Como este libro se basa en una compleja mezcla de hechos y ficción, me ha parecido que debía tratar de clarificar, al menos en términos generales, qué es qué. En muchos sentidos, los escritores son la fuente menos fiable que existe, no sólo por la amplitud del terreno que cubren, sino porque pasan muchísimo tiempo a solas con sus opiniones. Y enamorarse de ellas es inevitable.
De la miríada de detalles relacionados con la psicología y la ciencia cognitiva que aparecen en este libro, la mayoría son hechos o extrapolaciones cercanas a los hechos. Algunos, sin embargo, son lo que podría llamarse «hechos del futuro», resultados que no han sido obtenidos, pero que podrían serlo en el futuro, a partir de una interpretación pesimista de las tendencias existentes. El material relacionado con el libre albedrío es un ejemplo básico. Por lo que yo sé, los investigadores todavía no han determinado que haya unas elecciones rudimentarias antes de que se tenga conciencia de tomarlas. Los conocidos hallazgos de Benjamin Libet, creo, son demasiado ambiguos para decidirse en una dirección o la otra. Por la misma razón, parece muy probable que el libre albedrío, sin duda del modo en que es concebido generalmente, va a ser muy, muy cuestionado. Para los interesados, este libro es un repaso accesible a las tendencias recientes en investigación de la consciencia, y recomiendo con entusiasmo el excelente libro de Susan Blackmore A Very Short Introduction to Consciousness.
Naturalmente, no existe nada semejante a Marionette, pero dado que es sólo una versión más potente de la Estimulación Magnética Transcraneal, una tecnología que ya ha alcanzado la madurez, tiendo a pensar que la cuestión no es si llegaremos a ver algo así, sino cuándo lo haremos. Por supuesto, todos los vislumbres de lo que Thomas experimenta debido a Marionette son pura especulación, pero completamente posibles en principio, que es todo lo que requiere la Discusión.
Lo mismo podría decirse acerca del novum central de la novela, la resonancia magnética de bajo campo. Esta lleva siendo investigada durante algún tiempo; la cuestión es saber cuánto durará esa investigación, especialmente por lo que respecta a escanear los cerebros de individuos mientras éstos realizan sus actividades. Querría decir que será mucho tiempo, pero los recursos que se están concentrando en el horizonte son más que formidables. Los expertos en marketing están dando el paso fatídico de formarnos como animales (por medio del condicionamiento asociativo) a tratarnos como mecanismos. Hay muchísimo dinero que ganar.
Por lo que respecta al matrimonio de la tecnología y el cerebro, ha llegado el día, y las posibilidades terapéuticas son simple y llanamente asombrosas. Formas de depresión, ceguera y sordera que parecían incurables hace sólo unos años parecen destinadas a convertirse en enfermedades del pasado. Pero como quería que Neurópata fuera un thriller, un thriller que pretende ser tan inquietante intelectualmente como visceralmente, me centré principalmente en las implicaciones más terroríficas de nuestros futuro «posthumano».
En consecuencia, el libro sin duda parecerá lleno de alarmismo y tecnofobia a los que ven una cornucopia de posibilidades en lo «posthumano». Por mi parte, creo que tenemos enormes razones para estar algo más que un poco paranoicos. Hacerle algunas trampas al funcionamiento cerebral para aliviar el sufrimiento parece algo evidentemente bueno. Pero lo que está en juego cambia drásticamente cuando empezamos a manipular la maquinaria de la conciencia. ¿Qué pasa cuando la propia experiencia se vuelve tan flexible como la pintura? ¿Qué sucede cuando la única cinta métrica que poseemos se vuelve tan elástica como una goma? Alterar nuestra neurofisiología implica alterar la estructura de nuestra experiencia, los fundamentos compartidos de nuestra humanidad, por no mencionar las herramientas requeridas para decidir más alteraciones. Hay buenas razones para creer que la automodificación en un nivel tan fundamental nos llevará hacia distintas formas de locura. Por lo demás, no podemos imaginar cómo sería el mundo sin ese marco de referencia común. Y si resulta que cosas como el significado, la finalidad y la moralidad son una especie de ilusión, entonces no hay razones para esperar que ninguna de ellas sobreviva en el futuro posthumano por venir. Los optimistas posthumanos suelen basar sus argumentos en los elementos esenciales de la experiencia que ellos tratan de decretar obsoletos. Dan por hecho que algún «centro humanista» se mantendrá cuando sus argumentos implican precisamente lo contrario. Literalmente, están defendiendo lo que no pueden conceptualizar, lo que en cierto sentido significa que no están defendiendo nada de nada. Cuando se trata de lo posthumano, no tenemos ninguna razón para no mostrarnos más que profundamente dubitativos. Y las dudas profundas acerca de los asuntos esenciales justifican una atención excesiva.
O como a mí me gusta llamarlo, paranoia.
En los últimos años se han publicado numerosas obras populares escritas por filósofos que trataban de atajar las implicaciones nihilistas de la neurociencia contemporánea. Alguno, como Daniel Dennett, por ejemplo, no discutiría tanto la ciencia de Neurópata como su interpretación. No es que la libertad o la moral no existan, diría él, es que no son lo que creemos que son. En lugar de retorcernos las manos preocupados, lo que deberíamos hacer es reinterpretar nuestros viejos conceptos a la luz de las nuevas evidencias científicas. De modo que algo como «libertad», por ejemplo, pueda ser redefinido como «mayor versatilidad del comportamiento».
A mi modo de ver, esto equivale a reconfortar a los que lloran en el funeral de la abuela Mildred diciéndoles que llamen Mildred a sus animales de compañía. No sé en su caso, pero mi experiencia de la libertad no es la experiencia de una «mayor versatilidad del comportamiento» o como quiera redefinirse científicamente el término «libertad». Parece realmente que me enfrento a elecciones, y que en cualquier momento podría hacer otra cosa. El problema no es que nuestros conceptos hayan caducado, sino que nuestras experiencias son totalmente engañosas. Pero aunque fuera un tema de terminología, ¿por qué molestarse con la vieja nomenclatura? ¿Por qué, dejando de lado el deseo tendencioso de entrar en lo conceptual y al mismo tiempo salirse con la suya, no decir: «Bueno, no eres LIBRE, es cierto, pero sin duda eres VERSÁTIL»?
Naturalmente, sin embargo, la dificultad real es que a pesar de su apelación a la normalidad, las «reconciliaciones» de nuestra comprensión popular e intuitiva de la naturaleza humana con descubrimientos recientes en la ciencia da por hecho que en realidad sabemos qué significan esos descubrimientos, cuando es dolorosamente evidente que no es así. Lo único que tenemos son tendencias, que parecen apuntar a una continua socavación de aparentes verdades de la experiencia, y el conocimiento de que no somos lo que creíamos que éramos. No tenemos ninguna razón para creer que la ciencia nos ofrecerá algo remotamente reconocible, ni mucho menos, como sostiene Owen Flanagan en The Problem of the Soul, que «preserve mucho de lo que significa ser una persona». El hecho de que podamos inventar esta clase de consuelos no debería sorprendernos: estamos programados para encontrar explicaciones racionales, a fin de cuentas.
Personalmente, dada nuestra tan humana capacidad para sacar convicciones de la más abyecta ambigüedad, creo que los filósofos deberían tratar de ser tábanos, no apólogos. Si llevas tus argumentos más allá de la evidencia de la comprobación empírica, estás condenado a llegar a las conclusiones que quieras, especialmente si eres tan brillante como Dennett o Flanagan.
La Hipótesis del Cerebro Ciego que le doy a Thomas es en realidad una creación mía de hace varios años, cuando todavía trataba de doctorarme en filosofía. Es poco más que un presentimiento de que la estructura básica de la experiencia consciente sería mucho mejor comprendida haciendo referencia a aquello de lo que el cerebro carece más que a aquello que tiene. Dado que esto es uno de los «hechos futuros» más cruciales y conflictivos presentados en el libro, pensé que podría merecer una explicación.
Cojamos uno de los ejemplos preferidos de Thomas: el Ahora. Es la lente a través de la que experimentamos el tiempo, y sin embargo, de alguna forma, está fuera del tiempo. Cada Ahora es, de una manera misteriosa, diferente y lo mismo, una paradoja a la que han dado vueltas los intelectos ya desde tiempos de Aristóteles. Con la Hipótesis del Cerebro Ciego, sin embargo, el Ahora podría ser considerado una versión temporal de nuestro campo visual, cuyos límites se «agotan». No recibimos información visual más allá del alcance de nuestras retinas, así que no vemos nada más allá de ese punto, nada en absoluto, ni siquiera la ausencia de ver. Vemos, en otras palabras, contra un marco ciego e indiferenciado, que es la razón por la que los extremos de nuestro campo visual… se acaban. Raramente lo registramos debido a los otros sistemas que vinculan nuestros vislumbres con el mundo entero. Pero por lo que respecta a la vista, nuestro campo visual depende de lo que no ve.
Lo mismo podría decirse de nuestro «campo temporal», lo que William James llamó célebremente «el momento preciso». En el mismo sentido en que no podemos ver los límites de la vista, dice esta idea, no podemos temporizar los límites del tiempo, así que experimentamos el antes y el después contra un marco de ausencia del tiempo. Esto sería lo que generaría la ilusión de antes y después, el extraño agolpamiento de paso y futuro en el Ahora. El tiempo pasa en la conciencia, pero en un sentido extraño no puede pasar para la conciencia. El grueso del cerebro, después de todo, yace fuera del horizonte de información del sistema tálamo-cortical, funcionando en una invisibilidad sin tiempo.
Por razones estructurales y de desarrollo demasiado numerosas para explicarlas aquí, el cerebro sólo puede «verse a sí mismo» de una manera miope. Según la Hipótesis del Cerebro Ciego, esto no sólo determina lo que es consciente y lo que es inconsciente, sino la estructura misma de la conciencia. El Ahora no es un rasgo pequeño de la experiencia vivida. Ello también significa que para muchos rasgos de la conciencia, no tiene más sentido buscar «correlatos neuronales» del que tiene buscar «circuitos de disminución visual» para explicar los extraños límites de nuestro campo visual.
De acuerdo con la Hipótesis del cerebro Ciego, los sistemas conscientes como los humanos deberían tener unas dificultades excepcionales para comprenderse a sí mismos, como así es el caso. Dado que el cerebro sólo vislumbra parte de sus propios procesos, pequeños fragmentos que sólo puede ver como agujeros, deberíamos esperar no sólo que los hallazgos de la neurociencia nos desconcierten, sino insistir en que esos pedazos son en verdad agujeros, y que, como tales, requieren algún mecanismo en el cerebro que los explique. Si la Hipótesis del Cerebro Ciego se demostrara correcta, buena parte de la ciencia cognitiva sería como perseguir lo inaprensible, una búsqueda de los «circuitos de nuestros efectos ópticos».
El resultado parece ser que la conciencia es totalmente ilusoria, no un aquí y allá, razón por la que me hallo en la extraña posición de desear que mi teoría sea equivocada. Ahora sabemos que muchas cosas que damos por sentadas en términos de experiencia no son lo que parecen, o sólo lo son lo suficiente para formular todas las preguntas difíciles que cubre este libro. Pero si la conciencia es fundamental y estructuralmente engañosa, la razón por la que tenemos tantas dificultades tratando de comprenderla podría ser que no tenemos forma de saber qué estamos tratando de comprender. Y quizá nunca lo haremos.
Personalmente, no soy eliminativista ni nihilista. Creo de veras que lo que experimentamos debería vencer a lo que sabemos. Pero como Thomas, no sé cómo discutir esto sinceramente, no digamos ya convincentemente. Nosotros, como especie, tenemos extraordinarias dificultades con las afirmaciones que no nos gustan, y normalmente nos armamos de todo el poder de los prejuicios y la ignorancia para confirmar nuestras intuiciones anteriores. (Por supuesto, «su corazón» le dirá lo contrario, razón por la que le pido que suspenda el juicio e investigue esto por su cuenta. Recomiendo encarecidamente la lectura de Self-Insight, de David Dunning o el espléndido A Mind of its Own de Cordelia Fine, que creo que deberían ser enseñados en los institutos de todo el mundo). Los humanos son máquinas de creer, crédulos hasta lo risible, sean sacerdotes, filósofos o trabajadores de una línea de montaje. Cuando uno llega a aceptar este hecho, resulta muy difícil dar crédito a algo en el mundo de afirmaciones en competición, y muy fácil comprender por qué, a pesar de los miles de años, tan pocos de nuestros innumerables desacuerdos teóricos encuentran una resolución cerrada… fuera de la ciencia, por supuesto.
Eso no significa decir que la ciencia lo es todo, sólo que si cree, como yo, que no todas las afirmaciones son iguales, y es consciente de lo tendentes a engañarnos a nosotros mismos que somos, entonces la ciencia, que está estructurada institucional y procedimentalmente para luchar contra (y no para aprovecharse de) nuestras carencias como creyentes, rápidamente empieza a parecer el único ejercicio fiable a mano. Y como el libro sugiere, a la ciencia no le importa lo más mínimo lo que nosotros queramos que sea verdad. En cierto sentido, ésa es la clave de su poder.
El mundo de Neurópata es un mundo en el que esas «verdades no deseadas» han llegado a su momento crítico, social y espiritualmente. Es un mundo en el que el ritmo del cambio social motivado por la tecnología ha superado la capacidad de la sociedad para hacerle frente, en el que la caja negra del alma ha sido desnudada ante el apetito de irresistibles fuerzas institucionales. Y podría ser perfectamente nuestro mundo.
Sea como sea, el conocimiento y la experiencia han llegado a una encrucijada, y las cosas no pintan muy bien para la experiencia. Lo que solían ser preocupaciones abstractas de filósofos se ha cubierto de piel y cabello. Neil, me temo, está vivo y goza de buena salud. Aunque sea en forma de embrión.
Deberíamos estar preparados.
FIN