—¿DÓNDE estabas? —preguntó Jonah—. Te he buscado, pero no te encontraba.
Sarah se había ido hacía media hora, pero Miles se había quedado fuera. Acababa de entrar cuando su hijo lo vio y se detuvo en el pasillo; él señaló hacia atrás.
—En el porche.
—¿Y qué hacías ahí?
—Ha venido Sarah.
Al niño se le iluminó la cara.
—Ah, ¿sí? ¿Dónde está?
—No, se ha ido. No podía quedarse.
—Ah… —Miró a su padre—. Bueno —dijo, sin disimular su decepción—. Es que quería enseñarle la torre de Lego que he construido.
Miles se acercó a él y se agachó para ponerse a su altura.
—Puedes mostrármela a mí.
—Pero ya la has visto.
—Ya lo sé. Pero puedes mostrármela otra vez.
—No hace falta. Quería que la viera la señorita Andrews.
—Pues lo siento. A lo mejor puedes llevarla mañana a la escuela para que la vea allí.
—Da igual —dijo encogiéndose de hombros.
Miles lo miró atentamente.
—¿Qué pasa, campeón?
—Nada.
—¿Seguro?
Jonah tardó en contestar.
—Supongo que la echo de menos, nada más.
—¿A quién? ¿A la señorita Andrews?
—Sí.
—Pero la ves en el colegio todos los días.
—Ya, pero no es lo mismo.
—¿No es igual que cuando está aquí?
Asintió, apesadumbrado.
—¿Os habéis peleado?
—No.
—Pero ya no sois amigos.
—Claro que sí. Seguimos siéndolo.
—Entonces, ¿por qué ya no viene?
Miles se aclaró la garganta.
—Bueno, las cosas se han complicado un poco. Ya lo entenderás cuando crezcas.
—Ah —dijo, y, tras poner cara de estar pensando, añadió—: No quiero ser grande.
—¿Por qué?
—Porque los mayores siempre dicen que las cosas son complicadas.
—A veces lo son.
—¿Todavía te gusta la señorita Andrews?
—Sí —contestó.
—¿Y tú le gustas a ella?
—Creo que sí.
—Entonces, ¿cuál es el problema? —preguntó con ojos implorantes, y Miles comprendió que, además de echar de menos a Sarah, Jonah también la quería.
—Ven aquí —dijo atrayéndolo, sin saber qué más podía hacer.
Dos días después, Charlie aparcó delante de la casa de Miles mientras éste cargaba el coche.
—¿Ya os vais?
Él se volvió.
—Ah…, hola, Charlie. He pensado que sería mejor salir temprano. No quiero pillar un atasco. Cerró el maletero y se irguió.
—Gracias por prestarnos la casa.
—Ningún problema. ¿Te echo una mano?
—No, ya casi he acabado.
—¿Cuánto tiempo os quedaréis?
—No lo sé, tal vez un par de semanas, al menos hasta después de Año Nuevo. ¿Seguro que os va bien?
—No te preocupes; y tienes suficientes vacaciones como para estar un mes.
Miles se encogió de hombros.
—¿Quién sabe? A lo mejor lo hago.
Charlie enarcó una ceja.
—Ah, por cierto, he venido para decirte que Harvey no presentará cargos. Parece que Otis le dijo que pasara; de modo que, oficialmente, ya no estás inhabilitado y puedes volver a trabajar cuando quieras.
—Muy bien.
Jonah apareció corriendo y los dos se volvieron hacia él. El chico saludó a Charlie, dio media vuelta y regresó a la casa como si hubiera olvidado algo.
—¿Sarah irá a pasar unos días con vosotros? Estaríamos encantados de que lo hiciera.
Miles seguía mirando la puerta y se giró hacia Charlie.
—No lo creo. Tiene a su familia, y con las fiestas…, no creo que pueda.
—Qué pena. Pero la verás cuando vuelvas, ¿no?
Miles desvió la mirada y Charlie supo lo que eso significaba.
—¿Es que no os va bien?
—Ya sabes cómo son estas cosas.
—En realidad no lo sé; hace cuarenta años que no salgo con nadie. Pero es una lástima.
—Si ni siquiera la conoces, Charlie.
—No me hace falta. Me refiero a que es una pena por ti.
Se metió las manos en los bolsillos.
—Oye, no he venido aquí a entrometerme; es tu vida. De hecho, he venido por otra cosa: hay algo que no acabo de entender.
—¿Sí?
—He estado dándole vueltas a tu llamada; ya sabes, cuando me dijiste que Otis era inocente y me sugeriste que abandonara la investigación.
Miles no dijo nada, y Charlie lo miró entrecerrando los ojos por debajo del sombrero.
—Supongo que sigues pensando igual.
Aunque tardó, Miles asintió con la cabeza.
—Es inocente.
—¿A pesar de lo que dijeron Sims y Earl?
—Sí.
—¿No lo estarás diciendo para poder ocuparte tú solo del asunto?
—Te doy mi palabra de que no, Charlie.
Éste lo miró y supo que le decía la verdad.
—De acuerdo —dijo. Se pasó las manos por la camisa, como si se las limpiara, y luego se levantó el sombrero—. Bueno, oye, espero que te lo pases bien en Nags Head. Intenta pescar un poco por mí, ¿de acuerdo?
Miles sonrió.
—Claro que sí.
Charlie se alejó unos pasos y de pronto se detuvo y se volvió.
—Ah, espera, hay algo más.
—¿Qué es?
—Brian Andrews. Todavía no comprendo muy bien por qué lo detuviste ese día. ¿Quieres que me encargue de algo mientras estás fuera? ¿Hay algo que debería saber?
—No —contestó Miles.
—¿Qué pasó? Al final no me lo explicaste.
—Fue una especie de error. —Miles miraba el maletero del coche—. Sólo eso.
Sorprendido, Charlie se echó a reír.
—Vaya, qué gracia.
—¿Qué tiene gracia?
—Lo que acabas de decir. Brian dijo exactamente lo mismo.
—¿Has hablado con él?
—Tuve que ir a verlo. Sufrió un accidente cuando estaba bajo la custodia de uno de mis agentes y tenía que verificar si estaba bien.
Miles palideció.
—No te preocupes, me aseguré de que no hubiera nadie en su casa. —Esperó un momento y luego, llevándose una mano al mentón, pareció no saber cómo expresarse—. Pero me puse a pensar en las dos cosas, y el investigador que hay en mí tuvo el presentimiento de que, de algún modo, estaban relacionadas.
—No tienen nada que ver —replicó Miles de inmediato.
Charlie asintió con la cabeza, muy serio.
—Ya imaginaba que dirías algo así, pero, como te he dicho, tenía que comprobarlo. Sólo quiero ser claro: ¿no hay nada que deba saber sobre Brian Andrews?
Miles tenía que haber supuesto que Charlie lo descubriría.
—No —contestó.
—De acuerdo —aceptó—. En ese caso, déjame darte un consejo.
Miles esperó.
—Si me dices que este asunto se ha acabado, entonces sigue tus propias recomendaciones, ¿de acuerdo?
Lo miró para cerciorarse de que Miles percibía la seriedad con que le hablaba.
—¿Y eso qué significa? —preguntó.
—Si este caso está cerrado de verdad, no dejes que eche a perder el resto de tu vida.
—No te entiendo.
Charlie sacudió la cabeza y suspiró.
—Sí que me entiendes.