y la escotilla salió hacia fuera con fuerza. La habitación se inundó inmediatamente y Sarah se hundió. Danielle nadó hasta ella y alargó el brazo hacia la joven alférez. Su mano entró en contacto con su pelo y tiró; sacó a Sarah de la sección de popa y la arrastró hasta la zona de la sala de estar.
Jenks les gritó a Virginia y Ellenshaw que lo trasladaran hasta la cabina de mando.
—¿Y qué pasa con los demás? —preguntó Virginia.
—Están muertos, doctora, ¿es que no lo ve? Ahora, muévanse o nos hundiremos.
Cuando Virginia siguió su mirada, pudo ver que el Profesor estaba inclinándose al menos cuarenta grados a babor. Esa imagen fue suficiente para que empezara a tirar de Jenks hacia la escotilla sellada que conducía a la sala de Comunicaciones.
Cuando Danielle llegó a la sala de estar, llevando bajo los brazos a la joven, vio que el pecho de Sarah se alzaba y hundía cada vez más deprisa según iba despertándose. En ese momento, la sección del casco se rajó por la zona previamente dañada por la explosión y Danielle se vio apedreada por piezas afiladas cuando la criatura rasgó el casco y se acercó por el agua que le llegaba hasta el cuello. Ella gritó. Virginia, Ellenshaw, y Jenks se giraron justo cuando la bestia alcanzó a Danielle y a Sarah. Danielle le dio una patada, pero al hacerlo, soltó a Sarah y pudo ver, con impotencia, que la bestia la agarraba de un brazo y la alzaba por encima del agua. El animal bramó mientras intentaba atrapar a Danielle; fue un sonido gutural, pero lo suficientemente fuerte como para que todos se quedaran impactados cuando la luz de arriba captó sus rasgos verdosos y dorados. Incapaz de alcanzar a la francesa, hundió a Sarah bajo la superficie y la sacó por la brecha del casco.
Jenks se sintió absolutamente impotente al ver que Sarah era arrastrada por la bestia y Virginia gritaba con furia al empujar, sin lograr nada, al suboficial con el brazo que no tenía dañado. Danielle solo pudo quedarse mirando al punto donde la bestia había estado un instante antes.
Jack salió como pudo de la sala de Comunicaciones después de atender apresuradamente las heridas de Stiles. Jackson había muerto cuando una caja de alimentación se había soltado de su montura y lo había golpeado en la cabeza, pero Stiles seguía gimiendo de dolor por una sacudida eléctrica que le recorrió el cuerpo cuando la radio estalló. Varias piezas de cristal y acero le habían alcanzado la cara.
A continuación, fue hasta la escalera de cámara y vio a Carl, o por lo menos, sus piernas. El capitán de corbeta estaba atrapado bajo la mesa de navegación, que se había volcado, e intentaba salir de allí. Jack le dijo que se quedara quieto.
—Deprisa, Jack, ¡esta cosa va a cortarme las piernas!
Jack agarró la gran mesa y la levantó todo lo que pudo, pero una esquina se había salido de la montura y se había hundido en la cubierta, donde el agua estaba rezumando alrededor del marco de acero. En ese momento, otro fuerte sonido se oyó cuando de pronto el Profesor escoró diez grados más, haciendo que el peso de la mesa cambiara lo suficiente para que Carl pudiera liberar sus piernas.
—¡Suéltala! —gritó cuando retrocedió hacia el mamparo.
Jack soltó la pesada mesa y dio un salto atrás rápidamente hacia suelo seco justo cuando el bloque electrónico tocó el charco de agua. Después comenzó a correr hacia Carl al oír un golpeteo proveniente de la escotilla cerrada que tenía detrás.
—La sala de estar, Jack. ¡Hay gente atrapada allí! —dijo Carl cuando intentaba ponerse de pie solo. Jack avanzó hasta la puerta a medida que el agua que entraba por debajo de la mesa iba extendiéndose rápidamente.
La mano de una mujer estaba golpeando el cristal de la portilla de la puerta de aluminio. Jack vio que era Virginia; al otro lado de la puerta, el agua estaba salpicándole la barbilla. Agarrado a su brazo estaba el suboficial, que apenas lograba mantener la cabeza por encima del agua.
—¡Carl, entra en la cabina y prepárate para cerrar esa puerta! —gritó el comandante—. Tengo una idea. Llama a la sección de Ingeniería y pregunta si los motores siguen por encima del nivel del agua.
Carl fue cojeando hacia la cabina lo más rápido que pudo y probó con el intercomunicador del mamparo, pero se produjo un cortocircuito en cuanto pulsó el botón de plástico. Por los altavoces del techo apenas pudo distinguir una voz que gritaba y pensó que podría ser Will Mendenhall, aunque no estaba seguro. Entonces, el intercomunicador se apagó. Ahora lo único que sabía era que ahí había alguien vivo que aún no se había ahogado. Rápidamente se asomó por fuera de la cabina y comprobó que la proa del Profesor estaba empezando a levantarse del agua.
—Jack, estamos hundiéndonos. ¡No sé si es la popa o si el centro está tan inundado que está doblándose por los empaques!
A Jack le pareció oír a Carl gritar, pero lo ignoró mientras intentaba abrir la escotilla de la zona de estar. Vio que apartaban a Virginia y después se encontró con el rostro furioso del suboficial. Estaba sacudiendo la cabeza y señalando detrás de Jack, que apenas podía distinguir la voz de Jenks mientras gritaba «¡Váralo!». El viejo marino rápidamente señaló el agujero que había generado la explosión e hizo el gesto de nadar. Por fin, Jack lo entendió: los supervivientes de la sala deberían escapar por la zona dañada y nadar. Se estremeció, no le gustó el plan, pero el suboficial tenía razón. No podría cerrar la escotilla por la presión del agua tras ella, y aunque pudiera abrirla, la cabina de mando se inundaría y eso aseguraría el naufragio del Profesor. Rápidamente se dio la vuelta y fue hacia la cabina.
—Francesita, Ellenshaw y usted naden hacia la brecha —le gritó a Danielle el suboficial. Al profesor le estaba costando un gran trabajo mantener la cabeza por encima del agua, pero obedeció—. De acuerdo, mejillitas —le dijo a Virginia guiñándole un ojo—, espero que puedas aguantar la respiración, porque ahora esta sección está bajo la superficie de la laguna y el barco se dobla como una caña de pescar.
—No me iré sin ti, Jenks —dijo Virginia, que tomó una bocanada de agua como recompensa por haber hablado.
—Ves demasiadas películas. No soy un héroe. Sígueme, muñeca —le ordenó al sumergirse bajo el agua justo cuando esta llegó hasta las luces del techo, provocando un cortocircuito y lanzando una cascada de chispas sobre la superficie ondulante.
Virginia se sumergió con él y accidentalmente tomó otra bocanada de asquerosa agua al toparse con el cadáver destrozado del profesor Keating. Lo apartó y nadó, intentando desesperadamente salir de esa pesadilla en la que se hallaban inmersos.
Jack pasó por delante de Carl, que estaba apoyado en el mamparo intentando averiguar qué estaba haciendo él.
—¿Qué pasa con esa gente? —gritó Carl señalando hacia la zona de estar inundada.
—Van a salir por otro lado. El suboficial nos ha dicho que varemos al Profesor antes de que naufrague. —Pulsó el botón de arranque y rezó por que el motor funcionara. Al instante oyó un suave rugido por todo el barco y la embarcación se impulsó hacia delante. Pesaba, ya que al menos tres secciones estaban completamente anegadas. Después intentó girarla utilizando el mando del timón de su reposabrazos. No pasó nada; el Profesor seguía yendo recto hacia el lado derecho de la cascada.
—¡No está girando! —dijo Jack frustrado al accionar el mando de nuevo hacia la izquierda, aunque el Profesor seguía dirigiéndose a la derecha.
—Los propulsores principales deben de estar dañados; no se mueven. Tenemos que poner esto en tierra donde sea, Jack.
El comandante pensó.
—¡La mina! Podemos meterlo en la mina y vararlo allí, ¡es nuestra única oportunidad!
—Mierda —exclamó Carl al sentarse en el asiento del copiloto y abrocharse el arnés apresuradamente—. ¡Vamos, Jack, vamos! —gritó al apoyarse contra el cristal.
Jack aceleró todo lo que pudo y el Profesor, con dificultad, avanzó con la parte central bajo el agua y la popa asomando, y con los hidropropulsores y el timón dañado prácticamente bajo la superficie. Le costaba ver ya que el barco estaba inclinándose hacia arriba por los dos extremos. El Profesor comenzó a coger impulso y Jack sintió que empezaba a girar hacia la derecha mientras el agua que había en él inundaba otras secciones.
—Oh, joder, ¿puedes al menos posicionarlo en el centro de la catarata? —preguntó Everett con toda la calma que pudo.
—¡No tenemos dirección!
Jack tiró de los obturadores, pero ya era demasiado tarde. El Profesor estaba bajo la cascada y el peso y la fuerza del agua hicieron que su proa se hundiera bajo un tumulto de espuma. Entonces sintieron el impacto cuando el barco chocó contra el muro exterior de la entrada a la cueva, desgarrando el lateral derecho del cristal de la cabina y lanzando una tonelada de agua al puente de mando que golpeó a Carl con tanta fuerza que lo dejó aturdido durante un instante. De pronto se produjo un impacto en la cubierta cuando el palo mayor se desprendió de su montura. Jack solo pudo rezar por que no hubiera nadie ni encima ni cerca. La caída de la torre se oyó al golpear contra la cubierta superior de las últimas cinco secciones, creando una impresionante brecha en la superestructura cuando el peso de la torre de aluminio la balanceó de un lado a otro. Entonces el Profesor cruzó la cascada y se adentró en la oscuridad de la mina. Inmediatamente golpeó el muro de roca del interior de la cueva y su lateral derecho se rasgó en unos quince metros.
Jack sintió el motor apagarse y después el panel de control que tenía delante comenzó a echar chispas. Aun así, y como consecuencia únicamente de la inercia, el Profesor avanzó más, golpeando de nuevo el muro de piedra y haciendo que Jack cayera en la consola central. Sintió cómo la quilla rozaba el suelo y su proa se alzó en el aire cuando el barco dio contra el primero de los escalones de piedra del lado derecho del antiguo muelle. Rebotó a un lado y después el peso de sus secciones inundadas la giró de nuevo, haciendo que chocase su parte inferior contra los escalones. En esa ocasión su impulso la lanzó hacia dentro y fuera del agua y, por un momento, Jack pensó que el Profesor, con sus veintiuna toneladas, pasaría sobre el último de los escalones de piedra y se subiría al muelle, pero entonces se deslizó hacia atrás unos quince metros para finalmente alojarse sobre los escalones con solo su sección de popa en el agua.
—Esto le va a dejar una buena marca —dijo Carl al quitarse el arnés.
Jack se quedó sentado un momento para recuperar el aliento y, al hacerlo, sintió una fría corriente proveniente de la ventana rota en el lado derecho.
—El suboficial y la Marina pueden descontármelo de mi sueldo —dijo al desabrocharse el arnés—. Vamos, capitán de corbeta Everett. A ver a cuántas personas he matado con mi forma de conducir.
Farbeaux acababa de entrar en la cascada cuando oyó dos explosiones bajo el agua. Buceó hasta que el agua se hubo calmado y después salió a la superficie. Ahora, Méndez, él y los catorce hombres del colombiano observaban desde arriba cómo el barco de los norteamericanos se había posado sobre los escalones que iban desde el canal hasta un punto justo debajo de la descomunal estatua. Apretó los dientes y supo exactamente lo que había pasado.
—Cuando llegue Rosolo, voy a matarlo —dijo sacando una 9 mm y apuntando a Méndez.
Sus hombres lo vieron y sacaron sus propias armas.
—Por favor, por favor —dijo Méndez apartando las manos de ambos costados de su rotundo cuerpo—. No hay necesidad de esto. Si Rosolo lo ha hecho, es todo suyo, pero si no pensamos con claridad no cumpliremos con lo que hemos venido a hacer —mintió. Se giró hacia sus hombres—. Bajad las armas. Es una orden.
Farbeaux seguía con la pistola levantada.
—No irá a decirme que ha actuado sin ajustarse a las órdenes de su jefe.
—Creo que al final habríamos tenido que acabar matándolos, pero no lo he ordenado en este momento. Además, los norteamericanos están acabados. Ahora estarán demasiado ocupados intentando sobrevivir como para entrometerse.
Farbeaux vio desde su posición privilegiada que el barco estadounidense aún tenía energía. Guardó su pistola y se agachó para coger una pequeña mochila antes de apartar de una patada su traje de neopreno y el reciclador.
—Síganme y no hagan ningún ruido. Nada de linternas hasta que yo lo diga. Tengo que descubrir si tenemos que bajar a la mina o subir.
Cuando Farbeaux se dio la vuelta, Méndez resopló y les indicó a sus hombres que avanzaran. Rosolo tendría que encontrarlos por su cuenta. Pero, claro, conociendo a su hombre, primero terminaría el trabajo que había empezado, posiblemente antes de que se reuniera con ellos otra vez.
Por el momento, El Dorado aguardaba y Méndez no podía esperar a tener su recompensa.