Dos horas habían pasado desde que se dio la orden de bajar la torre de radar y el estay. Collins, Mendenhall y Everett estaban en la cubierta superior del sector cuatro empernando la torre retráctil que ahora estaba tendida sobre dos secciones enteras, mientras el resto de la tripulación se encontraba abajo, preparándose para un complicado viajecito si se encontraban con algo que no fuese un túnel que condujese al misterioso final del río Aguas Negras.
Jack había sido el primero en darse cuenta, pero siguió trabajando. Fue Mendenhall el que se aclaró la voz con intención de hablar.
—Lo veo, sargento —dijo Jack—. Siga trabajando como si no los viese.
—¿Cuánto tiempo llevan ahí? —preguntó Carl al hacer el último nudo a la torre.
—Que yo sepa, unos veinte minutos. No me habría dado cuenta si no hubiera visto el reflejo del sol en sus gafas.
—Con la torre abajo tenemos el radar desconectado, así que no podremos confirmar quiénes son —dijo Carl poniéndose derecho.
—Probablemente ese barco y esa gabarra que descubrimos en el río al llegar esta mañana. ¿No sentís que nuestro amigo Farbeaux está cerca?
—Yo, sí —dijo Mendenhall.
—Venga, que comience el espectáculo —contestó Jack al ir hacia la escotilla.
—Preparaos —dijo Jenks por el interfono al arrancar los dos motores Cumming—. ¿Todo verde en el panel de control, Sapo?
Carl comprobó el estado de las escotillas y ventanas. Todas las escaleras de cámara entre sectores estaban iluminadas en verde, lo que significaba que se encontraban cerradas y seguras.
—Todo verde, suboficial.
—Comandante, baje ese asiento del mamparo y abróchese el cinturón. La cosa se va a poner movidita y no le necesito sobre mi regazo en el momento equivocado —dijo Jenks al encender su puro y situar al Profesor hacia las cataratas—. Todo el mundo, abrochaos los cinturones independientemente de en qué sector estéis. Podéis seguir nuestro progreso por la cámara de proa. Promete ser el programa de televisión más visto del año. —Se rió a carcajadas mientras avanzaba a dos nudos.
En el compartimento de Ciencias, Sarah miró a Virginia e hizo una mueca.
—Ese tío me pone un poco nerviosa —dijo.
—¿Un poco? —preguntó Virginia.
—Allá vamos —dijo el suboficial cuando tiró lentamente de los dos aceleradores y dejó que el impulso de proa lo llevara hacia la cascada. De pronto, el barco se sacudió con violencia de un lado a otro, igual que el Fisgón había hecho dos horas antes. El sonido del agua golpeando el casco resultaba ensordecedor, y en todo momento Jenks tuvo una sonrisa de oreja a oreja según llevaba al Profesor hacia la oscuridad.
Carl encendió las luces exteriores a la vez que el agua cubría las ventanas acrílicas de la proa. Jack se estremeció cuando recibieron la primera sacudida de agua; pensó que el morro de cristal se hundiría, aunque el barco atravesó las cataratas sin problema. El estruendo se extendió por toda la longitud del Profesor a la vez que la tripulación sentía que se iba adentrando, centímetro a centímetro. Pero entonces la vegetación y las lianas lo atraparon y lo hicieron detenerse bruscamente. El suboficial mordió su puro y aceleró. El Profesor se tambaleó contra las plantas y la maleza acuáticas, provocando un sonido similar al de un rasponazo cuando el casco entró en contacto con ellas.
—¡A la mierda la pintura! —gritó Jenks al volver a acelerar.
—¡Techo bajo! —gritó Carl por encima del estrépito producido por el agua al sacudir el casco.
—Mil trescientos kilos más de lastre —ordenó el suboficial con calma.
Carl activó las bombas de lastre y, aunque no pudo oír cómo se ponían en funcionamiento, quedó satisfecho al comprobar en el panel digital que la distancia entre la quilla y el fondo estaba disminuyendo.
—Ha bajado un metro —informó Carl.
Al otro lado de las ventanas, la tripulación podía ver las verdosas aguas chapaleando a unos quince centímetros por encima de los marcos sellados.
Jenks aplicó más potencia cuando el Profesor se esforzaba por salir de la maleza. Sus motores estaban removiendo el agua mientras intentaba impulsarse.
—¡Cincuenta por ciento de potencia!
El Profesor parecía estar atascado, y a la vez que ellos observaban la situación por los monitores, cada miembro de la tripulación esperaba o bien que el barco avanzara hacia delante o que el capitán diera marcha atrás.
—¡Setenta y cinco por ciento de potencia! —gritó Jenks y empujó los aceleradores hacia la marca de tres cuartos, pero las plantas, las raíces y las lianas seguían aferrándose al casco como los tentáculos de un pulpo, negándoles la oportunidad de avanzar.
—¡Los motores están sobrecalentándose! —gritó Carl.
—Que no haya noticias nuevas es una buena noticia. Déjate de chorradas, ¡vamos a ponerlo a toda potencia! —gritó Jenks empujando al máximo los aceleradores dobles.
Con los cinturones abrochados y en sus asientos, Mendenhall y Shaw se encontraban en el compartimento de máquinas y el sudor les caía por la cara. El calor prevalecía pese al aire acondicionado y la sección estaba volviéndose insoportable poco a poco. El ruido de los motores era tan fuerte que los hombres no podían conversar. De pronto, algo estalló y un pequeño incendio se inició cuando una junta falló y el gasóleo salió a la cubierta.
—¡Fuego! —gritó Mendenhall, pero Shaw tenía los oídos tapados y no pudo escucharlo. El sargento se soltó el arnés y corrió hacia el extintor. Descargó su contenido calmando las llamas momentáneamente. Mendenhall arrojó el extintor vacío y cogió otro a la vez que los motores parecían forzarse al máximo yendo a toda potencia.
De pronto, y muy despacio, las lianas comenzaron a separarse con fuertes estallidos y ruidos, como si estuvieran rasgándose. Aun así, el suboficial mantuvo los motores a máxima potencia. Y entonces, al instante, ya habían pasado. Por fuera de las portillas de la cabina vieron las lianas y las plantas pasar ante ellos deslizándose mientras el Profesor entraba en la gigantesca cueva como si lo hubieran lanzado con un tirachinas. Sus luces enfocaron muros de roca según entraba en la cavidad.
—¡Suspensión de motores! —gritó Jenks—. ¡Sapo, los reactores delanteros, para esta puta cosa antes de que nos estampemos contra la pared!
Carl embragó los dos hidropropulsores hidráulicos delanteros y les aplicó velocidad máxima. El Profesor comenzó a perder velocidad. Entonces, antes de poder darse cuenta, el gran barco se había detenido. Todo estaba en silencio a excepción de los propulsores delanteros. Carl los apagó. Los viajeros se vieron en una cueva gigante situada en mitad de una gruta subterránea y con el río conduciendo hacia el este.
—Así que este es el extremo este perdido del Aguas Negras —dijo Jack al accionar el intercomunicador—. De acuerdo todo el mundo, hemos pasado. Bienvenidos al afluente Aguas Negras del capitán Padilla.
Antes de comenzar a recorrer el largo pasillo de oscuridad, Jenks inspeccionó la sala de máquinas y declaró el motor número uno fuera de servicio. Mendenhall, Shaw, él y el profesor Charles Hindershot Ellenshaw III, que los había asombrado a todos por su afición a la mecánica y que se ofreció a prestar sus servicios, comenzaron a cambiar la junta principal del motor número uno y a reemplazar el combustible que se había salido. Mientras tanto, tirarían del motor número dos, ya que Jenks no pensaba que fueran a necesitar velocidad de momento. Inspeccionó el resto del Profesor y, aparte de unas cuantas juntas de goma de las ventanas por las que había filtraciones, había rebasado la catarata sin problemas. Y así, diez minutos más tarde, se encontraban avanzando bajos en el agua a una velocidad de cinco nudos y atravesando la penumbra que parecía devorar al barco.
Farbeaux estaba admirado por lo que acababa de presenciar a través de los cristales. Esa nave de aspecto extraño había superado la catarata.
—Esta gente nunca deja de sorprenderme —masculló al devolverle al capitán los prismáticos—. Y pensar que nuestra vieja amiga, la profesora Zachary, también la encontró y la salvó… Sin duda, les debemos un respeto, ¿no cree, señor?
—Entonces, ¿qué tiene planeado hacer? —preguntó Méndez contrariado.
—Esperar dos horas y durante ese tiempo prepararnos para seguirlos. Capitán, alerte a su tripulación y reduzcamos el contorno del Río Madonna para poder entrar en la cueva; la gabarra queda baja en el agua, así que no debería presentar ningún problema —dijo Farbeaux al marcharse del puente de vuelo.
—Sí, señor —respondió el capitán y comenzó a dar órdenes a su tripulación de diez hombres.
Méndez se sintió mejor al ver que Farbeaux estaba al cargo de todo, ya que eso le daba el beneficio de no tener que coordinar la complicada situación, pero aun así poder ser crítico si tenía que serlo. Se sentó con Rosolo y con su equipo de doce guardaespaldas.
Farbeaux fue hasta la banda de babor del Río Madonna, se quedó junto a la borda y encendió un cigarrillo. Estaba teniendo esa sensación familiar que lo invadía cuando las cosas no estaban bajo su absoluto control. Sentía que había más elementos implicados de los que se había esperado. Al mirar a su alrededor y ver la selva que los rodeaba empezó a sentirse como una pieza pequeña de un rompecabezas mucho más grande, un puzle que podía volverse peligroso si no era él quien lo resolvía primero.
Complejo Evento
Base de las Fuerzas Aéreas de Nellis, Nevada
Alguien llamó a la puerta de Niles. Se rascó los ojos y miró su mesilla de noche. Solo eran las diez de la noche y fue entonces cuando se dio cuenta de que se había quedado dormido con la ropa puesta. Sacudió la cabeza y cogió las gafas.
—¿Sí?
—Siento molestarte, Niles, pero será mejor que veas esto; el Boris y Natasha está trabajando y ha encontrado algo —dijo Pete Golding desde el otro lado de la puerta.
—Está abierta, Pete —le anunció al encender la lamparita de noche y posar los pies, todavía con calcetines, sobre el suelo enmoquetado. Se levantó y fue hasta el escritorio donde aún seguía intacto el trabajo del día.
Pete entró con varias fotografías en la mano.
—¿Tienes el ordenador encendido? —preguntó.
—Sí, ¿por qué?
—Bien, porque así no tendremos que utilizar estas imágenes que aún están húmedas.
Pete se acercó al ordenador de Niles e inmediatamente tecleó unos comandos y su acceso de seguridad antes de girar el monitor hacia el director.
—Son de hace solo veinte minutos y se han tomado en el primer pase del Boris y Natasha.
Niles miró el monitor, que mostraba una toma nocturna que el satélite KH-11 había obtenido desde su nueva posición. Podía ver el río con un oscuro relieve y muchos objetos pequeños y brillantes. La imagen, claramente tomada con infrarrojos, mostraba unos cincuenta cuerpos calientes moviéndose por el río en la única sección en cincuenta kilómetros que tenía un claro a través de la inmensa fronda de árboles.
—¿Dónde está esta gente? —preguntó Niles.
—En las coordenadas exactas que el comandante dio esta tarde. Jack dice que sospechaba que estaba siguiéndolos un barco con una gabarra enganchada, que por cierto ha desaparecido, pero no sabe nada de la gente sobre el terreno. Y mira esto —dijo al teclear otro comando.
La imagen comenzó a redimensionarse. Unos cuadrados blancos aparecieron sobre más cuadrados blancos y comenzaron a arremolinarse. Natasha había ido ampliando la imagen hasta que Niles pudo distinguir claramente a los hombres que caminaban a lo largo del río en la oscuridad.
—¡Joder!
—Sí, son tropas; incluso puede distinguirse la mayor parte de su equipo —dijo Pete.
—¿Con quién coño estamos tratando?
—Podría ser cualquiera, pero yo diría que son los peruanos probablemente —se aventuró a decir Pete al apartarse de la imagen que había estudiado durante la última hora.
—Para tratarse de un jodido valle secreto, mucha gente parece conocerlo —dijo Niles pasándose una mano por su cabeza calva—. Tenemos que ponernos en contacto con Jack.
—Lo hemos intentado, pero no tenemos nada desde que Jack informó de que iban a cruzar la catarata.
Niles se dejó caer en la silla y apartó los informes del día.
—Contacta con el teniente Ryan —dijo Niles al mirar su reloj—; su equipo de doce hombres y él deberían haber llegado ya a Panamá. Dile que la operación Conquistador ya está en alerta máxima.
—Hecho, Niles —contestó Pete al recoger las fotos, aunque se lo pensó mejor y volvió a dejarlas en la mesa del director antes de salir del despacho.
Niles observó el monitor brevemente, sacó del montón la foto que seguía más húmeda y la miró. Esperaba que Jack pudiera establecer contacto cuando salieran de la cueva, si es que salían. Porque si ni siquiera podían, al menos, mandarle una señal al Boris y Natasha, se quedarían sin oportunidad de recibir ayuda.
Mientas Niles contemplaba las imágenes, sabía que se avecinaban muchos problemas.
Joder, también problemas desde una fuente que probablemente ya estaba allí esperándolos, como había sucedido con las expediciones de Zachary y de Padilla.