—¿ESTÁS bien?
Mientras oía los ruidos que iban y venían, Brian gimió. Intentó levantarse con las manos todavía esposadas.
Miles abrió su puerta y después la de Brian; lo ayudó a salir del coche con cuidado y a ponerse de pie. El joven tenía todo un lado de la cabeza cubierto de sangre, que también le chorreaba por la mejilla. Intentó mantenerse derecho, pero se desequilibró, y Miles volvió a cogerlo del brazo.
—Espera, tienes una herida. ¿Seguro que estás bien?
Brian se tambaleó un poco más mientras sentía que todo a su alrededor daba vueltas y tardó un momento en entender la pregunta. A lo lejos, Miles vio que el conductor de la furgoneta se bajaba del vehículo.
—Sí…, creo que sí… Me duele la cabeza…
Miles siguió sujetándolo y volvió a mirar la carretera. El conductor —un hombre mayor— la cruzaba y se dirigía hacia ellos. Le pidió a Brian que se agachara y le miró la herida, luego lo enderezó con cara de alivio. Pese a su mareo, Brian pensó que la expresión de Miles era absurda teniendo en cuenta todo lo ocurrido en la última media hora.
—No parece que el corte sea muy profundo, sólo es superficial —dijo. Luego, mostrándole dos dedos, le preguntó—: ¿Cuántos hay?
Brian entrecerró los ojos, concentrándose.
—Dos.
Miles volvió a intentarlo.
—¿Y ahora?
—Cuatro.
—¿Y cómo tienes la visión? ¿Ves manchas o los bordes negros?
Brian sacudió la cabeza suavemente, con los ojos medio cerrados.
—¿Algún hueso roto? ¿Los brazos? ¿Las piernas?
Tardó un momento en comprobarlo, pues todavía le costaba mantener el equilibrio. Cuando movió los hombros, hizo una mueca de dolor.
—Me duele la muñeca.
—Espera un momento.
Miles sacó las llaves del bolsillo y le quitó las esposas. Brian se llevó una mano a la cabeza. Tenía una muñeca dolorida y magullada; la otra estaba tan rígida que casi no podía moverla. Al taparse la herida con la mano, la sangre empezó a filtrarse entre los dedos.
—¿Puedes sostenerte de pie sin ayuda? —preguntó Miles.
Aunque seguía tambaleándose un poco, Brian asintió y Miles fue hasta el coche. Cogió una camiseta de Jonah que estaba tirada en el suelo y se acercó otra vez para cubrirle el corte.
—¿Puedes sujetarla?
Brian asintió y asió la camiseta justo cuando el conductor, pálido y asustado, se aproximaba a ellos.
—¿Están bien?
—Sí, no ha pasado nada —contestó Miles automáticamente.
El hombre, que seguía alterado, lo miró y después a Brian. Al ver la sangre que le rodaba por la mejilla, hizo un gesto de disgusto.
—Está sangrando mucho.
—No es tan grave como parece —contestó Miles.
—¿No cree que necesita una ambulancia? A lo mejor debería llamar…
—No se preocupe —lo interrumpió—. Soy del departamento del sheriff. Le he hecho un chequeo y está bien.
Pese al dolor en las muñecas y en la cabeza, Brian se sintió como un transeúnte.
—¿Usted es sheriff? —El hombre retrocedió y miró a Brian como si le pidiera ayuda—. Él ha invadido el carril contrario. Yo no he tenido la culpa.
Miles levantó las manos.
—Oiga…
El conductor le vio las esposas y abrió los ojos.
—He intentado apartarme, pero usted ocupaba mi espacio —dijo, poniéndose a la defensiva.
—Espere, ¿cómo se llama? —preguntó Miles tratando de controlar la situación.
—Bennie Wiggins. Yo no iba conduciendo con exceso de velocidad. Usted estaba en mi carril.
—Espere… —repitió Miles.
—Usted había pisado la línea continua —volvió a decir—. No puede detenerme por esa razón. Yo iba con cuidado.
—No voy a detenerlo.
—Entonces, ¿para quién es eso? —preguntó, señalando las esposas.
Antes de que Miles pudiera contestar, Brian intervino.
—Las llevaba yo. Me había arrestado.
El conductor se quedó mirándolos como si no entendiera nada, pero en ese momento llegó Sarah y detuvo el coche a su lado. Todos se giraron hacia ella, que salió con expresión preocupada, confusa y enfadada.
—¿Qué ha pasado? —gritó. Los miró a todos antes de clavar la vista en Brian y, cuando vio la sangre, se fue directa hacia él—. ¿Estás bien? —le preguntó, apartándolo de Miles.
Aunque seguía un poco mareado, asintió.
—Sí, estoy bien…
Se encaró con Miles, furiosa.
—¿Qué demonios le has hecho? ¿Le has pegado?
—No —contestó sacudiendo la cabeza rápidamente—. Hemos tenido un accidente.
—Él ha pisado la línea continua —explicó Bennie, señalándolo.
—¿Qué? —preguntó Sarah, volviéndose hacia él.
—Yo iba tan tranquilo —prosiguió—, y cuando he cogido la curva, he visto que venía directo hacia mí. He girado el volante, pero no he podido esquivarlo. Ha sido culpa suya; le he dado, pero es que no era posible hacer nada…
—Apenas hemos chocado —lo interrumpió Miles—, ha rozado la parte trasera de mi coche y me he salido de la carretera. Casi no nos hemos tocado.
Sarah se volvió otra vez hacia Brian, sin saber qué creer.
—¿Seguro que estás bien?
Él asintió.
—Dime la verdad, ¿qué ha sucedido? —preguntó ella.
Tras una larga pausa, Brian se quitó la mano de la cabeza. La camiseta estaba empapada de sangre.
—Ha sido un accidente —dijo—. Nadie ha tenido la culpa; ha pasado, sin más.
Por supuesto, ésa era la verdad. Miles no había visto la furgoneta porque en ese momento miraba hacia atrás. El joven sabía que había ocurrido sin querer.
Pero Brian no se dio cuenta de que ésas eran las mismas palabras que había empleado al referirse al atropello de Missy, las mismas que le había dicho a Miles en el coche, las que se había repetido a sí mismo una y otra vez en los dos últimos años.
Sin embargo, a Miles no se le escapó ese detalle.
Sarah se aproximó otra vez a Brian y le echó un brazo alrededor de los hombros. Él cerró los ojos, pues de pronto volvió a sentirse débil.
—Me lo llevo al hospital —anunció ella—. Necesita un médico.
Cogiéndolo con suavidad, lo condujo hacia su coche. Miles avanzó hacia ellos.
—No puedes…
—Intenta detenerme —lo interrumpió—. Te aseguro que tú no vuelves a acercarte a él.
—Espera —dijo Miles; Sarah se giró y lo miró con desprecio.
—No te preocupes. No huiremos.
—¿Qué pasa? —preguntó el conductor, con pánico en la voz—. ¿Por qué se van?
—No es asunto suyo —contestó Miles.
Lo único que podía hacer era mirar cómo se iban.
No podía llevar a Brian a las oficinas del cuerpo en ese estado y tampoco podía marcharse de allí hasta que se hubiera aclarado la situación. Seguro que habría podido impedir que se fueran, pero a Brian le hacía falta un médico, y, si iba tras él, tendría que explicar lo sucedido a la persona que lo atendiera, cosa que en ese momento no le apetecía. Así que, sintiéndose impotente, no hizo nada. Sin embargo, cuando el muchacho miró hacia atrás, volvió a oír sus palabras.
«Ha sido un accidente. Nadie ha tenido la culpa.»
Miles sabía que en eso se equivocaba. Él no estaba mirando la carretera —ni siquiera iba por su carril— porque estaba escuchando a Brian.
Lo que le decía sobre Sarah, sobre la manta, sobre las flores…
Entonces no había querido creerlo, como tampoco quería creerlo ahora. Pero… sabía que Brian no mentía. Había visto la manta, las flores en la tumba cada vez que iba…
Cerró los ojos, intentando ahuyentar el pensamiento.
«Nada de eso importa y lo sabes. Claro que lo siente: ha matado a alguien. ¿Quién no lo lamentaría?»
Eso era lo que le gritaba en el momento en que ocurrió el accidente; cuando tenía que haber estado atento al camino. Pero, en lugar de eso —olvidándose de todo menos de su enfado—, casi había chocado de frente con otro vehículo.
Había estado a punto de matarlos a todos.
Pero después, a pesar de que se había hecho daño, el chico lo había defendido. Y mientras veía cómo él y Sarah se alejaban, supo instintivamente que el muchacho siempre lo defendería.
¿Por qué?
¿Porque se sentía culpable y ésa era otra manera de pedir perdón? ¿Para tener algo contra Miles? ¿O de verdad creía lo que había dicho?
A lo mejor él lo veía así. Al fin y al cabo, Miles no lo había hecho a propósito, así que era cierto que había sido un accidente.
¿Igual que lo que pasó con Missy? Sacudió la cabeza. No…
«Eso es diferente», se dijo a sí mismo. Y Missy tampoco tuvo la culpa.
Se levantó una brisa que agitó las ráfagas de nieve. ¿O sí?
«No importa —se repitió a sí mismo—; ahora ya no. Es demasiado tarde para eso.»
En la carretera, Sarah le abrió la puerta a Brian, lo ayudó a entrar y miró a Miles sin disimular su ira.
Sin ocultar el daño que le había hecho con sus palabras.
«Sarah no lo supo hasta ayer —había dicho Brian—. Ni siquiera me dijo quién eras.»
Cuando estaban en su casa, a Miles le había parecido obvio que ella siempre lo había sabido; pero ahora, al ver cómo lo miraba, ya no lo tenía tan claro. La Sarah de la que él se había enamorado no era capaz de engañar.
Sintió que sus hombros se relajaban un poco.
No, sabía que Brian no había mentido en cuanto a la manta, las flores o lo mucho que lo sentía. Y si había dicho la verdad sobre eso…
¿A lo mejor también la decía sobre el atropello?
Se repitió la misma pregunta una y otra vez, pese a lo mucho que la evitaba.
Sarah se volvió y se dirigió hacia el lado del conductor. Miles sabía que todavía podía detenerlos. Si quería, podía hacerlo. Pero no lo hizo.
Necesitaba tiempo para pensar: en todo lo que había oído ese día, en la confesión de Brian…
Y, sobre todo, decidió mientras la veía sentarse al volante, tenía que pensar en Sarah.
Poco después llegó una patrulla de carretera —un residente de una de las casas de la vecindad había llamado a la policía— y empezó a hacer el informe. Mientras Bennie explicaba su versión apareció Charlie, que habló un momento con el agente y asintió antes de acercarse a Miles.
Éste estaba apoyado en el coche con los brazos cruzados, y parecía absorto en sus pensamientos. El sheriff pasó la mano por la abolladura y el rasguño.
—Para un golpe tan pequeño, tienes un aspecto lamentable.
Miles lo miró sorprendido.
—¿Charlie? ¿Qué haces aquí?
—Me he enterado de que has tenido un accidente.
—Las noticias vuelan.
Charlie se encogió de hombros.
—Ya sabes cómo son estas cosas. —Se sacudió la chaqueta para quitarse los copos de nieve—. ¿Estás bien?
Miles asintió.
—Sí, un poco aturdido, pero nada más.
—¿Qué ha pasado?
—He perdido el control del coche. La carretera estaba un poco resbaladiza.
Charlie esperó por si añadía algo más.
—¿Nada más?
—Como has dicho, sólo es una pequeña abolladura.
Charlie lo observó.
—Bueno, al menos no te has hecho daño. El otro conductor también parece estar bien.
Miles asintió, y Charlie se reclinó a su lado.
—¿No tienes nada más que contarme?
Él no contestó, y su jefe se aclaró la garganta.
—El agente dice que había otra persona en tu coche, alguien que llevaba esposas, pero que ha aparecido una mujer y se lo ha llevado; dice que al hospital. Ahora… —Hizo una pausa, arrebujándose en la chaqueta—. Una cosa es un accidente, Miles; pero aquí está pasando algo más. ¿Quién iba contigo?
—No se ha hecho nada grave, si eso es lo que te preocupa. Lo he comprobado y está bien.
—Sólo quiero que contestes a mi pregunta. Ya tienes bastantes problemas. Ahora dime, ¿a quién habías detenido?
—A Brian Andrews —contestó—. El hermano de Sarah.
—¿Así que es ella la que se lo ha llevado?
Miles asintió.
—¿Y él iba esposado?
Era inútil mentir. Asintió.
—¿Es que ya no te acuerdas de que estás inhabilitado? —preguntó Charlie—. ¿De que oficialmente no puedes detener a nadie?
—Lo sé.
—Entonces, ¿qué demonios hacías? ¿Qué era tan grave que no podías llamarnos? —Calló y lo miró a los ojos—. Necesito la verdad ahora; si no ya me enteraré, pero quiero que me la cuentes tú. ¿Qué hacía? ¿Vender drogas?
—No.
—¿Lo has cogido robando un coche?
—No.
—¿En algún tipo de pelea?
—No.
—Entonces, ¿qué ha sido?
Aunque una parte de Miles se sintió tentada de contarle toda la verdad, de decirle que Brian había matado a Missy, no sabía cómo explicárselo. En cualquier caso, todavía no podía hacerlo; al menos no hasta que lo hubiera asimilado.
—Es complicado —contestó por fin.
Charlie se metió las manos en los bolsillos.
—Ponme a prueba.
Miles apartó la mirada.
—Necesito tiempo para entender algunas cosas.
—¿Para entender qué? Es una pregunta sencilla.
«En este asunto no hay nada sencillo.»
—¿Confías en mí? —preguntó Miles de pronto.
—Sí, por supuesto. Pero no se trata de eso.
—Antes de hablar de todo lo ocurrido, he de reflexionar.
—Ah, vamos…
—Escúchame, Charlie. ¿Puedes darme tiempo? Sé que estos días te he dado muchos quebraderos de cabeza y que he estado desquiciado, pero te pido que me hagas este favor. No tiene ninguna relación con Otis ni con Sims ni con nada de eso. Te juro que no me acercaré a ellos.
Algo en la seriedad de su ruego y en la confusión que vio en sus ojos le indicó a Charlie lo mucho que le urgía a Miles ese favor.
Ese asunto no le gustaba, no le gustaba nada. Estaba pasando algo gordo, y le desagradaba no saber qué era. Pero…
Aunque se daba cuenta de que no debía hacerlo, suspiró y se alejó del coche. No dijo nada y tampoco miró hacia atrás mientras caminaba, pues sabía que si lo hacía cambiaría de opinión.
Poco después, casi como si nunca hubiese estado allí, Charlie se había ido.
Al fin, el agente acabó el informe y se marchó. Bennie también se fue.
Sin embargo, Miles se quedó allí casi una hora, con la cabeza llena de pensamientos contradictorios. Insensible al frío, se sentó en el coche con la ventanilla abierta, pasando las manos por el volante, una y otra vez, con aire ausente.
Cuando tuvo claro lo que tenía que hacer, subió el cristal, arrancó y enfiló hacia la carretera. Justo cuando el motor empezaba a calentarse, volvió a detenerse y se bajó. La temperatura había subido un poco y la nieve empezaba a derretirse. Un goteo constante caía de las ramas de los árboles y sonaba como el tictac de un reloj.
Enseguida vio los grandes arbustos que bordeaban el camino. Aunque había pasado a su lado cientos de veces, nunca se había fijado en ellos hasta esa mañana.
Ahora, al verlos, no pudo pensar en nada más. Le tapaban el césped de los jardines, y le bastó una mirada para saber que eran lo suficientemente tupidos para impedir que Missy viera el perro.
¿Y también demasiado espesos para atravesarlos?
Recorrió la fila de matas y aminoró el paso cuando llegó a la zona en que supuso que Missy fue atropellada. Al agacharse para poder observar más de cerca, se quedó petrificado cuando lo vio: un hueco entre los arbustos, como un agujero. No vio ninguna huella, pero había hojas oscuras apelmazadas en el suelo y varias ramas rotas a ambos lados.
Obviamente era un pasadizo para algo.
¿Para un perro negro?
Oyó ladridos a lo lejos. Miró hacia los demás jardines que había a su alrededor. No vio nada.
Tal vez hacía demasiado frío para estar fuera…
Nunca había buscado un perro; ni él ni nadie.
Miró hacia la carretera mientras seguía pensando. Se metió las manos en los bolsillos. Las tenía tan tiesas por el frío que le costaba doblar los dedos y, cuando entraron en calor, empezaron a escocerle. No le importó.
Sin saber qué más podía hacer, se fue al cementerio, confiando en que allí se aclararía. Antes de llegar a la tumba, las vio: flores frescas, colocadas junto a la lápida.
De pronto se acordó de Charlie y de algo que había dicho una vez.
«Es como si alguien quisiera disculparse.» Dio media vuelta y se marchó.
Pasaron las horas y ya era de noche. Fuera, el cielo invernal estaba negro y siniestro.
Sarah se apartó de la ventana y empezó a caminar de un lado a otro en su apartamento. Brian ya había salido del hospital. El corte no era grave, sólo le habían dado tres puntos, y no se había roto nada. Habían estado menos de una hora.
A pesar de que ella prácticamente se lo había rogado, Brian no quiso ir a su piso. Necesitaba estar solo y había vuelto a su casa tras ponerse un sombrero y una camiseta para que sus padres no vieran las heridas.
—No les cuentes lo que ha pasado, Sarah. Todavía no estoy preparado para eso. Quiero hacerlo yo; ya se lo diré todo cuando venga Miles.
Él iría a detenerlo; de eso a Sarah no le cabía la menor duda.
Se preguntó por qué tardaba tanto.
En las últimas ocho horas había pasado del enfado a la preocupación, de la frustración a la amargura y al revés, una emoción tras otra. Eran demasiado opuestas para poder ordenarlas.
En su imaginación se repitió las palabras que tenía que haberle dicho a Miles cuando le habló de aquella manera tan injusta. «¿Conque piensas que eres el único que ha sufrido? ¿Que nadie más puede entenderlo? ¿No te has parado a pensar en lo mucho que me ha costado llevar a Brian a tu casa esta mañana? ¿Entregar a mi propio hermano? Y tu reacción…, eso ya ha sido demasiado. ¿Dices que te he traicionado? ¿Que te he utilizado?»
Frustrada, cogió el mando para encender el televisor y, tras cambiar varias veces de canal, lo volvió a apagar.
«Tranquila —se dijo, intentando serenarse—. Miles acababa de enterarse de quién había matado a su mujer. Eso no es fácil, sobre todo al saberlo de esa manera, de repente. Y encima estaba yo por medio.»
Y Brian.
«Que no me olvide de darle las gracias por arruinarnos la vida a todos.»
Sacudió la cabeza; eso tampoco era justo. Cuando pasó, sólo era un niño, y fue un accidente. Ella sabía que él habría hecho cualquier cosa con tal de poder cambiar lo sucedido.
Y así siguió reflexionando. Dio otra vuelta por el salón y acabó de nuevo junto a la ventana. Miles seguía sin aparecer. Se acercó al teléfono, cogió el auricular para asegurarse de que tenía línea y escuchó el pitido. Brian le había prometido que la llamaría en cuanto llegara Miles.
¿Dónde estaba y qué hacía? ¿Estaría pidiendo refuerzos?
No sabía qué hacer. No podía salir de su casa ni telefonear; no mientras esperara la llamada.
Brian se pasó el resto del día escondido en su habitación.
Tumbado en la cama, miraba el techo con los brazos a los lados y las piernas estiradas, como si estuviera en un ataúd. Sabía que se había dormido porque los objetos de su cuarto fueron cambiando de aspecto a la luz cambiante. Con el paso de las horas, las paredes blancas se volvieron grises y después se fueron convirtiendo en sombras a medida que el sol atravesaba despacio el cielo hasta ponerse. No había comido ni cenado.
En algún momento de la tarde, su madre llamó a la puerta y entró; Brian cerró los ojos y se hizo el dormido. Ella creyó que estaba enfermo y se acercó. Le puso una mano en la frente para ver si tenía fiebre y, tras salir con sigilo y cerrar la puerta, Brian la oyó hablar con su padre en voz baja.
—Creo que no se siente bien —dijo—. Duerme profundamente.
Cuando no dormía, pensaba en Miles. Se preguntaba dónde estaba, cuándo llegaría. También pensaba en Jonah, y en lo que diría cuando su padre le explicara quién había matado a su madre. Deseaba saber cómo estaría Sarah y le hubiera gustado que ella no hubiese tenido que participar en todo aquel asunto.
Especulaba sobre cómo sería la cárcel.
En las películas, las prisiones eran como un mundo aparte, con sus propias leyes, sus reyes y peones, y sus bandas. Se imaginaba las tenues luces fluorescentes, la frialdad de los barrotes de acero y las puertas al cerrarse de golpe. Oía el ruido de la cadena de los retretes, las conversaciones, los susurros, los gritos y los gemidos; se representaba un lugar que nunca estaba en silencio, ni siquiera a medianoche. Se veía a sí mismo contemplando el borde de los muros de cemento cubiertos de alambre de púas y mirando a los guardias en las torres que apuntaban las armas al cielo. Veía a los demás presos, que lo observaban con interés y apostaban entre ellos cuánto tiempo aguantaría allí. Eso sí que lo tenía claro: si acababa entre rejas, sería un peón.
Seguro que no sobreviviría en un sitio así.
Después, poco a poco los sonidos de la casa empezaron a disminuir hasta que Brian oyó que sus padres se iban a la cama y vio que se apagaba la luz que se filtraba por debajo de su puerta. Volvió a dormirse, pero de pronto se despertó y vio a Miles en su habitación. Estaba de pie en el rincón, al lado del armario, con una pistola. Brian parpadeó, entrecerró los ojos, sintió el miedo en el pecho y respiró con dificultad. Se sentó en la cama y levantó las manos como para defenderse antes de darse cuenta de que se había equivocado.
Lo que creyó que era Miles sólo era su chaqueta colgada del perchero que, mezclada con las sombras, le hacía jugarretas a su mente.
Miles.
Lo había soltado; después de la colisión, lo había soltado y no había vuelto.
Brian se tumbó de lado y se hizo un ovillo. Pero seguro que volvería.
Poco antes de la medianoche, Sarah oyó que llamaban y supo quién era. Echó un vistazo a la ventana mientras se dirigía a la puerta; cuando abrió, Miles no sonreía ni fruncía el entrecejo, pero tampoco se movió. Tenía los ojos rojos e hinchados por el cansancio. Allí estaba, pero con cara de no querer estar allí.
—¿Cuándo te enteraste de lo de Brian? —le preguntó de manera abrupta.
—Ayer —contestó Sarah, sin apartar su mirada de la suya—. Me lo contó ayer. Y me horroricé tanto como tú.
Miles apretó los labios, que tenía secos y agrietados.
—De acuerdo —dijo.
Dio media vuelta para marcharse, pero Sarah lo cogió del brazo para detenerlo.
—Espera…, por favor. —Él se volvió—. Fue un accidente, Miles —dijo ella—. Un accidente terrible. No tenía que haber sucedido, y no es justo que le pasara a Missy. Lo sé, y lo siento mucho por ti…
Calló, preguntándose si la escuchaba. Tenía el rostro totalmente inexpresivo.
—¿Pero? —replicó él sin la menor emoción.
—No hay ningún pero. Sólo quiero que lo tengas en cuenta. Brian no tiene ninguna disculpa por haber huido, pero fue algo fortuito.
Sarah esperó que dijera algo, pero al ver que no lo hacía, lo soltó. Sin embargo, él no hizo ademán de marcharse.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó ella por fin.
Miles miró hacia otro lado.
—Mató a mi mujer, Sarah. Violó la ley.
Ella asintió.
—Lo sé.
Miles sacudió la cabeza sin decir nada más y se alejó por el pasillo. Poco después, Sarah se acercó a la ventana y lo vio meterse en el coche e irse.
Volvió al sofá. El teléfono estaba en la mesita de centro y esperó, sabiendo que pronto sonaría.